Currency and Social Media
El presidente norteamericano Donald Trump tras una imagen de un teléfono móvil en la que se ve su cuenta de Twitter. Jaap Arriens/NurPhoto/Getty Images.

 

Un repaso de cómo ha cambiado el paisaje mediático estadounidense en los últimos años y cómo el país se dirige hacia unas elecciones con un presidente que parece disfrutar del caos. 

Durante una reunión en el despacho oval entre los presidentes de EE UU, Donald Trump, y de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, este último, sacó un iPad para reproducir un vídeo que mostraba al líder de las Fuerzas Democráticas Sirias, de mayoría kurda, y lo calificaba de terrorista. Lo hizo sin ningún reparo en una reunión a la que asistían cinco senadores republicanos que han sido las voces más críticas de la invasión turca de Siria y los ataques contra los aliados kurdos. Por alguna razón, pensó que podía hacerles cambiar de opinión, pero al acabar el vídeo, al parecer, el senador Lindsey Graham preguntó: “¿Quiere que vaya a decirles a los kurdos que hagan un vídeo sobre las cosas que ha hecho usted?”.

Los intentos de manipular nuestras emociones, actitudes y creencias no son nada nuevo aunque hoy utilicemos palabras más inocuas para calificarlos, como noticias falsas o desinformación. Antes los llamábamos propaganda, o mentiras, sin más. Habría sido sorprendente que el presidente de Turquía llevara consigo un vídeo burdamente propagandista a la Casa Blanca si no fuera por el inquilino que la ocupa en la actualidad.

Trump no solo se ha beneficiado de la desinformación, sino que quizá está en la Casa Blanca gracias a ella. La estimula y la propaga. Durante las elecciones de 2016, llegó a pedir públicamente a Rusia que buscara e hiciera públicos los correos electrónicos de Hillary Clinton. Sus discursos y constantes tuits forman un río de medias verdades y mentiras descaradas.

La Cámara de Representantes está llevando a cabo una investigación sobre la posibilidad de destituirle porque, de acuerdo con muchos testimonios corroborados, retuvo la ayuda militar a un país aliado, Ucrania, a cambio de que sus autoridades pusieran en marcha una investigación sobre el hijo de un posible rival en 2020, el antiguo vicepresidente Joe Biden. En otras palabras, Trump ha pedido a países extranjeros que se entrometan en las elecciones estadounidenses para favorecerle a él. Y, sin embargo, dice que la investigación actual es “un engaño”, “una caza de brujas” y, por supuesto, fake news.

Eso es lo que hace que seguir las noticias hoy en día sea como caminar por arenas movedizas: la total desvergüenza del presidente estadounidense en su relación con la verdad se extiende a la credibilidad de cualquier información que consumimos y la destruye en buena medida. Eso ocurre en Estados Unidos y en gran parte del mundo. Y coincide con un paisaje mediático que ha sufrido una profunda transformación en los últimos 20 años.

Los 90 representaron el último suspiro de las campañas políticas estadounidenses centradas en los medios de comunicación tradicionales. Era la época del reinado de los spin-doctors, los asesores de comunicación, que organizaban gabinetes de crisis para librar batallas electorales que tenían lugar, sobre todo, en la televisión por cable y la radio. Su trabajo consistía en dar un sesgo positivo a las noticias sobre sus candidatos y negativo a las de los representantes de la oposición. Desde 2008, los viejos asesores han dejado paso a una generación más científica de consultores que emplean herramientas digitales y datos masivos para hacer campañas microdirigidas a grupos de votantes de ideas afines.

Aunque este nuevo terreno de las comunicaciones ha creado oportunidades sin precedentes para las campañas políticas, también ha reducido los obstáculos para participar en la conversación. Ahora cualquiera puede entrar en el juego y crear contenidos a favor o en contra de los partidos, los candidatos, las ideas y así sucesivamente.

 

De los spin-doctors a las granjas de bots y a las deep fakes

En la época de apogeo de los spin-doctors, los políticos, los expertos, los periodistas y los personajes muy conocidos eran los únicos que podían opinar en televisión, radio o en los periódicos. Si alguien tenía mucho dinero, podía pagarse un anuncio en The New York Timescomo hizo el propio Trump en 1987— para llegar a millones de lectores. Este tipo de comunicación sigue estando solo al alcance de los muy ricos, pero cualquiera puede permitirse comprar espacios publicitarios dirigidos a grupos concretos en las redes sociales. O, aún mejor, pueden crear cuentas para que las manejen troles o las reproduzcan granjas enteras de bots y difundir cualquier mentira que quieran sin tener que poner un rostro público detrás.

Fake News
Un hombre mirando varias pantallas de ordenador Jabin Botsford/The Washington Post/Getty Images.

