El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, se enfrenta a uno de los peores momentos de su gestión, pero intenta driblar las crisis y caer de pie.

Brasil_lula
Luiz Inacio Lula da Silva en una rueda de prensa tras la anulación de sus condenas, marzo 2021. Alexandre Schneider/Getty Images

Estas últimas semanas Brasil parecía tambalearse a sobresaltos. El día 23 de marzo, el Tribunal Supremo señalaba que el ex juez Sergio Moro había sido parcial en los juicios contra el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y anulaba todas las condenas contra éste en el ámbito de la Operación Lava Jato. Se aceptaba el habeas corpus de los abogados de Lula en base a las sospechas de parcialidad supuestamente probadas por las conversaciones hackeadas entre Moro y los fiscales de la Lava Jato que fueron publicadas por el periódico The Intercept. En un juicio ampliamente mediático, los magistrados vertieron toda serie de acusaciones contra Moro: “No se combate el crimen cometiendo crímenes” llegó a decir el juez Gilmar Mendes. Una misma decisión judicial dejaba a Lula libre de todos los cargos, le daba la razón a la retórica petista (del Partido de los Trabajadores) de la “persecución política”, le otorgaba al ex presidente sus derechos políticos, y con ellos la posibilidad de ser candidato en las elecciones presidenciales de 2022 y enterraba la figura de Sergio Moro que, ahora, fuera de la judicatura y del Ministerio de Justicia, nada tiene que ver con el Moro que se presentaba como salvador da patria en los años de efervescencia de la Lava Jato.

La consecuencia directa no se hizo esperar. Lula, ya posible candidato para 2022, se colocaba, en su primer discurso como hombre inocente, como el gran defensor de la vacuna ante un Bolsonaro negacionista y el único capaz de unificar un Brasil dividido, retomar la normalidad política y el crecimiento económico, algo como un Joe Biden a la brasileña restaurando la unidad estadounidense después del huracán Trump. En los días posteriores, las encuestas, echando humo, convergían en que el candidato que más probabilidad tenía de oponerse electoralmente a Bolsonaro era el líder petista.

En paralelo a este episodio, 200 economistas y empresarios brasileños (entre ellos ex ministros de Economía y ex presidentes del Banco Central de Brasil) firmaban una carta abierta al actual presidente brasileño exigiendo un plan de vacunación nacional y de recuperación económica. La carta era la culminación de una serie de entrevistas que los dueños de las grandes fortunas del país, muy descontentos con el Gobierno, pero también con la inoperancia del Ministro de Economía, Paulo Guedes, habían establecido con el establishment político de Brasilia para pedirles que controlasen a Bolsonaro y devolviesen Brasil a una ruta sanitaria y económica viable. El mismo mercado que había apostado por el actual presidente en 2018 se rebela contra él. Por fin, juntado una tercera pieza al puzle de estos días, Brasil alcanzaba récords diarios de muertos y la simbólica cifra de 300.000 fallecidos por la pandemia. Lula, pérdida de confianza del mercado y pandemia. Un triunvirato que parecía hacer temblar a Bolsonaro. O no.

Brasil_pandemia
Protestas de la diápora brasileña en Madrid contra la gestión de la pandemia llevada a cabo por el Gobierno de Jair Bolsonaro. Diego Radames/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

