Pete Buttigieg Campaigns For President Across Iowa Ahead Of Caucus
El candidato demócrata Pete Buttigieg respondiendo preguntas a los medios en Iowa. Win McNamee/Getty Images.

¿Cómo se elige a los candidatos presidenciales en el país?  ¿Se reformará el proceso tras el fiasco del caucus demócrata en Iowa? ¿Siguen importando los partidos políticos tanto como antes? Las claves de un sistema de primarias imperfecto. 

El caucus de Iowa, la primera votación de las elecciones primarias para elegir al candidato en el país, fue -utilizando un lenguaje propio de Trump- un auténtico desastre. Ahora bien, esta no es más que la punta del iceberg del caótico, imperfecto y, francamente, absurdo sistema de escoger a los candidatos presidenciales en Estados Unidos y que, en su forma actual, se remonta a 1972. El sistema de primarias no está incluido en la Constitución —de hecho, sus artífices ni siquiera creían en los partidos políticos—, sino que se ha desarrollado de forma aleatoria en los órganos nacionales y estatales de los partidos y es una anomalía en comparación con otras democracias del mundo. Sin embargo, no está nada claro que el fiasco de Iowa vaya a ser suficiente para generar cambios en el sistema de elección del llamado “líder del mundo libre”.

Aunque las votaciones en elecciones primarias y caucus empezaron a llevarse a cabo en la esfera estatal a principios del siglo XX, eran meras consultas y no eran legalmente vinculantes. El imaginario colectivo de este periodo se suele relacionar con las imágenes de los jefes de los partidos sentados en la ‘trastienda’ eligiendo a los candidatos mientras fumaban cigarros. Se podría discutir si este viejo estereotipo es real o no, los que sí está claro es que en 1968 alcanzó su punto de inflexión. Las tensiones sobre la guerra que se libraba en Vietnam desde hacía 14 años provocaron violentas protestas en la Convención Demócrata cuando los líderes escogieron al vicepresidente de Lyndon Johnson, Hubert Humphrey, como candidato del partido. Éste no sólo se consideraba representante de la vieja política que había prolongado la guerra de Vietnam; tampoco había ganado una sola primaria. Las manifestaciones y la represión policial estallaron en Chicago ante los ojos de todo el país, y eso bastó para obligar a hacer reformas. El Partido Demócrata creó la Comisión McGovern-Fraser para encontrar una solución.

Al estudiar cómo eligen los partidos a sus candidatos hay que tener en cuenta que los partidos políticos, aunque suelen estar sujetos a regulaciones del gobierno, son organizaciones privadas, sin ninguna obligación de abrir sus procesos de selección de candidatos. La situación se complica más aún porque los dos partidos están compuestos por algo más de 50 comités estatales (todos los estados más los territorios de ultramar), cada uno de los cuales tiene sus propias leyes electorales y organizan sus primarias o sus caucus a su manera (por eso, la debacle de Iowa es responsabilidad del Partido Demócrata de Iowa, no del Comité Nacional Demócrata).

Este sistema troceado tiene cierto sentido porque los presidentes no se eligen por votación popular nacional, sino mediante un sistema que concentra los votos a nivel estatal. Al mismo tiempo, más de 50 elecciones, cada una con su proceso y sus peculiaridades, forman un sistema extraordinariamente complejo que no llegan a entender del todo ni periodistas, ni expertos ni intelectuales, y mucho menos los observadores extranjeros.

Pero esto no es lo más problemático del sistema. La característica fundamental del sistema de primarias estadounidense es su carácter inclusivo. Acepta a más participantes que casi cualquier proceso de selección de candidatos de todas las demás democracias, con la excepción de Argentina. Puede parecer algo muy positivo, y en algunos aspectos lo es. El sistema que instauró Estados Unidos en 1972 permite una amplia participación tanto de aspirantes como de votantes.

Quién puede presentarse

Cualquiera que logre reunir las firmas necesarias, para lo que se necesita dinero, puede ser aspirante a las primarias, no sólo para elegir a los candidatos presidenciales sino también para muchas otras elecciones como a gobernador del estado, representante en el Congreso nacional o en las legislaturas estatales, y así sucesivamente. Que los partidos no tengan ningún tipo de ‘investigación’ o ‘escrutinio’ en referencia a quién puede participar o no permite que personas ‘externas’ puedan presentarse.

