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Una maqueta muestra un prototipo chino de ciudad inteligente. (Oleksandr Rupeta/NurPhoto/Getty Images)

Cómo unir la mejora económica, energética y ecológica en una ciudad.

En el futuro, todo será mágico. O al menos así lo promete el concepto de las smart cities (ciudades inteligentes). Cuando se piensa en ellas, probablemente el género de la ciencia-ficción es el que mejor se las haya imaginado: taxis voladores, máquinas de movimiento perpetuo, sensores y cámaras por doquier, robots que de puro ultrasensibles escriben poesías en sus ratos libres, ciborgs compuestos de carne, hueso y microplásticos…

Y todo controlado por un único gran cerebro central en forma de máquina omnisciente y omnipotente.

En realidad, el futuro ya fue ayer y todo es más profano puesto que cuanto más mejore la calidad de vida dentro de ella, más inteligente será una ciudad. Es decir: el concepto de smart city está, de este modo tan simple, ligado íntimamente a un aumento sustancial de calidad en cómo se vive en las grandes urbes.

Y existe actualmente una competición para saber qué ciudad está siendo la más futurista—con la intención de vender, a parcelas, el futuro.

Todo basado en varias facetas de nuevas tecnologías de comunicación e información: en especial, la automatización, el Internet de las cosas, la robótica, la inteligencia artificial (AI), el big data…incluso lo digital frente a lo cuántico.

Gracias a ellas, los costes de servicios tales como el transporte, la energía y la retirada de residuos serán lógicamente afectados.

Si bien el concepto de smart city es un tanto redundante y ambiguo -puesto que toda ciudad que se precie (sobre todo en el mundo occidental) está ya utilizando todo tipo de nuevas tecnologías para intentar salir mejor adelante- se impone que la utilidad y la eficiencia mejoran con las nuevas tecnologías, (y eso a pesar de los peligros que entrañan) y que son necesarias para, por ejemplo, frenar el calentamiento global.

No solamente eso, sino que en un microplano y según la revista Newsweek, ya contamos con 14,2 mil millones de smart-gadgets (artilugios inteligentes) en casa -y se espera que en 2021 lleguen a 25 mil millones- con las posibilidades y riesgos que comportan que sean conectados a redes exteriores (puesto que hacen posible “una constante vigilancia de masas”).

¿Y no será todo este nuevo antojo por las ciudades inteligentes un simple bombo que precede a la caída de las empresas ligadas a la digitalización (dotcom, tech industry, compañías software) como ya pasó hace veinte años? ¿O algo peor?

El analizar todo ello es tanto más importante cuanto en 1800 apenas un 3% de la población mundial vivía en las urbes y ahora se asume que un 70% lo hará en 2050.

Un 2050, por cierto, que, debido a la crisis climática, ya lo vemos plagado de un clima demasiado cálido, inundaciones, hielo marino en declive, especies en peligro de extinción, glaciares derritiéndose, tormentas récord… y, por ende, de millones de refugiados del clima.

Además, para fenómenos como el turismo -que hacen a muchas ciudades estar todavía más superpobladas de lo normal- es urgente conocer el impacto de este tipo de nuevas tecnologías y si las hará más sostenibles o no. También económicamente. No es de extrañar así que sea China donde más de 500 proyectos relacionados con las ciudades inteligentes se estén desarrollando, del orden de la mitad a nivel global, precisamente en el país que ya ha sobrepasado a EE UU en consumo de energía.

Por todo ello, ¿cuál va a ser el impacto real de los supuestos beneficios de las ciudades inteligentes? ¿Y, realmente, son sostenibles para el medio ambiente? ¿No serán la panacea que en realidad esconde múltiples riesgos?

Viajamos a la capital de Finlandia para poder analizar todas estas cuestiones en tres dimensiones: impacto económico, medioambiental y energético.

 

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Un hombre utiliza una aplicación de alquiler de bicicletasen París, Francia. (Chesnot/Getty Images)

A vueltas con el impacto económico: piensa globalmente y conduce o camina localmente.

 

“Solo usamos nuestro propio automóvil el 5% del tiempo. Entonces, ¿por qué tenemos un coche? Con el mismo dinero que gastamos con todos los seguros, todos los tickets de los parkings y en Finlandia necesitamos incluso cambiar dos veces los neumáticos al año (de verano y de invierno), podríamos hacer cosas mucho mejores. Poder tomar un taxi tantas veces…ahorrar tanto”.