Horas después de saberse el resultado del juicio contra Sergio Moro, Bolsonaro aparecía en televisión nacional, defendiendo la lucha contra la COVID-19 y proclamándose el gestor de la vacunación en el país, dejando a todos atónitos. El mensaje estaba claro: “No sólo Lula puede cuidar de un Brasil pandémico, yo también”. El día 30 de marzo el presidente nos sorprendía de nuevo con otra jugada de superviviente. Los periódicos se volvían locos anunciando dimisiones y reemplazos de ministros en lo que parecía ser una crisis ministerial sin precedentes en el Gobierno, pero lo cierto es que Bolsonaro estaba jugando sus cartas una vez más mirando a su presente y su futuro en 2022. La primera víctima de esta reforma ministerial era Ernesto Araújo, el polémico Ministro de Relaciones Exteriores que defendía temas como “la amenaza globalista comunista mundial” o  apodaba a la COVID-19 de “comunavirus”. El poder económico había exigido la salida de Araújo porque su discurso en contra de China hacía imposible las negociaciones con un país imprescindible para el mundo y para Brasil. A Araújo le substituía un diplomático, Carlos Alberto Franco França, un desconocido que nunca había ocupado ningún cargo de relevancia, con fama de moderado y conciliador. França garantiza que no seguirá la línea dura ideológica de Araújo, pero que no romperá totalmente con el bolsonarismo en las relaciones exteriores del país. El presidente brasileño se deshace así de un personaje incómodo, se quita presión de encima, contenta un poco al mercado, pero se garantiza continuar al mando de la agenda internacional. Punto para Bolsonaro. Para contentar también al establishment político, a la vieja política tradicional del país, el líder brasileño ha otorgado la crucial Secretaría de Gobierno de la Presidencia a la desconocida diputada Flavia Arruda, en cuyo currículo político consta sólo un hecho fundamental, ser esposa del ex gobernador de Brasilia, José Roberto Arruda, preso por corrupción y uno de los grandes exponentes de la política tradicional brasileña más pragmática que se vende al mejor postor. Contentados, así, parcialmente, mercados y políticos, Bolsonaro avanza para rodearse de sus aliados más fieles y deshacerse de detractores, como ha sucedido con el Ministro de Defensa, el General de la reserva Fernando Azevedo e Silva, que, al intentar garantizar la independencia de las Fuerzas Armadas, fue invitado a retirarse. Sale, también otro personaje disidente, el Comandante en Jefe del Ejército Brasileño, General Edson Puyol, que había tenido claras divergencias con Bolsonaro. El presidente parece estar quitándose de encima militares que le causaban problemas, colocando en su lugar aliados más fieles, como el General de la reserva Braga Netto que asumirá la cartera de Defensa (e inauguró su nueva posición nada más y nada menos que elogiando el golpe militar de 1964 en la fecha de su efeméride, el 31 de marzo) o el General de la reserva, Luiz Eduardo Ramos, que ocupará la Casa Civil de la Presidencia de la República, el importantísimo organismo que lidera la articulación del Gobierno, sin olvidar que todavía hay nada menos que 6.000 cargos ocupados por militares en los diversos ministerios. Igualmente, Bolsonaro coloca al frente del Ministerio de Justicia y Seguridad Pública al policía Anderson Torres, su aliado, cumpliendo con este nombramiento una doble tarea: aumentar su proximidad con las corporaciones policiales que en Brasil son políticamente muy importantes e intentar blindarse antes las acusaciones de corrupción que sobrevuelan sobre sus hijos. O sea, varios puntos para Bolsonaro. ¿Se acuerdan de aquella legendaria frase de El Gatopardo, “cambiar todo para que nada cambie”? Exactamente eso. Este es el presidente de Brasil, un camaleón, se adapta a las crisis ofreciendo algo a todos y rodeándose de gente fiel.

Además de las instituciones políticas y económicas, Bolsonaro también intenta contentar a la población. Su base electoral, que según las encuestas permanece inalterable, es de un 30% de los brasileños. Si a estas alturas del juego, estos aún permanecen con el presidente se hace difícil pensar que puedan darle la espalda en algún momento. El prototipo de este bolsonarista fiel es un hombre blanco, con escolarización y renta media-baja y evangélico. Garantizada esta base, el líder brasileño busca ahora asegurarse su tranquilidad institucional y reconquistar a sus votantes más moderados, los indecisos, los que están cansados de tanta inestabilidad. Para eso, Bolsonaro se deshace de figuras histriónicas y polémicas que sólo le causaban problemas y no le traían votos, como el Ministro de Relaciones Exteriores, pero mantiene a las mismas figuras histriónicas que le aseguran votos como la pastora fundamentalista evangélica, Damares Alves, Ministra de Familia, Mujer y Derechos Humanos. También se quita de en medio a los militares más disidentes y se rodea de los que no le causan problemas para seguir manteniendo la agenda militarista, de la mano dura, como uno de sus pilares fundamentales. Igualmente deja a Paulo Guedes en el cargo, porque a pesar de ineficaz e inoperante, garantiza una mínima estabilidad promercado y simboliza toda la retórica de la meritocracia que tantos puntos le da a Bolsonaro incluso en las periferias urbanas en las que el discurso del emprendedor es ampliamente defendido. Así mismo, el día 15 de marzo, el presidente despidió a su polémico Ministro de Salud, el General Pazuello, y colocó a un médico en su lugar, Marcelo Queiroga, que no es negacionista pero es bolsonarista. O sea, un ministro más moderado que le permita mantener el control sin tantos sobresaltos y que le asegure los votos que su radicalismo negacionista le estaba quitando. Por último, el día 16 de abril comienza de nuevo el auxilio de emergencia, una ayuda de hasta 375 reales que recibirán casi 46 millones de familias. Los más pobres son los más predispuestos a votar a Lula por el recuerdo de su figura paternalista y sus programas sociales. Con este auxilio Bolsonaro pretende arañarle al ex presidente estos millones de votos de los desheredados brasileños.

