Una residente local vista en la calle en Caracas. (Foto de Valery Sharifulin\TASS vía Getty Images)

¿Sería posible replantear una nueva estrategia para Venezuela? ¿Qué pasos habría que dar?

Las elecciones provinciales y locales del pasado 21 de noviembre han provocado una especie de parálisis en los movimientos internacionales en favor de la democratización de Venezuela. La victoria del partido del Gobierno en 19 de las 23 provincias en las que se elegía gobernador y en 223 alcaldías (incluida Caracas) de las 335 ciudades en las que se elegía alcalde, ha dejado mudos a quienes esperábamos que estas elecciones fueran el comienzo de un proceso de conquista democrática desde la base de las instituciones del país.

Han sido unas elecciones ventajistas y desiguales, pero el cómputo electoral no es discutible. Éste es, en esencia, el mensaje del informe provisional que ha emitido la misión de observación electoral de la UE. Es preciso recordar que millones de venezolanos emigrados por la crisis humanitaria del país, no han podido votar. Que la participación electoral apenas ha superado el 43% y que el gobierno ha utilizado importantes ventajas sobre la oposición en la Administración electoral: monopolio televisivo, propaganda gubernativa, ayudas a la población vulnerable con “mensaje electoral”….etc. Ya se sabe que el PSUV y su gobierno tienen un control autoritario del poder y que sus prácticas son antidemocráticas y represivas. Pero, con todo, los partidos de la oposición han participado, han pactado su presencia en el Consejo electoral y el recuento de los votos no ha sido puesto en cuestión. La repetición electoral en Barinas y el triunfo electoral de la oposición en un Estado tan simbólico para el chavismo, lo acreditan. Esa especie de segunda vuelta ha sido la ocasión para que la oposición sumara sus votos al candidato mayoritario y su victoria por eso ha sido aplastante.

Lo cierto es que muchas de las estrategias diseñadas y puestas en marcha para derrocar a ese régimen han fracasado y, hasta cierto punto, una sensación de derrota y de desánimo se ha extendido en las cancillerías de la comunidad internacional y en la solidaridad democrática de todo el mundo, con la oposición venezolana. De la victoria abrumadora de la oposición en las elecciones legislativas de hace 6 años, que ocupó casi dos tercios de los escaños, a los resultados locales de 2021, media un abismo. Unas cuantas conclusiones deberíamos ser capaces de extraer.

La primera, es recordar que el gobierno de Maduro no aceptó aquella derrota y a través de trampas y represión anuló la cámara legislativa y destruyó la oposición ilegalizando partidos, encarcelando líderes, creando una Asamblea Constituyente fantasma paralela y forzando al exilio a sus más encarnizados enemigos.Todo ello confirmó la naturaleza antidemocrática del régimen chavista y la vocación totalitaria de la mayoría de sus dirigentes y puso – y desgraciadamente pone -en cuestión la viabilidad de una transición pactada en la que la aceptación de la derrota es condición sine qua non de juego limpio.

La segunda, es que las esperanzas de derrotar al régimen por la presión internacional y por las sanciones, se han desvanecido. El grupo de Lima se convirtió en punta de lanza de esa estrategia internacional (impulsada por Estados Unidos) y las sanciones al país (petróleo, bloqueo financiero, etcétera), acabaron por hundir la gestión económica del gobierno, ya de por sí calamitosa. El resultado lo conocemos: crisis humanitaria y cinco millones de venezolanos huyendo del país. En este contexto, la operación Guaidó y su continuidad al frente de una Asamblea Legislativa paralela, es solo un símbolo carente de unidad interna y de operatividad política. Su apoyo internacional ha disminuido extraordinariamente y su capacidad de convocatoria y de representación es mínima, lo que cuestiona su viabilidad.

La tercera, es reconocer que una oposición dividida difícilmente vencerá la fortaleza del PSUV en el gobierno. Es hora de asumir que estos años de dura represión y de notables divisiones internas, también han desgastado a la oposición y que su credibilidad social es baja. El pueblo está cansado de movilizaciones infructuosas, las divisiones entre los partidos son patentes y en algunos de ellos hay diferencias estratégicas notables entre exilio e interior. Algunos de los liderazgos más conocidos han dejado de serlo y la demanda de renovación en la dirección de algunas formaciones parece evidente. Recuperar la confianza y las esperanzas de cambio de la población, me parece la tarea más urgente e importante de la oposición venezolana. Es una opinión personal, pero para acreditarla, basta comparar los resultados electorales del 2021 con los obtenidos en 2016, cuando la oposición fue capaz de presentar listas conjuntas. De hecho, conviene recordar que si esta hubiera ido unida a estos comicios, con candidatos pactados en cada provincia, habrían ganado no cuatro sino diecisiete de las provincias. La suma de sus votos en todas ellas refleja esos resultados.

Observadores de la UE durante el despliegue de la misión de observación en Caracas. (Foto de Manaure Quintero/Getty Images)

A comienzos de 2022, es necesario replantearse caminos y estrategias para que Venezuela recupere libertades, democracia y prosperidad. Europa es y debe ser agente principal del nuevo momento venezolano porque mantiene un alto nivel de presencia y prestigio como potencia mediadora. Su papel en el proceso electoral de noviembre de 2021 acompañando a la oposición como observación internacional, su diplomacia comprometida con los valores democráticos, su constante mediación en favor del diálogo, la negociación y un proceso pacífico de transición, la limitación de sus sanciones a responsables personales de la represión sin perjudicar nunca al pueblo venezolano y por último su contribución cuantiosa a la crisis humanitaria dentro y fuera del país, especialmente con la emigración, han convertido a Europa en el agente internacional imprescindible para la salida democrática del país.

