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Fotolia. Autor: Alexey Novikov

Las criptomonedas se han convertido en una presencia casi sofocante en las pantallas de televisión y los grandes periódicos. Quedan, sin embargo, algunos aspectos que merece la pena aclarar.

La capitalización de las criptomonedas gira, según la base de datos CoinMarketCap, alrededor de los 500.000 millones de dólares, una cifra apabullante si tenemos en cuenta su novedad y temible si recordamos que, en enero, rebasaba los 800.000 millones. La burbuja parece obvia, pero es difícil determinar si estallará o se desinflará… O si hará las dos cosas una y otra vez. Tampoco sabemos si el eventual estallido se llevará por delante algo más que sus inversores e impactará de lleno en llamada economía real.

La salvaje volatilidad y la cantidad de recursos que están empezando a mover han encendido las alarmas de unos reguladores que, en Europa y Estados Unidos, han empezado a avisar, mientras en China prohíben la participación de los bancos y en Corea del Sur preparan restricciones. La urgencia también se explica por la posible utilización de criptomonedas para evadir impuestos o lavar dinero de delitos.

Más allá de la capitalización, el riesgo o última reacción de los Estados, hay seis cuestiones sobre las que debemos arrojar más luz.

 

El cajón de sastre de las criptomonedas

Las criptomonedas poseen características muy distintas y, por eso, hablar de ellas como si fueran un solo objeto intercambiable tiene poco sentido, porque su uso y su diseño son muy diferentes. Los ejemplos más obvios son Bitcoin, Dash, Monero, Ether o Ripple.

Básicamente, la vocación de Bitcoin es actuar como una suerte de dinero digital con una supervisión descentralizada, es decir, no controlada por un banco central. Sirve para pagar y para invertir. Dash y Monero, además de eso, aspiran a ofrecer una opacidad total en las transacciones y son óptimas para proteger la intimidad o lavar dinero (Dash elimina la trazabilidad mediante una versión propia de PrivateSend). Ether es una divisa optimizada para realizar los pagos de los contratos inteligentes, que son un tipo de acuerdos digitales que se programan y se ejecutan automáticamente cuando se cumplen determinadas condiciones.

Ripple merece una mención aparte porque, por mucho que se insista, no es una criptomoneda. Es un sistema de pagos internacionales, también supervisado de forma descentralizada, que ayuda a los bancos a recortar las comisiones de las transferencias y a agilizar las operaciones. Para ello, esta vez sí, se utilizan unas criptomonedas llamadas XRP que, en realidad, son unos títulos de deuda convertibles normalmente en monedas tradicionales. Es mucho más barato y rápido transferir internacionalmente títulos de deuda que dinero.

 

Las criptomonedas han sido (hasta ahora) un juego masculino

Aunque es muy difícil saber quién está detrás de la mayor parte de las transacciones en criptomonedas, sí sabemos que Uphold, una cartera de monedas digitales, asegura que el 75% de sus operaciones las realizan hombres. La comunidad de estadísticas de Bitcoin, Coin Dance, ha calculado que la participación masculina en Bitcoin representa el 97%.

La motivación, según distintos analistas, parece ser cuádruple: primero, las mujeres tienden a asumir menos riesgos financieros (las criptomonedas son tremendamente volátiles), los hombres poseen más recursos para invertir que las mujeres, los vehículos de inversión más grandes y sofisticados están controlados por hombres y, finalmente, las criptomonedas han nacido, muy recientemente, en entornos de mayoría masculina como el de los desarrolladores de software, los ingenieros de sistemas o los diseñadores de videojuegos. Conforme algunas criptomonedas tengan más recorrido, dependan menos de sus orígenes y se conviertan en activos más estables, más mujeres se atreverán a poner, cada vez más, su dinero en ellas.

 

Claro que tienes que pagar impuestos

La novedad de las criptomonedas ha hecho que algunos inversores olviden que la regulación tributaria, aunque no se refiera específicamente a ellas, sí que les impone indirectamente una serie de exenciones y gravámenes. Hay medios como Fortune que sugieren que los estadounidenses están haciéndose los remolones a la hora de declarar al fisco sus beneficios en criptomonedas. Los inspectores tributarios de la primera potencia mundial sospechan que están utilizándose para evadir impuestos, y han empezado a investigar las cuentas digitales donde se almacenan.

En España, la venta de criptomonedas, a diferencia de la compra, se encuentra exenta del Impuesto sobre el Valor Añadido, mientras que la exención del Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentales parece lo más probable. Si las criptomonedas se conservan, entonces se someterán igual que otros activos financieros al Impuesto de Patrimonio. Las ganancias obtenidas de su venta tributan entre el 19% y el 23% y se tiene en cuenta, obviamente, la diferencia entre el valor de la adquisición y la venta.

 

Dónde son legales las criptomonedas y dónde no

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Fotolia. Autor: Wit

Bitcoin se ha convertido en el patrón oro de las criptomonedas porque es la más extendida y utilizada. Se puede decir que las naciones que prohíben o limitan Bitcoin harán algo parecido con las demás. De hecho, es posible que sean incluso más restrictivas en los casos de Monero o Dash.

