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Partidarios de Pedro Castillo en Lima. (Ricardo Moreira/Getty Images)

¿Cómo será la política latinoamericana ante el ciclo electoral 2021-2022?

Con una nueva década en curso y un estratégico ciclo electoral vigente hasta 2022, la política latinoamericana observa cambios en sus péndulos políticos, igualmente contextualizados por los efectos socioeconómicos de la pandemia de la COVID-19, que definen un panorama, a grosso modo, de incertidumbre y polarización.

Estos péndulos transmiten la aparición de nuevos liderazgos políticos, algunos de ellos de calado efectista, otros con estilo más personalista, populista y "antisistema" pero con notable apoyo popular. Toda vez, es igualmente perceptible la reconversión de algunos liderazgos políticos provenientes de partidos y movimientos otrora hegemónicos, que intentan traducir el descontento popular hacia determinados gobiernos y presidentes.

Cambio en Ecuador, expectativas en Brasil

Entre los nuevos liderazgos está el de Ecuador, que ha apostado al menos de manera preliminar, por pasar página del "correísmo" con la victoria del neoliberal Guillermo Lasso en los comicios presidenciales del pasado 11 de abril.

No obstante, la victoria de Lasso deberá conjugar la herencia de pragmatismo económico y político proveniente de la década "correísta" (2007-2017) y de su sucesor Lenín Moreno, con la posibilidad de una reconversión del mapa político ecuatoriano, donde la complejidad de actores anuncia una alteración del binomio izquierda/derecha, ahora más enfocado en el pulso entre "correístas"/"anticorreístas".

Con todo, la derrota electoral del "correísmo" ante Lasso, en gran medida motivada por la atomización del voto indígena y del campo político de izquierdas, no ha obstaculizado el hecho de que algunas de estas expresiones de izquierdas sí han logrado establecer marcos de reconversión y de renovación de sus liderazgos más emblemáticos a nivel regional.

Los casos más significativos han sido el del "poskirchnerismo" en Argentina, con la presidencia de Alberto Fernández desde 2019, y el MAS "posEvo" en Bolivia, con la victoria electoral del actual presidente Luis Arce en octubre de 2020.

Otros contextos, como el de Brasil, parecen retrotraer viejas disputas políticas. A sus 75 años, el que fuera presidente del país, Lula da Silva, anunció su vuelta al ruedo político como candidato en las elecciones presidenciales de octubre de 2022. De esta manera, marca la pauta política en un país azotado por la crisis de la pandemia, con más de 300.000 muertos.

En el foco está la errática gestión de esta crisis por parte del presidente derechista Jair Bolsonaro, quien a pesar de todo parece convencido de concurrir para la reelección en 2022. Al mismo tiempo, Bolsonaro, un antiguo militar que ha evidenciado su devoción por el mundo castrense y las armas, ha tenido que afrontar una inédita crisis institucional con la renuncia en pleno de su cúpula militar.

Con todo, la vuelta de Lula a la política con la mente puesta en los comicios 2022 pareciera igualmente definir la incapacidad de las izquierdas brasileñas para confeccionar un liderazgo "poslulista". En este sentido, el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula no ha seguido el ejemplo del "kirchnerismo" argentino, que sí logró reconvertir, al menos desde una fórmula electoral, su liderazgo muy ligado a los Kirchner a través de un nuevo presidente como Alberto Fernández.

El test electoral en Brasil más bien pareciera denotar una vieja disputa entre Lula y Bolsonaro, con visos incluso de revanchismo político, y que podría obstaculizar la posibilidad de una renovación de los liderazgos políticos en el país.

De hecho, el reciente fallecimiento por cáncer (16 de mayo) del joven alcalde de São Paulo, Bruno Covas (41 años), del Partido Social Democrático Brasileño (PSDB) supuso un duro golpe no sólo moral para la política brasileña sino para aquellas formaciones como el PSDB, que buscan la renovación a través de líderes de proyección política con mayor calado centrista o de centro-derecha. Por otro lado, desde la izquierda brasileña se erige ahora la figura de Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y quien fuera rival de Covas para la alcaldía de São Paulo en las municipales brasileñas de noviembre de 2020.

