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Una manifestación a favor de medidas que protegan el clima en Barcelona, España. JOSEP LAGO/AFP via Getty Images

El debate sobre cómo reinventar el capitalismo para que sea un sistema que pone en el centro a las personas y al planeta, apostando por una economía sostenible social y medioambientalmente, empieza a calar entre las élites empresariales y políticas globales.

Davos, el cónclave de la élite económica y política global, insta a reformar el capitalismo. De cara a su próximo encuentro anual, del 21 al 24 de enero, el Foro Económico Mundial (WEF) ha lanzado un manifiesto que exige a las empresas una mayor responsabilidad social, medioambiental y tributaria para "mejorar" el mundo. Darle un rostro humano al sistema ante las amenazas de la emergencia climática y la creciente desigualdad. No está solo en este afán. Filántropos multimillonarios, profesores universitarios, banqueros, los grandes medios económicos y hasta la nueva ministra española de Exteriores, Arancha González, están pidiendo su refundación. También empiezan a aplicarse iniciativas en este ámbito. En el sector privado y en la administración. El objetivo final es salvar el capitalismo y que, en términos de legitimidad, esté en condiciones de competir con los modelos alternativos en auge, especialmente con el capitalismo de Estado chino.

El giro es significativo. Al cumplir medio siglo de vida Davos juega a reinventarse, consciente de que el entorno social, político y económico ha mutado, especialmente a raíz de la gran crisis financiera de 2008. El malestar y la indignación contra los sistemas político y económico son evidentes, de los chalecos amarillos de Francia a las masivas protestas en Chile y Líbano, pasando por el Brexit, el triunfo de los populismos de extrema derecha en Estados Unidos y Brasil, y el movimiento ecologista Fridays for Future encabezado por la joven Greta Thunberg.

La democracia liberal y el capitalismo sufren actualmente una quiebra de confianza y una crisis de legitimidad por su incapacidad de cumplir expectativas de progreso, bienestar y justicia social para una proporción cada vez mayor de la población. “La gente está revelándose contra las élites económicas, que consideran que les han traicionado, y que nuestros esfuerzos para limitar el calentamiento global a 1,5 centígrados son peligrosamente insuficientes", resume Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del WEF.

La hora del ‘stakeholder’

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El director ejecutivo del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, en una conferencia en Génova anunciando el foro de Davos que tendrá lugar en enero 2020. FABRICE COFFRINI/AFP via Getty Images

Ahora la palabra fetiche para Davos es stakeholder. Hay que ampliar el foco del shareholder, el accionista, y empezar a tener en cuenta a todas las partes interesadas, aquellos que de alguna forma están involucrados con las empresas, "empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general". El objetivo es pasar así de tratar de generar beneficios financieros a corto plazo para los tenedores de participaciones a contribuir conjuntamente "en la creación de valor compartido y sostenido" con un "compromiso común" y una apuesta por la "prosperidad a largo plazo". "El rendimiento no debe medirse tan solo como los beneficios de los accionistas, sino también en relación con el cumplimiento de los objetivos ambientales y sociales", continúa el manifiesto publicado por el WEF de cara a la cumbre de este año, a la que van a acudir, entre otros, el presidente estadounidense Donald Trump, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y la canciller alemana, Angela Merkel.

Este reequilibrio, prosigue el documento, no se limita a ampliar el foco de la responsabilidad de la empresa. También debe extenderse en el eje temporal, asumiendo que la actividad empresarial debe ser social y medioambientalmente sostenible. El sector privado debe actuar "como garante del universo ambiental y material para las generaciones futuras", subraya. Además tiene que gestionar "con responsabilidad la creación de valor a corto y medio plazo", para lograr "beneficios sostenibles para sus accionistas sin sacrificar el futuro en beneficio del presente", señala.

