Microchips en esta foto tomada en Cracovia, Polonia, en abril de 2023. (Jakub Porzycki/NurPhoto/Getty Images)

La gran lucha de poder de la actualidad gira en torno a la tecnología. Para no ceder, la UE no solo debe reducir los riesgos en sus relaciones comerciales sino también aumentar su superioridad tecnológica para tener más peso geoeconómico.

Estados Unidos y China compiten ferozmente por encabezar la innovación, la producción y el comercio de las tecnologías críticas actuales y futuras. Para los dos países, el liderazgo tecnológico en sectores clave es un principio estratégico fundamental; y sus políticas de seguridad, comercio e investigación se configuran cada vez más en función de ese objetivo. Mientras tanto, se dedican a aprobar límites cada vez más estrictos a las exportaciones, las inversiones y otras transacciones y a impulsar iniciativas diplomáticas para conseguir el apoyo de sus socios.

La Unión Europea necesita una estrategia que garantice que va a seguir siendo un actor tecnológico indispensable, con sus propias herramientas geoeconómicas para configurar el futuro campo de batalla económico. Si no, quedará atrapada en un bucle: se limitará a reaccionar ante lo que venga de Washington, Pekín o cualquier otro lugar. Uno de los objetivos de esa estrategia debe ser lograr que la UE dependa menos de otros países en las cadenas de suministro críticas. Este es un aspecto en el que están básicamente de acuerdo los líderes europeos y el G7, que aspiran a “disociar, más que desvincular”, sus lazos económicos con otros Estados, aunque aún no está claro cómo se lleva eso a la práctica. Ahora bien, a la inversa, otro frente de la estrategia debe consistir en mantener y aumentar la dependencia de otros países respecto a la UE en ciertas tecnologías fundamentales.

Una superioridad tecnológica

La posibilidad de encabezar sectores tecnológicos enteros no es realista ni deseable para la UE. No tiene las capacidades ni los recursos para dominar todo un sector y el intento de adquirirlos pondría en marcha un torbellino de subvenciones que sería contraproducente cuando su espacio fiscal ya está casi al límite de sus posibilidades por otras prioridades como la acción contra el cambio climático y la reconstrucción de Ucrania. En lugar de eso, para aumentar su influencia geoeconómica, la UE debería centrarse en tener el liderazgo en tecnologías concretas que son cruciales para las cadenas de suministro fundamentales y para la economía mundial en general.

Japón ya está llevando a cabo un plan similar dentro de su estrategia de seguridad nacional, con el objetivo de garantizar su “indispensabilidad estratégica” en tecnologías cruciales. Por ejemplo, el Gobierno japonés proporciona un volumen de fondos considerable a las empresas que producen los materiales y herramientas especializados para la fabricación de semiconductores avanzados, en un intento de mantener la superioridad nacional en este terreno. 

Esta estrategia daría a la UE una influencia geoeconómica que podría aprovechar de manera táctica. En combinación con otras herramientas de la diplomacia —entre ellas, la diversificación de las dependencias en las cadenas de suministro—,haría que Europa sea menos vulnerable a las presiones exteriores y le otorgaría más poder de disuasión. Las ventajas económicas y tecnológicas, por sí solas, no impiden una escalada militar; Rusia invadió Ucrania a pesar de su enorme dependencia de Occidente en tecnologías militares, energéticas y aeronáuticas, por ejemplo. Pero la superioridad tecnológica en sectores críticos puede impedir las coacciones económicas contra las empresas europeas, sostener la resiliencia informática y digital en todo el continente y situar a la UE al frente de sectores y cadenas de suministro que pueden ser determinantes para el equilibrio de poder geoeconómico en el futuro.

Construir la superioridad tecnológica de la UE

Para materializar esa superioridad tecnológica, la Unión debe tener claro en qué tecnologías críticas la tiene ya o es realista pensar que puede tenerla. Lo primero es identificar los sectores tecnológicos más importantes hoy o en un futuro próximo tanto para la prosperidad y seguridad de Europa como para la economía y el poder geopolítico en todo el mundo. La Comisión Europea ha iniciado un análisis similar para identificar las principales tecnologías de doble uso dentro de su estrategia de seguridad económica. Sin embargo, las tecnologías críticas no son solo las que tienen una aplicación comercial o de doble uso. Por ejemplo, las tecnologías que permiten extraer, procesar y reciclar materias primas críticas no encajan en ninguna de estas dos categorías, pero son vitales para la seguridad económica de Europa.

El físico Nicolas Pulido ante un prototipo de ordenador cuántico en el Instituto Nacional de Meteorología de Baja Sajonia, Brunswick, Alemania. (Julian Stratenschulte/dpa/Getty Images)

Como también lo son los materiales avanzados y la nanotecnología (cruciales para las tecnologías limpias, la industria aeroespacial y las tecnologías médicas); las tecnologías que sostienen la inteligencia artificial (desde la analítica en la nube y el análisis de datos hasta los ordenadores, que están revolucionando la producción industrial y la guerra); las biotecnologías (fundamentales para la agricultura y para la guerra biológica); las tecnologías cuánticas (que podrían ser revolucionarias tanto para los sectores comerciales como para la industria de defensa); las tecnologías cibernéticas; la robótica; las tecnologías de red como la 6G y las RAN abiertas (redes de acceso por radio); y las tecnologías espaciales.