Chile, Perú y México

El calendario electoral latinoamericano a corto y mediano plazo da a entender los retos a los que se somete la región en este contexto determinado por la pandemia, pero también por el descontento social. En este sentido, varios países con peso estratégico en la política regional se someterán a las urnas, con la posibilidad de observar cambios políticos.

Argentina irá a elecciones legislativas en noviembre de 2021, una prueba electoral que medirá la consistencia de la gestión del presidente Fernández, fuertemente polarizada por los efectos socioeconómicos y sanitarios de la pandemia y la heterogeneidad del campo político peronista y "poskirchnerista" bajo su presidencia.

El 15 de mayo, Chile celebró elecciones constituyentes para redactar una nueva Constitución y celebrará comicios presidenciales en noviembre, otro test importante para el mandatario conservador Sebastián Piñera y las fuerzas opositoras que agitaron la calle en 2019 clamando por la reforma constitucional.

Las elecciones constituyentes chilenas evidenciaron un claro mensaje ciudadano contra los partidos políticos tradicionales que han dominado la política chilena en los últimos treinta años. El ascenso de liderazgos independientes y progresistas, con escasa representación de partidos conservadores, da igualmente a entender un final simbólico de la herencia "pinochetista" y del período de la Concertación iniciado a partir de 1990, posterior a la caída de la dictadura militar.

En esa misma jornada electoral se celebraron comicios municipales y por primera vez de gobernadores regionales, donde las fuerzas opositoras de izquierdas obtuvieron importantes triunfos que, muy probablemente, ejercerán una influencia decisiva de cara a las presidenciales de noviembre próximo.

Por otro lado, Perú ha definido en la segunda vuelta electoral del 6 de junio un duro pulso político entre el izquierdista Pedro Castillo (coalición Perú Libre), un docente a quien se le vincula con la exguerrilla maoísta de Sendero Luminoso; y Keiko Fujimori (Fuerza Popular), abanderada del "fujimorismo" con el apoyo de diversas expresiones de derecha y liberales.

Mientras todo apunta a que Castillo (50,24%) se perfila hacia la victoria sobre Keiko Fujimori, la evidencia apunta a que existe un marcado nivel de polarización política en la que se encuentra instalado el país andino, una perspectiva que muy probablemente intensificará la crisis política peruana y dificultades para la gobernabilidad durante el próximo período presidencial hasta 2026.

De hecho, la tensión poselectoral en pleno recuento de votos se ha incrementado ante las denuncias de Keiko Fujimori de un supuesto fraude electoral, sin ofrecer pruebas contundentes, una situación que recreó lo vivido en noviembre de 2020 en las elecciones estadounidenses entre Trump y Biden.

La campaña electoral peruana se ha visto igualmente enfocada en una especie de confrontación entre el "comunismo" que supuestamente encarnaría Castillo, incluso ampliando esta perspectiva hacia un eventual eje chavista; y la opción "democrática" enlazada con la candidatura de Keiko Fujimori, obviando con ello el marcado autoritarismo que supuso la década "fujimorista" (1990-2000) para el Perú contemporáneo. De hecho, durante el avance del recuento de votos que daba la ligera ventaja a Castillo, la Bolsa de Valores de Lima experimentó una acuciada caída ante la posibilidad de la llegada del izquierdista al poder.

Al mismo tiempo, este pulso electoral pareciera recrear la división política entre la capital, Lima, y las regiones rurales peruanas, un contexto muy similar al de otros casos a nivel andino como las vecinas Bolivia entre La Paz y el oriente del país y Ecuador entre Quito, Guayaquil y las regiones amazónicas.

Por otro lado, México celebró comicios legislativos, federales y locales el pasado 6 de junio, que definen un nuevo momento político para el carismático presidente progresista Andrés Manuel López Obrador, en el poder desde 2018. En este sentido, estas elecciones generaron un nuevo equilibrio político en el país.

