Cuatro claves que plantean lo que está sucediendo en la isla caribeña.   

Canel_cuba
El presidente cubano, Miguel Diaz Canel, en México, 2019. Hector Vivas/Getty Images

Las masivas protestas que vive Cuba desde el pasado 11 de julio, las mayores acaecidas en la isla caribeña desde el célebre "Maleconazo" de 1994, definen factores complejos que podrían explican esta inédita y espontánea rebelión social, así como las consecuencias que la misma pueden desencadenar para el postcastrismo liderado actualmente por el presidente Miguel Díaz-Canel.

Hasta el momento, y salvo la renuncia del viceministro del Interior, la cual no fue aceptada por el gobierno de Díaz-Canel, no se ha presentado ninguna fisura significativa dentro del régimen cubano. Además de esta dimisión destaca el repentino fallecimiento por la COVID-19 del General de División Agustín Peña, de 57 años, jefe del Ejército Oriental de Cuba y miembro del Partido Comunista de Cuba (PCC), según informaron medios oficiales cubanos.

Para contrarrestar las protestas, el régimen convocó el pasado 17 de julio a un acto masivo de apoyo a la revolución, en la cual reapareció el ex presidente Raúl Castro, muy probablemente con la intención de desmentir todo tipo de informaciones que aseguraban un presunto plan de fuga de la familia Castro, así como las aparentes tensiones existentes dentro del gobierno de Díaz-Canel sobre la represión y el alcance de las protestas.

Presentamos aquí cuatro claves que pueden ayudar a entender este nuevo escenario en Cuba y sus posibles consecuencias tanto a nivel interno como hemisférico.

"Continuidad" ya no es un aval sino un obstáculo. Durante el Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) celebrado en el pasado mes de abril, que entronizó a Miguel Díaz-Canel como el abanderado del postcastrismo, así como la histórica retirada de Raúl Castro de las altas esferas del poder, un lema se repitió hasta la saciedad: "continuidad". Con ello, la nomenklatura cubana y su simbólico relevo buscaban identificarse con el mantenimiento de los ideales revolucionarios en este nuevo e inédito contexto.

Pero las protestas escenificadas a mediados de julio han demostrado que, en vez de ser un aval, la "continuidad" pareciera ser más bien constituir un serio obstáculo para el cambio, un símbolo del inmovilismo, la inercia y la burocratización del sistema. Este aspecto ha prendido la mecha de las manifestaciones, demandando transformaciones sustanciales, en particular, en lo referente a la pluralidad política e informativa y el fomento de expresiones de participación ciudadana que permitan ejercer influencia en la toma de decisiones.

Por razones de edad, a Díaz-Canel no se le identifica con la generación de la Sierra Maestra que llevó a cabo la revolución en 1959. Más bien, se le asocia con la transición generacional institucionalizada dentro del sistema, una especie de gatopardismo con cambios cosméticos para que nadie cambie en lo sustancial.

A diferencia de otros altos líderes del régimen, Díaz-Canel es poco conocido para los cubanos. Tampoco cuenta con el carisma que tenía Fidel Castro ni tampoco con la experiencia de gestión de su hermano Raúl, ambos factores clave para afrontar una crisis de la envergadura que actualmente se observa en la isla.

Díaz-Canel se encomienda así a las estructuras de poder del PCC, el peso e influencia de la Fuerza Armada Revolucionaria de Cuba (FARC) y los organismos de control social y de represión, en particular los Comités de Defensa de la Revolución y otros grupos como la "Brigada Especial Nacional", coloquialmente denominada "Avispas Negras".

La crisis económica, aumentada por los rigores de la pandemia y los vaivenes de los programas de vacunación, la caída del turismo, las sanciones vigentes desde la administración de Donald Trump para el envío de remesas desde el exterior, que se calculan en 3.500 millones dólares anuales, y la finalización en enero pasado del sistema cambiario del peso convertible, que ha provocado una mayor desigualdad social en cuanto a la adquisición de productos cada vez más dolarizados, procreando así la escasez, afectan igualmente la capacidad de gestión de Díaz-Canel y su pretensión, al menos simbólica y siguiendo los tradicionales eslóganes propagandísticos, de ser el garante de la continuidad.

La actual rebelión social en varias ciudades cubanas apunta a la inevitabilidad de apostar por un audaz cambio de rumbo. Son numerosas las pancartas ofensivas hacia Díaz-Canel, desacreditando su posición como heredero del postcastrismo y como garante eficaz de la continuidad del régimen, un aspecto cuando menos inédito con respecto al tratamiento del principal líder del país, en este caso a través de manifestaciones populares.

