
Cómo unir la mejora económica, energética y ecológica en una ciudad.
En el futuro, todo será mágico. O al menos así lo promete el concepto de las smart cities (ciudades inteligentes). Cuando se piensa en ellas, probablemente el género de la ciencia-ficción es el que mejor se las haya imaginado: taxis voladores, máquinas de movimiento perpetuo, sensores y cámaras por doquier, robots que de puro ultrasensibles escriben poesías en sus ratos libres, ciborgs compuestos de carne, hueso y microplásticos...
Y todo controlado por un único gran cerebro central en forma de máquina omnisciente y omnipotente.
En realidad, el futuro ya fue ayer y todo es más profano puesto que cuanto más mejore la calidad de vida dentro de ella, más inteligente será una ciudad. Es decir: el concepto de smart city está, de este modo tan simple, ligado íntimamente a un aumento sustancial de calidad en cómo se vive en las grandes urbes.
Y existe actualmente una competición para saber qué ciudad está siendo la más futurista—con la intención de vender, a parcelas, el futuro.
Todo basado en varias facetas de nuevas tecnologías de comunicación e información: en especial, la automatización, el Internet de las cosas, la robótica, la inteligencia artificial (AI), el big data...incluso lo digital frente a lo cuántico.
Gracias a ellas, los costes de servicios tales como el transporte, la energía y la retirada de residuos serán lógicamente afectados.
Si bien el concepto de smart city es un tanto redundante y ambiguo -puesto que toda ciudad que se precie (sobre todo en el mundo occidental) está ya utilizando todo tipo de nuevas tecnologías para intentar salir mejor adelante- se impone que la utilidad y la eficiencia mejoran con las nuevas tecnologías, (y eso a pesar de los peligros que entrañan) y que son necesarias para, por ejemplo, frenar el calentamiento global.
No solamente eso, sino que en un microplano y según la revista Newsweek, ya contamos con 14,2 mil millones de smart-gadgets (artilugios inteligentes) en casa -y se espera que en 2021 lleguen a 25 mil millones- con las posibilidades y riesgos que comportan que sean conectados a redes exteriores (puesto que hacen posible “una constante vigilancia de masas”).
¿Y no será todo este nuevo antojo por las ciudades inteligentes un simple bombo que precede a la caída de las empresas ligadas a la digitalización (dotcom, tech industry, compañías software) como ya pasó hace veinte años? ¿O algo peor?
El analizar todo ello es tanto más importante cuanto en 1800 apenas un 3% de la población mundial vivía en las urbes y ahora se asume que un 70% lo hará en 2050.
Un 2050, por cierto, que, debido a la crisis climática, ya lo vemos plagado de un clima demasiado cálido, inundaciones, hielo marino en declive, especies en peligro de extinción, glaciares derritiéndose, tormentas récord… y, por ende, de millones de refugiados del clima.
Además, para fenómenos como el turismo -que hacen a muchas ciudades estar todavía más superpobladas ...
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