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Es un topicazo empezar cualquier conversación sobre el agua con el famoso refrán de “nunca llueve a gusto de todos”, pero es innegable la sabiduría popular que el dicho entraña. La sequía y las inundaciones son las dos caras de la moneda de un fenómeno que marca nuestras vidas: la falta o el exceso de agua. Hoy, más que nunca, en cualquier lugar del planeta. En el cuerno de África, en Argentina, en Perú, en Bolivia, en España, la sequía está provocando millones de desplazamientos y arruinando cosechas; mientras, Italia acaba de sufrir sus peores inundaciones en un siglo; los expertos alertan de que el paso de La Niña a El Niño podría provocar lluvias torrenciales en numerosos países de América Latina; en Pakistán millones de personas siguen sin acceso a agua segura para beber tras las catastróficas crecidas del año pasado. A todo ello, se suman las polémicas por proyectos que implican el uso masivo, o el abuso, de un recurso fundamental para la existencia.

Para entender mejor qué pasa con el agua en el mundo he conversado con Gonzalo Delacámara, director del Centro para el Agua y la Adaptación Climática de IE University y asesor internacional para organizaciones como Naciones Unidas, la Unión Europea, el Banco Mundial o la OCDE.

Antes de empezar, Delacámara hace dos puntualizaciones: a la hora de hablar de agua hay que distinguir entre agua como recurso, la que hay en el planeta, y agua como servicio, la que utilizamos; también hay que definir la escala: estamos hablando de un recurso que constituye hoy uno de los principales desafíos globales, pero a la que accedemos de un modo local, incluso “tribal”.

“Lo que nos llega como ciudadanos son olas de calor, sequías, inundaciones, que nos alejan la mirada del desafío estructural que tiene que ver con un cambio climático latente, permanente, que genera impactos desde hace décadas y al mismo tiempo con la falta de seguridad hídrica a largo plazo”, comenta. Es decir, hablamos de agua, como ahora, cuando no llueve, o cuando llueve demasiado, pero nos preocupamos menos del desafío estructural que supone. Un desafío estructural y global que se explica con algunas cifras ilustrativas: 2.000 millones de personas no tienen acceso mejorado al agua; 4.300 millones no tienen acceso mejorado a saneamiento; 500 millones de personas todavía defecan al aire libre –“hay más gente en el mundo con un teléfono móvil que con un retrete”, afirma-; un 70% del agua que se consume se va en cultivos; por cada grado que incrementa la temperatura del planeta, se pierde un 20% de recursos renovables de agua

Ante este panorama uno de los conceptos más relevantes “tiene que ver con la garantía de seguridad para aumentar los niveles de resiliencia y para hacer frente al reto ineludible de la adaptación al cambio climático” explica Delacámara. Entra ahí el concepto de seguridad hídrica, que hace referencia fundamentalmente a tres dimensiones: tener suficiente agua para nuestras necesidades; ser capaces de protegernos del agua cuando está muy por encima de lo que necesitamos (inundaciones); y garantizar su calidad. Para abordar dichas dimensiones lo que hace falta “es conectar los desafíos de la política del agua con desafíos socioeconómicos que van mucho más allá del agua en sí”, afirma Delacámara.

Pero, ¿cuáles son nuestras “necesidades” reales de agua? Surge ahí un debate sobre los patrones de comportamiento individuales y colectivos, de los países desarrollados, que están siendo replicados o aspiran a serlo por los países que se están incorporando al desarrollo. Uno de esos patrones es el de acumular el agua cuando se puede, para poder después distribuirla. Un ejemplo: la famosa política de pantanos que se puso en marcha en España a comienzos del siglo XX y que continuó durante el franquismo. Trasladado a día de hoy, son los megaproyectos hidroeléctricos construidos en Turquía, el Nilo o en China, que llevan aparejados sus propios desafíos geopolíticos.

Sin embargo, esas necesidades van más allá de lo que entendemos por consumo de agua. Tiene que ver con todo un modelo de vida que utiliza agua en cantidades insostenibles en la alimentación, la moda, la energía, la tecnología. Es ahí donde se hace fundamental plantear la gestión del agua con un enfoque integral -de recursos, económico, social, geoestratégico- y donde se vuelve imperativo proponer otros modelos de consumo. De no hacerlo, según revela un informe del Water Resources Institute citado por Delacámara, en 2040 un cuarto de la población de la Tierra estará sometido a estrés hídrico. De nuevo, la geopolítica interviene aquí: de los 15 países con estrés hídrico extremo, 12 están en Oriente Medio; y otro es la India, ya hoy el Estado más poblado.

