Construcción de una carretera por una empresa china cerca de Agboville, Costa de Marfil. (Godong/Universal Images Group/Getty Images)

Una radiografía de la estrategia e influencia china en el ámbito económico, militar y social en el continente africano.

Y China llegó a África… hace más de cinco siglos. En el imaginario colectivo, y con más fuerza en la última década, subyace la idea de la eclosión del gigante asiático en gran parte del territorio africano. Sin embargo, y aunque hoy su presencia e influencia es mayor que en cualquier tiempo pretérito, esta situación se ha gestado, durante siglos, a fuego lento y de forma estructurada. En el siglo XV, el comercio ultramarino a través del océano Índico ya era una realidad antes de la llegada de los imperios europeos a África; y China, concluida su fundación como República Popular en 1949, acompañó a los países africanos durante su proceso de emancipación nacional, que tomó carta de naturaleza afro-asiática a partir de la Conferencia de Bandung (Indonesia) en 1955. Desde entonces, Pekín ha situado a África en el centro de su política exterior (52 embajadas chinas en el continente), hasta convertirla en una baza trascendental en su aspiración por conseguir el liderazgo mundial en el competitivo escenario geopolítico actual.

Poder económico: plan estructurado

Con el nuevo milenio, la relaciones China-África se han consolidado y vertebrado a través de múltiples acuerdos, acciones e inversiones. Hoy, engloban desde una inmensa actividad extractiva —una constante obsesión por los recursos naturales (energéticos y minerales) africanos—, hasta su incursión en prácticamente todos los sectores productivos, industriales y empresariales africanos, que ha generado la infranqueable trampa de la deuda. Entre 2000 y 2022, 49 gobiernos africanos y siete instituciones regionales firmaron préstamos chinos por valor de 170.000 millones de dólares; y, en la actualidad, más de tres cuartas partes de las naciones africanas tienen déficits comerciales con Pekín. De esta forma, África ha generado una dependencia extraordinaria de China, que muchos consideran una nueva forma de explotación y neocolonialismo.

En 2000, la instauración del Foro para la Cooperación China-África (FOCAC, por sus siglas en inglés) significó la estructuración del diálogo y las relaciones sino-africanas; y siempre sobre el aforismo político del gobierno de Pekín: evitar cualquier injerencia en asuntos internos, que al tiempo le aleja de condenar los regímenes autocráticos o la violación de los derechos humanos en el continente africano. Tan solo unos años después, China fortaleció sus vínculos con África, que se materializó —entre otros avances— en convertirla en su principal mercado y foco de inversión. Finalmente, tras la llegada de Xi Jinping a la presidencia de China en 2013, la Iniciativa de la Franja y la Ruta se consagró como el marco estratégico para incrementar la conectividad mundial y fomentar un sistema económico global abierto, basado en el refuerzo interesado de las rutas comerciales terrestres y marítimas del gigante asiático, para lo que las infraestructuras africanas resultan imprescindibles.A golpe de reuniones ministeriales de la FOCAC, que en noviembre de 2021 celebró su octava edición por vía telemática, la expansión política y empresarial china en África se ha multiplicado de forma exponencial, y —en opinión de China— esto contribuye en gran manera al desarrollo africano. En la actualidad, y entre otros muchos sectores, las empresas chinas se han convertido en las principales constructoras de puertos africanos, que impulsan el comercio chino y promueven la inversión en otros muchos proyectos interiores. De hecho, solo quedan ocho Estados africanos costeros o insulares que no cuentan con infraestructuras portuarias chinas. Además, se han hecho con la reconstrucción de las grandes metrópolis africanas y con la prestación de servicios sociales, incluidas las redes de transporte urbano —en muchas ocasiones, con vehículos chinos de segunda mano— y las grandes conexiones interurbanas, nacionales por carreteras, aeropuertos y ferrocarriles, la inmensa mayoría construidos y financiados por el gigante asiático.

El vicepresidente de Nigeria, Kashim Shettima (i), se reúne con el presidente chino, Xi Jinping (d), tras asistir al 3er Foro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en Pekín, China, en octubre de 2023.. (Presidency of Nigeria/Anadolu/Getty Images)

Y esta eclosión de China en el tejido económico y empresarial en África se construye sobre una máxima de la política exterior de Pekín: solo se justifica el esfuerzo si los beneficios son muy superiores a los costes. En el caso de África, y más allá de ganar influencia política en el “Sur Global” y, por ende, en el mundo, el principal atractivo para China son sus materias primas, sus recursos energéticos (especialmente, hidrocarburos) y minerales, que —como efecto indirecto— sustentan el crecimiento económico del gigante asiático y el bienestar de su población. Y, en la consecución de este objetivo, con el desarrollo de las infraestructuras en África, China consigue abaratar los precios de las productos agrícolas y recursos energéticos, pues facilita tanto su extracción y explotación —por ejemplo, con la construcción de sistemas de regadíos y “carriles verdes” de exportación, plantas petroleras y oleoductos—, así como el traslado dentro del continente y su tránsito final hacia territorio chino.