Así de enfática se muestra la representante de MaaS Global, Jonina Korander, que nos introduce a Whim.

Esta aplicación para móvil (que significa capricho, en inglés) ya funciona en Helsinki, donde ha sido celebrada como el “Netflix de la movilidad” puesto que por una tarifa base al mes ofrece un amplio abanico de oportunidades: desde transporte público regular (metro, tranvía, autobús) hasta patinetes, scooters y bicicletas de la ciudad o particulares. No falta siquiera el taxi en la ecuación, ni los coches compartidos…

Debido, entre otros factores, a la congestión del tráfico a la par que la bajada de ventas de vehículos, las soluciones para el futuro de la movilidad, al menos urbana, parten de la idea de compartir. Así también lo cree Luis Alonso, del grupo City Science del MIT, en una entrevista para la revista Retina.

La idea es una: ofrecer todo lo posible para que el usuario pueda elegir a su antojo y Whim, de facturación finlandesa, está ya presente en Amberes, Viena, Birmingham… También se estudia implantarla en Estados Unidos y otros países.

Lo curioso es que Whim está siendo financiado, entre otras entidades, con un consorcio que pertenece a los supuestamente primeros competidores: los coches.

Se trata de Toyota—a la que ahora se ha sumado Mitsubishi—y el director ejecutivo de Whim, Sampo Hietanen, lo explica así a esglobal: “Los productores de coche han entendido que la estructura de posesión de un vehículo va a cambiar. (…) Queremos [en Whim] tener la misma percepción de valor que un coche y lo conseguimos sabiendo cuántos viajes y cómo los lleva a cabo una persona cada día. Así los producimos más barato (…). Llegará un momento en el que los productores se manufacturarán para ellos mismos participando en esta idea de la economía circular, haciendo hincapié en las piezas de recambio”.

Barcelona es en esta línea otro ejemplo de ahorro de recursos y beneficios económicos relacionados con las smart cities. Por ejemplo, utilizando de forma inteligente los recursos del agua, la electricidad y la gestión de los parking se habrían ahorrado más de 75 millones de euros y creado 47 mil puestos de trabajo, según Antoni Vives, el que fuera vicealcalde para hábitat urbano.

En este sentido, un estudio datado del año pasado asegura que el impacto positivo de “lo smart en la city” podría asegurar un crecimiento incremental de casi el 3% y generar más de 20 mil millones de dólares en beneficios económicos adicionales durante la próxima década. No obstante, se trata de un estudio financiado por la misma entidad interesada en crear más ciudades inteligentes y por lo tanto, de no demostrarse lo contrario, sería poco fiable.

En cambio, en un estudio delSmart Cities Information System (SCIS)”, financiado por la Comisión Europea y que se extiende a “más de 80 ciudades en 19 países (….), desde Noruega hasta Eslovaquia, desde Hungría a Turquía”, muestra de forma detallada cómo en proyectos ya existentes se está ahorrando -tanto en consumo de energía (kilovatio hora por año).

Las evidencias son aquí abundantes y sustanciales y no dejan casi lugar a dudas: smart is the new sexy.

 

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Edificios del campus de la Universidad de Tecnología y Diseño de Singapur de arquitectura y diseño sostenible. (Universal Images Group via Getty Images)

La dimensión medioambiental de las ciudades inteligentes: How green was my trolley

 

Finlandia es un país donde la emergencia climática ya está decidiendo elecciones y donde el deshielo en Laponia, norte del país, crea nuevas vías comerciales.

Veíamos antes cómo “el transporte inteligente” puede tener grandes beneficios económicos y de ahorro de tiempo. Lo interesante es que aplicaciones como Whim también directamente reducen la congestión y la contaminación al mismo tiempo.

Sampo Hietanen lo explica así: “Si no mejora la ciudad [en el sentido medioambiental], si no es sostenible, [nuestra aplicación] no será rentable a la larga”.

Puesto que “al mismo tiempo fomenta de forma indirecta un transporte sostenible y saludable -bicicletas, transporte público, caminar (que sería lo más barato). Me interesa que se elija el coste menor, ya que cuanto menor sean los que conlleva el transporte, mayor es el beneficio [para nosotros]. Partiendo de una misma cantidad de su suscripción todos los meses”.

En el fondo, aquí subyace la idea de que la forma más saludable y sostenible de moverse de un sitio a otro es precisamente…hacerlo a pie -algo que optimiza el beneficio económico de aplicaciones como Whim.

