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El opositor venezolano Juan Guidó en una rueda de prensa en Caracas, junio 2020. Manaure Quintero/Getty Images

Expectativas de pacto Maduro-Guaidó para una salida electoral.

La primera ronda de contactos y de diálogo iniciada el pasado 13 de agosto en Ciudad de México con vistas a dar curso a una negociación de alto nivel entre representantes del régimen de Nicolás Maduro y de la oposición encabezados por su principal líder Juan Guaidó, continuará de forma oficial el próximo 3 de septiembre en la capital mexicana en medio de grandes expectativas que permitan eventualmente avizorar un compromiso político para la solución de la crisis venezolana.

En el marco de esta negociación se percibe igualmente la posibilidad de un hipotético y táctico reparto de poder entre Maduro y Guaidó, todo ello bajo un horizonte electoral a corto plazo establecido en los comicios regionales previstos para el próximo 21 de noviembre (21/N).

Así, la oposición venezolana finalmente parece dar muestras de aceptar su participación en estas elecciones, iniciando el proceso de presentación de candidaturas unitarias, legitimando así la "hoja de ruta" electoral trazada por Maduro. Se percibe un agotamiento interno en las iniciativas opositoras para "salir del régimen usurpador de Maduro", un escenario que se observa cada vez más distante y complejo.

 

Acuerdos, ¿esta vez sí?

Los fracasos de las experiencias anteriores de negociación realizadas desde 2016 condicionan también la viabilidad sobre las que se realizarán en México. No obstante, y más allá de las incertidumbres, el contexto actual parece establecer la necesidad de acabar con la inercia interminable de la crisis humanitaria venezolana y su incapacidad para definir una salida por consensos políticos.

De este modo, el panorama actual pareciera prever la posibilidad de un éxito bajo mínimos en una negociación igualmente muy condicionada por las presiones exteriores. En este sentido, Maduro ha buscado aliviar la presión exterior ofreciendo gestos simbólicos como la liberación del preso político Freddy Guevara.

Algunos factores parece indicar esas expectativas trazadas en un posible acuerdo para avanzar en la posibilidad de solución de la crisis. Entre estos factores destacan los estragos de la COVID en una Venezuela sumida en la escasez sanitaria; la urgente necesidad de abrir los canales de ayuda humanitaria; el clima de leve distensión entre Maduro y la oposición, con enroques políticos tácticos internos en cada escenario; la inesperada crisis cubana, aparentemente aplacada pero que implica indirectamente a Venezuela, su principal aliado estratégico regional; y finalmente, el ciclo electoral regional 2021-2022, que está recomponiento las piezas políticas hemisféricas.

 

Maduro, Diosdado y el "clan Rodríguez"

Para llegar a México con garantías, el régimen de Maduro ha realizado previamente un enroque político táctico. Las elecciones internas del PSUV realizadas a comienzos del pasado mes de agosto para designar las candidaturas de los comicios regionales del 21/N determinaron un reparto de poder estratégico dentro de un chavismo cada vez más postchavista, en este caso en manos de Maduro y Diosdado Cabello, y que defina un reequilibrio político en las filas oficialistas.

Con no menos discrepancias internas, algunas de ellas definidas por la permanente tensión entre el ala militar liderada por Diosdado Cabello y el ala civil en manos de Maduro, sin descartar la posibilidad de revertir los resultados de las candidaturas a través del dedazo, este proceso electoral del PSUV pareciera simbólicamente pasar página del chavismo hacia un cada vez más visible eje de poder madurista-diosdadista que, si bien está aún en ciernes y unido políticamente por las circunstancias, en especial los efectos de las sanciones exteriores sobre altos cargos del régimen y el equilibrio de poder interno, se observa cada vez más sólidamente instalado en las esferas del poder en el Palacio de Miraflores.

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El presidente Nicolás Maduro, centro; el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, izquierda; la primera dama, Cilia Flores, y Delcy Rodriguez, vicepresidenta ejecutiva, a la derecha, en el palacio de Miraflores. Edilzon Gamez/Getty Images

Pero existe también otra clave de poder. El jefe de la delegación del régimen de Maduro en México es Jorge Rodríguez, actual presidente de la Asamblea Nacional elegida en los controvertidos comicios de diciembre pasado que fueron desconocidos por la mayor parte de la comunidad internacional, en especial los 60 países que aún reconocen oficialmente a Guaidó como "presidente legítimo" de Venezuela. Rodríguez es un actor clave dentro del chavismo-madurismo que ha ido ganando poder en los últimos años en Miraflores, junto a su hermana Delcy Rodríguez. A ambos se les conoce eufemísticamente como el "clan Rodríguez".