 

Asumir la lucha contra la emergencia climática

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Jóvenes se manifiestan con una pancarta que dice "el capitalismo mata al planeta" en Stuttgar, Alemania. Sebastian Gollnow/picture alliance via Getty Images

Esta apuesta por las luces largas enfatiza asimismo la importancia de la protección del medio ambiente y la lucha contra la emergencia climática. Las compañías éticas y conscientes, añade el manifiesto, protegen "de un modo responsable nuestra biosfera" y son promotores de "una economía circular, compartida y regenerativa". También resalta el papel que juega el sector privado en los ámbitos "del conocimiento, la innovación y la tecnología", con el objetivo final de "mejorar el bienestar de las personas".

Además, agrega el texto, las empresas son a su vez parte de "nuestro futuro global", junto a los gobiernos y la sociedad civil. "La responsabilidad cívica empresarial global exige que las empresas aprovechen sus competencias básicas, su espíritu empresarial, sus habilidades y los recursos pertinentes en iniciativas colaborativas con otras empresas y stakeholders con el fin de mejorar el estado del mundo", argumenta el documento.

El manifiesto apuesta por un cambio comprensivo. Habla de generar un entorno de "competencia leal" y de "igualdad de condiciones" para las empresas. De una cultura de "tolerancia cero ante la corrupción" y de un sistema tributario "equitativo". Pide a las empresas plataformas digitales fiables y confiables, y la protección de los datos privados de los clientes. También aboga por tratar "con dignidad y respeto" a los empleados, respetar su "diversidad", mejorar de forma "continua sus condiciones" laborales e invertir en su formación. Esto incluso a sus proveedores, a los que ha de tratar como “verdaderos asociados en la creación de valor” y velando por que respeten los derechos humanos.

 

Más voces reclamando un cambio

Davos se suma con este documento a las voces relevantes que en los últimos meses están reclamando un cambio de rumbo al capitalismo. Son en su inmensa mayoría insiders, en gran medida reconocidos y con tracción, que en absoluto impugnan el sistema en su totalidad, sino que perciben la necesidad de reformarlo para que beneficie también a quienes se sienten dejados de lado —incluida una clase media occidental sumida cada vez más en la incertidumbre— para ganar en legitimidad y para asegurar así su continuidad.

Algunos expertos vinculan su actualización a la misma supervivencia de la democracia liberal, vinculada en la teoría y en la práctica durante décadas al capitalismo, y en horas bajas por el aparente auge de modelos político-económicos alternativos. Por el empuje del avance populista (Estados Unidos, Brasil, Reino Unido) y el triunfo de fuerzas iliberales (Hungría, Polonia), pero sobre todo por el desafío que suponen los sistemas autoritarios de mayor o menor magnitud que ponen los recursos nacionales al servicio del poder geopolítico, ya sea en su vertiente de capitalismo de amigos (Rusia) o en la del capitalismo de Estado (China), el verdadero reto para Occidente en este siglo.

Uno de los iniciadores de esta oleada critica es el multimillonario y filántropo Ray Dalio, que en abril del año pasado dio el primer gran aldabonazo al publicar un profuso informe titulado "Cómo y por qué hay que reformar el capitalismo" en el que asegura que los principios del capitalismo se han llevado hasta el extremo, convirtiendo el sistema en "autodestructivo" e "inaceptable". Denuncia que, en su opinión, está "ensanchándose la brecha de ingresos, riqueza y oportunidades hasta el punto de poner en peligro el capitalismo y el sueño americano".

Pero el momento crítico llegó con el anuncio este agosto de la Mesa Redonda de Negocios de Estados Unidos, una asociación de cerca de 200 consejeros delegados de grandes empresas con una facturación agregada de 7 billones de dólares. Se trataba de un texto en el que redefinía el propósito general de las empresas para promover que "la economía sea provechosa para todos" en lugar del servicio del accionista (su definición oficial desde 1997). Abogaba por "invertir" en los empleados, tratar "justa y éticamente a los proveedores", "apoyar a las comunidades" en las que se opera y por "generar valor a largo plazo para los accionistas". Además, recalcaba que las empresas deben aportar "valor" a todos los stakeholders, que son "esenciales".

