El líder de la oposición y reelegido presidente de la Asamblea Nacional por la mayoría de los legisladores anti-Maduro, Juan Guaido, habla durante una conferencia de prensa sobre su gira internacional en el Centro Letonia el 15 de febrero de 2020 en Caracas, Venezuela. (Foto de Carolina Cabral/Getty Images)

Con las tensiones en el mercado energético global, crecen las expectativas de que en 2023, Washington finalmente retire su apoyo a Guaidó y suavice sus relaciones con Maduro.

Comienzan a surgir expectativas en lo concerniente a un posible giro copernicano por parte de Washington con respecto a Venezuela. Informaciones publicadas en medios estadounidenses y británicos aseguran que la administración de Joseph Biden estaría manejando seriamente la posibilidad de retirar el reconocimiento como "presidente legítimo" al líder opositor Juan Guaidó.

Esta posibilidad implicaría, al mismo tiempo, levantar algunas de las sanciones que Washington mantiene hacia altos cargos del gobierno de Nicolás Maduro, en un gesto aperturista que estaría definiendo una nueva relación con Caracas.

Estas informaciones especulan con que Estados Unidos dejaría de reconocer a Guaidó en enero de 2023, cuando comience el nuevo año legislativo en la Asamblea Nacional de Venezuela, que volvió a ser controlada por el chavismo-madurismo tras las elecciones de diciembre de 2020, y cuya legitimidad hasta el momento no ha sido aceptada por EE UU y otros países latinoamericanos y europeos.

Un ‘interinato’ sin poder real

Ahora bien, este nuevo contexto aborda diversas interrogantes: ¿a qué se debe este repentino giro por parte de Washington? ¿Ha perdido la Casa Blanca su confianza en Guaidó? ¿Considera necesario activar la realpolitik para acercarse a Maduro, observado como el líder que tiene realmente el poder en Venezuela mientras Guaidó ya es un personaje testimonial? ¿Terminará Biden reconociendo a Maduro como presidente? ¿Por qué el silencio de la mayor parte de la oposición venezolana ante esta posibilidad de desconocimiento de Washington a Guaidó?

De concretarse este cambio de enfoque por parte de la Administración Biden, el denominado como "interinato de Guaidó" que comenzó en enero de 2019 dejaría de tener efecto al perder el apoyo de su principal valedor, EE UU. Debe destacarse que este interinato ya no existía de facto, tomando en cuenta que el famoso mantra de 2019 impulsado por Guaidó; "fin de la usurpación de Maduro; gobierno de transición; elecciones libres" no se ha cumplido hasta el momento.

Tras recuperar el control de la Asamblea Nacional en 2020, Maduro está plenamente asentado en el poder y llevando a cabo su agenda de gobierno, que incluye prepararse para las próximas elecciones presidenciales previstas para 2024. Por otro lado, Guaidó es prácticamente una figura cada vez más irrelevante, desacreditado y cuestionado desde diversos sectores dentro de la oposición y la sociedad venezolana, ya sin la cobertura ni el impacto mediático que tenía hace unos cuatro años.

‘Rebelión’ en la oposición

Si bien es cierto que el propio Guaidó se apresuró vía Twitter a desmentir cualquier cambio de enfoque por parte de la administración Biden, toda vez el Departamento de Estado en Washington igualmente aclaró que lo sigue reconociendo como "presidente legítimo", es igualmente notorio el calculado silencio por parte de los demás líderes de la oposición venezolana ante este nuevo contexto existente entre EE UU y Guaidó.

Este silencio de la oposición abre todo tipo de especulaciones, especialmente en Venezuela, sobre un posible aggiornamento o cohabitación entre Maduro y una buena parte de la oposición que estaría interesada en "salir de Guaidó". Incluso se habla de una especie de revuelta contra él por parte de diversos sectores opositores y de pugnas internas por reorganizar los espacios de poder dentro de una oposición visiblemente fragmentada y dividida ante los fracasos de la estrategia de Guaidó para desalojar a Maduro. A comienzos de octubre, la oposición, reagrupada en una nueva entidad, la Plataforma Unitaria Democrática (PUEDE), informó que en junio de 2023 realizará unas elecciones primarias internas para definir un nuevo liderazgo de cara a las presidenciales de 2024.

