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Pagando vía un teléfono móvil con una aplicación de Alibaba en China. STR/AFP/Getty Images

El Gobierno chino no busca poner una puntuación a cada uno de sus ciudadanos, sino imponer un clima de mayor confianza que revierta las trampas e “inmoralidades” que han proliferado durante la etapa desarrollista.

En los pasados meses muchos medios de comunicación españoles e internacionales se han llenado con historias distópicas sobre un supuesto “sistema de puntuación” con el que el Gobierno chino, según el número que obtengan sus ciudadanos, va a restringir o aumentar en proporción su nivel de derechos. Titulares como “Black Mirror está volviéndose real en China” o referencias al libro 1984 de George Orwell han llenado las páginas web de importantes medios de comunicación.

Pero la noticia, por mucho que se haya repetido, es falsa.

El principal problema que han cometido estos medios es que han mezclado dos sistemas que actualmente existen en China, pero que son distintos: el sistema de crédito social del Gobierno chino y el sistema de crédito de diversas compañías privadas. Ambos, casi en su totalidad, funcionan de manera separada. ¿Cuáles son sus diferencias, y cuáles son sus efectos reales? ¿Y por qué se han mezclado las características de uno y de otro?

Los sistemas de créditos sociales privados son, a grandes rasgos, un sistema de lealtad por puntos que han creado diferentes compañías, no demasiado diferentes a lo que podría ser el programa por puntos de una aerolínea. El más conocido e importante es el crédito Zhima lanzado por el gigante tecnológico chino Alibaba. Los usuarios de esta compañía no están obligados a formar parte de Zhima. Si lo hacen, pueden conseguir múltiples ventajas asociadas a los servicios que ofrece esta compañía, según la puntuación que tengan. A partir de ciertos puntos, uno puede probar gratis un coche durante varios días, no hace falta que deje un depósito al alquilar una bicicleta o puede reducir su tiempo de espera en el hospital de manera sustancial.

Es un sistema separado del Gobierno, en el que uno gana puntos por el uso constante de los servicios de (o asociados a) Alibaba, y también por la correcta utilización de los productos y servicios contratados —por ejemplo, devolver en buen estado una bicicleta que se ha alquilado o una habitación de hotel en la que uno se ha alojado—.

Por otro lado, está el sistema de crédito social del Gobierno chino. En realidad este sistema todavía no existe a nivel nacional, sino que están haciéndose diversas pruebas a nivel local (tanto en ciudades grandes como Hangzhou o Chengdu, como en más pequeñas), por lo que deberíamos hablar de varios sistemas o programas. Aunque, para entendernos, podemos agrupar todos ellos bajo el concepto de “sistema de crédito social” chino.

En términos generales, no funciona en base a una puntuación única, tal y como se ha ido repitiendo en los medios de comunicación, sino en base a listas negras —la confusión ha sido mezclar las características del sistema privado Zhima, del que hemos hablado antes y sí funciona en base a puntos, con el impulsado por el Gobierno—.

Acabar en una lista negra puede ser debido a varios motivos. Uno de los más habituales es, por ejemplo, el mal comportamiento en aviones o trenes. En las redes sociales chinas se han repetido las quejas contra personas que ocupan asientos erróneos y no los quieren ceder, o pasajeros que agreden a conductores de autobús, con consecuencias fatales. Las listas negras del sistema de crédito social chino actúan contra estas personas: en caso de mal comportamiento en un avión, por ejemplo, el individuo puede acabar en una lista negra que le impedirá coger vuelos durante una extensión de tiempo concreta. Como explicaba Rogier Creemers, uno de los principales investigadores sobre el sistema de crédito social, en este podcast, lo que hace este sistema no es crear nuevas normas o leyes, sino amplificar las ya existentes —como pueden ser las de comportamiento en un transporte público— y hacer su imposición más efectiva.

A grandes rasgos, la creación de listas negras es la esencia del sistema de crédito social chino. Y la percepción que los ciudadanos del país tienen de ella es casi la opuesta a la expresada en los medios de comunicación occidentales.

Manya Koetse, fundadora de What’s On Weibo —el principal portal de análisis de tendencias en las redes sociales chinas—, ha observado que los internautas tienen una actitud positiva hacia este nuevo sistema de penalización: “Los ciudadanos chinos están cansados de gente portándose mal en los trenes, fumando en hospitales… Los internautas suelen decir que se necesitan más listas negras, por ejemplo, para castigar a aquellos que molestan a los conductores de autobús. Eso les hace sentir más seguros”.