En octubre, Facebook informó de que había cerrado cuatro campañas de desinformación patrocinadas por Estados, tres originadas en Irán y una en Rusia; y no solo las encontró en esa red social, también en Instagram. Estaban dirigidas al Norte de África, América Latina y Estados Unidos. Si bien este problema salió a la luz, sobre todo, durante las elecciones presidenciales de 2016 en EE UU, es importante recordar que es un reto para las democracias de todo el mundo. Estas campañas se aprovechan de la naturaleza abierta de las democracias y especialmente del valor de la libertad de expresión para sembrar la discordia y alimentar la desconfianza, poniendo en duda la democracia en sí misma.

Como toda buena mentira, las campañas abordan muchas veces problemas reales que son especialmente divisivos e intentan agravarlos. La disputa por Cataluña en España es un ejemplo perfecto de una situación, ya de por sí muy controvertida, y que, por ello, se ha convertido en blanco idóneo de las campañas rusas de desinformación. En ellas se distribuyeron fotografías de actos de violencia que supuestamente se habían producido en Cataluña pero de los que luego se reveló que pertenecían a otras protestas.

De las campañas descubiertas recientemente por Facebook, había una especialmente centrada en las elecciones de 2020 en Estados Unidos, con 50 cuentas de Instagram que tenían su origen en la Agencia de Investigación de Internet rusa, una granja de troles que, como es sabido, cuenta con el respaldo del Kremlin. Las campañas estaban dirigidas a los favoritos para la candidatura presidencial demócrata, el exvicepresidente Joseph R. Biden Jr., el senador Bernie Sanders y la senadora Elizabeth Warren, y no siempre en tono negativo. Hay que señalar, de nuevo, que el propósito de estas campañas no es necesariamente fomentar una opinión política u otra, sino que tratan de favorecer a los dos bandos de cualquier "conflicto" para agitar los ánimos en la Red de todas las formas posibles.

Entre los contenidos eliminados en relación con las elecciones de 2020, había una campaña bastante inocente que se limitaba a apoyar a Bernie Sanders. Sin embargo, el objetivo más habitual es el de crear divisiones agitando el malestar social como se hizo, por ejemplo, con una publicación que provenía de una cuenta llamada "Virginia Confederada" y que mostraba un camión adornado con la bandera confederada -la bandera del sur durante la Guerra de Secesión- ampliamente reconocida como símbolo racista.

En este mismo sentido, el movimiento social #blacklivesmatter es objetivo frecuente de la extrema derecha y, como tal, enardece a la extrema izquierda. La estrategia puede lograr lo que buscan, porque da a entender que las redes sociales, y por tanto el mundo, están llenas de extremistas. Racistas e izquierdistas políticamente correctos que se gritan unos a otros. Aunque la responsabilidad más conocida es la de Rusia, Irán está tomando nota y sumándose a la guerra de la desinformación. China también. Ahora bien, la desinformación no procede solo de otros países; en realidad, la mayoría de las veces, tiene un origen interno.

Las noticias falsas circulan muy a menudo en forma de vídeos. La mayoría de ellos son claramente falsos, pero hay una categoría, conocida como la de las "deepfakes", en la que es mucho más difícil detectar su veracidad.

TheGeekzTeam, un equipo creador de vídeos en favor de Trump ocupó titulares y causó indignación cuando una de sus "creaciones" se proyectó en un acto de partidarios del presidente llamado American Priority en el centro Trump National Doral de Miami. La grabación tiene como escenario "la iglesia de las noticias falsas" y el presidente dispara durante cuatro horribles minutos contra todos sus rivales políticos y mediáticos mientras suena a todo volumen el tema de rock de Lynyrd Skynyrd “Free Bird”. El mismo fomenta estos vídeos y memes y a veces los comparte en sus redes sociales. Lo hizo con un vídeo en el que se fingía que estaba golpeando a Hillary Clinton en la espalda con una pelota de golf. También retuiteó un vídeo falso de Nancy Pelosi que se reproducía a cámara lenta para la impresión de que tenía problemas para hablar.

 

¿Qué se puede y se debe hacer?

Facebook recibe cada vez más presiones para que haga reformas. Warren las incrementó con su propia campaña de propaganda falsa en Facebook. Decía: “Última hora: Mark Zuckerberg y Facebook acaban de declarar su apoyo a Donald Trump para que sea reelegido. Seguramente, os escandalizaréis y quizá penséis: ¿Cómo va a ser verdad? No lo es (perdón). Pero lo que Zuckerberg sí ha hecho es dar a Donald Trump total libertad para mentir en su plataforma, y después pagar a Facebook montañas de dinero para difundir sus mentiras entre los votantes estadounidenses”.

Biden también ha intensificado sus críticas hacia Facebook por un anuncio de un comité de acción política (PSC), que le acusó de haber hecho un trato con Ucrania para que interrumpieran una investigación sobre su hijo. ¿Les suena? Aunque el anuncio en cuestión no es de la campaña de Trump, reproduce las mismas acusaciones que ha hecho su entorno desde que la cuestión de Ucrania saltó a primer plano el verano pasado.