Los países que han ilegalizado las transacciones en bitcoins son Islandia, Vietnam, Bolivia, Kirguistán, Ecuador, Bangladés, Marruecos, Argelia, Nepal y Camboya. Indonesia ha prohibido Bitcoin solo como medio de pago, en China es ilegal que una institución financiera realice transacciones en bitcoins y, por fin, lo más probable es que Rusia imponga, como mínimo, duras restricciones en 2018. Se espera, igualmente, este año que Corea del Sur regule con fuerza las criptomonedas y, posiblemente, también India.

Las instituciones internacionales, especialmente las europeas, están empezando discutir la forma de regular el sector sin quitarle vitalidad. No les preocupa que miles de inversores sofisticados se jueguen parte de sus ahorros en el casino. Lo que quieren es proteger a los inversores que no entiendan los riesgos a los que se exponen al invertir en criptomonedas, preservar la innovación, asegurarse de que los volúmenes de las transacciones y sus ramificaciones no pueden desestabilizar el resto de la economía y evitar, en la medida de lo posible, que las criptomonedas sirvan para evadir impuestos o lavar más de 5.000 millones de dólares en fondos ilícitos, que es lo que está pasando ahora mismo en el Viejo Continente.

 

Menos ojos para los vendedores humo

Decenas de empresas, especialmente startups, están financiándose emitiendo directamente deuda o vendiendo participaciones denominadas en criptomonedas que ellas se inventan para la ocasión. El año pasado, en Estados Unidos estas operaciones se multiplicaron por 12 y superaron los 3.500 millones de dólares, mientras que este año la aplicación de mensajería Telegram podría emitir en marzo más de 3.000 millones. Esa forma de operar tiene varias ventajas y la principal es que se reducen los intermediarios. Hablamos, sobre todo, de firmas de capital riesgo o de bancos de inversión.

El premio Nobel de Economía Jean Tirole, recordó en un artículo reciente en el Financial Times los tres graves peligros de estas operaciones. El primero, dijo, es que eliminar los intermediarios es lo mismo que eliminar mecanismos de control. Habrá todavía menos ojos que detecten a los vendedores de humo. El segundo consiste en que la rentabilidad de esa deuda y esas participaciones (los intereses o los dividendos) se va a pagar en una moneda que, en realidad, no pasa de ser un activo puramente especulativo y de brutal volatilidad (nadie sabe qué va a cobrar dentro de unos meses porque el valor puede pasar de cero a 100 en segundos). Se puede dar la circunstancia de que la compañía sea un éxito y la moneda no valga casi nada. El tercer problema es los ahorradores tradicionales o los fondos de pensiones tal vez caigan en la tentación de invertir. Verán que la volatilidad hizo muchos millonarios el año pasado y pueden tener menos en cuenta que la falta de una adecuada regulación y supervisión institucional los deja desprotegidos.

 

Las criptomonedas no son anomalías: dicen mucho de nuestras sociedades

Todos los productos financieros, y todas las burbujas, le deben mucho al contexto donde nacieron. Las criptomonedas han surgido después de años de crisis en los que, para salvar a las economías y, en especial, a los deudores, los bancos centrales y los Gobiernos han hundido el valor del dinero que dependía de ellos. Eso ha supuesto el castigo para unos ahorradores que ahora pueden apostar por unas monedas cuyo valor no depende de los Estados.

Las grandes tecnológicas se han extralimitado con el uso de los datos personales y muchos Estados quieren reemplazar el dinero físico con dinero digital para eliminar la economía sumergida (eso, por supuesto, les permitirá conocer muchos más detalles que ahora de las vidas privadas de sus contribuyentes). Aquí, en medio del pánico a la falta de privacidad, es donde nacen las monedas cuyas operaciones son imposibles de rastrear. Es el caso, una vez más, de Monero y Dash.

Entre los Estados más drásticos con la prohibición el uso de las criptomonedas destacan muchos sistemas autoritarios y algunas de las economías más cerradas e intervencionistas del planeta. Hay excepciones, por supuesto, pero el cuadro general sugiere que las criptomonedas son una amenaza mayor allí donde las instituciones controlan más las vidas y los negocios de sus habitantes.

La ansiedad que despiertan las criptomonedas es la misma que despiertan muchas de las tecnologías rompedoras. Por un lado, prometen la disrupción del sistema financiero como lo hemos conocido durante décadas o siglos, y ponen los pelos de punta a los banqueros tradicionales. Por otro, atizan la euforia y el pánico tecnológico entre unos inversores que ni saben ni pueden anticipar el verdadero impacto de la innovación.

Es verdad que también reflejan las dudas de unos reguladores que buscan un equilibrio que es siempre precario: ¿cómo se puede apostar por la innovación rompedora y proteger a la sociedad de las consecuencias de la burbuja? ¿Quién es el Estado para prohibir a un ahorrador que se juegue, informada y voluntariamente, el futuro de su familia a la ruleta rusa del Bitcoin? ¿Cómo se puede canalizar con buena regulación una nueva ola tecnológica sin restarle vitalidad, arranque y potencial revolucionario? Vivimos un momento histórico donde los enigmas se multiplican en un mar de preguntas sin respuesta.