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Estudiantes protestan contra los recortes presupuestarios durante una manifestación el 6 de mayo de 2019. (MAURO PIMENTEL/AFP/Getty Images)

A los cien días de Gobierno, la popularidad del presidente ha descendido considerablemente. Son tres los frentes abiertos que hacen que el mandato de Bolsonaro se esté complicando. 

Cuando los populistas llegan al poder suelen tener dificultades para gobernar. Las campañas electorales se pueden hacer a gritos, pero los gobiernos no. Exactamente, eso es lo que le está sucediendo a Jair Bolsonaro. El hombre que se presentaba como el salvador de la crisis brasileña se está desvaneciendo y en muy poco tiempo. Las previsiones políticas le daban a Bolsonaro un primer semestre positivo porque llegó a Brasilia con buen capital político, 57,7 millones de votos. Nadie vaticinó que desde su primer mes de mandato las debilidades políticas del presidente se mostrasen de forma tan estridente.

La reforma que no va

Todas las apuestas del mercado estaban colocadas en la reforma de las pensiones, que se tiene como imprescindible para que Brasil salga del agujero económico en el que está inmerso. Desde el 1 de enero Paulo Guedes, el ministro de Economía, tiene el texto de la reforma listo, pero, decía Bolsonaro, lo importante era contar con un buen equipo de técnicos para “desideologizar” y “despetizar” el gobierno. De esta forma, las reformas saldrían adelante. Además, continuaba la retórica bolsonarista, 2019 inauguraría una nueva manera de hacer política, nada de soltar dinero a los diputados para votar favorablemente los proyectos del gobierno. Pues ni una cosa ni la otra. Como cualquier estudiante de primer año de ciencias políticas sabe, para gobernar no sólo hacen falta técnicos, sino políticos. La reforma camina a pasos lentísimos justamente por la falta de articulación del gobierno con el Congreso brasileño y su incapacidad para tejer alianzas. La arquitectura política brasileña es la del presidencialismo de coalición. El presidente necesita, invariablemente, tener una base aliada sólida en el Congreso. Dilma Rousseff la perdió y acabó en impeachment. Pero la poderosa máquina del Congreso brasileño no es para principiantes. Son 513 diputados de 30 partidos diferentes, el mayor número de partidos desde la redemocratización brasileña. Negociar con ellos requiere una enorme habilidad política. El presidente del Congreso, Rodrigo Maia (Partido Demócrata) uno de los representes de la política tradicional brasileña, es una figura esencial para garantizar la gobernabilidad. Ningún presidente sensato querría tenerlo en contra. ¿Qué hizo Bolsonaro ya en su segundo mes de mandato? Empezó con mal pie con Maia atacando a la “vieja política” que este representa y queriendo neutralizarlo. La respuesta de Maia fue obstaculizar la votación de la reforma de la previdencia. Bolsonaro tuvo que retractarse, inclinarse ante el poder del Congreso, pero el daño ya estaba hecho, los diputados están reformando el texto inicial de Guedes para adecuarse a sus demandas, la reforma va con retraso y el mensaje de desarticulación política está mandado.

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Jair Bolsonaro durante un discurso. (EVARISTO SA/AFP/Getty Images)

Por otro lado, la nueva política que pretendía no mezclarse con prácticas de compra de votos también fracasó antes de comenzar. Hoy, cada diputado tiene derecho a 15,4 millones de reales durante su mandato (unos 3,5 millones de euros), dinero normalmente utilizado para obras e infraestructura en los reductos electorales geográficos de los diputados. Onyx Lorenzoni, ministro de la Casa Civil, ministerio encargado de la articulación política y también del partido Demócratas, ofreció un presupuesto de 40 millones de reales a cada diputado que votase a favor de la reforma. No está mal para la nueva política que nunca se curvaría ante la corrupción. Bolsonaro había entregado el proyecto a Rodrigo Maia el 20 de febrero. Todo esto fue necesario para que dos meses después, el texto fuese aprobado por la Comisión de Constitución y Justicia del Congreso por 48 votos a 18. Esta es considerada como la primera y más fácil de todo el rito de comisiones y aprobaciones que la reforma debe enfrentar, ya que juzga solo la constitucionalidad del texto. Faltan ahora las comisiones técnicas y las votaciones en los plenarios del Congreso y Senado. Una trayectoria que será tortuosa para el presidente, irá desconfigurando el texto inicial de Guedes y que los diputados se cobrarán caro, literalmente.

Base ideológica

Donde Bolsonaro se mueve como pez en el agua es en el campo ideológico. El problema es que los excesos ideológicos muchas veces chocan con la realidad del pragmatismo cotidiano. Ejemplo de ellos fue el viaje que hizo a Israel el 31 de marzo, derivado de su promesa de trasladar la Embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén, guiño a los conservadores brasileños y a los grupos evangélicos del Congreso, pero que provocó un gran descontento con los países árabes e Irán. Brasil es el mayor exportador del mundo de carne halal. Estas vendas representan un 10% de las exportaciones agrarias brasileñas. Debido a las críticas de la mayoría de integrantes del Ministerio de Relaciones Exteriores, del mundo árabe y los exportadores brasileños de carne, no cambiará la Embajada, simplemente, inaugurará una oficina comercial en Jerusalén.

