La pandemia puso de manifiesto que la mayoría de infraestructuras sanitarias mentales no está preparada para abordar los retos de un incremento en los problemas psicológicos. La crisis afecta tanto a países desarrollados como a aquellos en vías de desarrollo. La falta de infraestructuras sanitarias adecuadas, el abuso de psicofármacos y los abordajes terapéuticos desfasados son algunos de los principales problemas. Que se suman a un aumento de la precariedad, la incertidumbre sobre el futuro y unas redes sociales que pueden contribuir a empeorar síntomas ya existentes en nuestros cerebros hiperconectados 24/7.

 

Los brotes negros. En los picos de ansiedad

Eloy Fernández Porta

Anagrama, 2022

Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura

Remedios Zafra

Anagrama, 2021

Los libros de Eloy Fernández Porta y de Remedios Zafra son distintos en tono pero similares en propósito: mostrar cómo la precariedad, la productividad constante y la ininterrumpida conexión a redes sociales están generando problemas de estabilidad mental graves. La ansiedad destaca como la afección más extendida, pero la depresión también causa estragos (en los jóvenes aumentan también las autolesiones y las ideas suicidas). España es el país europeo, junto con Portugal, en el que más ansiolíticos y antidepresivos se consumen. Unos dos millones de españoles toman ansiolíticos a diario. Pero el incremento de prescripciones para combatir la ansiedad, la depresión y el insomnio es constante en el resto de países europeos.

Remedios Zafra estructura su obra en base a unas cartas que le escribe a una joven periodista con la que mantiene correspondencia sobre la precariedad del sector cultural y académico. En realidad, como informa al final del libro, la cartas se basan en las conversaciones que ha tenido con jóvenes –profesores, periodistas, opositores, investigadores, etcétera– que están tratando de incorporarse al mundo laboral y no encuentran estabilidad, ni vislumbran un futuro con unas certezas mínimas. Por un lado, señala Zafra, la mayoría de personas se ven obligadas a una hiperproductividad si quieren tener alguna opción de futuro. Por otro, con el paso del tiempo, sin embargo, descubren que esa producción ininterrumpida no les facilita salir de la contingencia laboral y, por tanto, vital. “La tecnología aporta y la tecnología se apropia”: obligándonos a una conexión absorbente que renta mucho menos de lo que nos demanda, salvo escasas excepciones. “Moverse en el trance de la provisionalidad, migración y precariedad, pero también en la actividad y la búsqueda, es lo que caracteriza a muchas personas en el mundo contemporáneo”.

Hombre de negocios mordiéndose las uñas. Helen King vía Getty Images.

En algunos casos, como en el de Fernández Porta, el cerebro no puede más y sufre un gran colapso. En su ensayo aborda las razones materiales del problema –ingresos reducidos por los mismos trabajos que realizaba hace unos años– y la configuración de las redes sociales que obliga a una contradictoria sobreexposición: “A nuestros cuerpos se les pide que sean disciplinados de día y exaltados de noche; productivos pero también dionisíacos –regulados y, a la sazón, libidinosos–. LinkedIn y Tinder se los disputan. La ansiedad es el síntoma de la presión que genera ese doble mandato”. El de Porta es un ensayo valiente, que no ahorra listado de medicamentos que debió tomar para volver a reconectar su cerebro, ni los efectos secundarios causados por algunos de ellos que debía compensar añadiendo otros.

Mientras algunas empresas ofrecen programas de mindfulness a sus empleados para que trabajen a nivel individual sus problemas, los Gobiernos, como el español, anuncian planes de salud mental infradotados  que ni pueden abordar los problemas sistémicos que están en el origen de muchas afecciones mentales –salarios bajos, vidas siempre en transición hacia horizontes difuminados, vivienda a precios desbocados, etcétera– ni permiten cambios profundos en el abordaje terapéutico –más sesiones con profesionales, medicaciones usadas solo una herramienta terapéutica más y no como la única tabla de salvación, etcétera–. Son temas que se abordan con más detalle en los libros Sedados y No puedo más y en el documental Medicating normal, que se comentan a continuación.