Poder militar: estrategia política, comercial y expansiva

Por otro lado, China se ha convertido en un actor de seguridad en África, con una política propia basada en la autoprotección de sus inversiones e infraestructuras a través de compañías de seguridad privada, pero también con un despliegue creciente en las misiones africanas de Naciones Unidas para ganar prestigio continental e internacional. En la actualidad, como reconoce la ONU, China es el mayor contribuyente financiero para las misiones de paz, tan solo detrás de EE UU; y el octavo contribuyente de efectivos. En África, en septiembre de 2023, desplegaban 1.785 militares chinos en cuatro misiones en Sudán, Sudán del Sur y República Democrática del Congo, tres socios comerciales preferentes para Pekín. 

Todo ello en el marco del programa de paz y seguridad de China que además, según el propio presidente Xi Jinping, "continuará brindando asistencia militar a la UA, apoyará los esfuerzos de los países africanos para mantener de forma independiente la seguridad regional y luchar contra el terrorismo, y llevará a cabo ejercicios conjuntos y entrenamiento in situ entre las tropas chinas y africanas de mantenimiento de la paz y la cooperación en el control de armas pequeñas y ligeras". Paradójicamente, China —el segundo mayor productor de armamento global, después de Estados Unidos— fue, entre 2017 y 2021, el tercer proveedor mundial de armas a África (10%), tras Rusia (44%) y EE UU (17%). En la actualidad, la invasión rusa de Ucrania ha facilitado que China aumente sus ventas de armas en el continente africano hasta un 13% del total. Según la Rand Corporation, el gigante asiático vende armamento a 17 naciones africanas; mientras que contratistas militares y de seguridad privados chinos despliegan —exclusivamente con carácter defensivo— hasta en 15 países.

Por último, el poderío militar chino en África se centra ahora en la construcción de bases estratégicas que, entre otros motivos, permitan un mayor control de las rutas marítimas y la expansión de su poder económico en el mundo. La primera base naval china en el exterior se abrió en 2017 en Yibuti. Desde entonces, y aunque la información militar sobre China es siempre oscura, crecen los rumores sobre la construcción de una segunda base naval china en África, esta vez en el Golfo de Guinea; y esta realidad preocupa fundamentalmente a EE UU, pues supondría acercar el poder militar chino al continente americano.

Poder social: ganar el apoyo de los africanos

En general, y tras años de notoria presencia en el continente, China es vista favorablemente por los africanos. Según la red de investigación Afrobarometer: el 60% de los encuestados en 16 países africanos consideraron que la influencia china es "algo" o "muy positiva", y tan solo un 14% creen que es “negativa”. Estos porcentajes son muy similares a los registrados para EE UU, lo que parece indicar que los africanos no perciben las inversiones de las dos potencias mundiales en términos de lucha geopolítica en su territorio. Sin embargo, los líderes y las poblaciones africanas son más escépticos con los intereses de Occidente y de las antiguas potencias coloniales que con los de China, cuya influencia económica perciben más que la política.

Además, el gigante asiático pretende un progresivo y estratégico control —proyectado desde Pekín— sobre los medios locales de comunicación, a los que también se les ofrece acceso gratuito a agencias chinas de noticias. De esta forma, China está ganando millones de adeptos africanos a su causa y, de forma indirecta e interesada, también a la de Rusia. Por su parte, el gigante chino de la comunicación StarTimes —responsable de la expansión de la televisión digital en gran parte de África— exporta la cultura china a través de sus canales, pero también es el principal proveedor de deporte en directo en el continente africano. Un enorme “esfuerzo comunicativo” —estatal y privado— tiene como objetivo incrementar el prestigio del país entre la población africana, pero también su dependencia de los bienes, servicios y los medios informativos chinos.Con todo, y como subraya el Atlantic Council, China se ha convertido en el país más influyente en gran parte del continente africano. Frente a esta realidad, la Unión Europea debe repensar su política de asociación y cooperación con África, que no solo debe sustentarse en la crítica a la omnipresencia china, por muchas razones que la avalen; sino en convencer de que el proyecto económico, de seguridad y desarrollo europeo es mejor para los gobiernos y, sobre todo, para los pueblos africanos.