En pocos conflictos internacionales de los que nos rodean puede Europa ser tan protagonista y decisiva como lo es en el caso venezolano. EEUU presente y resolutivo, poco puede hacer en Venezuela después de tanto olvido y de tanto error estratégico como los cometidos por la anterior Administración estadounidense.

 

¿Cuáles deberían ser los pasos a dar en los próximos meses?

Reanudar las conversaciones de México, interrumpidas por el gobierno venezolano escudándose en las elecciones de noviembre. Aunque, realmente, fue debida a su airada reacción a la extradición a Estados Unidos de Alex Saab, empresario colombiano-venezolano, presunto testaferro de Maduro. La UE debe apoyar al gobierno de Noruega en la recuperación del diálogo de México entre gobierno y oposición. La vía del acuerdo interno es la única. Es la que garantiza que el proceso sea pacífico y protagonizado única y exclusivamente por los venezolanos. El contenido de ese acuerdo debe delimitar condiciones, plazos y garantías de los procesos electorales pendientes de legitimación democrática: presidenciales y legislativas.

Cabe deducir que las mejoras económicas que se empiezan a ver en Venezuela y la victoria electoral en las elecciones de noviembre, estimularán y favorecerán a los sectores más proclives al acuerdo, en el complejo mundo interno del PSUV.

La negociación política no debería limitarse a los procesos electorales pendientes. Algunas reformas del sistema institucional deberían ser también abordadas, especialmente las referidas a un mayor equilibrio de competencias entre el Ejecutivo y el Legislativo (reduciendo los excesos de autoritarismo presidencial) y asegurando la independencia del poder judicial.

En segundo lugar, la negociación de México debe estar inteligentemente acompañada de un doble proceso internacional, adecuar las sanciones a los avances que se produzcan en las negociaciones institucionales y crear un plan de estabilización macroeconómico para las finanzas públicas del país. Suavizar las sanciones implica permitir recuperar producción petrolera, abrir mercados y desbloquear los movimientos financieros, todo ello, claro está, en función de los compromisos democráticos asumidos en la negociación por parte del Gobierno. Un plan macroeconómico de estabilidad y recuperación económica, debería ser negociado con el Fondo Monetario Internacional y los Bancos Multilaterales de desarrollo. Para ambos fines, será necesario incorporar a Estados Unidos al proceso de negociaciones y a la evolución positiva de las mismas.

La Unión Europea debería acompañar las negociaciones de México con conversaciones políticas de alto nivel con los países aliados de Venezuela en la escena geopolítica internacional. Hay dos circunstancias que ayudarán en este intento. Por un lado, los cambios políticos que se están produciendo en la región. Chile, Perú, Bolivia, Argentina tienen gobiernos de izquierda y quizás este mismo año puedan tenerlos también Colombia y Brasil. Estos gobiernos nada tienen que ver con el viejo grupo de Lima y es posible que promuevan un acercamiento al diálogo del propio gobierno venezolano. Por otro, los temas de negociación con Cuba, Irán, Rusia y China en el marco del multilateralismo abierto que defiende Europa, dan excelentes oportunidades de que esas potencias presionen al régimen chavista en favor de una salida democrática negociada

Europa debe diseñar un plan humanitario específico de ayuda y cooperación a Venezuela de acuerdo con el gobierno venezolano. La cooperación europea debe hacerse presente en planes dirigidos a las principales urgencias sociales del país: salud, alimentación, poblaciones vulnerables y aportación de materiales esenciales. Un plan especial de vacunación también debería ser necesario. La ayuda a los países limítrofes que reciben la emigración venezolana (Colombia, Perú, Ecuador) debe ser acordada en planes de cooperación conjuntos. Por último, los países europeos deberían favorecer la acogida y regularización de migrantes venezolanos garantizándoles estatus legal y protección social.

La Unión Europea debe fortalecer su trabajo de relación con la sociedad venezolana organizada, tanto dentro como fuera de Venezuela. En primer plano, para reforzar la integración política de esta, recuperar la confianza en las fuerzas políticas representativas y en las instituciones democráticas y ayudar a la extensión de una narrativa de diálogo interno y de deliberación democrática como horizonte de futuro para el país. Esto es, particularmente, necesario en estos momentos. En el segundo, para articular a la sociedad venezolana de la diáspora e involucrarla en la salida democrática, asegurando entre otras muchas cosas, su derecho al voto, además de su opinión sobre el futuro del país a través de las asociaciones creadas en diferentes Estados de la Unión Europea.

Es solo una propuesta. Quizás voluntarista. Quizás ingenua. Pero, ¿no es hora ya de replantearse estrategias fracasadas? “Volver a empezar” es iniciar de nuevo el único camino de salida democrática y pacífica al conflicto de Venezuela: el diálogo y la negociación acompañados de ayuda y solidaridad internacional.