Su partido Morena, incluido dentro de la coalición electoral Juntos Haremos Historia completada con el Partido Verde y el Partido del Trabajo, consiguió mantener la mayoría cualificada dentro del Congreso de los Diputados y al menos unas 10 de las 32 gobernaciones del país. No obstante, los opositores PRI y PAN también avanzaron electoralmente, aumentando su representación en un Congreso mexicano que se muestra claramente fragmentado y polarizado. Este escenario define también algunas de las claves enfocadas en las presidenciales mexicanas de 2024.

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Diputados del partido Nuevas Ideas en el Parlamento de El Salvador durante una intervención del presidente del país, Nayib Bukele. (Roberto Martinez/APHOTOGRAFIA/Getty Images)

Nicaragua y América Central

En el calendario electoral a nivel hemisférico también está América Central, relevante por los problemas de criminalidad, narcotráfico, crisis socioeconómica e inmigración ilegal hacia EE UU y Canadá, que se observan en los países denominados como el "Triángulo Norte", siendo estos El Salvador, Honduras y Guatemala. La pandemia ha agudizado los problemas estructurales allí existentes.

En el poder desde 2006, el presidente nicaragüense Daniel Ortega buscará consolidar su hegemonía en las presidenciales de noviembre de 2021, con el nombre de su esposa Rosario Murillo como posible aval político para el futuro de un "orteguismo" cada vez más inerte y lastrado por raíces de caudillismo autoritario. De hecho, se intensifican las denuncias de acoso y detenciones de líderes opositores y precandidatos presidenciales nicaragüenses como Cristiana Chamorro y Arturo Cruz, que ya han sido denunciadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Por su parte, Honduras también celebra elecciones en noviembre de este año.

En marzo pasado, el presidente salvadoreño Nayib Bukele reforzó su poder en las elecciones legislativas. El caso Bukele es significativo tomando en cuenta que su estilo personalista y autoritario, con rasgos populistas pero más de derechas, cada vez más encaminado a subvertir los contrapesos institucionales (especialmente el poder judicial) le ha granjeado una fuerte popularidad que incluso ha irradiado en otros contextos centroamericanos, como precisamente el caso hondureño, pero también regionales como Venezuela.

Siguiendo con el calendario electoral, en septiembre, Haití irá a comicios presidenciales y Paraguay a elecciones municipales en octubre.

El reto 2022: Colombia y Brasil

Con todo, el 2022 se anuncia como el año electoral decisivo para la región a corto plazo. A las presidenciales brasileñas se les unen las de Colombia, donde el izquierdista Gustavo Petro buscará poner fin a cuatro años de "uribismo" en manos del actual presidente Iván Duque, con el acuerdo de paz con las guerrillas como pulso electoral.

Las protestas que desde finales de abril están realizándose en varias ciudades colombianas por la propuesta de reforma tributaria (finalmente aplazada) del presidente Duque y, especialmente, por la represión por parte de los organismos de seguridad, augura una etapa de convulsión para la política colombiana. Con incidencia no sólo de cara a los comicios presidenciales 2022 sino también como posible reactivador del descontento social a nivel regional. Esto ya sucedió con los violentos disturbios en 2019 tanto en Colombia como en Ecuador y Chile, entre otros.

En este sentido, se observa con atención cómo las protestas en Colombia podrían influir en las opciones presidenciales del candidato izquierdista Gustavo Petro en un momento clave determinado por los esfuerzos de normalización política de la guerrilla de las FARC tras los acuerdos de paz de 2016 y las tensiones fronterizas con Venezuela, que implican a diversas facciones guerrilleras.

Acérrimo opositor del "uribismo", Petro ha marcado distancia con las protestas, en particular ante el caudal violento de algunas de ellas, en un intento por convertirse en un apaciguador que modere la frustración social y lidere las demandas populares.