 

Campaña en los medios

20181117_cna400hiresOtros muchos se han sumado a esta corriente reformista en los últimos meses. Entre ellos, de forma destacada, medios de comunicación como The Economist y el Financial Times, referentes de la élite política y económica global y defensores de la economía de libre mercado. "Capitalismo. Tiempo para empezar de cero" es el nombre de un especial del diario económico británico en el que su director, Lioner Barber, reconoce que el modelo económico está "bajo presión" desde la crisis financiera, "especialmente la fijación por maximizar beneficios y dividendos para el accionista". En su opinión, la salud a largo plazo del capitalismo dependerá de que las empresas sepan aunar "beneficios" económicos con una "razón de ser" más allá de las cifras. El semanario británico, por su parte, ha reconocido los "golpes" que ha recibido la reputación del capitalismo y pide facilitar la libre competencia y atar más corto a las grandes tecnológicas.

También Arancha González se refirió a este asunto días antes de ser nombrada ministra de Exteriores de España, cuando aún estaba al frente del Centro de Comercio Internacional (ITC). En un artículo de opinión aseguraba que "el capitalismo tal y como lo conocemos ya no funciona" y denunciaba la inseguridad laboral, el estancamiento de los salarios y la "ansiedad por la contracción de las expectativas" en la sociedad. También criticaba el fracaso de las élites a la hora de encarar el "reto del cambio climático". No obstante, se mostraba optimista, y apuntaba una "revolución silenciosa" ya en marcha, con gobiernos y empresas llevando a cabo iniciativas para lograr la "promesa de un capitalismo reinventado", un sistema que resulta mejor "para la gente y para el planeta".

 

Iniciativas públicas y privadas

Más allá de las palabras, algunas iniciativas que encarnan estos postulados están empezando a cuajar, tanto en el sector privado como en la administración pública. La química alemana BASF, por ejemplo, ha empezado a incluir en las cuentas su impacto económico, social y medioambiental, contabilizando como un plus lo que paga en salarios e impuestos y restándole sus emisiones contaminantes y consumo de agua. Blackrock, el mayor gestor de activos del mundo, acaba de anunciar que incluirá el riesgo climático en su análisis financiero, lo que puede afectar significativamente a su participación en muchos sectores, como el energético. El fondo soberano noruego, el mayor del mundo, ha ido aún más allá al anunciar el pasado verano que abandonará todos los valores ligados a 150 petroleras y gasistas. Además, desinvertirá progresivamente sus posiciones en el sector del carbón.

California, sin perder ni un ápice de su dinamismo económico, ha dado pasos decisivos en esta senda. En los últimos meses ha aprobado leyes para reforzar los derechos de los trabajadores autónomos en la economía uberizada y ha apostado por elevar el salario mínimo interprofesional. También resulta interesante la iniciativa Nueva Zelanda, que el año pasado lanzó su “presupuesto del bienestar”, una iniciativa que pretende tener en cuenta, además de los ingresos y gastos meramente financieros, la calidad de vida y la evolución del capital humano, social y natural. Las próximas cuentas públicas del país incluirán elementos como las emisiones contaminantes, la salud mental de sus ciudadanos y el comportamiento del precio de la vivienda.

La consultora McKinsey asegura en un reciente informe que fijarse estándares sociales y medioambientales lleva a una “mayor creación de riqueza” y subraya que su puesta en práctica supuso un repunte del valor en bolsa en casi dos tercios de los más de 2.000 casos evaluados. Un informe de la Alianza Global para las Inversiones Sostenibles (GSIA) afirma por su parte que las inversiones sostenibles suponen ya 30 billones de dólares en todo el mundo, con un repunte del 68% desde 2014. Por regiones destacan Europa, Estados Unidos y Japón.

Davos será, en el mejor de los casos, un aldabonazo. Una llamada de atención para que muchos de sus 3.000 invitados, representantes clave de la élite política y empresarial, asuman los postulados de la economía sostenible a nivel social y medioambiental. Si la iniciativa prende, si los actuales brotes verdes empiezan a multiplicarse, podría iniciarse un largo proceso de transformación que, en último término, logre reimaginar el actual sistema económico y dar al capitalismo un rostro humano.