Un hombre anda al lado de una ventana donde hay un poster con la imagen de Massud Barzani. Safin Hamed/AFP/Getty Images

Tres elementos clave para entender los riesgos que conlleva la celebración del referéndum de independencia en la región. 

Es bien sabido que la estabilidad en Irak está lejos de ser lograda, a pesar que este 2017 la población pueda dejar atrás, finalmente, el demoledor conflicto con el autoproclamado Estado Islámico (también denominado Daesh). Uno de los principales retos inmediatos es el viejo capítulo de la fragmentación interna. En la primera semana de junio, Massud Barzani, el veterano presidente del Kurdistán iraquí, anunciaba la convocatoria de un referéndum de independencia para la región, previsto para el próximo 25 de septiembre. Para saber las repercusiones en esta etapa de postconflicto que se abre en Irak es importante el cómo y el cuándo se lanza este órdago desde Erbil, la capital kurda.

A pesar de ser anunciado con la presencia de todos los partidos políticos del Kurdistán, incluidos los de las minorías étnicas y religiosas y a excepción del primer partido de la oposición, este nuevo impulso para la independencia tiene bien marcada la impronta del presidente Barzani y de su partido al frente del Gobierno de unidad nacional, el KDP (Partido Democrático del Kurdistán). El clan Barzani, cuyos miembros ocupan piezas clave en el Estado, incluidas la de presidente, primer ministro y jefe de las fuerzas de seguridad, llevan décadas al frente de la población kurda, junto con el clan rival, Talabani, aglutinados en el partido del PUK (Unión Patriótica del Kurdistán). Y el momento en el que se ha anunciado el referéndum es clave, ya que se hace desde una posición de fortaleza militar para los kurdos tras las victorias contra Daesh en 2015 y 2016, y después de que el frente común en Irak contra los yihadistas se empiece a fragmentar al ser ya éstos derrotados militarmente. Bagdad, además, se presenta débil y exhausto ante el gran reto de coser la fractura social entre suníes, chiíes y kurdos.

Lo que viene a continuación es un repaso a tres elementos relacionados con el referéndum que, dependiendo de cómo se gestionen, pueden llevar a Irak, de nuevo, a una encrucijada peligrosa: la fractura política kurda, el alcance geográfico del referéndum y la reacción de fuerzas rivales en Irak.

 

El debate interno

Un hombre coloca una bandera kurda que urge a votar en el referéndum. Safin Hamed/AFP/Getty Images

Si algo se ha reflejado en los dos meses siguientes a la convocatoria del referéndum es el frágil panorama político en la propia región kurda. Todo el proceso se perfila más como una iniciativa de los Barzani y el KDP para ganar momentum, y evitar la erosión del monopolio ejercido en la provincia durante décadas, que no una verdadera confluencia nacional. Massud Barzani cuenta con la firme oposición del segundo partido del Kurdistán, Gorran (“Cambio”), con quien mantiene unas muy tensas relaciones, así como la de uno de los principales partidos islamistas. Además, el PUK, socio de Gobierno y tercer partido, ha emergido totalmente dividido de la conferencia de junio; mientras que los líderes de la formación participaron entusiastas y secundaron la convocatoria, los barones no compran los argumentos y han acusado a sus líderes de corromper el partido a las órdenes de los Barzani. Y en un acto que parecía muy poco probable en una región con las libertades civiles cuestionadas, la propia sociedad se ha empezado a organizar en contra mediante el movimiento No por ahora, entre otros.

Ninguno de los partidos ni movimientos sociales se oponen al principio de celebrar un referéndum unilateral y obtener la independencia de Irak, sino todo lo contrario. El problema que plantean es cómo se puede legitimar el proceso cuando el Kurdistán tiene la casa en un estado pésimo. Para empezar, cuando se celebre el referéndum ya hará casi dos años que el parlamento regional no se reúne. El brazo legislativo está paralizado desde que se bloqueó la entrada del presidente de la cámara, un líder de Gorran, a Erbil debido a su negativa a extender inconstitucionalmente el mandato presidencial a Massud Barzani, que debía dejar la presidencia en agosto de 2015. Se vivieron en esos días momentos de tensión en la capital kurda cuando el KDP movilizó sus fuerzas armadas para aplastar cualquier conato. Con ello, se quedaron por el camino docenas de reformas legislativas. La oposición reclama que se reabra el Parlamento primero y se persiga un mejor estado de Derecho y rendición de cuentas antes que perseguir una independencia que, ahora mismo, no haría más que normalizar una autocracia.

