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El presidente de Suráfrica Cyril Ramaphosa en Ciudad del Cabo, Suráfrica. (Rodger Bosch/AFP/Getty Images)

Suráfrica nunca ha dejado de estar sometida al férreo control de exiguas minorías y clanes. Esta situación llegó al total desenfreno en los casi nueve años de gobierno de Jacob Zuma y con la complicidad de la familia Gupta. ¿Será capaz el Congreso Nacional Africano de resurgir de sus cenizas bajo su nuevo líder Cyril Ramaphosa?

Atrás quedaron los esperanzadores tiempos de la presidencia de Nelson Mandela. Madiba no reconocería su propio partido un cuarto de siglo después. El Congreso Nacional Africano (CNA) mantiene secuestrados todos los ámbitos y resortes de la vida pública mientras reina el caos.

Gran parte del liderazgo negro de lo que fue un exitoso movimiento de liberación se ha apoltronado en cómodos cargos públicos. Jacob Zuma y su clan saquearon el Estado a tal extremo que el concepto state capture pasó a formar parte del léxico político nacional. Lo hizo en connivencia con la familia india de los Gupta. Este imperio empresarial hacía negocios con todos los sectores de la administración y recibía tratamiento de jefes de Estado. Dominaron la economía designando incluso a los ministros que les convenían.

A Zuma le cabe el dudoso honor de haber sido el presidente del state capture por excelencia. Mandela había centrado sus esfuerzos en cimentar la reconciliación entre negros y blancos. Apenas empezó a combatir opresión, clientelismo y amiguismo, corrupción, opacidad…. No ayudó el hecho de que el CNA mantuviera en el Gobierno los modelos de conducta adquiridos durante sus décadas de organización clandestina: obediencia incondicional y considerar traición toda crítica. Incluso afectó a la integridad moral de Mandela quien puso con frecuencia la lealtad personal de los viejos camaradas y la disciplina de partido por encima de aptitud, idoneidad y responsabilidad.

Con su muerte en 2013 desapareció la figura que cohesionaba el partido que desde entonces aparece sin dirección y sin ideas. Únicamente, interesado en mantenerse en el poder como sea. Nepotismo y favoritismo dominan la política. Con Zuma esta situación llegó al paroxismo. Fue hábil para sortear numerosos escándalos de corrupción, incluso superó nueve votos de confianza en el Parlamento. Su renuncia obedece a las presiones de su atribulado partido. Un tributo (¿simbólico?) a Mandela, en el centenario de su nacimiento que conmemorará la nación del arco iris este verano.

Zuma deja tras de sí un país desvalijado. Miembro de los BRICS y  antaño locomotora del continente entró el año pasado en recesión por primera vez en ocho años. La deuda externa no tiene precedentes. Prueba de su crítica situación es que en 2017 pagó más de 12.500 millones de dólares en servicios de su deuda pública y que tiene empresas estatales en crisis como South African Airways y la eléctrica Eskom, según The Economist. Además de la depreciación de su moneda (el rand).

Casi 800 cargos por corrupción relativos a contratos de armas de finales de los 90 y se le está investigado por haber usado al Estado para favorecer a los Gupta, con concesiones públicas millonarias. En 2016, fue obligado a devolver medio millón de euros de fondos públicos que se gastó de forma ilegal en la reforma de su residencia privada. A esto se añaden sus polémicas declaraciones, como sugerir que la transmisión del VIH se podría evitar duchándose inmediatamente después de mantener relaciones sexuales.

Desprestigio, ineficiencia e incompetencia han afectado en especial a la clase trabajadora. Numerosas huelgas y protestas se han producido por los bajos salarios, el impago de bonos y otras demandas de compensación.

Se han producido oleadas de manifestaciones estudiantiles contra la subida de las tasas universitarias y el mantenimiento de un modelo de educación poscolonial.

Los destrozos incluyen a su partido, incapaz de detener el populismo de Zuma, que tendrá que renacer de sus cenizas. El CNA llegó a creer que podía hacer siempre su voluntad. Que por su lucha contra el Apartheid le correspondía una permanente posición de privilegio. No reconocía las reglas: democracia interna, comprensión de la función opositora, alternancia en el poder o independencia de los medios. La alianza de gobierno que el CNA mantiene con el Partido Comunista y el Congreso de Sindicatos de Suráfrica (Cosatu) ha sido incapaz de elevar la calidad de vida de los pobres. Zuma se atrevió a decir que el CNA gobernaría “hasta el regreso de Jesucristo”. El líder zulú afirmó que era “antidemocrático” llevarlo a lo tribunales.

No es verdad que se cesara a Zuma solo para evitar que se crearan dos centros de poder paralelos y en conflicto: Zuma en el gobierno y Cyril Ramaphosa, nuevo líder del partido desde diciembre. Así lo quiso indicar el secretario general del CNA, Ace Magashule contradiciendo así a otros miembros del dividido Comité Ejecutivo. No. Zuma fue destituido porque protagonizó el drama del state capture durante demasiado tiempo pisoteando la Constitución surafricana. Con los sucesivos escándalos el dirigente perdió su carisma. Mientras, la Justicia, los medios de comunicación y la sociedad civil se han mantenido firmes presionando cada vez más al partido.

Le sustituye Ramaphosa. Empresario, activista y líder sindical tien por delante una tarea enorme. Como vicepresidente y rival interno de Zuma conoce a la perfección las dimensiones del daño causado. Actualmente, los inversores prefieren otros destinos en África, como Nigeria, Kenia y las vecinas Zambia y Mozambique. Las grandes empresas nacionales han retirado su dinero. El rumbo de la política exterior se ha vuelto impredecible por no decir inexistente.

