Cara Morin, miembro del grupo de danza Powwow "Dancing Cree", de la nación Enoch Cree, interpreta una danza con vestido de cascabeles durante el Día Internacional de Concienciación sobre las Sobredosis, que se celebra anualmente el 31 de agosto de 2023 en Edmonton, Alberta, Canadá. (Artur Widak/NurPhoto/Getty Images)

Cómo la acción climática puede ser un escenario para la reconciliación entre Estados modernos y pueblos indígenas.

El verano que acaba de terminar ha dejado patente que no queda rincón en el mundo inmune al cambio climático. Desde la sequía que asola a gran parte de Europa hasta los incendios forestales que quemaron en Canadá una superficie más extensa que toda Inglaterra, los efectos del cambio climático se nos han hecho más tangibles que nunca. Miremos donde miremos, vislumbramos un futuro en el que, con el ya inevitable aumento de las temperaturas globales, la urgencia de hoy amenaza con convertirse en la norma de mañana.

Esta amenaza nos afecta a todos. Pero no de la misma manera, ni en igual medida. Aquellas personas y comunidades que parten de una situación de mayor vulnerabilidad se ven más expuestas, al tener menos recursos para premunirse contra la adversidad climática o reponerse de sus consecuencias. Irónicamente, ante el cambio climático, quienes menos tienen, más han de perder.

Legado colonial y vulnerabilidad climática

En aquellos Estados modernos que se construyeron sobre las tierras ancestrales de otros, las comunidades indígenas suelen estar entre las más vulnerables a los estragos del cambio climático, tanto por su relativa marginalización socioeconómica, como por sus raíces culturales más apegadas a la naturaleza. Canadá, país de origen de quién firma estas líneas, no es ninguna excepción. Las comunidades inuit del norte canadiense están en primera línea de los cambios climáticos, en una región ártica que se recalienta tres veces más rápido que la media mundial. En un país donde tan solo el 5% de la población se considera indígena, más del 40% de las comunidades que tuvieron que ser evacuadas debido a los incendios forestales del verano son comunidades con mayoría indígena. 

En 2019, la Asamblea de Primeras Naciones de Canadá –organización nacional de comunidades indígenas– declaró una emergencia climática, y al año siguiente convocó a unos 300 líderes, expertos y guardianes del saber tradicional para posicionarse ante este inmenso reto. De su informe destaca la observación que, en Canadá como en muchos países, el debate público en torno al cambio climático no toma en cuenta la vulnerabilidad añadida de los pueblos indígenas por el legado histórico del periodo colonial y las políticas de asimilación. 

Este legado es una de esas verdades que duele mirar de frente. En las primeras andaduras del Estado canadiense, entre 1831 y 1998, unos 150.000 niños indígenas fueron arrancados a sus familias y enviados a internados, donde fueron despojados de sus idiomas, tradiciones y culturas. Muchos sufrieron abusos físicos y sexuales, y demasiados nunca volvieron a casa. A pesar de los esfuerzos que ya se están haciendo para reconocer esta tragedia y trazar un camino hacia la reconciliación, esta brutal política de asimilación, junto con el racismo sistémico que aún persiste, ha dejado un legado que sigue mermando la salud mental y el bienestar individual y colectivo de los pueblos indígenas – y condicionando sus posibilidades frente al cambio climático.

Y como Canadá, muchos países. Aunque varíen los matices de cada historia, como lo reconoce la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas (DNUDPI), estos pueblos indígenas en todo el mundo han sufrido injusticias históricas como resultado de la colonización. La vulnerabilidad que resulta de estas injusticias es compleja -va mucho más allá de la dimensión socioeconómica- y es indisociable del particular reto que les plantea el cambio climático.

¿Un colectivo como los demás?

Los pueblos indígenas no son el único colectivo afectado por varias capas de vulnerabilidad que les exponen desproporcionadamente a los efectos del cambio climático. En muchos contextos, el género, la etnicidad, la religión y la discapacidad son otros factores de marginación que exacerban la vulnerabilidad climática.

La marginación vinculada al género – al hecho de ser mujer – es sin duda la más estudiada. Varios análisis sobre mujer y cambio climático (incluido este artículo reproducido en esglobal, o aquel publicado por ONU Cambio Climático en el Día de la Mujer 2023) señalan un camino que permita hacer frente al doble reto de la sostenibilidad y la igualdad de género: el desarrollo inclusivo de las políticas de acción climática. Existe un amplio consenso en torno a que el empoderamiento de la mujer en la acción climática puede resultar a la vez en medidas más eficientes y equitativas, comunidades más resilientes y mayor equidad de género.

Este mismo camino debe plantearse respecto a los pueblos indígenas. A más razón, pues su participación en el desarrollo y la implementación de la acción climática puede enriquecer inmensamente las políticas públicas, completando la visión científica moderna con sus conocimientos tradicionales. La DNUDPI lo reconoce: el respeto de los conocimientos, las culturas y las prácticas tradicionales indígenas contribuye al desarrollo sostenible y equitativo y a la ordenación adecuada del medio ambiente. 