Pero, claro, la cuestión medioambiental no solo se reduce a este tipo modificado de transporte. Las nuevas acciones en las ciudades inteligentes encaminadas a mejorar el impacto medioambiental van desde la creación de jardines verticales (con el consiguiente ahorro de espacio) al uso de energías alternativas pasando por la creación de restaurantes con “cero residuos”, la priorización de la madera en la construcción (en detrimento del hormigón o aluminio, mayores consumidores de energía) o la biofiltración del agua.

Otro ejemplo de lo verde que puede ser una empresa innovadora es la fábrica de acero Stahl- und Walzwerk Marienhütte que, situada en medio de la ciudad de Graz (Austria), apenas hace ruido ni emisiones.

Aparte de dedicarse a convertir chatarra en acero, algo ya de por si ecológico, Marienhütte ha pasado duros controles de calidad para poder ser calificada como empresa modelo a la hora de eliminar emisiones.

Es decir, que a la hora de la verdad, lo de ser inteligente como ciudad depende, como siempre, mucho más de la iniciativa de uno -o de un colectivo- que de programas impuestos.

 

La energía no se agota, solo se transforma

Si alguien sabe de energía saludable, eso son los finlandeses, dotados de casi una sauna por cada dos habitantes. Es habitual tener una en casa y ahí la pregunta es obligada: ¿utilizamos madera o electricidad? Y, si es posible, ¿cómo reutilizamos la energía resultante de forma eficiente?

Precisamente, debido a su papel vital, la gestión de la energía es uno de los contenciosos más exigentes cuando se trata de centros urbanos.

Además, gracias a la creciente complejidad de los sistemas energéticos, las ciudades inteligentes son un laboratorio para extender un uso lo más adecuado posible de las fuentes de energía a mano.

Esta utilización más eficiente pasa por reducir necesariamente la emisión de dióxidos de carbono. Aunque, no solo es necesario utilizar menos energía, sino saber reciclarla, reutilizarla lo mejor posible.

En este sentido, Helsinki abordó el reto con ambición: nada menos que 175 hectáreas de una zona industrial y portuaria han sido reconvertidas en un nuevo distrito de la ciudad donde se estudia todo tipo de proyectos para utilizar la energía de forma más inteligente.

Se llama Kalasatama, el antiguo barrio de los pescadores. En él residen por ahora 3 mil personas y cuando se complete, en 2035, se calcula que sean 25 mil.

Como planteamiento de base se trata de una recolección personalizada -apartamento por apartamento- de datos en tiempo real para intentar mejorar servicios. Todo está pensado para economizar energía y si se necesita, por ejemplo, encender la sauna estando lejos de casa, existe la aplicación para ello, que no solamente permitirá encenderla a distancia, sino que recogerá datos de a qué hora y cómo se utiliza para poder recomendar al usuario mejoras de eficiencia en cuanto a ahorro, etc. Al salir, basta un botón para apagarlo todo….

Lo mismo con los residuos. ¿Cuál es la manera más eficaz de librarse de la basura? Justamente, en Kalasatama esta es succionada automáticamente a través de tuberías subterráneas hasta un punto de recolección. No hacen falta camiones que hagan ruido por las noches.

Y así otras muchas ideas -soluciones, las llaman- para ahorrar energía, conseguir edificios de bajo consumo, y todas planteadas y discutidas en grupos en los que los vecinos también tienen la palabra, si así lo desean.

Se fomenta, los que se han venido a llamar “pilotos” de proyectos, de la forma más democrática posible, ya que fomentan un control descentralizado de las nuevas tecnologías y así tienen voz y voto en cómo se desarrolla su hábitat, algo que estaba previsto desde el principio. Además, evitan aquellos riesgos que puedan entrañar las nuevas tecnologías. Por ejemplo, los habitantes han decidido libremente que los puntos de recolección de residuos sean utilizados vía tarjeta digital personalizada, porque confían en la privacidad de sus datos a la que Kalasatama se compromete.

En resumen, sin infraestructuras simplemente no podríamos vivir y cada vez serán más digitales, hasta que llegue el futuro del futuro. Ahora toca que lo smart de la city no se redunde tan solo en una competición para saber qué ciudad está siendo la más futurista -con la intención de vender, a parcelas, el futuro- sino en una mejora sustancial de la vida urbana, incluidos factores como la privacidad, el ahorro de tiempo y la sostenibilidad.