Además, el Kurdistán lleva ya tres años en un perpetuo riesgo de colapso fiscal que amenaza con quebrar la estructura clientelar que sustenta a las principales familias en el poder. Desde junio de 2014, en que Bagdad cortó las transferencias de fondos a Erbil debido a disputas relacionadas con la gestión compartida de recursos petrolíferos, el gobierno regional pasa serias dificultades para hacer frente a los gastos corrientes y pagar los salarios al gran ejército de funcionarios públicos que tiene. Los políticos ya han tenido que hacer frente a varias protestas debido al deterioro generalizado de los servicios básicos. La falta de reformas ha condenado al Kurdistán a depender totalmente de una producción autóctona de petróleo que no es suficiente para sostener las estructuras básicas del Estado al precio actual del crudo. La región ha sido incapaz de diversificar su economía, reactivar el sector agrícola, o establecer un sistema impositivo básico –todo añadido a un cese total de las abundantes inversiones extranjeras en el sector inmobiliario de Erbil que la convirtieron hace cinco años en la nueva Dubai.

 

Ampliando la frontera kurda por el sur

Una mujer iraquí y sus hijos que pertenecen a la comunidad yazidi. Ahmad al Rubaye/AFP/Getty Images

Se estima que hay unos seis millones de personas llamadas a votar en el referéndum, de los cuales algo menos de tres millones se encuentran fuera de los bordes oficiales de la región autónoma kurda. La razón es que Erbil tiene la intención de poner las urnas también en las provincias limítrofes por el sur que las fuerzas kurdas pasaron a controlar de manera efectiva en 2014, tras la fuga del Ejército iraquí y el avance de Daesh. Se trata de Sinjar en la frontera con Siria, las llanuras al norte y este de Mosul, la zona de Khanaqin cerca de la frontera con Irán en el este y, la más importante, la ciudad petrolífera de Kirkuk. Son zonas de enorme diversidad étnica, en que conviven, no exentos de serias tensiones, kurdos y árabes suníes principalmente, pero también otras minorías como turcomanos, cristianos caldeos y siriacos, yazidíes, shabaks, kaka’is, además de árabes y kurdos chiíes.

El estatus oficial de estas provincias ha estado en disputa entre Erbil y Bagdad durante los últimos quince años, y en 2007 tenían que haber decidido en un referéndum propio si querían formar parte oficialmente de la región autónoma kurda o mantenerse ligados a la autoridad del gobierno central. Nunca se celebró ni se resolvió el problema y, durante este tiempo hasta la irrupción de Daesh, las tropas iraquíes y kurdas han cogestionado el territorio sin que formara parte de manera oficial del Kurdistán iraquí. Son zonas que fueron enormemente afectadas por las campañas de arabización emprendidas por Sadam Husein en los 70 y 80, con la confiscación de tierras a kurdos y otras minorías para repoblarlas con tribus árabes afines al régimen. Como tal, el Gobierno kurdo siempre ha reclamado la devolución de tierras y la administración del territorio, hecho que periódicamente ha creado tensiones con Bagdad. Ahora, con la llamada al referéndum en estas provincias después de conseguir el control militar absoluto, el mensaje que lanza el Gobierno kurdo es que la disputa se da por terminada y se consideran de pleno parte del Kurdistán iraquí.

El debate plantea si de este modo se vulneran los derechos de la población en estos territorios en disputa, ya que no se les ha permitido decidir primero si quieren formar parte de la región kurda, antes de preguntar si quieren que Kurdistán, del que ahora forman parte de facto, se convierta en un Estado independiente. La preocupación es mayor entre la población que no es étnicamente kurda, ya que temen convertirse en ciudadanos de segunda. Hay que tener en cuenta que se desconoce qué grupo étnico es mayoritario en estos territorios ya que el último censo es de antes de la ingeniería demográfica que realizó Sadam. El riesgo de reavivar tensiones étnicas y sectarias es más probable que nunca sobretodo en Kirkuk, donde la colocación de la bandera kurda en los edificios públicos de la ciudad se saldó con sonoras protestas por parte de la comunidad árabe y turcomana –por no hablar de otras zonas como el norte de Mosul donde las tropas kurdas han destruido varios pueblos árabes tras expulsar a Daesh y han bloqueado el retorno de la población desplazada, acusados de estar afiliados al grupo yihadista, pero con un trasfondo político de garantizar una mayoría kurda en la zona.

