El presidente chino, Xi Jinping, con el su homólogo ruso, Vladímir Putin, en el Kremlin, Moscú, Rusia, 2023, Getty Images.

Las fronteras entre ambos países fueron motivo de disputas durante décadas y algunas voces apuntan a un posible repunte futuro.

La guerra de Ucrania ha hecho especular sobre los límites del acercamiento estratégico entre China y Rusia. Los dos países han resaltado aspectos como la colaboración militar: declaraciones de sus mandatarios sobre incrementar los lazos defensivos o la periódica realización de maniobras militares. Pero, según otras opiniones, la debilidad que ha demostrado el Kremlin en Ucrania también puede abrir el futuro a posibles conflictos.

En algunos medios internacionales han aparecido estas voces que hablaban de hipotéticos focos de tensión en los próximos años. El diario británico The Telegraph planteaba que si Rusia se volvía muy dependiente de China, Pekín podría aumentar su control sobre los importantes recursos naturales de Siberia. En Forbes se especuló con que la República Popular tenía más fácil una expansión hacia el norte que intentar una arriesgada invasión de Taiwán.

Siberia y los territorios orientales bajo soberanía de Moscú parecen ser el punto que causaría esta fricción. Diane Francis, investigadora del Atlantic Council, comentaba en The Hill que, en caso de un derrumbe del régimen de Vladímir Putin, China podría animarse a hacerse con los recursos naturales de Siberia aprovechándose del caos que viviría Rusia.

A nivel oficial, ni Moscú ni Pekín han elevado el tono sobre Siberia u otros contenciosos administrativos. De hecho, destacan más por la cooperación con las importantes inversiones chinas en los territorios orientales de Rusia, como muestran los dos gaseoductos Power of Siberia (el primero ya funcionando y el segundo se espera que lo haga en 2030).

En este sentido, la exportación de hidrocarburos hacia China se ha convertido en una especie de tabla de salvación para Rusia en vista de las sanciones recibidas como consecuencia de la invasión de Ucrania. Según datos publicados por Reuters, cada día, Moscú envía dos millones de barriles de crudo a la potencia asiática, un 40% de esta cantidad transita por el oleoducto East Siberia Pacific Ocean (ESPO).

Volviendo al terreno del gas natural, China parece tener asegurado el suministro ruso. El año pasado, Putin firmó un contrato para las próximas tres décadas que entregará a Pekín 10.000 millones de metros cúbicos anuales de este combustible desde las islas Sajalín (a sumar a las exportaciones con los mencionados gaseoductos siberianos).

La colaboración económica se extiende a otros campos como demuestran los datos publicados por Reuters que indican que, en septiembre de 2023, los intercambios comerciales entres los dos Estados se situó en los 21.180 millones de dólares. 

Así que la pregunta es si hay algo de cierto en las especulaciones sobre una futura rivalidad entre China y Rusia o son meros ejercicios de política ficción. Es cierto que en décadas pasadas no tan lejanas ambos países han protagonizado disputas territoriales, incluso libraron un conflicto armado en 1969. Fue a lo largo de la frontera común en el río Amur con decenas de militares muertos en los dos bandos y que estuvo a punto de escalar en una guerra abierta.

Este conflicto se enmarcó en el pulso ideológico entre la URSS y la República Popular en plena Guerra Fría por el liderazgo en el bloque comunista. Pero estas disputas territoriales se remontan al siglo XIX, ambos países fijaron la frontera en el río Amur con los tratados de Aigun (1858) y el de Pekín (1860), pero no quedó definido con la suficiente claridad por lo que fue la cuestión quedó abierta para tensiones futuras.

Inés Arco, investigadora de CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) especializada en Asia Oriental y China, ha explicado a esglobal que "la relación bilateral actual entre Rusia y China, se basa, en cierta medida, en la eliminación de las tensiones fronterizas". La experta repasa la historia reciente de cómo Moscú y Pekín han tratado sus disputas territoriales en los últimos años.

Para Arco, tras las tensiones vividas en los años de la Guerra Fría, "tanto los líderes como los expertos y académicos chinos presentan la resolución de las disputas territoriales entre Rusia y China como uno de los grandes triunfos diplomáticos de principios del siglo XXI". En concreto, hace referencia a que ambos países firmaron una serie de acuerdos en los 90 que culminaron en 2004 con la rúbrica de un tratado que delimitaba los 4.300 kilómetros de frontera común.

La experta del CIDOB señala que "la pacificación de ese frente es especialmente importante para Pekín, teniendo en cuenta las disputas en la frontera con India o las reclamaciones territoriales en el Mar de China Meridional". Arco culmina su explicación sobre el poco interés del gobierno de Xi Jinping en abrir un enfrentamiento por Siberia, asegurando que "tener tensiones territoriales en frentes opuestos, además del marítimo, sería una pesadilla geoestratégica para Pekín".

