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Son reales los vientos de "normalización" que están apareciendo en Venezuela bajo el prisma de la crisis que vive el país.  

En los últimos meses, como si de una especie de hashtag se tratara, una frase con tintes propagandísticos denominada "Venezuela se arregló" está apareciendo en diversas redes sociales, difundiendo un mensaje de presunta "normalización" en el país caribeño. Este mensaje se hace eco de índices de recuperación económica así como de reducción de la tensión sociopolítica.

Tras años de hiperinflación y una persistente caída del PIB (calculada en más del 80% en los últimos siete años) que han mermado la capacidad de poder adquisitivo y propiciado el éxodo de más de seis millones de venezolanos, el contexto 2022 muestra un espejo de contrastes en comparación con años anteriores, con una repentina sensación de recuperación económica que se balancea en el terreno de las expectativas y de la realidad.

Esta sensación de "arreglo" de Venezuela está igualmente motivando a miles de venezolanos en el exterior a retornar al país. Este proceso, si bien aún en ciernes, comienza a cobrar peso al calor de la crisis económica global "pospandémica" en algunos de los países de acogida, principalmente europeos y latinoamericanos, donde ha venido asentándose la emigración venezolana.

Esta percepción de recuperación económica repercute también en la opinión de los venezolanos. De acuerdo a una encuesta realizada en marzo pasado, un 41% que aún siguen en el país ven con optimismo la situación actual. En comparación, este índice es notablemente menor (26%) entre los encuestados en la diáspora venezolana.

Entre los renglones que invitan a observar con cierto optimismo el panorama venezolano destacan una mejoría notable en el abastecimiento de productos de primera necesidad, el aumento de la capacidad de consumo, menos delincuencia en las calles, estabilidad política y disminución de las protestas sociales, entre otros.

 

La recuperación, ¿es real o ficticia?

Cabe por tanto indagar hasta qué punto puede hablarse de recuperación en Venezuela y si el nuevo panorama que comienza a observarse en el país es un diagnóstico real o más bien de carácter coyuntural.

Desde que en 2003 comenzó a aplicarse un sistema de control de divisas que ha propiciado, al mismo tiempo, un mayor control gubernamental sobre el Banco Central de Venezuela (BCV), las cifras económicas oficiales han destacado por su opacidad. Veamos el caso de la inflación: para marzo de 2022, el BCV situó ese índice en 1,4%, el más bajo desde 2012, pero otras fuentes independientes la calculan entre el 5 y el 20%.

Más allá de los contrastes en los índices macroeconómicos, es perceptible en Venezuela un proceso de "dolarización" de facto de su economía. Este ha permitido cierto nivel de liberalización económica tras dos décadas de regulaciones oficiales y una mayor agilidad tanto en el consumo como en las transacciones financieras corrientes. Algunos economistas calculan que el 86% de las transacciones bancarias ya se hacen en dólares. Toda vez, desde finales de 2021 se ha logrado reducir la persistente hiperinflación registrada en el país desde 2017.

No obstante, este modelo de "dolarización", si bien ha permitido "sincerar" de alguna manera la realidad económica venezolana, también está generando desigualdades socioeconómicas visibles.

El acceso al dólar sigue estando en manos de una elite que, en la mayoría de los casos, está vinculada al gobierno. La mayoría de la sociedad venezolana, en especial los empleados públicos, sigue cobrando en una moneda nacional, el Bolívar Fuerte (VEF), prácticamente sin valor en el mercado.

Para abril de 2022, la cotización registraba que 1 dólar estadounidense se cambiaba por 248.567,7500 VEF. A mediados de marzo, el gobierno de Nicolás Maduro decretó un aumento de 1.705% del ingreso mínimo que, a todas luces, sigue siendo insuficiente para costear la cesta básica. El nuevo sueldo, equivalente a 0,96 dólares diarios, está por debajo de los 1,90 dólares al día que fija el Banco Mundial como línea de pobreza extrema por rango de ingresos.

Estas desigualdades en el acceso al dólar ha provocado la búsqueda incesante de alternativas económicas que permitan adquirir divisa estadounidense en un país donde también se aprecia un floreciente "mercado negro", tanto de divisas extranjeras como de productos de consumo.