Como ejemplos de la segunda dimensión, el experto cita las proyecciones sobre Vietnam que auguran que para el año 2050, en los eventos de lluvias monzónicas, todo el país podría quedar sepultado bajo el agua. O las inundaciones que, en Bangladesh, en 2018, produjeron el desplazamiento de 40 millones de personas. O el hecho de que la capital administrativa de Indonesia haya sido trasladada a la isla de Borneo ya que Jakarta, en la de Java, tiene una buena parte de su superficie permanentemente inundada, por el aumento del nivel del mar… y por la sobreexplotación de los acuíferos. No son los únicos. Frente a ello, la respuesta pasa por invertir en adaptación, como está haciendo Países Bajos. Ahí se plantea de nuevo el debate sobre la magnitud de las inversiones y la disponibilidad de financiación, en según qué lugares.

Y sobre la calidad del agua, uno de los grandes desafíos es el tratamiento: un 80% del agua utilizada no recibe ninguno, lo que está llevando, entre otras cosas, al colapso de los ecosistemas. En este terreno, el optimismo puede venir de los, todavía muy tímidos, avances en eso que se llama “circularidad”. “La economía circular pasa por tener que aprender a vivir de nuestros residuos, para poder seguir viviendo de nuestros recursos”, explica Delacámara. España es un caso paradigmático. Por un lado, es el país que más aplica esta idea, pero en una medida aún muy pequeña. Por otro, es uno de los países más sometidos a estrés hídrico, sobre todo en determinadas regiones -la costa de Levante, el golfo de Cádiz y los archipiélagos-, en determinados momentos -la temporada alta turística-, y que tiene sanciones del Tribunal de la Unión Europea por incumplimiento de la directiva de tratamiento de aguas.

La buena noticia es que, según el experto, tanto la tecnología como los medios de financiación para impulsar los cambios necesarios en cualquiera de las tres dimensiones están ya disponibles. El gran reto es el de la gobernanza. Sí, necesitamos marcos financieros estratégicos que permitan garantizar la sostenibilidad de los proyectos; necesitamos innovación, no solo tecnológica, también social, financiera, institucional; y necesitamos que las políticas sectoriales dialoguen entre sí. Pero, sobre todo, precisamos rediseñar los incentivos “para inducir el cambio en los modelos de comportamiento”, afirma Gonzalo Delacámara.

El reto de la gobernanza viene, en parte, de la atomización del sistema. Siendo un desafío global, acaba dependiendo de los niveles más locales, los municipales, en su aplicación. “Nos cuesta entender que las cuestiones de agua no son locales, ni regionales, ni nacionales, ni sectoriales, ni por supuesto estrictamente ambientales. Están conectadas con todo el modelo de desarrollo económico y social”, afirma Delacámara.

Es un camino iniciado por la Unión Europea, que ya ha visto las orejas al lobo y busca introducir una visión más amplia en su concepción de la gestión del agua. Según un informe de finales de 2021, el impacto de la sequía sobre la economía comunitaria es ya de 9.000 millones de euros al año, pero, de seguir así, podría llegar a los 65.000 millones anuales al final del siglo. El descenso del caudal en los ríos de Europa del pasado verano, en medio de la crisis energética causada por la guerra en Ucrania, puso también de relieve la importancia de las vías fluviales en las cadenas de suministro.

También desde Naciones Unidas se siguen impulsando avances. Hace apenas unas semanas, y después de 20 años de conversaciones, los Estados miembros se pusieron de acuerdo en el Tratado Global de los Océanos. Ahora “solo” hay que llevarlo a la práctica.

Por delante tenemos el verano en el hemisferio norte, la época de monzones en Asia y la de huracanes en el Caribe. Seguro que en los próximos meses seguiremos hablando mucho de agua.

Para profundizar más en los múltiples matices que implica una visión integral del desafío del agua, les recomiendo escuchar la conversación completa con Gonzalo Delacámara. Pueden hacerlo en nuestra cuenta de Youtube.

Les recuerdo también que el próximo 13 de junio están invitados a nuestro evento sobre “Economía global, ¿qué es lo siguiente?” En este caso conversaremos con Augusto López Claros, fundador y director ejecutivo del Global Governance Forum, y con una larga trayectoria en instituciones financieras internacionales, entre ellas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Como siempre, aprovecho para agradecerles su apoyo.

Cordialmente

Cristina Manzano