La lista negra más importante actualmente es una destinada a aquellos que incumplen órdenes judiciales, como el pago de multas o deudas. En este caso, los afectados tienen prohibido, entre otras cosas, comprar productos de lujo o billetes en primera clase. Un caso polémico que saltó en relación a esta lista negra fue el de un joven al que, habiendo sacado una alta nota en el examen de acceso a la universidad, no dejaron ir al centro privado que había escogido, ya que su padre estaba en esta lista negra por moroso.

Pero este sistema no sólo afecta a los ciudadanos individuales, sino también a las empresas e incluso a los funcionarios y gobiernos locales. El Gobierno chino lo ha planteado como un mecanismo que puede ayudar a luchar contra la corrupción y conseguir más transparencia.

“Por un lado, hay diversos campos gubernamentales que estarán bajo mayor escrutinio, como las adquisiciones, licitaciones o estadísticas. Además, como cualquier parte de un contrato, los gobiernos locales pueden estar sujetos a órdenes judiciales, poniendo a los funcionarios en la lista negra si constantemente no siguen los dictámenes judiciales. Eso ha pasado repetidamente”, asegura Jeremy Daum, investigador sobre el sistema de crédito social en el Paul Tsai China Center de la Yale Law School.

Otra de las características principales de esta lista negra es que los nombres de los incluidos en ella son públicos. Cualquiera puede ver si la persona a la que va a contratar (o la empresa con la que va a trabajar) está en ella. Es una medida que pretende hacer pasar vergüenza pública a los infractores, con el ánimo de que no vuelva a repetirse.

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Gente visita una tienda de Ant Financial en China. AFP/Getty Images

Precisamente, los datos públicos de esta lista negra han podido ser la causa de que muchos medios occidentales hayan mezclado características del sistema de crédito social del Gobierno con los de la iniciativa privada Zhima. Porque si uno está en esta lista de morosos del Ejecutivo chino, esto sí que tiene un efecto en el crédito Zhima: los puntos bajarán de manera drástica ―la idea es que, si uno se resiste a pagar deudas o seguir órdenes judiciales, no será demasiado fiable para poder usar los servicios especiales de los usuarios con más puntuación―. Este es uno de los escasos puntos de conexión entre ambos sistemas, a pesar de la confusión que ha creado entre buena parte de la prensa.

Por otra parte, la relación entre el crédito Zhima y las autoridades existe, pero es de otro tipo. “El Gobierno inicialmente animó a Ant Financial, creadores del crédito Zhima y parte del imperio Alibaba, a crear un sistema de informes de crédito financiero”, apunta Jeremy Daum. La idea, después desechada, era que Zhima fuera un ránking que permitiera valorar la fiabilidad de individuos y empresas a la hora de darles créditos bancarios (algo parecido a lo que la empresa Equifax hace en Estados Unidos). En una sociedad china en la que hasta hace poco sólo se pagaba en metálico, hay muy pocos historiales financieros de la gente, con las dificultades que eso implica a la hora de dar créditos fiables. Ant Financial, pese a todo, no ha podido crear un sistema que satisfaga a las autoridades chinas, por lo que la idea se ha desechado.

Si el sistema privado Zhima tenía este ánimo financiero inicial, el objetivo del sistema de crédito social del Gobierno es claro: crear una sociedad con un nivel de confianza más alto. Después de años de desarrollismo donde se han repetido las estafas, los comportamientos dudosos y las actitudes y prácticas inmorales, el Partido Comunista quiere, mediante prácticas como esta, crear ciudadanos más virtuosos y un clima de confianza más generalizado. El Estado chino, como ha sucedido durante buena parte de su historia milenaria, se impone de esta manera como la autoridad moral de los ciudadanos y confía en poder cambiar sus actitudes mediante ingeniería social.

En China, a nivel popular, el sistema de crédito social no ha generado grandes polémicas. Se puede debatir y criticar en las redes sociales, y el Gobierno suele hablar de ello. Analizando la percepción de los internautas, Manya Koetse asegura que, en comparación con el sistema gubernamental, “el sistema Zhima es mucho más popular, ya que afecta más a la vida diaria”. Koetse también cree que los usuarios chinos de redes sociales ven como realidades totalmente distintas el sistema Zhima y el sistema de crédito social del Gobierno, algo opuesto a lo que ha pasado en las redes sociales de Occidente.

Es posible que la visión catastrofista con la que estos nuevos sistemas chinos se han percibido en Europa y Estados Unidos tenga más que ver con un pesimismo tecnológico propio que con la realidad china. Después de décadas de ver a Internet y a las redes sociales como los grandes liberadores de la humanidad, ahora nos damos cuenta de que también pueden servir como altavoces del extremismo o herramientas de vigilancia social. Los chinos, por su parte, nunca han participado de pleno en esta etapa de utopía tecnológica. Simplemente se dan cuenta de que, gracias a estos avances, la vida es más fácil y cómoda que antes. Algo importante, aunque sin distopías o utopías de por medio.