En el foco de la crisis colombiana está igualmente presente el futuro político del "uribismo" de cara a los comicios 2022, ahora personificado en el presidente Duque, pero con fuerte influencia y presencia pública del anterior presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez. La gestión de Duque de la pandemia y de las protestas le han granjeado una mayor impopularidad tanto para su imagen como para la del "uribismo", un factor que muy probablemente tendrá incidencia en los comicios del próximo año.

Ya fuera del contexto netamente latinoamericano tenemos las elecciones legislativas del "mid-term" en EE UU (noviembre de 2022), que definirán un reto político para la presidencia del demócrata Joseph Biden y su política hemisférica.

Mientras, Cuba ha dado paso simbólicamente a la etapa "poscastrista" con el traspaso del poder de la histórica generación revolucionaria de 1959, ahora institucionalizado en la figura del actual presidente Miguel Díaz-Canel, acaecido durante el reciente VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba de mediados de abril, que definió  el adiós de Raúl Castro de la esfera pública.

El laberinto venezolano

Por otro lado, queda en el escenario saber qué sucederá con Venezuela, la crisis humanitaria y política más acuciante a nivel hemisférico. Los esfuerzos de negociación que, desde el exterior, principalmente por parte de la Unión Europea, se realizan para acercar posiciones entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición a fin de buscar una salida electoral, siguen siendo la tónica dentro del complejo panorama político venezolano.

La política venezolana también mira con atención cuál será el enfoque de la Administración de Joseph Biden en la Casa Blanca, la cual no parece mostrar a América Latina como un escenario prioritario de su política exterior. En mayo pasado, el principal líder de la oposición, Juan Guaidó, lanzó un Acuerdo de Salvación Nacional orientado a buscar una salida electoral que permita desbloquear no sólo la situación política sino la urgente ayuda humanitaria.

Guaidó sabe que debe retomar la iniciativa política en un momento de evidente debilitamiento político de su liderazgo. La reciente elección de una nueva directiva del Consejo Nacional Electoral (CNE) confirma que Maduro maneja su propia agenda electoral.

Si bien Maduro rechazó en primer plano el acuerdo de Guaidó, exigiendo que el mismo se realice dentro de los diálogos de la Mesa de Negociación ya existentes liderados por Jorge Rodríguez, fiel representante del régimen, sus estrategias se focalizan más bien en ganar tiempo para buscar una eventual apertura por parte de la Administración Biden a cambio de aceptar un nuevo calendario electoral presidencial.

Por ahora, el régimen de Maduro mantiene realizar el próximo 14 de noviembre las elecciones regionales y municipales. En cuanto a las negociaciones ante la propuesta de Guaidó, Maduro envió un mensaje a Washington considerando que aceptaría la solución electoral de adelantar las elecciones presidenciales. Eso sí, siempre y cuando EE UU levantara las sanciones contra su régimen y aceptara la legitimidad de la Asamblea Nacional constituida tras las controvertidas elecciones legislativas de diciembre pasado. Estas no fueron reconocidas por la mayoría de la comunidad internacional, entre las que se encontraban Estados Unidos y la Unión Europea.

El próximo 16 de junio, Biden se reunirá en Ginebra con el presidente ruso Vladímir Putin, en la primera cumbre entre ambos presidentes donde el "tema Venezuela" puede entrar colateralmente en la agenda. Y ello podría acrecentar las expectativas de una salida electoral a la crisis prevista para finales de año.

En el horizonte se habla también de unas posibles elecciones regionales e incluso de un referéndum revocatorio contra Maduro en 2022. Pero nada de esto parece esclarecerse, toda vez la pandemia agrava aún más la crisis socioeconómica y sanitaria venezolana.

¿Otra década perdida?

También deben observarse con atención los efectos económicos y el peso de la política exterior de América Latina ante este ciclo electoral. En medio de la recesión económica que antecede a la pandemia, los esfuerzos por la recuperación económica y la normalización ante la crisis sanitaria global serán los retos políticos más visibles a corto y mediano plazo. Esto influirá en la decisión electoral ante el actual ciclo.