 

Our Silent Emergency

BBC, 2021

https://www.youtube.com/watch?v=6XGG12q4c2U

El joven locutor y DJ radiofónico británico Roman Kemp presenta un documental de la BBC sobre el suicidio de jóvenes en Reino Unido. Tras la pérdida de un amigo cercano y colaborador profesional, Kemp trata de entender qué está pasando en su país al respecto, sobre todo entre los hombres jóvenes. Los hombres que se quitan la vida voluntariamente suponen casi tres cuartas partes de todos los suicidios del país (similar porcentaje que en España, por ejemplo, donde se acaba de poner en marcha un teléfono para ayudar a prevenirlo). Aunque las cifras de suicidios han ido bajando en la última década, siguen siendo altas: con una tasa en 2020 de 10 muertes por cada 100.000 habitantes. Por comparar, en 2020 se registraron 5.224 suicidios en Reino Unido  y 1.516 muertos en accidentes de tráfico.

Cartel de  una organización que proporciona apoyo emocional a personas en riesgo de suicidio en el puente de Clifton, Reino Unido. (Foto de Mike Kemp/In Pictures vía Getty Images)

Kemp viaja a diversas ciudades del Reino Unido para escuchar testimonios de hombres jóvenes que intentaron quitarse la vida, y también se entrevista con familiares y amigos de suicidas. En Nottingham, se pone en contacto con las unidades policiales que colaboran con psicólogos para atender a emergencias relacionadas con intentos de suicidio. En Belfast, donde la tasas entre hombres jóvenes doblan a las de Inglaterra, participa en la sesión de un taller que trata de ayudar a los que han perdido a un amigo o familiar: hasta un tercio de estas personas han reconocido que han tenido pensamientos suicidas tras la pérdida de un ser querido por esta causa. En Glasgow, Kemp habla con un investigador del  Suicidal Behaviour Research Laboratory, quien le comenta los diversos factores que han detectado como motivaciones de los suicidas: desde una percepción de la masculinidad que retrasa la petición de ayuda hasta la desigualdad social. Es un fenómeno complejo y multicausal. Recientemente se ha anunciado que se llevará un registro preciso de los suicidios entre los veteranos de guerra. A falta de estadísticas actualizadas sobre estos dos años de pandemia, algunas encuestas oficiales indican que se han reducido los suicidios, pero han aumentado los casos de ansiedad y depresión, que a medio plazo podrían afectar a las tasas de suicidio.

El Reino Unido no es el único país europeo con una alta tasa de personas que se quitan la vida. En el continente, las tasas de suicidios también han ido reduciéndose en los últimos veinte años en la mayoría de países (en algunos Estados ha aumentado, como en Grecia y Portugal), aunque con cifras de 2019, la media sigue siendo alta, de 11,3 suicidios por cada 100.000 habitantes. Un dato preocupante, con datos de 2020, es el incremento de suicidios entre los europeos más jóvenes. La pandemia ha retrasado las citas para una consulta en las unidades de psiquiatría, y las estructuras de salud mental de muchos países no están dimensionadas acorde con la envergadura del problema.

 

Not Today

Aditya Kripalani

2021

El suicidio en India es también un problema de gran magnitud. En esta película, la joven Aliah Rupawala consigue un trabajo como consejera en la centralita de uno de los teléfonos de línea abierta en un centro de prevención. Proveniente de una familia musulmana con valores tradicionales, Aliah responde en su primer día de trabajo la llamada de un hombre de mediana edad que se encuentra en una azotea y amenaza con saltar. La joven hace todo lo posible para mantenerle en línea y, contra el criterio de su jefa, decide acercarse hasta el edificio en el que se encuentra el suicida. Durante toda la noche, ambos compartirán sus historias, en las que emergen traumas no resueltos y reflexiones sobre sus biografías.

La película de la directora Aditya Kripalani se centra únicamente en las vidas de sus dos protagonistas pero el suicidio en India es un problema social grave que afecta a personas de todas las edades. El país lidera las estadísticas: los hombres indios que se quitan la vida representan el 25% de todos los suicidios de hombres en el mundo, y las mujeres suicidas son el 36% en el tramo de edad de los 15 a los 39 años. Las condiciones vitales de muchas amas de casa, muchas de ellas en matrimonios forzosos y con pocas perspectivas de mejora, es una de las razones por las que este grupo de mujeres representa el 15% de todos los suicidios anuales del país, y más de un 50% de todas las mujeres que se quitaron la vida en 2020: un ama de casa se suicida en India cada 25 minutos.