Toda vez, esta recuperación no ha amortizado los niveles de pobreza, que alcanza al 76% de la población venezolana, según datos de septiembre de 2021. Así como tampoco ha mejorado la eficiencia de los servicios básicos, en particular el suministro eléctrico y de agua potable, lastrados por la desidia y falta de inversiones.

 

Ensayo del capitalismo "bodegónico"

La repentina recuperación económica ha permitido que una nueva oligarquía se afiance en el poder a través de sus conexiones políticas con el gobierno. Este clima de reactivación económica ha provocado igualmente un repentino cambio en la fisonomía urbana, especialmente en los sectores más ricos de la capital Caracas.

Esto se debe en gran medida a la apertura de nuevos centros comerciales y tiendas de importación de bienes (coloquialmente denominados "bodegones"), orientados a satisfacer las demandas de la nueva oligarquía en el poder y que permiten ofrecer una nueva y más favorable imagen económica. En Venezuela se ha explicado este proceso a través del término de la "pax bodegónica".

Al mismo tiempo, Venezuela ha recuperado levemente su producción petrolera. Según datos oficiales, que para finales de 2021 se ubicaba en casi un millón de barriles diarios. Toda vez, la guerra en Ucrania y las sanciones occidentales energéticas a Rusia a partir de finales de febrero han provocado un aumento del precio del barril Brent (107 dólares para abril de 2022) que beneficiará los ingresos a las arcas venezolanas.

Por otro lado, comienza a consolidarse un amplio mercado de criptomonedas en Venezuela, cuyas actividades en ascenso pueden anunciar a largo plazo un cambio económico estructural en el país.

Tras años de atasco económico, la nueva radiografía en Venezuela permite consolidar las ansias de Maduro por procrear un clima de ‘normalización’ que rebaje la tensión, especialmente ante las aún existentes presiones exteriores hacia su gobierno. Se anuncia así un inédito proceso de cohabitación política en aras de alcanzar la ‘normalización‘.

No obstante, la realidad también empaña esa sensación de recuperación ante la manifestación de problemas crónicos, en particular desde el punto de vista de la seguridad. En Venezuela proliferan grupos delictivos incluso foráneos (guerrillas colombianas de las FARC y del ELN; Hizbulá libanés) que pujan por el control de esferas de poder y de espacios geográficos para beneficiarse de actividades como el contrabando, el narcotráfico y la explotación ilegal e indiscriminada de minerales, especialmente en el denominado Arco Minero al sur del país.

Por otro lado, en diciembre de 2021, la Corte Penal Internacional (CPI) ratificó su decisión de avanzar en las investigaciones que se llevan a cabo contra Maduro y altos cargos de su régimen por violaciones de derechos humanos. Con este nuevo marco de observación internacional, todo apunta que Maduro buscará equilibrios y consensos internos para intentar despejar la presión exterior vía CPI.

 

Síntomas de apertura exterior

Si bien siguen vigentes las sanciones internacionales hacia altos cargos del gobierno de Maduro, el nuevo contexto en Venezuela pareciera presagiar una apertura económica que podría instaurar cambios en sus relaciones exteriores.

Manifestación en apoyo a Alex Saab en Caracas, Venezuela. (Javier Campos/NurPhoto)

Recientemente, un grupo de 25 intelectuales y activistas venezolanos residentes en el país enviaron una carta a la Administración de Joseph Biden pidiendo levantar las sanciones contra Maduro, una posición que ha sido bien recibida incluso entre algunos sectores opositores venezolanos.

No obstante, esta carta fue contrarrestada por otra enviada también a Biden por parte de 68 empresarios y políticos venezolanos en el exterior pidiendo no levantar dichas sanciones ni adelantar mecanismos de diálogo con Maduro. Ambas cartas revelan las diferencias políticas existentes dentro de la oposición venezolana en torno a qué estrategia adoptar. Unas diferencias que incluso define la falta de consenso entre los líderes opositores que aún siguen en el país y aquellos que están en el exilio.

Por otro lado, el plano político se observa favorable para el presidente Nicolás Maduro. Destaca su avasallante victoria en los comicios regionales de noviembre de 2021, conquistando el poder en 20 de las 23 gobernaciones del país y 213 de las 335 alcaldías. Toda vez las divisiones políticas en la oposición cuestionan y debilitan el liderazgo de Juan Guaidó, quien aún sigue proclamándose como "presidente legítimo".