Pero esa amplitud puede ser positiva o negativa dependiendo del punto de vista. Donald Trump no era un republicano de toda la vida; de hecho, había hecho donaciones a candidatos demócratas en campañas anteriores. Bernie Sanders siempre se había presentado al Senado como independiente, aunque después solía votar de acuerdo con los demócratas. Pero sólo se integró en el partido con el objetivo de aspirar a la presidencia porque así podía tener muchas más probabilidades que como candidato de uno de los partidos pequeños, que obtienen una parte muy pequeña de los votos. A los dirigentes de los dos grandes partidos no les ha gustado tener que lidiar ni con Trump ni con Sanders, pero han tenido que dar la apariencia, al menos, de que las primarias eran neutrales.

Eso no quiere decir que el partido sea verdaderamente neutral. Durante los 80, 90 y hasta bien entrado este siglo, muchos politólogos defendían la teoría de que “el partido decide”. La prueba era la influencia que tenían los apoyos de los líderes de los partidos, su dinero y su ayuda general durante la campaña. Sin olvidar la reforma estructural después de que se considerara que el sistema era demasiado abierto en los 70. En los 80, los demócratas introdujeron la figura del súper delegado y los republicanos inventaron un sistema en el que el ganador se quedaba con todos los votos.

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Banderas de Donald Trump en Manchester. Joseph Prezioso/AFP/Getty Images.

No obstante, en 2008 -y mucho más en 2016- esta teoría pareció saltar por los aires a medida que las pequeñas donaciones online, los medios digitales y las campañas de bases empezaron a ser clave para el éxito del candidato. Esto no quiere decir que recaudar dinero y poner en marcha una campaña sea fácil, ayuda el tener un nombre ya conocido a escala nacional, pero sí que los aparatos del partido no son tan necesarias como antes.

El inconveniente —sí, hay un inconveniente— es que a los partidos les es más difícil garantizar que los candidatos representen sus valores y objetivos estratégicos. Una ventaja que sí tienen los partidos europeos debido al sistema parlamentario en Europa. Noruega, por ejemplo, tiene uno de los sistemas más cerrados y son los líderes de los partidos los que designan a los candidatos, igual que sucedía antes en España.

Tal vez, más importante que el carácter inclusivo en términos de quién puede presentarse es el grado de apertura respecto a quién puede participar en la elección del candidato. En este sentido, el sistema de Estados Unidos está a mitad de camino entre el de Noruega, donde eligen los líderes del partido; el de España o Irlanda, menos exclusivo y en el que los miembros del partido pueden votar; y el de Argentina, el más abierto de todos, donde existe un sistema de primarias nacional como el de Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en el que los ciudadanos están obligados a participar en las elecciones. Algunos politólogos han llegado a la conclusión de que los sistemas más exclusivos tienen mayor capacidad para escoger a candidatos que no sólo representan mejor al país (en cuestión de género, raza, orientación sexual), sino que son más sensibles a las necesidades de la gente porque no están en deuda con los intereses económicos que financian las campañas, por ejemplo.

El sistema estadounidense se complica por las distintas preferencias y leyes electorales de los comités estatales pero, en la mayoría de los estados, uno puede votar en una primaria si se ha inscrito para votar con el partido en cuestión. Algunos estados celebran las llamadas primarias abiertas (como si no tuvieran ya la apertura suficiente), en las que los electores pueden votar con el partido que quieran. El resultado es un índice de participación relativamente alto: entre el 15% y el 25%, con un máximo del 30% en 2008, cuando ninguno de los partidos tenía un presidente que se presentara a la reelección. Un porcentaje muy inferior al de Argentina, pero muy superior al de los lugares en los que sólo se permite votar a los militantes. A primera vista, este puede parecer un sistema más democrático, porque tendemos a equiparar votos con democracia. Y, en ciertos aspectos, es verdad.

Por qué Iowa y New Hampshire son tan importantes

Estados Unidos es un país inmenso y el hecho de que las primarias se prolonguen durante seis meses permite que los candidatos lo recorran y hablen con los votantes para que estos los conozcan a ellos, así como que los partidos puedan poner a prueba a los candidatos en el campo de batalla y saber si están listos para cuando llegue la campaña de las elecciones generales.