Los crecientes problemas mentales entre los jóvenes indios han motivado un incremento de suicidios en esa franja edad. A las turbulencias propias de la edad, se suma la presión para lograr buenos resultados académicos y la coyuntura socioeconómica de un país que destaca precisamente por una amplia movilidad social. Según cifras oficiales, casi 11.500 menores de 18 años se quitaron la vida en 2020, un 18% más que en 2019 y un 21% más respecto a 2018.

Los graves problemas que afectan desde hace años al sector primario indio han causado gravísimos problemas a los 260 millones de agricultores con los que cuenta el país. Las deudas que deben contraer para poder pagar los insumos no pueden ser devueltas a tiempo en muchos casos debido a ciclos de sequía extrema y lluvias torrenciales. Como resultado, en 2020, casi 30 indios que vivían del sector primario cometieron suicidio en 2020, más de 10.000 personas.

Los expertos llevan años reclamando un plan integral que aborde el problema de los suicidios en India, pero aún no se ha establecido. De hecho, aunque se ha intentado despenalizarlo, sigue siendo considerado un delito desde los tiempos de la colonia británica. Algo que, según los expertos, complica la recolección de estadísticas. El fenómeno podría ser mucho peor de lo que reflejan las cifras oficiales.

 

No puedo más. Cómo se convirtieron los milenial en la generación quemada

Anne Helen Petersen

Capitán Swing, 2021

Una figura sobre una cerilla quemada como símbolo del síndrome de burnout (Foto de Oed/ullstein bild vía Getty Images)

La periodista Anne Helen Petersen trata de explicar en este libro por qué la sensación más extendida entre los milenial estadounidenses es el burnout, el vivir quemado. El desgaste profesional, explica, fue reconocido por primera vez como diagnóstico clínico en 1974: “casos de derrumbe mental o físico como resultado del exceso de trabajo”. No es igual al agotamiento: no es que no podamos más, es que alcanzamos ese punto y nos obligamos “a continuar, ya sea durante días, semanas o años”. En muchos casos, hasta que una crisis nerviosa o un grave síntoma somatizado nos obligan a parar. Basándose  en su propia experiencia como periodista para medios online –trabajó años en Buzzfeed– y usando las decenas de entrevistas realizadas con jóvenes de diversas clases sociales, Petersen va describiendo las distintas etapas de la socialización de un joven desde la infancia: la presión creciente para obtener buenos resultados en la escuela –con horarios saturados de extraescolares y poco tiempo para el recreo mental–, la universidad –en Estados Unidos ligada casi siempre a una gran deuda que se llevará como un losa– y la inserción en un mercado laboral que no necesita a muchos de los graduados que cada año salen de las universidades. Un sistema endiablado que falla desde el inicio: no basta con hacerlo todo bien, las posibilidades de fracaso son elevadas por bien que lo hagas. El fracaso, además, se vive como un vía crucis individual, amplificado por lo que Petersen denomina una idea romántica y burguesa del trabajo: a su generación y a las siguientes se les ha transmitido la idea de que si encuentran el trabajo que les guste, no trabajarán, solo disfrutarán. Nada más lejos de la realidad: primero, porque esos trabajos ideales son escasos y, segundo, porque incluso esos trabajos soñados suelen implicar jornadas maratonianas que pueden contribuir a la sensación de desgaste. La autora destaca varías dinámicas negativas y complementarias: salarios bajos; un aumento y glorificación del exceso de trabajo; la expansión y normalización de la vigilancia en el lugar de trabajo, y la fetichización de la flexibilidad del trabajador autónomo; además de una pérdida progresiva de derechos colectivos (empresas como Amazon, Apple o Starbucks están gastándose miles de euros para impedir la creación de sindicatos).

La individualización del riesgo, explica Petersen, ha revertido los avances logrados tras la Gran Depresión: cuando se diseñaron nuevas instituciones y mecanismos para que tanto trabajadores como empresas compartieran riesgos y beneficios. La fragmentación del mercado laboral y el incremento en el precio de los seguros sanitarios, por ejemplo, complica mucho el acceso de millones de estadounidenses a una atención médica de calidad y asequible. Uno de los ejemplos que ofrece la autora: 378 dólares, por ejemplo, por un seguro médico en Dallas con una franquicia de 10.000 dólares. Y eso solo para una persona.