Una mujer sostiene una pancarta en la que se lee ‘Rechaza el teck. Canadá’ Activistas ambientales e indígenas protestan durante la COP25 en diciembre de 2019 en Madrid, España. (Pablo Blazquez Dominguez/Getty Images)

De la teoría a la práctica

En países como Canadá y España, las políticas públicas que aúnan objetivos de acción climática e igualdad de género se han multiplicado en los últimos años, impulsadas por gobiernos feministas, e informadas por las lecciones aprendidas en décadas de acciones en favor de la igualdad y la inclusión. Menos abundan las políticas públicas que aúnan objetivos de acción climática y reconciliación con pueblos indígenas, por la simple razón de que nuestra experiencia colectiva en cuanto a reconciliación con pueblos indígenas es más limitada. 

Lo habéis leído más arriba: en un país como Canadá –un Estado democrático, donde los derechos humanos tienen protección constitucional y el multiculturalismo es ley- políticas duras de asimilación de los pueblos indígenas perduraron hasta 1998. La Comisión Nacional para la Verdad y la Reconciliación, encargada de esclarecer los hechos y formular recomendaciones para la reconciliación, presentó sus informes finales en 2015. Canadá se sumó a la DNUDPI en 2016. Se están dando pasos con un compromiso firme, pero el camino que queda por recorrer es largo, y requiere innovación. 

El imperativo de la acción climática, cada vez más apremiante, es un potente motor de innovación en varios ámbitos, desde la tecnología hasta la forma de hacer política pública. Por eso, la acción climática nos ofrece una oportunidad para innovar en las relaciones con los pueblos indígenas, estableciendo nuevos mecanismos de colaboración basados en el respeto mutuo, que pongan en valor sus conocimientos ancestrales de las tierras, su íntima relación con los ecosistemas y su capacidad de liderazgo. El principio de las Siete Generaciones –una filosofía antigua de los pueblos indígenas Haudenosaunee– estipula que las decisiones que tomamos hoy influirán en el bienestar de las próximas siete generaciones. Se puede aplicar a la acción climática y al marco relacional que estructura nuestras sociedades.

En Canadá, el gobierno ha puesto en marcha varios mecanismos para incluir a los pueblos indígenas en la acción climática, atendiendo a una de sus principales reclamaciones en este ámbito político: que se les reconozca como agentes de la lucha contra el cambio climático y no solo víctimas de sus efectos. El Plan Nacional para el Clima reconoce el liderazgo indígena en materia de acción climática; los presupuestos incluyen fondos para apoyar proyectos de descarbonización por innovadores y empresarios indígenas; y mesas de alto nivel entre el Gobierno y representantes de las principales organizaciones indígenas aseguran un diálogo constante en materia de acción climática. Atender a las prioridades de estas comunidades –por ejemplo, invirtiendo en edificios de mejor construcción en la región ártica o en infraestructuras de producción de energía renovable en comunidades remotas– permite a la vez mejorar sus condiciones de vida y reducir su huella de carbono.

No siempre hay consenso en el camino a seguir –la definición de modelos sostenibles de explotación de recursos naturales en tierras indígenas, por ejemplo, genera mucho debate –, pero el reconocimiento a los pueblos indígenas, sus tierras y su derecho a llevar las riendas del desarrollo y la protección de las mismas, ya está asentándose.

Otros países, desde Australia hasta Perú, están adoptando planteamientos similares, y la experiencia colectiva está en aumento. Igual que la multiplicación de foros internacionales en materia de género está ayudando a afinar los mecanismos de la política exterior feminista partiendo del aprendizaje colectivo, el crecimiento de los intercambios de experiencias en materia de política climática inclusiva con los pueblos indígenas solo puede ayudarnos a mejorar y ensanchar el camino para todos.

De la acción climática a la transformación social

La reconciliación entre Estados modernos y pueblos indígenas requiere mucho más que un enfoque inclusivo a la acción climática. Requiere la implementación plena de la DNUDPI y un nuevo marco relacional basado en la afirmación de los derechos de los pueblos indígenas, el respeto y la colaboración. 

La Comisión Nacional para la Verdad y la Reconciliación de Canadá formuló recomendaciones relacionadas con educación, sanidad, justicia, cultura, memoria histórica, y muchos más ámbitos de la política y la vida pública. En algunos de estos ámbitos, el cambio necesitará tiempo, pues requiere una transformación profunda de sistemas complejos.

Pero en el ámbito de la acción climática, que muchos consideran el reto principal de esta generación, hay tanto por construir y tanto por innovar, que una transformación rápida es posible. Y sus beneficios pueden ser inmensos. Fomentar el liderazgo indígena en la acción climática puede no solo contribuir a alcanzar los objetivos climáticos que todos compartimos, sino también asentar el compromiso común con una nueva forma de relacionarnos y demostrar el valor que aportan al conjunto de nuestras sociedades políticas públicas inclusivas y comunidades indígenas empoderadas.