Sin embargo, dada la dimensión de estos sectores, la UE no puede pretender estar a la vanguardia de todos sus ecosistemas. Por tanto, debe identificar los principales puntos de las cadenas de suministro que ya domina o es realista que aspire a hacerlo. Un ejemplo son las tecnologías cuánticas —la informática, los sensores y la comunicación cuántica—, que tienen cada vez más importancia en la rivalidad tecnológica. La UE debe establecer su posición en los eslabones cruciales de la cadena de suministro e incrementarla superioridad que ya tiene, por ejemplo, en equipos especializados capaces de llevar a cabo aplicaciones cuánticas, como las lentes y los láseres especiales, los adhesivos, los sistemas de refrigeración y los detectores de fotón único. Del mismo modo, aunque Europa es insignificante en la minería mundial, algunos de los equipos mineros y de reciclaje más vanguardistas son obra de empresas con sede en la UE. Los fabricantes suelen ser proveedores tecnológicos muy especializados, capaces de operar en los márgenes de la industria en cuestión. De ahí que delinear esos bordes en unos sectores en constante evolución sea una tarea muy difícil para la que es necesario que los responsables políticos europeos adquieran una inteligencia industrial más sólida.

Algunos Estados miembros, como Países Bajos y Alemania, han empezado a reunir más conocimientos tecnoindustriales para mejorar su posición nacional. Por ejemplo, el Ejecutivo holandés ha reforzado su capacidad de analizar la cadena de valor de los semiconductores y las posiciones de las empresas holandesas en ella. Sin embargo, la inteligencia industrial recopilada por los gobiernos nacionales a partir de su posición nacional no puede ofrecer una imagen completa de los puntos fuertes y débiles de la UE. Ésta necesita una estrategia común que determine qué sectores y tecnologías son fundamentales para el conjunto de la Unión, su conexión dentro del mercado único y cómo se relacionan con las industrias y las políticas de otros Estados.

Además, los criterios para aclarar en qué sectores conviene centrarse deben tener en cuenta la rapidez con la que otros países pueden desarrollar, gracias a la innovación, suministros alternativos de la tecnología en cuestión o tecnologías alternativas. Las máquinas de litografía avanzada de semiconductores (EUV) de la empresa holandesa ASML son tan complejas —están formadas por cientos de miles de piezas fabricadas por miles de proveedores distintos y se han tardado décadas en desarrollarlas— y están tan por delante de las tecnologías de la competencia, que sustituirlas es casi imposible, al menos a medio plazo. Es decir, son indispensables para la economía mundial y constituyen una enorme ventaja. En cambio, las empresas europeas de telecomunicaciones Nokia y Ericsson están hoy en primera línea de las soluciones de red 5G junto con la china Huawei, pero esa posición de vanguardia puede debilitarse en los próximos años si las RAN abiertas —esencialmente, una estrategia consistente en una arquitectura tecnológica más abierta— ganan terreno, porque permitirían la entrada de nuevos competidores en este mercado, hoy muy concentrado.

Que la superioridad tecnológica sea sólida o no también depende de lo fiable y seguro que sea el suministro de los componentes o materiales necesarios. El control de China sobre muchas materias primas críticas reduce la superioridad en los sectores tecnológicos que dependen de ellas; ya está perjudicando el liderazgo de Europa en materia de energía eólica. Por eso, los factores de superioridad tecnológica en el extremo inicial de la cadena de valor, como los materiales, los productos químicos o los ingredientes farmacéuticos, son muchas veces una poderosa herramienta para influir en numerosas industrias derivadas y deben ser objeto de atención especial.

Por último, a la hora de construir la superioridad tecnológica de la UE, los responsables políticos europeos deben tener en cuenta las necesidades y las carencias tecnológicas de otras potencias, especialmente en el caso de las tecnologías que tienen relevancia estratégica o están relacionadas con el futuro de las guerras. Sobre todo, en el caso de los rivales geopolíticos. Para adquirir la máxima influencia geoeconómica posible, los europeos deben tener claro de qué tecnologías dependen sus rivales y reforzar esos sectores. Rusia ha sufrido las consecuencias de su dependencia de Occidente en materia de tecnología militar-industrial —por ejemplo, los chips que necesita un ejército moderno—, pero sigue teniendo la capacidad de eludir los controles a la exportación de muchos de esos productos incluso después de más de 18 meses de sanciones. Eso significa que los países europeos deben tomarse muy en serio la tarea de identificar las tecnologías en las que son superiores a otras potencias e incorporar esos datos a su política económica general. Los responsables políticos y los analistas europeos deberían hacer un gráfico de las tecnologías de las que depende China —desde maquinaria industrial y herramientas de análisis químicos y físicos hasta elementos de importancia militar como los del sector aeroespacial— y de las numerosas vías en las que Pekín está invirtiendo para reducir esa dependencia.

Al mismo tiempo, la UE no debe olvidarse de sus aliados. Una de las principales ventajas que tiene sobre sus rivales sistémicos son los aliados tecnológicamente avanzados con los que cuenta, como Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y el Reino Unido. Ahora bien, para aprovechar al máximo esta ventaja, la UE debe tratar de impulsar los aspectos positivos que se complementan en tecnologías críticas, para consolidar el peso y la capacidad de disuasión de los aliados. Un buen ejemplo es el sector de los semiconductores: Estados Unidos, la UE, Japón, Corea del Sur y Taiwán han reunido sus respectivas fortalezas para, entre todos, ser líderes tecnológicos. Hoy, sin la combinación de piezas y conocimientos de estos países, no hay economía moderna que pueda subsistir. Esa es la estrategia a la que deben aspirar los europeos en otras tecnologías críticas que identifique.

Europa se ha propuesto mejorar su resiliencia económica. Sin embargo, para no sucumbir en una lucha de poder cada vez más veloz por el liderazgo tecnológico, también necesita reforzar sus ventajas frente a otras potencias. Eso significa una estrategia clara y común de la UE que incluya inversiones específicas y medidas de protección en tecnologías críticas en las que su superioridad permita aumentar el poder geoeconómico de todo el bloque.

La versión original de este artículo se publicó con anterioridad en ECFR. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura