Luiz Inácio Lula Da Silva celebra su victoria en las elecciones presidenciales de Brasil. (Alexandre Schneider/Getty Images)

Lula deberá afrontar varios frentes en política exterior tras el paso por la presidencia de Bolsonaro. ¿Cuáles son esos frentes y los retos y desafíos a la política exterior del nuevo gobierno brasileño? 

La victoria del ex presidente Lula sobre el presidente Bolsonaro trasciende a Brasil. La elección cobró interés regional y mundial por la disputa entre la consolidación del liderazgo bolsonarista, de la ultraderecha conservadora y autocrática en el país más importante de América del Sur, y el retorno de un proyecto progresista y democrático representado por Lula y una amplia coalición de fuerzas del centro a la izquierda.

Aunque la división de los dos polos del electorado se evidenció en una estrecha diferencia de poco más de dos millones de votos, en consecuencia, el resultado de la elección aleja la posibilidad de un crecimiento global de la ultraderecha y abre la posibilidad de un nuevo ciclo de cooperación e integración en América Latina.   

Lula llega a gobernar el país en un momento muy adverso. Heredará de Bolsonaro un Brasil aislado diplomáticamente tras casi cuatro años de una política exterior desastrosa, disfuncional y ajena a sus propias tradiciones.

Antes, Brasil se presentaba al mundo como una potencia media, como un líder regional en Sudamérica, como un país que abogaba por el multilateralismo en organizaciones como la ONU y la OMC, por ejemplo, y defendía legítimamente las demandas de los países en desarrollo en temas como los derechos humanos, el comercio, la salud global y el medio ambiente. Visto y respetado como un socio fiable, Brasil era un país con una política pragmática y universalista que tenía capacidad y legitimidad para desempeñar un papel mediador en el mundo.

Con Bolsonaro, la diplomacia se ha supeditado a los intereses extranjeros, por un lado, y a los de las facciones de su propia base, por otro. Brasil se ha mostrado sin capacidad y voluntad de actuar como potencia media, de contribuir a la resolución de los problemas de la agenda internacional o de liderar la dinámica regional. Ha tenido conflictos políticos con varios países sudamericanos, como Venezuela, Chile, Colombia y Argentina, y ha abandonado mecanismos de integración como la CELAC y UNASUR. El resultado de las políticas adoptadas en los últimos cuatro años es, sobre todo, el debilitamiento político de Brasil ante la comunidad internacional. Aunque en 2019 y 2020 hubo importantes tensiones con China y la UE, en las relaciones económicas con los principales socios prevaleció la lógica del business as usual.

Ante este aislamiento consolidado durante cuatro años, los retos para Lula serán inmensos. Cuenta con el notable y respetado ex ministro de Asuntos Exteriores Celso Amorim como su principal asesor internacional para reconstruir las relaciones internacionales del país. En este sentido, destacamos cuatro frentes de actuación prioritarios para el próximo gobierno.

En el frente bilateral, será necesario rearticular las relaciones sobre una base pragmática y universalista, y reequilibrar las concesiones en función de las ganancias efectivas que puedan derivarse de ellas. Con Estados Unidos, Bolsonaro apostó por un alineamiento automático con sectores y fuerzas específicas vinculadas al gobierno de Trump y al trumpismo, siendo el último jefe de Estado en reconocer la victoria de Joe Biden, lo que sólo evidenció que las relaciones bilaterales con Washington no se guiaban por los intereses del Estado brasileño, sino por los suyos propios. Hay que encontrar un equilibrio en estas relaciones, teniendo en cuenta la relevancia de las dos naciones y el potencial de cooperación que se puede desarrollar en una relación nueva, franca y soberana.

En relación con China, el país más importante en términos de comercio para Brasil en la actualidad, hubo un vacío diplomático durante el gobierno de Bolsonaro y dificultades para planificar las relaciones. Será necesario un mayor acercamiento para abordar cuestiones que tengan que ver con estas relaciones, ya sea la asimetría en el comercio o la entrada de inversiones chinas en Brasil. 

El presidente electo, Lula da Silva, se reune con el presidente de Argentina,Alberto Fernandez en Sao Paulo, Brasil. (Ricardo Moreira/Getty Images)

También será importante retomar las relaciones bilaterales con los países de América del Sur, con los que Bolsonaro se ha desmarcado, para reconstruir los lazos con todos, especialmente con Argentina, con la que Lula ya viene dando señales de acercamiento. El presidente Alberto Fernández la visitó al día siguiente de su victoria, y Amorim dijo que el primer viaje internacional del nuevo presidente brasileño será a Argentina.

El segundo frente de acción de la nueva política exterior debe ser regional, acompañando la rearticulación de las relaciones bilaterales con los países de la región. La reanudación de la UNASUL, con el relanzamiento y reformulación del acuerdo, debe ser prioritaria, ya que permitirá el fortalecimiento de América del Sur ante el mundo, la creación de limitaciones para las intervenciones de fuerzas externas en la región, y la posibilidad de retomar una visión de desarrollo regional integrado, promoviendo cadenas productivas regionales.

El tercer frente de acción será multilateral. Es necesario reorganizar la actuación de Brasil ante los organismos internacionales y los grandes temas: Derechos Humanos, Medio Ambiente y Cambio Climático, Salud Global, Comercio y Desarrollo, entre otros. Brasil necesita recuperar su fuerza y legitimidad para hablar de estos temas, incluso como representante de los países en desarrollo, y construir una actuación que tenga efectivamente en cuenta los intereses de nuestro país y la diplomacia acumulada en estos temas.

El cuarto frente de acción tiene que ver con la forma en que se hace la propia política exterior. Será necesario recuperar el papel de Itamaraty y de la diplomacia profesional en la política exterior, a la vez que se retoma la participación de la sociedad civil y del sector privado en las agendas temáticas y sectoriales, a través de los Consejos Nacionales (desmantelados y/o desarticulados por el gobierno de Bolsonaro) y de los distintos Ministerios. El Itamaraty desempeña un papel importante para conferir unidad a la política exterior, pero sería deseable que su reconstrucción bajo el gobierno de Lula permitiera una participación más amplia, con una apertura cada vez mayor del órgano a la sociedad civil y a los estados y municipios, sectores que ejercieron una resistencia benigna durante la política exterior ultraderechista de Bolsonaro, especialmente en las agendas sobre medio ambiente, cambio climático y combate a las pandemias. Esto ayudaría a rexpresar y proyectar los intereses de Brasil sobre una base verdaderamente universalista y democrática, reforzando el nexo entre la política exterior, el desarrollo y la lucha contra la pobreza.

Sin dejar de reconocer los enormes desafíos internos y externos que deberá afrontar el nuevo gobierno, desde el momento de su victoria en las urnas Lula ha tenido una amplia y celebrada acogida por parte de sus socios tradicionales en América Latina, el Norte y el Sur Global. El propio Lula anunció en su primer discurso tras su victoria – marcado por un tono conciliador en casa – que Brasil vuelve a estar en el mundo.