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Protestas en Caracas, Venezuela, contra el presidente Nicolás Maduro. (Ronaldo Schemidt/AFP/Getty Images)

Libros, música, arquitectura, una fiesta e, incluso, un tepuy para conocer la Venezuela de ayer y de hoy.

 

Dos reflexiones históricas

El ogro filantrópico, de Octavio Paz (1983). La democracia a Venezuela no llegó con la Independencia

Es tan central la figura del Libertador Simón Bolívar en nuestra identidad que muchos, tanto dentro como fuera de Latinoamérica, lo asumen como una especie de padre que todo nos lo dio. La realidad es mucho más compleja que eso. Sí, es verdad que la independencia, especialmente bajo el reino de Fernando VII, tarde o temprano nos llegaría. No la pongo, por tanto, en juicio. Eso sería miope, pretencioso y atávico.

Solo quiero con esto resaltar una idea fundamental del celebrado ensayista mexicano, Octavio Paz. El siglo XIX latinoamericano no fue tierra fértil para la libertad que tanto se buscó en nuestras guerras contra España. Todo lo contrario: “sustituimos reyes por caudillos”. Especialmente en Venezuela: nuestra infancia histórica está plagada de golpes de Estado, revueltas, décadas bajo el mando de un solo hombre. No fue sino hasta el año 1948 que logramos tener por primera vez elecciones libres y universales, garantes de una verdadera alternabilidad en el poder. Casi siglo y medio después de la Independencia.

Por tanto empiezo mi lista con una realidad más extensa que Venezuela, tan extensa como nuestro continente. El ejercicio de la democracia siempre fue para nosotros un experimento reciente. De ahí su fragilidad. Para los que quieran continuar este tópico les sugiero que lean El Ogro Filantrópico de Octavio Paz.

 

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Llanos de Venezuela. (Foto de Laura de Oliveira/Wikimedia)

Doña bárbara, de Rómulo Gallegos (1929). Civilización versus barbarie

Una de las preguntas principales de toda nuestra literatura, incluso de los textos fundacionales de nuestra política, procede directamente del punto anterior. Si no logramos, en el siglo XIX, la modernidad como los europeos o norteamericanos, ¿será porque somos distintos? O lo que es lo mismo: ¿somos, realmente, occidentales como ellos? Hablamos español, es cierto, y creemos en Jesús. ¿Pero no bailamos también el tambore africano, comemos platos precolombinos hechos de maíz, adoramos a un panteón ecléctico de santos y demonios indígenas, europeos y zambos?

El primer presidente de nuestra era democrática (aquella que empieza, como ya hemos dicho, en 1948) fue también el escritor de la novela central de nuestra historia: Rómulo Gallegos. En ella, Doña Bárbara, Gallegos describe la sísifea labor de su protagonista, el abogado capitalino Santos Luzardo, de construirle una cerca a una hacienda que hereda en una región alejada de la ciudad. Su lucha por construirla, en la cual se enfrenta con la cuasimágica figura de Doña Bárbara, amazona supersticiosa, caudilla de la zona, es la más clara y directa referencia al problema de hacer civilización en una tierra tan virgen, tan bárbara, como la nuestra. Es también, por tanto, la mejor introducción al carácter salvaje de nuestra cultura.

 

Cuatro rostros de nuestra cultura

San Juan Bautista. El Santo Negro

Todos los 24 de junio en Venezuela se celebra la fiesta de San Juan Bautista, santo negro, patrón de nuestros pueblos afrodescendientes. Es una de las fiestas más antiguas de nuestro país. Coincidente con el solsticio de verano, la celebración proviene de un caso único en la historia.

Se dice que los colonos españoles solían darle, todos los 24 de junio, la libertad a sus esclavos. Así como lo leen. Un trampantojo para ayudar a la conversión al cristianismo, claro está. Pero también un saturnal miles de años después, un experimento cultural morboso, una excusa para lograr algo realmente único en la expresión de un pueblo: condensar trescientos sesenta y cuatro días de tortura y sufrimiento en veinticuatro horas bacanales. En las playas del Caribe, además. Y con los rones de la hacienda.

¿Qué tan alegres son estas fiestas, se preguntarán? Así de alegres.

De las fiestas populares de San Juan viene gran parte de nuestra música, nuestra danza, nuestro arquetipo de alegría. (Algunos argumentan que la música afrocaribeña es más rítmica y sonora que la afronorteamericana por el simple hecho de que nuestro esclavos tenían, al menos, este singular día de fiesta). Por eso son, quizás, el mejor ejemplo de una cultura que va mucho más allá de lo europeo. Que indica a las profundidades de nuestro ser. Que ningún intento de civilización debería borrar.