Con este panorama, Maduro observa un ambiente de disminución en la confrontación política en aras de procrear un clima de confianza hacia la recuperación económica. El contexto exterior también ha girado de forma significativa. La guerra en Ucrania ha propiciado un inédito acercamiento diplomático entre Washington y Caracas con el foco en el suministro energético venezolano ante las sanciones estadounidenses al petróleo y gas natural ruso. Debe recordarse que desde 2019 están suspendidas las relaciones diplomáticas entre Venezuela y EE UU.

Estos contactos generarían la posibilidad de una apertura sui generis en las relaciones entre Caracas y Washington, ahora bajo un nuevo equilibrio energético en el que las multinacionales estadounidense esperan volver a posicionarse con fuerza en el mercado petrolero venezolano. El objetivo estratégico para EE UU sería recuperar, probablemente bajo nuevas condiciones, ese papel que tuvo antaño como socio energético clave para Venezuela. Con ello buscaría desplazar la preponderancia que Rusia, China e Irán han adquirido en los últimos años en el país caribeño.

No obstante, no se aprecia que este ensayo de apertura con Washington signifique una ruptura abrupta de las relaciones de Maduro con Rusia, China, Irán y Turquía, países que le han ayudado económica y políticamente para superar los efectos de las sanciones estadounidenses y europeas, y que afianzaron sus vínculos económicos con Venezuela en la última década.

Toda vez, el reciente retorno de la izquierda al poder en América Latina (Perú, Chile y Honduras) ha permitido suavizar la presión exterior hacia Maduro. Tampoco debe olvidarse que sigue en pie la negociación y el diálogo entre Maduro y la oposición iniciado en México en septiembre pasado, a pesar de la abrupta suspensión acaecida en noviembre pasado tras la extradición a EE UU desde Cabo Verde del empresario Álex Saab, presunto testaferro de Maduro.

Estos cambios políticos arrojan expectativas para Maduro a la hora de ampliar el abanico de posibles aliados a nivel hemisférico. La atención también se enfoca en un 2022 electoral que puede registrar victorias para aliados de Maduro en Colombia (Gustavo Petro) y Brasil (Lula da Silva), sin pasar por alto las legislativas mid-term en EE UU, donde Biden pone a prueba su gestión ante el posible avance del Partido Republicano.

Así, Argentina, Bolivia, Perú y México, además de los aliados estratégicos de Maduro vía eje ALBA (Cuba y Nicaragua) se erigen como los principales apoyos hemisféricos del presidente venezolano.

 

Hacia el 2024: ‘perestroika’ económica sin ‘glasnost’ político

Con un panorama político y económico más favorable, Maduro enfoca un objetivo clave a largo plazo, orientado en una nueva reelección presidencial en los comicios pautados para 2024.

Con ello, el mandatario venezolano busca abrir un nuevo período político hasta 2030, cuando se cumpla el bicentenario de la independencia venezolana. Aspira así a consolidar su protagonismo dentro de un "poschavismo" con cariz cada vez más "madurista" iniciado con su primera victoria electoral en 2013, tras la desaparición física del ex presidente Hugo Chávez.

Este tránsito aseguraría la consolidación del "madurismo" como nueva estructura de poder en Venezuela. Toda vez este panorama no está exento de complejos equilibrios internos, en particular ante el protagonismo de figuras "históricas" (Diosdado Cabello), de la preponderancia de rostros ya conocidos (los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez) y de la posibilidad de observar el ascenso de líderes regionales y de sectores populares.

Por otro lado, la oposición traza un laberinto de dilemas que obligará a redefinir sus liderazgos y estrategias para alcanzar el poder. Todo ello traduce un difícil equilibrio determinado por el desprestigio y la desilusión que ha causado en la sociedad venezolana la apuesta de un Guaidó cada vez más irrelevante en el plano político nacional y con menos peso en el exterior, a pesar del continuo apoyo estadounidense.

Sin grandes desafíos políticos a corto plazo, Maduro ansía una ‘normalización’ que impulse una especie de perestroika económica, vía apertura y reestructuración, bajo un calculado glasnost político que contemple un sistema de "cohabitación" con una oposición menos radical. La realpolitik se impone en un "madurismo" que parece sinuosamente dejar atrás el sueño "socialista bolivariano" de su antecesor Chávez.