Aquí está el argumento para el caucus de Iowa y las primarias de New Hampshire, dos estados pequeños en los que no hace falta destinar grandes cantidades de dinero para hacer campaña (al contrario de lo que ocurre en California o Nueva York). La idea es que esto permite a candidatos menos conocidos lanzar su campaña y hacerse un nombre y, de esa forma, empezar a reunir dinero para las campañas más grandes. Por otro lado, como las votaciones de las primarias suceden como un goteo que dura cinco o seis meses, los primeros estados tienen gran importancia mientras que los últimos son, muchas veces, irrelevantes.

En política esto se llama dependencia en el camino, porque la vía hasta el nombramiento hace que sean necesarias las primeras victorias para poder sobrevivir y pasar a otros estados. Algunos candidatos demócratas, como los senadores Kamala Harris y Cory Booker, se retiraron incluso antes de que comenzaran las votaciones porque los sondeos no les daban buenas perspectivas en Iowa. Es la misma suerte que ha tenido el único candidato hispano, el exministro de Obama Julian Castro, que se quejó públicamente, y con razón, de que Iowa no es el estado más apropiado para iniciar la campaña porque no es representativo de la diversidad del país. Iowa tiende hacia el votante blanco y de más edad, mientras que la base del Partido Demócrata tiende a ser no blanca, joven y mujer. Pues bien, los aspirantes con más posibilidades de obtener la candidatura en este momento son tres hombres, seguidos de dos mujeres, pero todos ellos, blancos.

Además de este calendario tan caótico e injusto, las primarias suelen ajustarse a uno de estos dos formatos generales. El primero, una votación directa, en la que todos depositan su papeleta en persona o por correo, y el segundo, un sistema más curioso, el caucus, que obliga a los votantes a participar en un acto que puede durar varias horas. Como se ha señalado anteriormente los caucus son un remanente de los tiempos anteriores a 1972, cuando los resultados de los estados no eran vinculantes. En los caucus demócratas, los votantes se reúnen en un lugar público, como una iglesia, o el gimnasio de un instituto, para ir agrupándose en función del candidato al que respaldan para votar. Cualquier candidato que no alcance el 15% de los votos se retira y los demás tratan de atraer a los votantes de los que se han ido en la siguiente ronda. La votación acaba cuando uno de los aspirantes obtiene la mayoría.

Lo bueno del caucus es que permite construir consensos con más facilidad que en una votación directa. Ahora bien, como parte de un sistema nacional de primarias, los caucus no son más que una forma más de sumar delegados para la convención del partido. Muchos analistas sostienen que el hecho de no construir consensos es quizá el mayor defecto del sistema estadounidense, y las primarias actuales parecen darles especialmente la razón. El partido está  dividido entre cinco candidatos, dos progresistas que se disputan ese sector del partido y tres moderados que compiten por el otro. Muchos votantes se preocupan por elegir el candidato que les parece más capaz de vencer a Trump y, a menudo, lo eligen por delante del que verdaderamente les gusta. Pero no hay manera de registrar las preferencias más allá de la primera elección, al contrario de lo que ocurre en los sistemas de votación por orden de preferencia.

Las posibilidades de que se reforme este sistema son muy escasas, pero quizá el desastre de Iowa traiga ciertas modificaciones. Las instituciones dependen mucho del camino y son muy difíciles de cambiar, salvo cuando se produce una crisis de dimensiones masivas como la de la Convención Demócrata de 1968. Tanto el Partido Republicano como el Demócrata tienen cierto miedo a sus adeptos; es más, lo probable es que cualquier cambio surja de las bases y no de la dirección.

Si es así, los activistas nunca conseguirán avanzar hacia un sistema de primarias más cerrado; de hecho, ya han presionado al Partido Demócrata a reducir el número de súper delegados, quienes son ampliamente considerados como un mecanismo para que las élites controlen el proceso, en lugar de devolver parte del poder a los dirigentes del partido. Visto todo lo anterior, las preguntas que tendrían que hacerse hoy sobre Estados Unidos es si los partidos políticos siguen importando y si la siguiente fase en el sistema de selección de candidatos será prescindir de esos partidos por completo.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.