 

La copla. Inventiva del campo

Por favor vea este otro vídeo. Todo lo que escucharán es improvisado. Son coplas, coplas como las de Lorca o Machado. Pero acompañados por el cuatro, la voz cantante y una inventiva realmente de admirar. Se trata de la copla llanera, pasatiempo fundamental en nuestras tierras agrícolas, tan fecunda de tardes silenciosas como de ratos de ocio.

Es, precisamente, de esta región de nuestro país de donde vino Chávez, otro inventor de gran tamaño. La creatividad de donde esta pareja logra encontrar copla tras copla su contrapunteo, mucho se parece a la que tenía el Comandante en sus discursos de cinco, seis y siete horas de duración. Tal vez sea una simple coincidencia. Quién sabe.

(Minuto 3:53)

“… Muchas caídas he llevado en estos cincuenta y dos.
Todas la he superado le doy las gracias a Dios.
No es el primer araguato que del palo se cayó,
Ni el único perro sato que una yuza lo estrujó.

Se cayó el rey Salomón y rápido se paró.
José se cayó en Egipto cuando un tipo lo acusó.
Se cayó un muro en Berlín y también en Jericó.
Y nada tiene raro, pollo, que me caiga yo.”

 

Soto. Modernidad urbana y saudita

Venezuela la realidad urbana se forjó casi en contraposición con la realidad del campo. Tanto, que es dicho común en la capital: “Caracas es Caracas y lo demás… es monte y culebra”. Ahí, en nuestras ciudades, sí que coqueteamos por varias décadas del siglo XX con una modernidad vanguardista, propia, orgullosa. Nomás hace falta ver los proyectos arquitectónicos de la llamada Venezuela Saudita de los 70, los precios desorbitantes a los que llegaban las obras subastadas en nuestras galerías, la convocatoria cultural que hacíamos a artistas de todas las capitales del mundo. Síntomas, por supuesto, no solo de cierta conciencia democrática, precoz en la región, sino también de los índices de renta per capita más altos de todo el continente.

Quizás el mejor exponente de esta modernidad fue Jesús Soto, artista cinético de renombre mundial. El movimiento de su obra, la manera en la que ésta interactúa con el que la admira, el mundo abstracto pero caminable que conjura, fueron logros realmente revolucionarios en su época. Es, precisamente, este movimiento el que me obliga a referirlos, de nuevo, a un vídeo en vez de a una imagen. Esa abstracción que verán es también Venezuela.

 

Petare. Ciudad al margen de la ciudad

Esta modernidad colorida, sin embargo, no fue la única realidad de nuestras ciudades. Al margen de estas prosperaba, empezando precisamente en la era Saudita, un conjunto de barrios (favelas) que, tras años de abandono por parte del Estado y una creciente inmigración ilegal y desatendida, crecerían a un ritmo tantas veces más rápido que el de los vecindarios asfaltados y cuadriculados de la mal llamada “ciudad civilizada”. Tanto, que en una ciudad como Caracas, hoy en día en los barrios vive la mayoría de la población urbana.

El más grande de estos barrios es Petare. Es la favela más grande y peligrosa de toda Sudamérica. Protagonista, hoy día, de una verdadera epidemia de crimen, malnutrición y desamparo. Petare es, quizás, el símbolo más rotundo de los fracasos de nuestra era democrática y, por tanto, de los errores que Hugo Chávez Frías logró explotar para su Revolución Bolivariana.

En 1999 cuando ganó su primera elección barrios como Petare explotaron en celebración esperanzada. La marginalización que representan, símbolos del triunfo de la barbarie sobre la civilización, da entrada a la discusión de nuestra historia reciente, o lo que es lo mismo: el chavismo.

 

Dos momentos chavistas

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Hugo Chávez, durante uno de los programas Aló Presidente en Anaco, Venezuela. (Abraxas Iribarren/AFP/Getty Images)

Discurso bajo la lluvia. Una revolución retórica

El novelista venezolano Alberto Barrera Tyszka describe a la revolución chavista con un curioso término: parlocracia. El gobierno del discurso, la tiranía de la palabra. En su opinión la revolución se hizo en las miles de horas que el comandante Hugo Chávez le hablaba al país en sus Aló Presidente, sus discursos, sus “cadenas nacionales”, en su presencia auditiva constante. El pueblo que con fervor religioso le votó casi en todas las elecciones lo hizo creyendo nomás en su palabra. Mientras vivió, habitaron junto a él en el país ficticio de sus discursos, los cuales -esta es la tragedia- escondían la realidad corrupta, hipócrita y criminal que ahora, tras su muerte, ha vuelto a la superficie.