CubaSOS
Protesta contra el régimen por parte de cubanos que viven en Málaga, España, julio 2021. Jesus Merida/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

Internet como motor de la rebelión. En diciembre de 2018, el gobierno de Díaz-Canel permitió una incipiente apertura de la Red en la isla. Lo hizo argumentando la necesidad de "modernización" dentro de los nuevos planes económicos. Pero el contexto actual parece definir que este efecto ha sido claramente contraproducente.

Un ejemplo es la masificación dentro y fuera de Cuba del mensaje "Patria y Vida", en oposición al slogan fidelista de "Patria o Muerte". Y aquí se identifica una clave que ha logrado vertebrar las protestas: la huelga de hambre y las demandas de pluralidad realizadas desde finales de 2020 por el Movimiento San Isidro, conformado por artistas y youtubers. Este movimiento ha logrado ampliar su mensaje tanto a nivel interno como en el exilio cubano, reforzando sus demandas a través de las redes sociales como herramienta de difusión del descontento y malestar social hacia el régimen.

Otro mensaje de importancia en las redes sociales dentro y fuera de la isla es el de #SOS Cuba, que crece diariamente potenciando la solidaridad con los manifestantes contra el régimen castrista.

Este mensaje se ha convertido en un catalizador importante en el exterior de apoyo a los manifestantes, aspecto en el que también ha destacado la diáspora venezolana, que convocó el pasado 18 de julio a manifestaciones en EE UU y Europa bajo el lema #SOS Cuba y ¡No más comunismo en América Latina!, uniendo así las expectativas del exilio cubano y venezolano contra los regímenes castristas y chavista-madurista, a los que también se ha añadido el exilio nicaragüense ante la actual represión preelectoral impulsada por el presidente Daniel Ortega.

Si bien la tradicional censura comunicativa del régimen cubano alcanzó inmediatamente Internet con el inicio de las protestas, la capacidad de las redes sociales para mostrar lo que estaba sucediendo en Cuba dieron la vuelta al mundo, principalmente impulsados por sectores disidentes desde la isla caribeña con el exilio como correa de transmisión. Toda vez, surgen sospechas de que el régimen cubano ha utilizado las mismas herramientas que su aliado chino para frenar la expansión de Internet durante las protestas.

A pesar de la censura, Internet y las redes sociales han sido sumamente eficaces a la hora de transmitir el mensaje de protesta y rebelión, generando afinidades políticas fuera de la isla. Un factor que encuentra ciertas similitudes con lo ocurrido con las nuevas tecnologías durante la denominada Primavera árabe de 2011.

Caracas y los pulsos exteriores. Con Venezuela, benefactor petrolero en declive y pieza geopolítica estratégica del régimen cubano actualmente en una situación de incertidumbre política con horizonte electoral a la vista, Cuba se observa en un escenario exterior abierto a todo tipo de posibilidades.

Como era de esperar, el venezolano Nicolás Maduro fue de los primeros líderes internacionales en apoyar a Díaz-Canel y al "gobierno revolucionario" de Cuba. Maduro envió a La Habana a Delcy Rodríguez, vicepresidenta y una de las figuras más importantes del régimen venezolano, con la intención de mostrar todo su apoyo al gobierno de Díaz-Canel y reafirmar así la alianza estratégica cubano-venezolana.

Toda vez, el principal líder opositor venezolano, Juan Guaidó, expresó su apoyo a los manifestantes. Pero más allá de estas declaraciones oficiales y las polarizaciones políticas, no se han presentado movilizaciones sociales en Venezuela en apoyo a las protestas en Cuba. La crisis económica y los estragos de la COVID sostienen la principal atención de los ciudadanos venezolanos.

Por ello, una de las claves a nivel hemisférico se enfoca en conocer qué incidencia tendría la crisis cubana en Venezuela ante la posibilidad de que las protestas en la isla aceleraran  un cambio político en ambos países.

Desde 2000, Venezuela es el principal aliado estratégico de La Habana a nivel hemisférico. Toda vez, el regreso al poder de Daniel Ortega en Nicaragua en 2006 ha incluido a Managua en este eje "bolivariano y revolucionario", definido a través de la visiblemente alicaída Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA). En el caso nicaragüense, la represión ya ha sido activada semanas antes de presentarse la protestas cubanas, en este caso contra candidatos opositores a las elecciones presidenciales previstas para noviembre próximo.

Por otro lado, la administración de Joseph Biden en EE UU y la Unión Europea han dado mensajes de tibieza y cautela con respecto a los acontecimientos cubanos, enfatizando en aspectos como la estabilidad, el diálogo y el respeto a la libertad y los derechos humanos ante las protestas.

Se aprecia claramente que Washington y Bruselas mantienen una actitud expectante ante las manifestaciones, probablemente convencidos de observar que no existe un liderazgo político claro entre los que llaman a la manifestación en Cuba. Incluso es perceptible cierta sensación de distanciamiento de la crisis, una posición no menos riesgosa, en particular para Biden ante el activo lobby cubano en EE UU, que clama incluso por una intervención directa de Washington en Cuba y propiciar ayuda humanitaria a los manifestantes.