En plenas conversaciones en México, Maduro decidió hacer un giro copernicano en su gabinete al relevar a mediados de agosto, como ministro de Relaciones Exteriores a Jorge Arreaza, yerno del fallecido Hugo Chávez, y sustituirlo por una pieza de confianza: Félix Plasencia, ex ministro de Turismo.

Plasencia, amigo personal del ex ministro de Transportes español José Luis Ábalos, razón por la que se le implicó en el polémico Delcygate acaecido en el aeropuerto de Barajas en enero de 2020, es una pieza estrechamente ligada al "clan Rodríguez", aspecto que refuerza el equilibrio del poder en favor de los ambos hermanos.

La salida de Arreaza de la primera línea del poder en Miraflores (pasará ahora al ministerio de Industria) revela igualmente esa intención del régimen de pasar página del chavismo enrocándose simultáneamente en el pacto Maduro-Diosdado y el ascendente poder del "clan Rodríguez".

Incluso, este eje de poder ya parece avizorar la posibilidad de una sucesión post-Maduro en manos de su hijo Nicolás Ernesto Maduro Guerra, quien también acude a México como negociador del régimen. En perspectiva, el madurismo-diosdadismo ya está perfilando un posible relevo generacional tomando en cuenta quiénes son sus representantes en la negociación que se lleva a cabo en México, donde también destaca el nombre de Héctor Rodríguez, actual gobernador del estado Miranda.

Este contexto apunta igualmente a un Guaidó neutralizado, con notoria ausencia de iniciativas viables para propiciar la salida de Maduro, y cuya posición interna dentro de la oposición ha llegado incluso a niveles de cierto aislamiento e incapacidad para reaccionar políticamente.

En este sentido, el eje del liderazgo opositor también ha mostrado sus propias fisuras, lo cual denota una serie de manejos y de equilibrios precarios entre las posiciones de Guaidó, el exiliado Leopoldo López y de Henrique Capriles Radonski por liderar esas iniciativas opositoras, en particular a la hora de negociar con Maduro en México y aceptar participar en las elecciones regionales del próximo 21/N.

En principio, Guaidó y López no aceptaban participar en estos comicios, toda vez Capriles Radonski sí, incluso mostrando una posición más condescendiente hacia las iniciativas electorales de Maduro. La reciente decisión de la plataforma opositora Mesa por la Unidad Democrática (MUD) de participar en esos comicios regionales demuestra que esas tensiones internas en la oposición se han visto súbitamente aparcadas, probablemente motivadas por las circunstancias y su pérdida de iniciativa política para salir de Maduro.

Guaidó se ha visto súbitamente obligado a abandonar su mantra político de 2019 ("fin de la usurpación de Maduro, gobierno de transición, elecciones libres"), cambiando ahora hacia un acuerdo táctico precisamente con ese "régimen usurpador" que prometió demoler. Incluso, Guaidó ya amparó una gira internacional orientada a legitimar esta negociación en México con el régimen de Maduro.

En este sentido, el régimen ha demostrado su capacidad de resiliencia e incluso de influencia política dentro de las fuerzas opositoras, amparado igualmente por el apoyo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y los estratégicos manejos del régimen castrista, hoy inesperadamente contestado en su interior por una rebelión popular tan espontánea como sorprendente, y en la siempre eficaz diplomacia de apoyo económico y logístico proveniente de Rusia y China, los únicos actores globales capaces de contrarrestar el peso cada vez menos hegemónico de EE UU.

 

Washington, Bruselas…y La Habana

Por su parte, en lo relativo a la negociación en México, Washington alienta la misma pero su posición se ha visto súbitamente distanciada tomando en cuenta la atención casi total de la administración Biden a la crisis en Afganistán ante el retorno al poder de los talibanes, la retirada de personal civil y militar estadounidense del país centroasiático y los equilibrios geopolíticos regionales.

Por su parte, la Unión Europea ha logrado mantener con eficacia una política de mediación entre las partes y de apoyo a las negociaciones en México, una posición muy estrechamente dirigida por el Alto Comisionado de Política Exterior, Josep Borrell. Con todo, Bruselas se mantiene expectante ante los avances que esas negociaciones puedan dar, especialmente a la hora de propiciar un compromiso político y un consenso entre Maduro y Guaidó para salir de la crisis, así como las garantías necesarias para que en Venezuela se realicen elecciones transparentes, libres y con observación internacional. De este eventual compromiso entre Maduro y Guaidó dependerá la posibilidad de que Bruselas disminuya progresivamente sus sanciones contra altos cargos del régimen venezolano.

Por otro lado, al régimen castrista también le conviene la negociación mexicana que pueda abrir una ventana de legitimidad exterior para Maduro, así como la posibilidad de ganar tiempo internamente a la hora de ofrecer concesiones ante las protestas y de amortiguar las presiones exteriores sobre la represión de las mismas.

