Presa de las Tres Gargantas en Yichang, China. (Costfoto/Future Publishing via Getty Images)

Ocupar el puesto 120 en la clasificación de recursos hídricos per cápita confiere a China un panorama de escasez de agua. Una población de 1.400 millones que tienen una disponibilidad de 2.075 m3 de agua potable por persona, bastante por debajo de los 9.459 m3 en Estados Unidos y los 79.238 m3 de Canadá, según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés). Una perspectiva que contrasta con la dimensión del gigante asiático como país con el mayor número de embalses, alcanza los 23.841, más del doble que EE UU, y algo más de cinco veces que India, según la Comisión Internacional de Grandes Presas (ICOLD, por sus siglas en inglés), además de contar con cuatro de las 10 centrales hidroeléctricas más grandes del mundo, que generan el 10% de la electricidad china.

El sueño chino de convertirse en una sociedad moderadamente próspera en 2035 no está exento de desafíos, y priorizar el ritmo de urbanización ha conseguido reducir la población rural del 80% que representaba cuando el país afrontaba el reto de emprender un período de reforma y apertura en 1980, a suponer el 40% de la población total cuatro décadas después. Cuando se culmine el sueño chino, la urbanización alcanzará el 75%, frente al 64,7% en 2021, un ritmo de urbanización de un punto porcentual anual, unos 220 millones de personas, que generarán un mayor desafío hídrico.

La proximidad a 11 glaciares en la cadena montañosa que se extiende a los pies del suroeste del país ha permitido a China impulsar su poder hidrohegemónico como líder en generación hidroeléctrica, en capacidad instalada y en número de nuevos desarrollos. Casi dos tercios de la nueva capacidad hidroeléctrica instalada durante 2020 correspondió al gigante asiático, aportando 13,8 GW, con lo que China alcanza una los 360 GW, de una capacidad mundial de 1330 GW, que triplica la de Brasil (109 GW) y Estados Unidos (102 GW), y supera con creces a Canadá (82 GW) e India (50 GW), según el informe de Hydropower Status Report.

La puesta en marcha de grandes proyectos hidroeléctricos a escala global ha impulsado el crecimiento medio interanual de capacidad instalada mundial al 1,8%, un ritmo que resulta insuficiente para combatir los desafíos que plantea el cambio climático. Sería necesario alcanzar un 2% de crecimiento anual, unos 850 GW adicionales de nueva capacidad instalada, para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 grados centígrados, según la Agencia Internacional de Energía (IEA, en sus siglas en inglés). Un objetivo que podría tener en las guerras del agua por la construcción de nuevas presas uno de sus mayores desafíos.

Aglutinando una quinta parte de la población mundial y disponiendo solamente del 6% del agua dulce del planeta, China ha situado la seguridad hídrica como prioridad nacional para asegurar el desarrollo socioeconómico, completar el proceso de urbanización y mejorar los estándares de vida. La construcción de presas hidroeléctricas en los tramos altos de los grandes ríos ha supuesto desplegar una nueva diplomacia en materia de hidropolítica para gestionar los desafíos hídricos que supone dicha construcción en el cauce de dos de los principales ríos de Asia, el Brahmaputra, conocido en China como Yarlung Tsangpo, y el Mekong, o Lancang según su nombre chino. Asegurar los intereses hídricos transfronterizos de China, India y Bangladesh, en el caso del Brahmaputra, y de China, Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam, para el Mekong, requiere que los recursos hídricos transfronterizos formen parte del esquema geopolítico regional donde la diplomacia activa en hidropolítica entre los países ribereños debe satisfacer las respectivas ambiciones de seguridad hídrica.

Hombre regando sus campos con agua de lluvia de la cosecha. (Jonas Gratzer/LightRocket via Getty Images)

El desafío titánico de transportar el agua del suroeste hacia el norte de China, que aglutina las 15 provincias más pobladas y áridas del país y que concentra apenas el 20% de los recursos de agua dulce, ha impulsado que el Proyecto de Trasvase de Agua Sur-Norte centrara parte de los esfuerzos hídricos durante décadas. Ahora, con la vista puesta en la neutralidad del carbono para 2060, el reto hídrico toma una nueva dimensión.

Como parte del Tercer Polo, los glaciares que nacen en el Tíbet dan origen a 10 de los ríos más importantes de Asia, que fluyen por 11 Estados proporcionando agua a más de 1.600 millones de personas. Oro azul líquido que es objeto de la construcción de nuevas presas en la meseta tibetana y de cuya gestión por parte de China depende el desarrollo socioeconómico del resto de países aguas abajo. La cuenca del Ganges-Brahmaputra, considerada una de las más vulnerables por una mayor demanda de crecimiento de la población, podría ser el escenario de una guerra de agua si la política hídrica transfronteriza no consigue establecer mecanismos de cooperación multilateral entre todos los países con intereses en las aguas transfronterizas.

El Acuerdo del Mekong de 1995 otorga a China la autoridad legal para realizar un uso razonable y equitativo. Bajo esta máxima, el gigante asiático viene compartiendo datos hidrológicos con la Comisión del Río Mekong, a la que pertenecen Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam, para gestionar el caudal del río del que dependen más de 60 millones de personas para actividades de pesca y agricultura en el sureste asiático. De hecho, abogar por el principio de uso equitativo y razonable suele ser la posición más demandada por los países ribereños en la gestión de las aguas transfronterizas, en lugar de optar por la obligación de no causar daño significativo, según recoge la Convención de la ONU sobre el Derecho de los usos de los cursos de agua internacionales para fines distintos de la navegación de 1997 (UNWC, por sus siglas en inglés).

Sin que ni China ni India hayan ratificado la UNWC, Pekín tiene múltiples tratados firmados con los países con los que comparte hasta 40 cursos de agua transfronterizos, a excepción de Bután e India. Esta falta de acuerdos no ha afectado a que los momentos de gran tensión vividos por el conflicto enquistado en la meseta de Doklam (conocida como Donglang en China) sean un obstáculo para que las dos grandes potencias asiáticas hayan sabido suavizar esa actitud beligerante de las disputas territoriales y hacer que no trascienda al ámbito de los desafíos hidrológicos transfronterizos que comparten. Una apuesta por una retórica tranquilizadora para favorecer el buen desarrollo de las relaciones bilaterales que no impidió que Nueva Delhi se quejara de no haber recibido los datos hidrológicos por parte de China durante el enfrentamiento que se produjo en 2017.

Construir confianza y compartir intereses en la gestión de las aguas transfronterizas debería ser una prioridad para los países ribereños, además de resultar crítico para el desarrollo socioeconómico y la estabilidad política regional. La actitud extendida de tomar decisiones unilaterales, en lugar de abogar por una cooperación en un foro multilateral, ha llevado a que la actividad en las presas aguas arriba haya sido el origen de algunas inundaciones o sequías aguas abajo, al no considerarse las aguas transfronterizas como unidad sin fronteras.

Con más de 20.000 presas desplegadas por todo el territorio, la hidroelectricidad supone para China la segunda mayor fuente de energía, y la construcción de una nueva presa en el Brahmaputra, anunciada entre los objetivos del 14ª Plan Quinquenal (2020-2025), permitirán al gigante asiático alcanzar una mayor seguridad hídrica, mejorar los estándares de vida y avanzar en los compromisos de cambio climático. Que esta construcción no afecte a India y Bangladesh dependerá, en gran medida, de la búsqueda de una cooperación multilateral que persiga eliminar tensiones sobre las aguas transfronterizas como ha venido siendo hasta el momento, sin que llegue a desembocar en una guerra del agua cuando los efectos del cambio climático sean mucho más extremos.