Petersen aborda también el papel de la tecnología en el desgaste milenial. Sus efectos no se limitan a los jóvenes, pero lo cierto es, afirma, que las generaciones más jóvenes –los milenial al menos conocieron fases de su vida sin conexión continua a Internet– han estado expuestas desde la infancia a la dinámica de la economía de la atención. “Publicar en los medios de comunicación sociales es una forma de crear el relato de nuestras propias vidas: nos estamos contando a nosotros mismos cómo es nuestra vida”, escribe Petersen. Matizando que, en la mayoría de los casos, es solo una versión mejorada, más ficción que autobiografía. Eso sumado al tiempo creciente que se pasa conectado podría estar contribuyendo a la aparición de problemas mentales. En un artículo reciente del diario The New York Times sobre la crisis de problemas mentales en jóvenes estadounidenses, se señalaba a las redes sociales como uno de los principales responsables, aunque los estudios al respecto distan de ser concluyentes.

La última parte del libro está dedicada a los problemas de la crianza. Las entrevistadas coinciden en esa sensación de necesitar cien horas al día para poder cumplir con todo lo que supone que deberían lograr como trabajadores y como madres. Petersen pone como ejemplo la dificultad para encontrar una guardería a precio asequible, no siempre posible, y que motiva que muchos progenitores dejen de trabajar para quedarse en casa. “Si la crianza –al igual que el trabajo y la tecnología– se ha vuelto tan difícil, ¿por qué no hacemos nada al respecto? Si es tan evidente que se trata de un problema que afecta a la sociedad, ¿por qué seguimos engañándonos y pensamos que se trata de un fracaso personal?”.

 

Sedados. Cómo el capitalismo moderno creó la crisis de salud mental

James Davies

Capitán Swing, 2022

Medicating Normal, 2022

https://www.pbs.org/video/medicating-normal-kinbho/

¿Qué sucede cuando la cura enferma? Es el dilema que plantean los psicofármacos. En el reportaje Medicating Normal se muestran varios casos de pacientes estadounidenses que, tras una toma prolongada de psicofármacos para la ansiedad, el insomnio o la depresión, terminaron con trastornos mucho más graves que los que motivaron el inicio de su toma de medicación. Una camarera que trabaja en turnos de noche y sufre de insomnio comienza a tomar pastillas para dormir y termina enganchada. A una veterana de Irak con estrés postraumático se le van recetando diferentes fármacos durante 12 años que terminan agravando su condición. Una adolescente con problemas alimentarios recibe tratamiento con antidepresivos que le causan alucinaciones. Son algunos de los casos comentados en el reportaje. Uno de cada cinco estadounidenses adultos toma drogas psiquiátricas a diario (y siete de cada 18 niños). La sobremedicación psiquiátrica es ya un problema de salud pública. Pero también es un gran negocio, que ha logrado consolidarse, en parte, gracias a la progresiva inclusión de cada vez más trastornos en el manual de psiquiatría DSM susceptibles de tratarse con medicación.

Un frasco de pastillas antidepresivas llamadas Paxil se muestra el 23 de marzo de 2004 fotografiado en Miami, Florida.(Ilustración de Joe Raedle/Getty Images)

James Davies explica en su libro esta dinámica: los intereses de las farmacéuticas en recetar cada vez más fármacos y la infradotación de los sistemas de salud mental han creado una situación de la que resultará complicado y caro salir. Partiendo de la situación en Reino Unido, aunque entrevista a expertos de distintas nacionalidades, Davies trata de explicar “cómo hemos llegado hasta aquí”. Basándose en diversos estudios realizados en los últimos años, el autor subraya que el aumento de prescripciones farmacológicas ha generado dos problemas serios: por una parte, está relacionada con un incremento en las incapacidades permanentes de los pacientes, y por otra, no han disminuido los problemas psiquiátricos. Solo han mejorado aquellos pacientes que usan los psicofármacos durante un tiempo limitado, como una herramienta terapéutica más. “Nuestro enfoque fuertemente basado en la medicación podría explicar en parte por qué los resultados en el ámbito de la salud mental están quedando muy rezagados respecto a otros campos de la atención de salud, sobre todo teniendo en cuenta que el uso prolongado de psicofármacos aparece asociados a multitud de problemas: mayor dependencia de la asistencia médica, aumento de peso, mayores tasas de recaída, mayor riesgo de trastornos degenerativos como la demencia, mayores posibilidades de sufrir síndrome de abstinencia severo y prolongado tras la retirada del medicamento, aumento de los problemas de disfunción sexual, peores resultados funcionales e incremento de la mortalidad, etcétera”. Davies no se limita a analizar ese cambio, favorecido por los intereses farmacéuticos. También estudió los cambios sociales y económicos que motivan que cada vez más personas puedan controlar sus vidas: la gig economy (basada en trabajos esporádicos), la creciente desigualdad…