Exabruptos ultranacionalistas y miedo a la inmigración

De todas formas, estas teorías sobre un hipotético pulso entre estos dos países no surgen de la nada. Entre algunos sectores de la sociedad rusa existe cierto sentimiento de sinofobia que se remonta décadas atrás. Así lo explica Ben Judah, autor del libro Fragile Empire: How Russia Fell In and Out of Love with Vladimir Putin, en un artículo en Open Democracy de 2013.

En el texto, Judah recuerda que este posicionamiento xenófobo ya comenzó en época soviética y a finales de la primera década del siglo XXI, y "se manifestó entre prensa considerada seria como la revista de negocios Expert que advirtió de que millones de chinos vivían en Rusia". Este experto en cuestiones relacionadas con el Kremlin también señaló que la prensa sensacionalista extendió noticias falsas sobre campamentos de inmigrantes del país asiático que preparaban la toma de Siberia.

Hasta uno de los escritores rusos contemporáneos más populares en Rusia como Vladímir Sorokin ha tratado el tema de este pensamiento xenófobo de las élites, aunque desde la sátira grotesca. Así lo presenta en su novela Sájarny Kreml (Kremlin hecho de azúcar) sobre un mundo distópico donde su país está totalmente subordinada a los intereses de China, y Siberia ha sido colonizada por Pekín.

En marzo de 2023, un conocido presentador chino, Zhou Libo, publicó un post en Weibo donde defendía que el "Gran Rejuvenecimiento de la Nación China" que promueve Pekín debería incluir la recuperación de las tierras cedidas a Rusia en el siglo XIX. La publicación fue censurada de inmediato, ya que Xi Jinping estaba a punto de visitar Moscú y no se quería incomodar al Kremlin.

Para Arco, esta reacción del Gobierno chino "indica más bien la aversión por parte de las élites del país a crear fisuras o tensiones con su vecino norteño y su mayor socio estratégico en la competición con Estados Unidos". 

Estos sectores nacionalistas recuerdan que los mencionados acuerdos con Rusia forman parte de los tratados desiguales que las potencias europeas impusieron a China a lo largo del siglo XIX. Tampoco es una cuestión que haya surgido ante la debilidad económica y militar que ha demostrado el Kremlin con la guerra, sino que hay antecedentes que se remontan a la década anterior.

En 2014, medios como el diario The New York Times trataron la cuestión, en un artículo de Frank Jacobs, periodista y autor del blog y libro homónimos, apuntaba de que China podía hacerse con el control de Siberia para dar cabida a parte de su población y hacerse con los ricos recursos del territorio ruso. Curiosamente, este columnista señalaba que Pekín utilizaría tácticas similares a las empleadas por el Kremlin en territorios como Crimea o Transnistria.

En 2017, también se hablaba de la creciente inmigración china en Siberia, pero, en la línea de Inés Arco, también surgieron otras voces que eran alarmas infundadas. En esta línea se manifestó Alexander Gabuev, director Carnegie Russia Eurasia Center, donde resalta que los asiáticos que emigran al vecino del norte prefieren ir a la parte europea y concluía que "la ciudad rusa más poblada por chinos es Moscú, no Vladivostok ni Jabárovsk".

Carnegie Endowment sitúa el número de población china en Rusia entre 400.000 y 550.000 personas y más de la mitad viven en la parte europea de la Federación, donde el dinamismo económico es mayor. Gabuev también señaló el carácter temporal de estos trabajadores y muchos ya pensaban en regresar a su país cuando los nubarrones económicos comenzaron a cernirse sobre Moscú hace un lustro.

La conclusión del trabajo de Gabuev era rotunda: "si aceptamos los dramáticos mitos sobre la expansión demográfica china en Siberia y Extremo Oriente, corremos el riesgo de crear una imagen errónea de las relaciones sino-rusas".

En épocas más recientes, en un artículo publicado para el George W. Bush Institute durante la primavera de 2023, Gabuev presenta a una China que no necesita de aventuras expansionistas en el Lejano oriente ruso, ya que se está fraguando una importante colaboración entre ambos países para desafiar a EE UU.

En visión de este analista, "el Kremlin piensa claramente que el enemigo de su enemigo es su amigo y, por ello, está dispuesto a hacer más por Pekín que en ningún otro momento de la historia postsoviética, ya sea abrir su mercado a los productos chinos, conceder a China acceso preferente a los recursos naturales o compartir los diseños de armamento más avanzados de Moscú".

Gabuev concluye que, aunque no se llegue a una alianza formal entre Moscú y Pekín a corto plazo, "Occidente debe empezar a centrarse en sus implicaciones a largo plazo", en relación a estos lazos que se están desarrollando.

Inés Arco sólo contempla un posible punto de conflicto en un futuro: "el único escenario que reactivara las tensiones territoriales sería en el caso de una ruptura en malos términos de las relaciones entre Pekín y Moscú". Un panorama que la experta del CIDOB considera poco probable "pero resulta imposible saber si podría pasar en el futuro, por ejemplo, con nuevos líderes o regímenes en ambos países".