El más ejemplar de estos discursos fue uno de los últimos, el del cierre de su última campaña electoral un año antes de su muerte. En él describe su movimiento como una revuelta del sector “no europeo”, “no colonial” de la población, la revolución negra e indígena, cosa que por supuesto recuerda a la novela de Gallegos, a los rostros culturales del país que he querido describirles, a la contraposición de estos con los intentos modernizadores de nuestra era democrática, a la venganza final de lo salvaje de nuestro ser sobre nuestras aún pueriles instituciones del Estado.

 

Golpe. Miopía de una oposición suicida

Chávez se mantuvo en el poder no solo por su retórica, también por los errores de una oposición que nunca supo combatirlo y que más bien lo que hizo fue oponerse a sí misma. Sus errores fueron varios: el golpe de Estado de 2002, el Paro Petrolero de 2003, la abstención parlamentaria de 2005… la lista es larga e incómoda. En todos estos eventos resaltan dos cosas: una prisa antidemocrática de salir de Chávez fuera como fuera y un afán por ignorar los anhelos del sector -empobrecido, campesino, marginalizado- de la población que no dejaba de votar por él. En este sentido, la oposición no hizo sino continuar los errores cometidos durante la era democrática.

Este vídeo muestra claramente lo que hablo. Fue filmado durante el mentado golpe de Estado, posiblemente el más garrafal de sus errores. Miren los aplausos, las risas pícaras, la celebración prematura de lo que no es sino un asalto a las instituciones democráticas que una generación antes ellos mismos habían construido. Escasos dos días después de la filmación de este vídeo volvería Chávez al poder, más radicalizado y polarizante que nunca. El país nunca volvería a ser igual.

 

Dos grandes esperanzas

Tuyero ilustrado. Una nueva generación consciente

A la sombra del conflicto fratricida que ha sido la era chavista hemos crecido una generación entera de venezolanos. Yo, por ejemplo, solo tenía ocho años cuando llegó Chávez al poder. En mi infancia y adolescencia no tuve escapatoria: tuve que ver la desigualdad desbordada que lo llevó al poder, la miopía de una oposición que estaba a espaldas de ella, la riqueza cultural de un campo en donde yo, como capitalino, me sentía extranjero, la grandísima complejidad histórica que nos había traído a tan doloroso punto de inflexión.

Esta conciencia es general entre mis coetáneos. De ella nace una visión de país más profunda, seria e inclusiva; producto, es cierto, del dolor. Pero no hay creatividad sin parto. Esta visión de Venezuela espera tanto a los que estamos afuera como a los que aún viven en el país.

Protagonistas de esta nueva generación son Edward Ramírez y Rafael Pino, músicos del dúo El Tuyero Ilustrado. Escuchen esta canción. No es coincidencia que la mejor banda nueva de nuestros tiempos sea también la más folklórica. Hay algo sabio, respetuoso y hasta nostálgico en hacer cosas nuevas con lo viejo. Esta es la conciencia de la que hablo, hecha música.

 

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Vista de Roraima Tepuy. Foto de Adalberto Jose Perez Lopez/Wikimedia

Roraima. El país que espera

Hay un consuelo: la tierra. Venezuela, es sabido, es de las más bellas del mundo. Playas caribeñas, picos andinos, selvas amazónicas, tepuyes: sino fuera por el petróleo seríamos una verdadera potencia turística. Reina entre estas maravillas el tepuy Roraima, el cual en vez de describir espero que vean a través de este vídeo. Fíjense en su virginidad, su indiferencia, su vejez. Este coloso nos lleva millones de años de ventaja. Estuvo cuando Colón, cuando Bolívar, cuando Maduro. Esta no es la primera crisis que contempla. Tampoco será la última. En su reloj geológico yo y tantos otros venezolanos que ahora no podemos volver aún no estamos tarde.

El Roraima es la epítome de nuestro potencial, de lo que está aún por hacerse, de lo virgen, sin estropear, que aún está gran parte de nuestro país. De la belleza que hay en nuestra sombra salvaje. Los pemones, indígenas de la zona, son sin duda de los mejores compatriotas que tenemos. Todo el que los conoce se da cuenta de lo amable, pacientes y humildes que son – a pesar de su latente pobreza. De ellos debemos aprender y coger, el día que nos toque, las fuerzas para volver y reconstruir.

Mientras tanto, el Roraima, en su profundo sueño, nos espera.