Las protestas de Warren y Biden están dirigidas contra la práctica de Facebook de permitir libertad de expresión completa a los políticos en la plataforma, tanto en sus publicaciones como en anuncios pagados. El propio Zuckerberg reiteró el compromiso de Facebook con la ausencia total de trabas a la libertad de expresión en un discurso muy criticado, que tituló “En defensa de la voz y la libre expresión”, en la Universidad de Georgetown. En él, Zuckerberg ensalzó el empeño de Facebook en eliminar las campañas extranjeras de desinformación con un equipo de 35.000 antiguos funcionarios de los servicios de inteligencia, expertos en análisis forenses digitales y periodistas de investigación.

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Cien recortes de cartón del fundador y CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, frente al Capitolio en Washington, DC. Saul Loeb/AFP/Getty Images.

También están en marcha planes para eliminar páginas y publicaciones de medios promovidos por Estados. Buenas medidas, sin duda, pero dejó clara su opinión: “Que la gente tenga la potestad de expresarse a este nivel es una fuerza nueva en el mundo. Es un quinto poder, que se une a las demás estructuras de poder en nuestra sociedad”. El núcleo de este argumento es que se trate a las redes sociales como un quinto poder, en lugar de regularlas como se hecho siempre con el cuarto poder (los medios de comunicación tradicionales).

En vez de exigir responsabilidades por propaganda política, como suelen hacer los medios tradicionales, Twitter anunció hace poco que va a prohibir todos los anuncios políticos, tanto de candidatos como en nombre de determinados temas, en su plataforma. Aunque esta pueda parecer una medida prometedora, en realidad no sirve para mucho, en primer lugar porque saber qué constituye un anuncio político puede ser bastante complicado, y también porque el problema de la desinformación en Twitter no tiene que ver solo con la transparencia de la propaganda política, sino con la presencia de bots y troles.

Además, y eso ocurre en todas las redes sociales, con la forma de operar de los algoritmos para que se difundan los contenidos más polarizadores y que más clics atraigan. En realidad, aunque Twitter, Facebook y otras plataformas similares aseguren constantemente que no son medios de comunicación y, por tanto, no son responsables de lo que se dice en sus plataformas, los algoritmos cumplen una función editorial.

La regulación de la propaganda política en los medios tradicionales de Estados Unidos puede darnos algunas pistas. La Comisión Electoral Federal (FEC, según sus siglas en inglés) exige avisos legales que requieren de responsabilidades en todos los anuncios políticos que aparecen en la televisión, la radio y la prensa. Por eso se oye siempre al candidato diciendo “Soy tal y tal y apruebo este anuncio” al terminar el spot o se lee lo mismo en letra pequeña en el caso de los anuncios en prensa. Así se asegura la debida transparencia y que los consumidores de noticias sepan quién transmite ese mensaje. Ese es el motivo por el que la nueva prohibición de propaganda política en Twitter y la libertad de expresión sin trabas en Facebook suena a hueco: pueden exigir la transparencia, al menos en los anuncios pagados, pero prefieren no hacerlo.

En Estados Unidos, el Cibercomando es el organismo militar encargado de luchar contra la desinformación. En 2018 pudo bloquear el acceso a la Red de la Agencia de Investigación de Internet rusa el día que se celebraban las elecciones legislativas. Es encomiable, pero la mayor parte de la gente decide su voto mucho antes de ese día, lo que hace aún más crucial el conjunto de todas las campañas durante unas elecciones.

Esas ofensivas están de manera constante poniendo al día sus estrategias. Más recientemente, el organismo organizó un concurso de hackers en preparación para 2020. Era la primera vez que se celebraba una competición de este tipo, que reunió a cientos de especialistas informáticos del Ejército y la Guardia Nacional de Estados Unidos que constituirán los servicios de emergencia en caso de un ataque informático durante la jornada electoral.

No obstante, en opinión de muchos, la solución es educar mejor a los usuarios de las redes sociales. En estas mismas páginas he propuesto una guía de nueve puntos para identificar las noticias falsas. También subrayo a mis alumnos que lo más importante que pueden adquirir en la universidad es el pensamiento crítico.

Por desgracia, hay demasiadas personas que pulsan “compartir” antes de leer de verdad lo que están compartiendo, sobre todo si el contenido es gracioso y coincide con su propia visión del mundo. Y, por si fuera poco, da la impresión de que en Internet estamos siempre dispuestos a creer lo peor de otras personas, en especial de las que no están de acuerdo con nosotros.

Es un círculo vicioso, y la batalla contra él parece desesperada e incluso inútil ahora que Estados Unidos se encamina hacia las elecciones de 2020 con un presidente que disfruta con el caos de este nuevo paisaje mediático.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.