 

El peor enemigo está dentro

Dos miembros de las Unidades de Movilización Popular. Ahmad al Rubaye/AFP/Getty Images

Estos últimos movimientos en los territorios en disputa son los que han acabado por movilizar a los vecinos regionales, Turquía e Irán, y lanzar serias amenazas al Gobierno kurdo. A pesar de que Barzani mantiene muy buenas relaciones con el Ejecutivo de Recep Tayyip Erdoğan, Ankara obviamente recela del referéndum, ya que podría reactivar la oposición kurda en su propio territorio –razones similares exhibe Teherán. Pero la mayor oposición a la que se enfrenta Erbil, y quizás la que más fácilmente puede prender en conflicto abierto, es la de las milicias iraquíes, en su mayoría chiíes, que se movilizaron en 2014 para luchar contra Daesh ante la desbandada del Ejército regular. Son las llamadas Unidades de Movilización Popular (PMU o Hashd al Sha’abi), alrededor de unas cuarenta brigadas diferentes, algunas de ellas entrenadas, apoyadas y dirigidas directamente por Irán –y, por tanto, fuera del control del ministerio de Interior iraquí. Estas milicias han tenido un rol inestimable en la recuperación de las principales ciudades controladas por el Estado Islámico, pero han estado empañadas por acusaciones de violaciones graves de los derechos humanos contra la población civil.

La mayor parte del territorio arrebatado a Daesh ha quedado bajo el control de esta panoplia de milicias y, en muchos casos, han quedado frente a frente con las tropas kurdas. Los líderes de las PMU se han mostrado desde entonces muy belicosos con el Kurdistán y sus intenciones de independizarse y, por consiguiente, llevarse el control de esas provincias disputadas mencionadas anteriormente. Ya se han registrado varios episodios de tensión que han acabado en combates puntuales entre brigadas de las PMU y las fuerzas kurdas sin que, por el momento, vaya a mayores. Por ejemplo, ocurrió en Tuz Khormatu, una ciudad mixta compuesta por kurdos suníes y turcomanos chiíes al sur de Kirkuk, y en Khani Sour, en Sinjar, en este caso entre fuerzas kurdas y una milicia local yazidí apoyada por las PMU y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) de Turquía y hostil al KDP.

Tras los incidentes en Sinjar, la cuenta de Twitter de las PMU lanzó serias amenazas de emprender represalias contra soldados kurdos (la cuenta ha sido eliminada, pero una recopilación de los mensajes pueden verse aquí). Y aún más, en diciembre del año pasado, el líder de una de las milicias más potentes y cercanas a Irán, Ahl al Haq (La Liga de los justos), declaró que “después de Daesh, el mayor problema son los kurdos, especialmente Massud Barzani; encontrar una solución a los problemas o a la paz con ellos es imposible”.

 

¿Independencia o negociación?

En definitiva, a pesar de todas estas tensiones generadas a raíz del referéndum, todo parece indicar que la votación se llevará a cabo. El gobierno central no tiene un mecanismo efectivo para impedir el referéndum. De hecho, la autoridad jurídica, política y militar que Bagdad ejerce en el Kurdistán iraquí es en realidad prácticamente nula y la región, de facto, ha operado como un Estado independiente, sobre todo en estos últimos tres años desde la irrupción de Daesh. Las leyes aprobadas en el Parlamento iraquí no aplican al territorio kurdo, que se rige por su propio reglamento legislativo a raíz de la autonomía otorgada en la Constitución. Por tanto, Erbil no ve ninguna necesidad de pedir permiso ni legitimar el referéndum a través del parlamento en Bagdad. Ni el Ejército ni la policía iraquí tienen presencia en el Kurdistán, que tiene sus propias fuerzas de seguridad –de tal manera que Irak no puede impedir físicamente que se instalen las urnas. Además, las finanzas públicas del Gobierno kurdo no mantienen ninguna relación con el ministerio de Economía de Bagdad y desde ya hace años Erbil persigue su propia diplomacia exterior. Así pues, la independencia parece ser tan solo un paso formal que no cambiará mucho, excepto tensar la cuerda con los rivales políticos.

Quizás por esto es de esperar que el objetivo real de Barzani no sea declarar la independencia espontáneamente tras el predecible “sí” del 25 de septiembre. En una entrevista reciente en la revista estadounidense Foreign Policy, en ningún momento habló de dar ese paso, sino de “iniciar negociaciones pacíficas con Bagdad”. Será, pues, un argumento más en la mesa de diálogo con la que inclinar la balanza a su favor –quizá no consiga la independencia, pero pueda hacer que Bagdad reconozca formalmente el control kurdo sobre los territorios en disputa, o se asegure un reparto más beneficioso de los ingresos generados con el petróleo. Y probablemente sea esta la mejor manera de evitar que, después de Daesh, otro conflicto estalle en el país.