La Casa Blanca ha decidido mantenerse al margen de estas posibles pugnas opositoras, llegando incluso a declarar uno de sus funcionarios que “si la oposición venezolana decide acabar con el gobierno interino, es su decisión”. Esta afirmación evidenciaría la posibilidad de que diversos sectores opositores ya estarían trazando estrategias para desalojar a Guaidó del liderazgo opositor, mientras que Washington se mostraría expectante y distante en cuanto a estos pulsos internos en la oposición venezolana.

Hace unas semanas, representantes de los cuatro principales partidos políticos opositores, siendo éstos Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular (el partido de Guaidó), se reunieron en Panamá con el Embajador estadounidense en Venezuela, James Story, para tratar sobre la situación del gobierno "interino" y el control sobre los activos financieros y petroleros venezolanos en el exterior y principalmente EE UU, con especial foco en Citgo, filial de Petróleos de Venezuela en ese país.

Maduro maneja sus cartas

Convencido de la caída en desgracia de Guaidó, Maduro observa con paciente atención los nuevos manejos de la oposición venezolana sin desatender su propia agenda política. En septiembre pasado ya lanzó su apuesta en clave electoral, instando a sus simpatizantes a "prepararse desde ya para las elecciones presidenciales de 2024 y las legislativas y regionales de 2025″. Crecen los rumores en Venezuela de que Maduro podría dar un golpe de timón aprovechando la crisis opositora y adelantar las presidenciales para 2023.

Un hombre sostiene un cuadro del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y del fallecido presidente Hugo Chávez durante una concentración en apoyo a Alex Saab en la Plaza Bolívar el 17 de octubre de 2021 en Caracas, Venezuela. (Foto de Manaure Quintero/Getty Images)

En el centro de atención están también los reconocimientos exteriores a las respectivas presidencias. A Maduro lo reconocen poco más de 20 países, entre ellos actores de importancia como Rusia y China, entre otros, sin menoscabar a Irán, Turquía, India y a nivel hemisférico Cuba, Nicaragua y ahora Colombia con su nuevo presidente, Gustavo Petro, el último en reconocer a Maduro.

Este nuevo contexto podría igualmente persuadir a Washington a dar este nuevo giro hacia la crisis venezolana, particularmente en lo concerniente al tema migratorio que tiene en territorio colombiano un espacio de paso hacia Estados Unidos. En este sentido, en los últimos meses se ha observado una oleada de emigrantes venezolanos hacia EE UU, que ha obligado a endurecer las restricciones de ingreso a ese país, aspecto que podría también obligar a Biden a reexaminar su estrategia hacia Caracas.

Por otro lado, a Guaidó aún lo reconocen unos 60 países, encabezados principalmente por EE UU y varios miembros de la Unión Europea, entre ellos España. No obstante, estos reconocimientos han perdido fuerza a nivel práctico, ya que en varios de esos países siguen funcionando las representaciones diplomáticas y consulares al mando de Maduro.

Por otro lado, debemos destacar que el calificativo que Guaidó realiza sobre la "usurpación presidencial de Maduro" comienza precisamente con la reelección presidencial de Maduro de mayo de 2019, no reconocida por la mayor parte de la comunidad internacional ni por la oposición venezolana que, para ese momento, tenía la mayoría parlamentaria. Esas elecciones no fueron avaladas por la Asamblea Nacional sino vía Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).

Por tanto, si el cambio de enfoque de Washington en 2023 llevara a desconocer a Guaidó y suavizar las sanciones contra Maduro, es posible intuir que Washington aceptaría de facto la nueva realidad política en Venezuela, entre ellas el calendario electoral presidencial 2024, avalando así las tesis de Maduro sobre su legitimidad. Unas tesis que la oposición venezolana se ha visto obligada a aceptar tras sus recientes fracasos electorales y políticos. En este sentido, las primarias opositoras previstas para 2023 tienen el foco en las candidaturas a elegir para confrontar a Maduro en los próximos comicios presidenciales.