Brasil_Bolsonaro
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, en el Congreso. Diego Radames/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

El jefe del Ejecutivo brasileño está moviendo ficha, con una de cal y otra de arena, una de moderado y otra de radical, intentando agradar a todos. Es puro equilibrismo político, nada fácil y siempre al borde del abismo, pero, a los que menospreciaban la capacidad de adaptabilidad de Bolsonaro diciendo que éste nunca ganaría las elecciones, que no aguantaría su primer año de mandato o que sufriría un impeachment a causa de la pandemia, hay que recordarles que el presidente brasileño sigue vivo, a pesar de los 300.000 muertos, a pesar del fin de la Lava Jato o a pesar del enfado del mercado. Tiene un factor importantísimo a su favor, el antipetismo. Mucha gente en Brasil daría lo que fuera porque el Partido de los Trabajadores (PT) no volviera al poder y sobre todo porque Lula no volviera al poder. Al mismo tiempo en que Lula es la figura con mayor potencial de voto para 2022 también es la figura más rechazada. El imaginario colectivo Lavajatista del PT como formación corrupta y Lula como jefe de la ella ha calado muy hondo, a pesar de las anulaciones de las sentencias contra él.

La ausencia de una tercera vía, de una derecha moderada electoralmente potente, fuera del binomio Bolsonaro-Lula, es lo mejor que al actual presidente podría pasarle. Sin un nombre que capture el descontento de los votantes conservadores y de derecha que jamás votarán al PT, el líder de extrema derecha continúa siendo la única opción. El gobernador de São Paulo, João Doria, del PSDB (el partido de la socialdemocracia brasileña) que está protagonizando la mayor campaña de vacunación de Brasil y es el mayor líder político actual, además de Lula, que enfrenta a Bolsonaro, sería de forma natural esta figura de centro-derecha. Sin embargo, Doria no consigue transformar sus aciertos en la gestión de la pandemia en votos, sobre todo, entre los más pobres que lo consideran representante de las familias tradicionales de la élite paulista. Además tiene una enorme crisis interna en su propio partido que no le acepta como candidato único para 2022 y le ha exigido primarias en octubre contra el otro posible candidato, el gobernador de Río Grande del Sur, un joven Eduardo Leite que llega con fuerza, pero que aún es un desconocido en el escenario nacional brasileño. Ya saben, no existe vacío en política. Las ausencias siempre favorecen a alguien

A pesar de todo, Bolsonaro, el equilibrista, siempre asomándose al abismo, siempre al borde de la próxima crisis que le puede costar el Gobierno, continúa vivo, aunque, eso sí, cada vez más debilitado. El día 4 de abril saltaba a la prensa una noticia que sí le podría costar muy caro, la posible salida de Paulo Guedes, el Ministro de Economía, ante la imposibilidad de llevar a cabo sus reformas. No sabemos si esta dimisión se efectuará, pero lo cierto es que el mercado busca desesperadamente una tercera vía a la que apoyar en 2022. Veremos hasta cuándo consigue Bolsonaro resistir con tantas voces en contra.