De acuerdo al Anuario Estadístico 2020 elaborado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la región experimentó una caída del 7,7% del PIB en 2020 producto de los efectos de la pandemia. Esto ha repercutido en un aumento de la pobreza y de la pobreza extrema en la región, que alcanza a un 30,5% de la población total latinoamericana. 187 millones de personas se encuentran en situación de pobreza y 70 millones de pobreza extrema. Por otro lado, la población de América Latina y del Caribe experimentó un alza del 0,8% en 2020, alcanzando los 654 millones de personas.

El persistente problema de la pobreza, acuciada por los efectos de la pandemia, así como la corrupción y las frecuentes crisis institucionales y políticas (mucho más visibles en la región andina), muy probablemente repercutirán en la configuración de los futuros liderazgos políticos regionales y en su posibilidad de acceso al poder por la vía electoral.

En este aspecto destacan casos como el de Bukele en El Salvador, considerado como un populista de derechas con elevada popularidad, y otros como el regreso de Lula en Brasil, que buscará rememorar sus éxitos en materia de políticas sociales, pero ahora bajo un contexto mucho más crítico en materia social y de radical polarización política a través de un liderazgo personalista como el de Bolsonaro.

Este contexto también repercutirá en la perceptible pérdida de peso a nivel internacional de la región latinoamericana, muy diferente al período de expansión de sus relaciones exteriores experimentado en la primera década del siglo XXI, en gran medida fomentados por liderazgos enérgicos con visión multipolar como los de Lula y Chávez, principalmente.

Este aspecto también repercute en los mecanismos de integración regionales, hoy visiblemente estancados. La proliferación de expresiones de integración regional observados en la década de 2000-2010, como fueron los casos del ALBA, UNASUR y CELAC, así como su irradiación global (BRICS, IBSA) se han visto ensombrecidos en la última década, en gran medida por la caída de los precios de las materias primas, la desaparición física de algunos de sus impulsores (Chávez, Néstor Kirchner…) y la transición del poder hacia otros liderazgos menos consecuentes con esta visión exterior (Bolsonaro, Macri en Argentina…)

Por otro lado, actores externos como China y Rusia siguen observando a América Latina como un foco geopolítico de interés, aunque tomando en cuenta que el vuelco electoral y político hacia la derecha escenificado a partir de 2015 en países como Brasil, Colombia, Chile y Ecuador le ha restado a Pekín y Moscú cierto margen de maniobra.

Más allá de las orientaciones y definiciones políticas (por ejemplo, la Rusia de Putin se observa como marcadamente conservadora), el hecho es que Rusia y China lograron avanzar en sus intereses hemisféricos con gobiernos de izquierdas y progresistas en el poder, principalmente por las intenciones de esos gobiernos de consolidar un sistema global multipolar que les permitiera tener más voz en el escenario internacional y que restara influencia a la tradicional hegemonía estadounidense. Con todo, a nivel hemisférico, ha sido más bien el pragmatismo político y los intereses económicos por encima de los ideológicos los que han prevalecido en los enfoques de ruso y chino en cuanto a sus respectivas políticas hacia Latinoamérica.

A excepción de Venezuela, Cuba y Nicaragua, socios estratégicos de Pekín y Moscú, pero también dependientes de su ayuda económica y militar, estos nexos se han debilitado a nivel hemisférico. No obstante, la actual geopolítica de las vacunas ha reactivado moderadamente esta presencia china y rusa, especialmente en países como Argentina, México y Venezuela.

En conclusión, América Latina se prepara para un nuevo y decisivo ciclo electoral 2021-2022 que puede definir a grandes rasgos la orientación política a nivel hemisférico. En este sentido, el tradicional binomio izquierda-derecha comienza levemente a diluirse en expresiones políticas alternativas, antisistema e incluso populistas de diversos colores políticos.

Por tanto, la heterogeneidad definida por el malestar social es la expresión política que parece esclarecerse con mayor nitidez en la actual realidad latinoamericana, visiblemente diferente al cuasi homogéneo giro progresista y de izquierdas presentado en la región. durante la primera década y media del siglo XXI.