La crisis cubana ha explotado a nivel hemisférico copando una atención hasta ahora enfocada en la indefinición postelectoral peruana, toda vez el izquierdista Pedro Castillo cuenta los plazos para poder ser proclamado como presidente; la activación de la represión preelectoral en Nicaragua; y el asesinato del presidente haitiano Martine Möise el pasado 7 de julio. Estos acontecimientos también podrían haber ralentizado las respectivas posiciones estadounidense y europea sobre lo que está sucediendo en Cuba.

Menos tibias han sido las declaraciones oficiales de otros dos aliados del régimen cubano, Rusia y China, que también son aliados del régimen de Maduro en Venezuela. Moscú ha sido el más duro en sus declaraciones, al criticar una "injerencia exterior" y "acciones destructivas" dentro de la crisis cubana, apuntando claramente a una posible inherencia de EE UU.

La posición del Kremlin coincide así con declaraciones observadas en crisis anteriores aparecidas dentro del espacio ex soviético, como han sido los casos de Ucrania en 2013-2014 y más recientemente de Bielorrusia en 2020, no sin ello olvidar que esa misma posición rusa de criticar inherencias exteriores apuntando a Washington también se observa en la óptica rusa sobre lo que sucede en Venezuela.

Pekín, por otro lado, prefiere apostar por un llamado a la estabilidad y al diálogo, en particular para intentar no irritar la ya de por sí tensa relación con EE UU y sus aliados occidentales. Hace semanas, el gigante asiático ya había pedido en la ONU la suspensión del embargo a Cuba.

Con ello, tanto Moscú como Pekín siguen apostando por la continuidad del régimen cubano, una pieza geopolítica estratégica para sus intereses junto a la Venezuela chavista-madurista.

Canel_Putin
El presidnete cubano, Miguel Diaz Canel, saluda a su homólogo ruso, Vladímir Putin, en un encuenro en Moscú, 2018. Mikhail Svetlov/Getty Images

¿’Revolución en la revolución’? ¿’Primavera’ cubana? ¿’Efecto Tiananmén’? Parafraseando la famosa obra de Regis Debray (1967) sobre la revolución cubana, está por ver si esta explosión social en Cuba puede abrir los canales de transformaciones que, tomando en cuenta la magnitud de las protestas, parecieran augurarse como inevitables para reformar el anquilosado sistema comunista cubano.

Por otro lado, tampoco se aprecia hasta el momento una quiebra sustancial dentro del régimen cubano, salvo la renuncia ya mencionada anteriormente del viceministro del Interior, general de brigada Jesús Manuel Burón Tabit, en protesta por la represión a los manifestantes.

La tradicional discreción del régimen en materia informativa parece presagiar que, al menos a corto plazo, no exista un colapso dentro las estructuras de poder en Cuba, a favor de una transformación y un cambio radical. Puede, en todo caso, activarse una fase de concesiones tácticas orientadas a preservar la integridad del sistema. No hay, hasta el momento, un escenario de cambios drásticos similar al acontecido en las antiguas democracias populares socialistas de Europa del Este en 1989 ni tampoco con lo sucedido en la ex URSS en 1991, que llevó a su disolución.

Del mismo modo, el régimen cubano se cuida minuciosamente de no reproducir una especie de efecto Tiananmén con las protestas, evitando su masificación y concentración en espacios públicos, tal y como sucedió en China en 1989. En un mundo tan interconectado, especialmente con el avance del Internet y las nuevas tecnologías, activar una represión masiva que pudiera causar un elevado número de víctimas mortales resultaría contraproducente para los intereses del régimen cubano.

Por tanto, y a pesar de que las protestas siguen intensificándose, la posición del régimen parece más bien inclinarse a desinflar y degradar la magnitud de las mismas, vía represión sistemática y aprovechando la inacción de los principales actores a nivel internacional y realizando concesiones tácticas, que pudieran orientarse en destituir altos funcionarios acusados de presunta corrupción o incluso dar un vuelco en cuanto a la gestión de la pandemia, apoyándose en la cooperación de aliados externos como Rusia y China.

La espontaneidad y la ausencia de un liderazgo definido dentro de las protestas podría igualmente servir al régimen cubano a la hora de ganar espacios de influencia con la intención de degradar la crisis. Pero esta estrategia no oculta la necesidad de abrir espacios de diálogo que permitan analizar las razones del descontento y el malestar social. Sea como sea, el contexto actual en Cuba determina la crisis más profunda dentro del postcastrismo, pero también las posibilidades de acometer cambios inéditos en la isla caribeña.