He aquí las claves para entender un movimiento global.

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La mezquita en la que Brenton Tarrant cometió la matanza, Nueva Zelanda. SANKA VIDANAGAMA/AFP/Getty Images

Actuó motivado, según confesión propia, por el asesinato de una niña—Ebba Akerlund, de 11 años—a manos de un yihadista. Y acabó llevándose a tiros la vida de varios menores, entre ellos, Mucad Ibrahim, de apenas tres años.

¿Qué ideas llevaron al terrorista Brenton Tarrant a matar el pasado mes de marzo a medio centenar de personas en dos mezquitas de Christchurch, Nueva Zelanda? Y más aún, ¿a disparar a bocajarro a niños, algo que le había conmocionado a él mismo por su brutalidad? ¿A desproveer a las víctimas —tanto menores como adultos— de toda humanidad?

Las respuestas las ofrece su manifiesto, hecho viral pocos minutos antes de la matanza. En este texto, Tarrant no solamente prevé que vaya a matar menores, sino que lo justifica preguntándose a sí mismo el porqué a través de un entrevistador ficcional:

—“Los niños siempre son inocentes, ¿no crees que eres un monstruo por matar a un inocente? ”

— “Los niños de los invasores no permanecen niños, se hacen adultos y se reproducen, creando más invasores para reemplazar a tu gente. (…) Cualquier invasor que mate, de cualquier edad, es un enemigo menos al que tendrán que enfrentarse tus hijos”.

De hecho, el manifiesto no es para justificar el atentado, sino que la masacre sirve para que el manifiesto alcance más resonancia.

Y lo escrito tiene un objetivo claro: incitar una guerra de razas.

Si pensamos que se trata simplemente de “una obra de un lobo solitario”, no estaremos en condiciones de desentrañar el peligro que su obra contiene. Porque el asesino se entiende y se engloba en un movimiento transnacional de supremacismo blanco que una y otra vez vuelve a atentar y protocolar por escrito su afán de guerra racial. Que tiene una larga historia detrás y hondas raíces históricas.

Solo con la conciencia lunática de ser miembro partisano de una guerra ya en marcha, ha conseguido este individuo ser capaz de tal semejante aberración al descerrajar a sangre fría un tiro a un niño. Y quién dice “estamos en guerra”, está obligando a tomar partido: o eres de los nuestros, o de los otros.

Por todo ello, estas son varias claves esparcidas en cuatro módulos (raza, Internet, nuevas actitudes y anticosmopolitismo) para acercarse a un fenómeno que cada vez adquiere mayor relevancia.

 

A vueltas con la raza

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Jason Kessler dando un discurso en un encuentro que reunía a supremacistas blancos, nazis y miembros del Ku Klux Klan cerca de la Casa Blanca, Washington, EE UU. Mark Wilson/Getty Images

Se ha volcado la atención en el caso de Tarrant hacia el nombre de su manifiesto: “The Great Replacement” (El gran reemplazo). Que se basa en una obra reciente de un ultraderechista francés (Renaud Camus, Le Grand Remplacement). El lema “Vosotros no nos vais a reemplazar” (You will not replace us) se ha hecho célebre entre supremacistas de habla inglesa y por ello, por ejemplo, se pudo oír en la manifestación de Charlottesville.

En realidad, la teoría del reemplazo data de los 60 y fue ideada por otro francés que se había enlistado 20 años antes como voluntario en las Waffen-SS.

Básicamente, viene a decir que ni siquiera los inmigrantes de la tercera o cuarta generación nacidos en Francia son franceses. De ahí a decir que son invasores, como hace Tarrant, dista poco.

Esto es prenapoleónico, puesto que en 1791—justo después de la irrupción de la revolución en el país galo y debido a la Ilustración—los judíos nacidos en Francia consiguieron finalmente los mismos derechos como ciudadanos: la idea de la nación-Estado había prevalecido.