La educación es otro de los campos donde Bolsonaro apuesta por una ideología ultraconservadora. El ministro de Educación, Ricardo Vélez era de los que atacaba el marxismo cultural en las universidades, decía que la educación debía despolitizarse y era un acérrimo defensor de la educación en familia. Lo cierto es que, más allá de sus bravuconadas ideológicas, en el ámbito de la gestión, Vélez fue incapaz de hacer absolutamente nada en tres meses, lo que provocó constantes aluviones de críticas dentro del Ministerio y en la comunidad educativa hasta que fue despedido el día 8 de abril. Su substituto, el economista Abraham Weintraub, es un neoliberal que también tiene un carácter ideológico ultraconservador fuerte. La primera medida de Weintraub fue decir que el gobierno quiere debilitar los estudios de filosofía y sociología en las universidades públicas porque “el objetivo es priorizar las áreas que den retorno al contribuyente”. La segunda medida se centraba en atacar a algunas de las universidades públicas que Weintraub consideraba “improductivas” y “reducto de la izquierda”, entre ellas la importante Universidad Federal de Bahía, cortando el presupuesto de estas en 30%. Cuando el ministro fue cuestionado sobre este corte dirigido a universidades específicas, su respuesta fue bloquear el 30% del presupuesto de todas las universidades federales (más de 60 por todo el país) y de todos los institutos federales de formación profesional (más de 40). El tsunami de críticas de la comunidad educativa, la oposición y la propia prensa no se ha hecho esperar. Varias manifestaciones y huelgas se están organizando para los próximos días en el que se está perfilando como el mayor movimiento contra Bolsonaro durante estos meses de gestión. Un ministro de Educación que arremete contra la educación pública al mismo tiempo que favorece la educación privada. En paralelo a estos cortes, el Ministerio aumentó en 70% la acreditación de centros universitarios privados durante este año.

Algunas de las medidas del Gobierno de Bolsonaro son tan extravagantes que muchas de ellas están sufriendo procesos judiciales: el corte presupuestario en las universidades federales, la extinción del Ministerio de Trabajo, la extinción de los consejos consultivos de participación popular en el gobierno, la flexibilización de la posesión de armas o la extinción de la contribución sindical obligatoria son algunas de ellas. O sea, en la práctica, el Tribunal Supremo va a dictar los rumbos de Brasilia.

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La gente camina frente a la Bolsa de Valores de Sao Paulo. (YASUYOSHI CHIBA/AFP/Getty Images)

Enfrentamientos con los militares

Una de las figuras que más se destaca de forma positiva en medio de este caos político es el vicepresidente, el general Hamilton Mourão. Más sofisticado intelectualmente que Bolsonaro, más moderado también, es considerado por muchos como a voz de la razón del Gobierno. Mourão habla de manera continua con la prensa, a la que Bolsonaro ataca, y con frecuencia diverge públicamente del presidente en temas como la trasferencia de la Embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén, la criminalización del aborto o la política comercial con China. El diputado evangélico, el pastor Marcos Feliciano (Partido Social Cristiano), interpuso un proceso de impeachment contra Mourão a comienzos de abril diciendo que lo consideraba “desleal”. Así mismo, Olavo de Carvalho, el ideólogo del bolsonarismo atacó a Mourão desde sus redes sociales durante los meses de marzo y abril: “el mayor error de mi vida como elector fue apoyar al general Mourão. No dejaré de pedir disculpas por esta burrada”. Durante Semana Santa, Carlos Bolsonaro, hijo del presidente y concejal en la ciudad de Río de Janeiro, se sumó a las críticas, lo que provocó un fuerte malestar en las Fuerzas Armadas, que ocupan nuevas carteras ministeriales, entre ellas algunas importantísimas como la secretaria de Gobierno (con el general Carlos Alberto dos Santos Cruz), la secretaria general de la Presidencia (con el general Floriano Peixoto Vieira) o el abinete de Seguridad Institucional (con el general Augusto Heleno). De momento, Bolsonaro ha tomado partido por Olavo de Carvalho e inclusive firmó un bloqueo presupuestario del 44% para las Fuerzas Armadas. Muchos se preguntan cuál será la actitud de los militares que ayudaron a Bolsonaro a llegar al poder y si a medio plazo Mourão tendría los apoyos para un impeachment.

Bolsonaro acumula editoriales negativos inclusive de los periódicos más conservadores del país, como Estado de São Paulo y la revista Veja, que lo apoyaron durante la campaña electoral y son conocidos por sus fuertes discursos antipetistas. La prensa apoya las reformas económicas que no llegan y ve con malos ojos las imposiciones ideológicas del gobierno y las medidas contra la educación. El mercado rebaja también sus apuestas y ya reduce la expectativa del crecimiento del PIB para este año a 1,49% (dato divulgado por el Banco Central el 6 de mayo). La popularidad de Bolsonaro también se desploma. Según una encuesta publicada a principios de abril por el Instituto Datafolha, el 30% de los brasileños consideran su gestión mala o pésima. En febrero era el 22%. La peor valoración de un presidente tras los 100 primeros días de gestión desde la redemocratización, en 1985. En este mismo periodo durante el mandato de Lula, solo el 10% lo desaprobaba.

Todas las previsiones políticas poselectorales señalaban que a medio y largo plazo, Bolsonaro tendría dificultades para garantizar la gobernabilidad dado que no tiene la experiencia necesaria, ni una fuerte base aliada en el Congreso y su gobierno engloba varios grupos de poder muchas veces divergentes (neoliberales, Fuerzas Armadas, conservadores e iglesias evangélicas…). El desastre está llegando mucho antes de lo previsto.