Washington y Caracas ya abrieron canales de diálogo en marzo pasado que se materializaron a comienzos de octubre con la liberación de siete ciudadanos estadounidenses que trabajaban en la industria petrolera y fueron apresados acusados de corrupción, a cambio de los dos sobrinos del matrimonio Maduro-Cilia Flores, acusados por las autoridades estadounidenses de narcotráfico.

En estos contactos, Maduro ha dejado clara su posición de que este diálogo con Washington deberá repercutir en su reconocimiento como presidente legítimo, al mismo tiempo que Caracas ansía proyectar la imagen de normalización de la situación en Venezuela que le permita superar el aislamiento internacional y procrear mecanismos de diálogo político.

Biden y el nuevo equilibrio energético global

Por otro lado, está también el factor energético, el cual aborda igualmente una serie de interrogantes sobre esta nueva realidad entre EE UU y Venezuela. Este posible cambio de estrategia por parte de Washington, ¿obedece más bien a los recientes cambios geopolíticos y geoeconómicos derivados de la guerra de Ucrania, en particular, tomando en cuenta la desconexión energética entre Rusia y Occidente?

Del mismo modo, ¿supone esto que, ante el cambio de ecuación en el mercado petrolero global (los pactos entre Rusia y Arabia Saudí, la  reducción de producción vía OPEP, las presiones europeas para el retorno de Irán a los mercados, los acuerdos entre Occidente y Azerbaiyán, la tensión entre Europa y Argelia y el acercamiento de ésta a Rusia y China), Washington observe ahora la necesidad de abrir su abanico de aliados petroleros, así sea negociando con Maduro en detrimento de Guaidó?

Una motocicleta pasa frente a un mural con temática petrolera en Caracas, Venezuela, el 9 de mayo de 2022. (Foto de Javier Campos/NurPhoto vía Getty Images)

Los recientes acuerdos entre Rusia y Arabia Saudí para reducir la producción petrolera en 2 millones de barriles diarios son percibidos en Washington como contrarias a sus intereses energéticos, en particular ante la llegada del próximo invierno. Ante este pacto que involucra a la OPEP, Washington ha decidido liberar 10 millones de barriles de su reserva de producción petrolera "para proteger a sus consumidores y su seguridad energética".

Esto lleva también a Venezuela, considerado el país con las mayores reservas de crudo y gas natural en su subsuelo a nivel mundial. La administración Biden sopesa reducir o bien eliminar algunas sanciones contra la industria petrolera venezolana en un nuevo trato con Maduro que permita igualmente el retorno de las multinacionales estadounidenses (en especial ChevronTexaco) al mercado petrolero del país latinoamericano.

En este contexto se pudo conocer una presunta petición (posteriormente retirada) por parte de 30 congresistas del Partido Demócrata pidiéndole a Biden un "compromiso directo" con el presidente ruso, Vladímir Putin, para poner fin a la guerra en Ucrania y, con ello, contribuir a normalizar el suministro de crudo y gas natural en el mercado energético global, como medida para paliar las expectativas de recesión económica. Esta petición de un arreglo con Moscú acercaría a una parte del Partido Demócrata con las tesis de su rival electoral, el Partido Republicano, y en especial del sector trumpista existente en su seno.

Esto nos lleva a otro escenario, ya en clave interna estadounidense: las elecciones legislativas del mid-term del próximo 8 de noviembre y cómo este nuevo realineamiento de la política exterior de Biden en torno a Venezuela podría eventualmente influir en los aproximadamente 200.000 venezolanos con derecho a voto en EE UU.

Todo ello sin desestimar el peso del poderoso lobby cubano-estadounidense y su influencia electoral en EE UU, tomando en cuenta que precisamente recela de estos acercamientos de Biden con Maduro y cómo los mismos podrían implicar otro efecto colateral: un nuevo trato de Washington con el régimen cubano, el aliado hemisférico más firme de Maduro.