El autor concluye su viaje en Ginebra, entrevistándose con el psiquiatra lituano Dainius Pūras, relator para los derechos humanos en la salud de Naciones Unidas entre 2014 y 2020. En dos informes publicados bajo su mandato, se afirmaba que la atención de pacientes con problemas mentales se había centrado, de manera reduccionista, en un paradigma biomédico. Se debería reforzar el intervencionismo psicosocial, asumiendo que la explicación bioquímica de la enfermedad mental no solo no resulta eficaz, sino que no ha sido probada para ningún trastorno psiquiátrico. En 2019, Puras declaró ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU lo que había estado diciendo durante todo su mandato: “Confiar en exceso en este modelo biomédico ha sido un fracaso”.

 

In viaggio con la mente

Chiara Menescalchi y  Federico Caruso, 2020

https://www.youtube.com/watch?v=cgme98atLkg

La psicóloga clínica italiana Chiara Menescalchi y el director Federico Caruso ofrecen en este documental algunos apuntes sobre los sistemas de salud mental en Argentina y Perú. En el caso argentino, se ocupan sobre todo de un proyecto de atención terapéutica ubicado en la ciudad de Rosario, la Casa Paraná, un restaurante donde están empleados enfermos mentales. Como reconoce uno de ellos, el trabajo en la Casa le permite sentirse útil y más integrado socialmente. Los minutos dedicados a Perú se ocupan de los problemas de salud mental asociados a las adicciones –especialmente el alcohol– y a los prejuicios y la estigmatización sociales que impiden que, en muchos casos, los enfermos busquen ayuda profesional para no ser considerados “locos”. Ambos países, explican los expertos entrevistados, tienen serias carencias asistenciales en salud mental.

En Argentina se aprobó una ley en 2010 que pretendía abrir los psiquiátricos y renovar las estructuras asistenciales. Por distintas razones, incluido el cambio de ciclo político, esa modernización no se completó. Los efectos de la pandemia –que contribuyó a aumentar los cuadros de ansiedad y las depresiones, según algunos expertos– han motivado que recientemente se presentase un nuevo plan estratégico de salud mental. En teoría, se cuenta con crear, entre otras medidas, “dispositivos para urgencias y guardias interdisciplinarias, y se pondrá en marcha en los hospitales nacionales la especialización en salud mental y consumos problemáticos”. Otro objetivo: que buscar ayuda profesional dejé de considerarse un tabú. El titular durante la presentación del plan por parte del presidente Alberto Fernández fue que la inversión en salud mental se duplicará. Lo cierto es que sigue incumpliéndose lo que establece la ley del 2010: que al menos el 10% de los recursos destinados a sanidad se dediquen a salud mental. En 2021, sin embargo, el gasto presupuesto en salud mental se quedó en el 1,47% (España gasta poco más de un 5% de su inversión sanitaria en salud mental, la mitad que Alemania, Francia o Suecia que invierten en torno al 10%)

La realidad es que pasará de 31 millones de dólares a 64 millones al año más un fondo extraordinario de otros 33 millones de dólares. En España, se estima que se invierten 4000 millones al año –y es uno de los países europeos con menos inversión en esta partida presupuestaria–, y algunos expertos piden doblar ese presupuesto ante el empeoramiento de los indicadores.

La salud mental en América Latina ha empeorado desde la pandemia (en este artículo reciente pueden verse datos de los países del continente). El impacto a nivel económico ha sido relevante y se terminará pagando a corto y medio plazo, sobre todo con un contexto económico inflacionista que amenaza además de presionar al alza los precios de productos alimentarios básicos en todo el mundo. En el caso de Perú, el otro país comentado en el documental In viaggio con la mente, la pandemia también ha dejado una importante huella psicológica (incluidos los niños, según cifras del Ministerio de Salud peruano y UNICEF). Como en el caso de Argentina, Perú promulgó una ley en 2019 para garantizar el derecho a recibir asistencia en caso de problemas mentales. Un informe de 2018 del Defensor del Pueblo aseguraba que 8 de cada 10 pacientes con problemas de este tipo no recibía la atención adecuada. Las cifras de psicólogos –en España este dato es también baja– y centros de salud por cada 100.000 habitantes siguen siendo bajas, aunque varían sustancialmente entre las distintas regiones del país.