Así, un Maduro más fortalecido políticamente acude a la negociación en México a mostrar sus cartas, que se pueden resumir en preservar la supervivencia del régimen a través del fin de las sanciones y un calendario electoral pactado con el grupo de poder opositor conformado por Guaidó, Leopoldo López y Henrique Capriles Radonski, secundados por otras fuerzas opositores que ya han pactado con anterioridad con Maduro, tal y como se observó de cara a las controvertidas elecciones parlamentarias de diciembre pasado.

Contrariado por este contexto, Guaidó también acude a México para salvaguardar sus intereses, cada vez más enfocados en llegar a un acuerdo político y electoral que le permita seguir teniendo peso en la política interna venezolana así como de interlocución ante la comunidad internacional.

A Guaidó ya poco le vale el reconocimiento de 60 países como presidente legítimo de Venezuela. La dinámica de la realpolitik le obliga a reconocer que Maduro tiene el poder de facto en Venezuela, con lo cual el régimen acude a México para alcanzar una mayor legitimidad exterior, incluyendo que el propio Guaidó le reconozca como el presidente legítimo de Venezuela, y terminar así con ese mantra anteriormente mencionado sobre el "fin de la usurpación" del poder de Maduro en Venezuela.

 

Ciclo electoral hemisférico 2021-2022

A falta de conocer con exactitud qué ocurrirá en Cuba, el vuelco político hemisférico también es una carta a favor de Maduro. Mientras el izquierdista Andrés Manuel López Obrador busca ganar puntos con esta negociación sobre la crisis venezolana, en especial ante la administración de Joe Biden, la asunción presidencial del también izquierdista Pedro Castillo en Perú suma para Maduro otro aliado hemisférico, una réplica de lo que sucedido en Argentina en 2019 y Bolivia en 2020.

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El venezolano Nicolás Maduro reunido con su homólogo ruso, Vladímir Putin, en Moscú, 2017. Mikhail Svetlov/Getty Images

Toda vez, el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua se prepara para una farsa electoral en los comicios presidenciales de noviembre próximo, acentuando una represión dirigida a desactivar candidaturas opositoras y asegurarle al matrimonio Ortega-Murillo un nuevo período de poder en Managua.

El horizonte electoral hemisférico anuncia dos platos fuertes para 2022: Colombia y Brasil irán a presidenciales. Con Luis Inácio Lula da Silva ya confirmado como candidato contra Jair Bolsonaro en el caso brasileño, la atención se concentra en conocer si en Colombia se constituirá una plataforma izquierdista con reductos de la FARC y del ELN apoyados por Maduro y Cuba, sin menoscabar la posibilidad de entronizar al izquierdista Gustavo Petro, al que muchos dentro y fuera de Colombia identifican como simpatizante del chavismo.

En estos escenarios, Rusia y China también se muestran expectantes en cuanto a la posibilidad de acumular ganancias geopolíticas que resten capacidad de maniobra hemisférica para Washington y le permitan asentar sus aliados regionales, en particular Venezuela, Cuba y Nicaragua dentro de un eje del ALBA ya prácticamente invisible.

México se juegan cartas geopolíticas hemisféricas con la crisis venezolana como epicentro. Independientemente del éxito o fracaso de la negociación, se vislumbra un acuerdo de mínimos para un reparto de poder político en Venezuela entre el madurismo-diosdadismo y una oposición que también pareciera pasar página del capítulo Guaidó.

Aún así, las interrogantes siguen abiertas: ¿cederá en algún punto concreto el régimen de Maduro, en particular la liberación de presos políticos y las garantías de elecciones transparentes? ¿Cómo saldrá parado el eje Guaidó-Leopoldo López en la plataforma opositora? ¿Emergerá otro nuevo liderazgo opositor con viejas caras, como es el caso de Capriles Radonski? La herencia del chavismo, ¿se la repartirán Maduro, Diosdado y el "clan Rodríguez"? Si de nuevo fracasa esta negociación, ¿estamos ante un punto muerto o de no retorno en Venezuela?

"Vamos bien", llegó a decir Maduro el pasado 8 de agosto, en relación a la negociación con Guaidó, calificando incluso a la oposición de "guaidocista". Esta declaración de intenciones revela un contexto más favorable a los intereses del régimen de Maduro, que sabe que poco tiene que perder sobre lo que se negocie.

En México no hay nada completamente seguro, aunque la inercia y el desgaste de la crisis venezolana a nivel internacional y la necesidad imperiosa de alcanzar una solución, especialmente ante la crisis humanitaria, obligaría a aceptar algún tipo de acuerdo en clave electoral entre Maduro y Guaidó, que suponga un punto de inflexión y cierre, al menos parcial y momentáneamente, la crisis política e institucional vigente desde enero de 2019.