Para reactivar la economía Ramaphosa contará con el consejo de Pravin Gordhan, el respetado exministro de Finanzas destituido por Zuma el año pasado. La arbitraria medida malgastando experiencia y eficacia fue una de las decisiones más impopulares de Zuma. El entonces vicepresidente si bien no renunció, se distanció públicamente de la decisión del controvertido mandatario.

Gordhan podría pasar a ocupar el Ministerio de Empresas Públicas (Department of Public Enterprises). Aunque su experiencia y autoridad incluso le permitirían ser una especie de jefe de gabinete o chief of staff al estilo norteamericano. En cualquier caso, desea limitar su función hasta las elecciones y retirarse. También se prevé que vuelva al Ejecutivo el que fuera segundo de Gordhan, Mcebisi Jonas. En cualquier caso, la composición del nuevo gabinete se anunciará la próxima semana.

No convienen a Ramaphosa unas elecciones anticipadas. Intentará aprovechar esta fase de transición como oportunidad para mostrar sus aptitudes. Aspira a mejorar su posición de cara a 2019 cuando deben tener lugar los comicios regulares.

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Surafricanos manifestándose contra la corrupción en Hendrina, Suráfrica. (Marco Longari/AFP/Getty Images)

Recortará el abultado gabinete para combatir la corrupción (Suráfrica ocupa el puesto 71 en el ranking de Transparencia Internacional). Son sus retos socioeconómicos inmediatos: creación de puestos de trabajo (la tasa de desempleo es del 28%) y acabar con el clientelismo. Los precios de las materias primas han aumentado y Ramaphosa cuenta con que sigan mejorando. Muchas de las debilitadas empresas están incrementando el número de pedidos. Hay optimismo respecto al desarrollo del sector de la minería, fundamental por su potencial de crecimiento. El rand se ha fortalecido y el mandatario ve indicios de una mayor confianza de los inversores. Parte de la “transformación económica radical” que implementará será la expropiación de tierras a los blancos sin compensación, que pretende acelerar. Unas tierras que deberán ser utilizadas para incrementar la producción agrícola y mejorar la seguridad alimentaria, aclaró. Ello sería para eliminar la desproporción existente entre los agricultores de las dos razas. Los granjeros negros poseen menos del 10% del total de las hectáreas de campos. Ya en su día representantes de la comunidad blanca equipararon la expropiación de tierras sin compensaciones a una declaración de “guerra racial”.

Y para ganar esas elecciones tendrá asimismo que reformar su partido y evitar su división. Un objetivo complicado. Tendrá que hacer limpieza y para restaurar la confianza en la Constitución y las instituciones tendrá que obligar a su antecesor a rendir cuentas ante la Justicia. Pero deberá a la vez llegar a compromisos con los seguidores de Zuma.

Uno de los mayores problemas del multimillonario industrial de 65 años es que el común de los ciudadanos no se siente representado por él. Ramaphosa encarna a la élite triunfante. Y a la vieja guardia que liberó al país del Apartheid. Fue líder sindical durante los años de mayor  represión. Creó la Unión de Trabajadores de la Minería, uno de los más relevantes sindicatos en Suráfrica. Jugó después un papel esencial en las negociaciones para la cesión del poder de los blancos a la mayoría negra. Posteriormente, se dedicó con éxito a los negocios convirtiéndose en uno de los más acaudalados empresarios. Por esta razón la izquierda desconfía considerándole demasiado moderado. No hay que olvidar, sin embargo, que Ramaphosa fue en su día el favorito de Mandela para sucederle. Prevaleció entonces la opinión diferente de la poderosa maquinaria del CNA.

La crisis política llevó al Parlamento a posponer el discurso en que Zuma mandatario debía hacer un balance de su Gobierno. Tras el discurso del estado de la nación de Ramaphosa, la diputada del CNA, Lindiwe Sisulu, subrayó la determinación del presidente para hacer un cambio. No obstante, el líder de la oposición y jefe de la crecida Alianza Democrática (AD), Mmusi Maimane acusó a Ramaphosa de estar leyendo un viejo guión.

Por su parte, Julius Malema, del partido populista de izquierda Luchadores por la Libertad Económica (EFF, por sus siglas en inglés) fue escéptico aunque le otorgó “el beneficio de la duda” al presidente. Exjefe de las Juventudes del CNA, Malema fundó en 2013 esta formación populista de izquierda.

La oposición ha perdido su mayor activo electoral: la pésima gestión de Zuma. La luna de miel de la que dispone ahora Ramaphosa es muy breve. La fórmula del éxito: saber transmitir una nueva visión conjugándola con la necesaria dosis de pragmatismo. Un difícil equilibrio.

Suráfrica, al igual que el resto del continente, sufre un agudo conflicto generacional. La confianza en los veteranos disminuye con cada promesa incumplida. Que el CNA ha perdido el apoyo de las nuevas generaciones se ve con claridad en el auge de los EFF.

La mayoría del 62% del CNA en las generales se redujo a un 54 en las locales de 2016. En esas últimas la AD de Maimane obtuvo – con un 27%– un buen resultado y tendencia a seguir creciendo. Una futura derrota del CNA ya no es impensable.

El ave fénix resurgía de sus cenizas tras ser consumido por el fuego. La crisis de credibilidad del CNA es muy profunda. Desde su fundación hace 106 años ha tenido 13 presidentes. Después de 24 años ininterrumpidos en el poder es mucho más incierto que tenga la capacidad de renovarse a sí mismo desde dentro. Al menos, esta vez puede haber acertado en la elección para intentar llevarla a efecto.