Una mujer peruana que lleva casi 40 años tomando medicación para la bipolaridad, utiliza ahora la religión como su principal sistema de apoyo. Desde la pandemia de Covid 19, vive atemorizada y confinada en su casa. Perú. (Foto: Paco Chuquiure/Universal Images Group vía Getty Images)

Aunque a finales de 2020, el Gobierno peruano anunció una importante inversión en servicios de salud mental (unos 140 millones de euros), los datos disponibles para 2021-2022, hablan de recortes generalizados en varias partidas presupuestarias destinadas a la salud, incluida la mental: entre el 13% y el 44% dependiendo de la región (la de Lima es  la que más ha sufrido esos recortes). Cuatro años después del informe de 2018 y tras tres años de vigencia de la ley, la realidad –según cifras de 2021– no ha mejorado: según el Instituto Nacional de Salud Mental, en 2021, “de cada 100 personas con algún trastorno mental detectado, 50 desearon recibir tratamiento, pero solo 12 tuvieron acceso a uno”.

 

El psiquiátrico de Benín

Arte, 2022

https://www.youtube.com/watch?v=sb90NdFGzvQ

Cuando a finales de los años 70, Grégoire Ahongbonon, mecánico de profesión nacido en Benín y emigrante en Costa de Marfil, sufrió una grave depresión se dio cuenta de que tanto en su país natal como en el de adopción, Costa de Marfil, las infraestructuras para atender a los enfermos mentales eran muy precarias. Una vez superada la enfermedad, comenzó a trabajar para prestar ayuda  a pacientes psiquiátricos de África Occidental. La Asociación Saint Camille de Lellis, que fundó en los 90, cuenta ya con varios centros en otros lugares, además de los cuatro abiertos en Benín: en Costa de Marfil, Burkina Faso y Togo. En este documental se explica su actividad y cómo ha tenido que luchar contras las creencias, aún radicadas en parte de la población, de que algunas enfermedades mentales tienen que ver con hechizos. Usando la red de misiones católicas que trabajan en los países, recibe ayuda de psiquiatras franceses que viajan varias veces al año para ofrecer formación al personal local y a los misioneros y misioneras. En todo Benín, lugar en el que se centra el reportaje, que cuenta con una  población de 11 millones de habitantes, no llegan a 20 los psiquiatras que pasan consulta y solo existe un psiquiátrico, en la capital, Cotonú. La Saint Camille ofrece a los pacientes que pueden pagarlo un tratamiento 10 veces menor que en los escasos centros privados.

La precariedad de la infraestructuras sanitarias dedicadas a la salud mental es generalizada en todo el continente y la pandemia, como en el resto del mundo, ha agravado los problemas de una parte significativa de la población. Aunque no se han llevado a cabo investigaciones igual de fiables en todos los países, los estudios existentes muestran que la ansiedad, la depresión y el insomnio han sido especialmente altos en el Norte de África (44%, 55% y 31%, respectivamente) y relativamente altos en el África subsahariana (31%, 30% y 24%, respectivamente). Según la Organización Mundial de la Salud, unos 66 millones de mujeres en todo el continente sufren depresión, y en torno al 85% no reciben cuidados psicológicos y/o psiquiátricos. La falta de inversión en servicios sanitarios mentales fuerza a muchos de los profesionales que se forman, tanto en el continente como fuera, a emigrar en busca de oportunidades laborales. Una problemática que está lejos de solucionarse.

Varios países africanos están sufriendo además su propia pandemia de problemas mentales relacionados con el consumo de nuevas drogas (incluso los que tienen más recursos, como Suráfrica). En Kinshasa, por ejemplo, la droga que está devastando a la juventud se llama bombé, y es un cóctel de productos que incluye restos de viejos catalizadores de coche. Quienes lo toman entran en un trance que puede dejarles afectados de por vida. Ante la falta de infraestructuras sanitarias para rehabilitar a los adictos, la violencia policial es el único instrumento que está usando el Gobierno para tratar de frenar la epidemia. Sin éxito.

Una problemática similar está causando el kush en Sierra Leona. El 90% de los ingresos de hombres en el psiquiátrico de Freetown –el único del país– están relacionados con el consumo de esta droga, una marihuana sintética adobada con potentes químicos que puede conseguirse a bajo precio. Los efectos en el cerebro de los consumidores son devastadores.