En cambio, en 1933, el Estado nacionalsocialista dirigido desde Berlín planteó el concepto de raza como hilo conductor de su política de salud y población. El disparate se basaba en una ideología racial fundamentada a su vez en el pensamiento racista presente desde los albores de la especie humana y compartido por grandes cerebros de la humanidad como el filósofo Immanuel Kant. Pero es especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX cuando llega generalizado como ideología y envuelto en pseudociencia.

En paralelo y en contraposición al nación-Estado, esto es lo que los supremacistas blancos o europeos vuelven a postular: la ideología mística Blut und Boden (sangre y suelo), a saber, una que parte de la unidad de un cuerpo de personas definida racialmente en una determinada área de asentamiento —su esencia se convierte así en su raza.

No es de obviar que el concepto pertenecía en un principio al mundo agrario; allá donde la mala yerba estorba, debe ser arrancada. Y que el movimiento de “resistencia sin líderes” que trabajaría de forma clandestina y que pregona Tarrant entronca directamente con las milicias Werwolf creadas por el oficial nazi Heinrich Himmler antes del final de la Segunda Guerra Mundial.

Otros blancos supremacistas que no dudan en descerrajar el gatillo para matar inocentes  –Tarrant se remite directamente a Dylan Roof Anders Breivik, entre otros—también dividen la humanidad en razas y desean incitar una guerra racial, y así entienden sus masacres. Esto es tanto más preocupante cuando cada vez son más evidentes los vínculos del ataque en Nueva Zelanda con Alemania, Austria, Francia y Australia.

 

Internet, ¿un nuevo mundo de libertad?

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Vídeo de un grupo de música neonazi en Youtube. Sean Gallup/Getty Images

—“¿De dónde recibiste / investigaste / desarrollaste tus creencias? ”, se pregunta a sí mismo Tarrant en el manifiesto. Y la respuesta llega sin (aparentes) fisuras:

— “Internet, por supuesto. No encontrarás la verdad en ningún otro lugar”.

Si bien la ideología de enfrentamiento racial que se esconde detrás de la acción homicida de Tarrant es menos novedosa de lo que a él le pudiera parecer —tiene elementos similares con el grupo de la nueva extrema derecha Generation Identität / Les Identitaires, muy esforzado en que los viejos contenidos resulten más simpáticos y, por ejemplo, se reemplace “raza” por “etnia” —, su ataque pleno de premeditación sí que tiene factores nuevos.

Él mismo confía por entero a las plataformas digitales, puesto que lo retransmitió en directo (a través de una videocámara insertada en su arma) por cuántas más redes sociales mejor.

Y tiene preparado el manifiesto que asimismo mandará pocos minutos antes de la matanza a los multiplicadores que estime oportuno —pura estrategia de content-marketing a través del mundo digital pero basado en contenidos de la vida misma.

Además, la escenografía que aparece en pantalla en directo remite a los vídeo juegos. Esta mezcla de pseudobromas (pranks), juego, jerga de activismo por Internet, ironía, shitposting, memes, humor, trolling, FQA-modus (preguntas frecuentes), copypaste, etcétera, intenta adoptar un estilo que sea reconocido por las nuevas generaciones.

 

Ser nazi pero siempre ‘cool’, eco y sexy

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Una mujer lleva un banner de Ring Nationaler Frauen, una organización de mujeres de extrema derecha en Alemania. Sean Gallup/Getty Images

Y aquí llegamos a algo también novedoso en la nueva extrema derecha: su conciencia ecológica. El mismo Tarrant se califica como “ecofascista”, una corriente que en su actual deseo de proteger e idealizar la naturaleza (como un ente superior) también puede remitirse incluso a programas de cocina vegana.

Asimismo, la cercanía a los mundos del marketing y del branding estipula además que los nuevos estilos puedan ser variados—por ejemplo en las vestimentas con adornos y códigos o copiando logotipos propios del movimiento antifascista—pero con un objetivo común, el supremacismo blanco. O ya, también, marcadamente nipster (mezcla de hipster y nazi). O, por qué no, adoptando nuevas corrientes musicales (incluidas el techno, el hip hop y el reggae o se atreven a bailar el Harlem-shake desplegando frente a la cámara un cartel que reza “más sexo con nazis —sin protección”).

