Annalena Baerbock, Ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, es recibida por Ukhnaa Khurelsukh, Presidente de Mongolia, para un debate en una yurta. (Bernd von Jutrczenka/dpa/Getty Images)

El país cuenta con una relación estable con China y Rusia, pero también está próxima a países occidentales. ¿Cuál es su estrategia?

Es un tópico decir que la geografía determina el futuro de las naciones, pero, en el caso de Mongolia, claramente lo limita. Este país de desiertos y estepas está rodeado por las dos grandes potencias autoritarias del siglo XXI: China y Rusia. Mongolia no tiene salida al mar y sus tierras agrícolas son escasas. Sin embargo, a pesar de estas limitaciones, ha logrado consolidarse como una de las democracias más estables de Asia, ha desarrollado un fuerte sector minero –¼ de su PIB depende de éste- y ofrece importantes promesas en el campo de las renovables y las tierras raras. Además, ha conseguido mantener un balance entre tener buenas relaciones con sus vecinos inevitables -Pekín y Moscú- y abrirse a países más cercanos en cuanto a valores políticos, como Estados Unidos, Japón o Corea del Sur. Mongolia tiene márgenes de libertad más allá de lo que marcan los mapas.

Entre Zhongnanhai y el Kremlin

El oasis democrático que supone Mongolia suele contrastarse con el autoritarismo de sus mucho mayores vecinos, China y Rusia. Por poner un ejemplo, desde que Xi Jinping llegó al poder, por Mongolia han pasado ya tres presidentes distintos. Mongolia puntúa 84 sobre 100 en el índice de libertades Freedom House, mientras que China y Rusia tienen un resultado de 9 y 16, respectivamente. A pesar de estas diferencias políticas, Ulán Bator ha buscado activamente aumentar sus relaciones económicas con ambos. Uno de los últimos ejemplos ha sido el Corredor Económico China-Mongolia-Rusia, que busca potenciar la interrelación económica entre los tres países, en especial por ser Mongolia lugar de paso de la iniciativa Belt and Road china. Tanto Moscú como Pekín tienen fuertes lazos con Mongolia que van más allá de lo económico. En el caso de Rusia, a ambos países les unen las décadas -desde los 20 hasta los 90- en los que Mongolia fue un satélite soviético y su economía dependía completamente de la URSS. Esta larga etapa de poderío soviético hace que todavía haya élites mongolas de tendencias rusófilas y con conexiones con el Kremlin. Después de la caída de la URSS, Ulán Bator transicionó a una democracia estable y sólida. Aunque la influencia política y cultural de Moscú disminuyó, Mongolia sigue siendo fuertemente dependiente de la energía rusa: el 87% del petróleo que importa viene de su vecino del norte.

La relación actual más importante de Mongolia, sin embargo, es la que tiene con China. Pekín es su mayor socio comercial: el 73% de las exportaciones mongolas van a China -en particular, el 38% de su cobre y el 32% de su carbón- y el 37% de sus importaciones son de origen chino -la mayoría maquinaria y vehículos-. Pekín es también el mayor inversor en Mongolia, representando el 21% de su Inversión Extranjera Directa (FDI, en inglés). En el plano comercial, cabe añadir que, al no tener salida al mar, depende fuertemente del puerto chino de Tianjin (situado al lado de Pekín) para su actividad exportadora.La relación con China, sin embargo, va más allá de la economía. En primer lugar, es étnica-cultural: en la provincia china de Mongolia interior viven un millón más de mongoles que en la propia Mongolia. Una de las dinastías de china, los Yuan, era de origen mongol. Estas características identitarias, sin embargo, también han causado tensiones con Pekín. Durante la época soviética, Ulán Bator reprimió, por un lado, el nacionalismo mongol que reivindicaba la figura de Genghis Khan y su imperio, y, por el otro, la religión mayoritaria en la región, el budismo de raíces tibetanas. Este último aspecto es el que ha causado encontronazos con China, ya que los últimos gobiernos democráticos de Mongolia han invitado múltiples veces al Dalai Lama como visitante oficial.

Ovejas, cabras y caballos en un pozo alimentado con energía solar en el desierto de Gobi, al sur de Mongolia. (Wolfgang Kaehler/LightRocket/Getty Images)

Aumentando los márgenes de maniobra

Mongolia no puede escapar -y, de hecho, intenta beneficiarse- de vivir entre China y Rusia. La mayoría de su ciudadanía, según una encuesta del Independent Research Institute of Mongolia, apoya mantener una política exterior orientada principalmente a sus vecinos, aunque también abierta a Occidente. En este sentido, Mongolia ha tomado y puede tomar pasos que diversifiquen tanto sus relaciones internacionales como su potencial económico.

Por un lado, Ulán Bator ha fortalecido sus relaciones diplomáticas y económicas con países democráticos y economías avanzadas, que pueden aportar inversiones al país y reducir su dependencia de China y Rusia. En los últimos meses, por ejemplo, el primer ministro de Mongolia se ha reunido con el gobierno francés, el alemán o el estadounidense. Con este último firmó recientemente un Strategic Partnership que reforzaba las relaciones entre Washington y Ulán Bator. Esta estrategia de equilibrio de poder entre potencias cercanas y lejanas ha hecho que, por ejemplo, ante temas internacionales candentes como la guerra de Ucrania, Mongolia no haya criticado la invasión rusa, pero tampoco las sanciones occidentales contra Moscú.

Por otro lado, Mongolia puede conseguir más poder de maniobra si le es posible explotar dos recursos claves: las energías renovables y las tierras raras. En el campo de las renovables, las grandes extensiones inhabitadas del país y su clima ofrecen grandes promesas de generación de energía solar y eólica: según algunos cálculos, tendría el potencial de generar mediante renovables el 63% de la energía producida en China en 2022. De este modo, conseguiría, por un lado, depender menos de la energía rusa y, por el otro, obtendría enormes beneficios con la exportación masiva de energía limpia a territorio chino. En 2015, el gobierno mongol lanzó la Mongolia State Policy on Energy 2015-2030, que busca desarrollar la seguridad energética y el sector de las renovables en el país.

En el caso chino, Pekín ya está construyendo macroproyectos de energía limpia en la parte china del Gobi (desierto que se extiende a territorio mongol). Este know how se podría exportar a Mongolia, aunque ello requeriría fuertes inversiones de capital, infraestructuras y traslado masivo de trabajadores chinos (algo que podría generar tensiones, debido a la alta diferencia demográfica entre Mongolia y la provincia china de Mongolia interior [3 millones vs. 24 millones de habitantes, respectivamente]). En todo caso, potenciar el sector de las renovables en Mongolia sería muy beneficioso en términos de salud para una población que todavía produce el 90% de su electricidad mediante carbón y que tiene una capital que ha sido considerada la más contaminada del mundo. 

Finalmente, Mongolia también puede aumentar su poder económico aprovechando la necesidad global de tierras raras: según la Oficina Geológica Nacional de Mongolia, el país tendría reservas potenciales que la situaría entre los diez países con más tierras raras del mundo. Además, contiene importantes reservas de materiales de alta importancia para la transición energética como el cobre: la mina de Oyu Tolgoi situada en el sur del Gobi es considerada una de las reservas de este mineral más grandes del mundo. Sin embargo, para el desarrollo de este sector harían falta fuertes inversiones en minería e infraestructuras. La explotación de tierras raras, además, generaría nuevos costos medioambientales. En un escenario optimista, en todo caso, la geografía de Mongolia podría, por una vez, ofrecer más prosperidad que limitaciones.