Todo ello podría parecer indicar un cierto relajamiento en sus posturas ideológicas, pero no es cierto. Al contrario, todos estos grupos o individuos están convencidos de que un “reemplazo” de la raza blanca (etnia europea o como se quiera llamar al artefacto conceptual) está teniendo lugar y debe ser evitado—solo difieren en los métodos para conseguirlo. También Adolf Hitler era —según la propaganda de Joseph Goebbels al menos— vegetariano, no fumador ni bebedor a la par que amante de los animales.

Y las fronteras entre diferentes actitudes son permeables. Por ejemplo, el grupo de rock de derechas Weisse Wölfe (Lobos Blancos) tiene vínculos con células subterráneas de ultraderecha. Otro más: que grupos de nazis que se autoproclaman como “straight edge” —una subcultura en el punk hardcore de los 80 que abominaba de todo tipo de drogas—prediquen un estilo de vida supuestamente sano, no les impide, como en Ucrania, atacar a asentamientos de la comunidad romaní.

 

Anticosmopolitismo: cuando el ‘yihadismo’ y su versión de signo contrario se unen 

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La policía investiga la pintada de una esvástica en la ciudad de Lyon, Francia. JEFF PACHOUD/AFP/Getty Images

Curiosamente, cuando el Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, utilizó para arrancar votos en su reciente campaña electoral el vídeo en el que Tarrant mostraba su matanza en directo, hasta un medio tan afín al régimen como el diario Yeni Safak puso el grito en el cielo y tuvo que decir “así no” al jefe, algo muy infrecuente en el país eurasiático. Y es que hacer algo así convierte al reproductor en mensajero del terror, algo que ya está implícito en el método terrorista—tanto del supremacismo blanco como el de Daesh.

La razón es sencilla y lógica: los extremos se pueden columpiar fácilmente y por mucho que Tarrant desee en teoría lo contrario, su matanza favorece y facilita el trabajo a la yihad de Daesh. De hecho, como si de espejos cóncavos se trataran, los dos fenómenos terroristas están aprendiendo uno del otro y tienen en común desear una espiral de venganzas mutuas. Por ende, no es de extrañar que, vinculados de nuevo a Internet, los nuevos cachorros de la extrema derecha europea resulten más duros que sus predecesores y se adhieran directamente a la “guerra santa blanca” (white yihad counteryihad). Los dos componentes—la radicalización del concepto Werwolf y la necesidad de Internet—están llevando al aumento del espacio militante clandestino utilizado por la derecha extrema en la Red.

Poco a poco, este tipo de ultraderecha se acerca a posturas ideológicas que abrazan el martirio —Tarrant, por ejemplo, no sabía si resultaría muerto a resultas de su atentado y así lo protocola—y buscan de forma consciente el ser elogiado como héroe—algo que más allá de la vanidad apunta a otro hecho que presenta a su Mein Kampf como yihad con signo inverso.

Este supuesto heroísmo tiene la misma raíz en ambos bandos que, como explicaron Ian Buruma y Avishai Margalit en su obra Occidentalismo: breve historia del sentimiento antioccidental, no es otra que la “hostilidad a la ciudad, a su imagen de cosmopolitismo desarraigado, arrogante, codicioso, decadente y frívolo; hostilidad a la mentalidad occidental, manifiesta en la ciencia y la razón; hostilidad a la burguesía asentada, cuya existencia es la antítesis del héroe que se inmola en el sacrificio”.

En otras palabras: tanto el supremacista blanco como el yihadista irredento se enfrentan—una vez supuestamente desaparecido el comunismo como enemigo— en la democracia liberal al cosmopolitismo en su forma más genuina: la urbe como zona de mezcla incesante de etnias y culturas, de su hibridación, y donde el espíritu comercial triunfa. Y la odian tanto en su fuero interno que prefieren incitar una guerra que la arrase antes que pensar que tal vez estén equivocados.