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Personas en bici delante de un cartel que muestra el Pekín (China) del futuro. (Frederic J. Brown/AFP/Getty Images)

El escritor chino Yan Lianke satiriza en Crónica de una explosión el individualismo capitalista de la China actual, donde el dinero, el crecimiento económico, la corrupción y el sexo se han convertido en el camino al éxito y al poder.

Crónica de una explosión 

Yan Lianke 

Automática Editorial, 2018

Tras una explosión, todo el mundo está desconcertado. En la China del boom desarrollista que inició Deng Xiaoping en los 80, aquellos que supieron aprovecharse de este estruendo ideológico -en contraste con el comunismo duro de Mao Zedong- acabaron siendo millonarios, empresarios e importantes cuadros del Partido. Fueron las caras visibles del mayor éxito económico del siglo XX, una mejora en ingresos y en nivel de vida que sacó (y sigue sacando) a millones de personas de la pobreza. Pero todo gran logro suele obtenerse a costa de grandes sacrificios. ¿Cuál ha sido la gran renuncia de China para convertirse en la segunda potencia mundial?

Para el escritor Yan Lianke, la gran recompensa económica sólo ha podido conseguirse haciendo un gran sacrificio moral. El dinero ha sustituido a la ideología comunista como guía para decidir qué es el bien y qué es el mal. En su último libro traducido al castellano, Crónica de una explosión, Yan ahonda en esta nueva ética individualista, contando la historia del pequeño pueblo chino de Explotia, y su transformación en una megalópolis al estilo de Pekín, Shanghái o Cantón.

La crítica de Yan no es nueva. En realidad, es el gran tema que han tenido que afrontar todos los países que han dejado atrás el comunismo: cómo la sociedad reacciona, se adapta o aprovecha las oportunidades que ofrece el nuevo capitalismo. La perspectiva de Yan es pesimista, aunque eso no significa que considere la anterior época maoísta como mejor -si uno lee Los cuatro libros, la novela de Yan basada en el Gran Salto Adelante, la brutalidad del comunismo es mostrada de manera descarnada-. En Crónica de una explosión, la mayoría de personajes dejan bastante que desear, y todos ellos utilizan sus armas -los hombres, el robo y la corrupción; las mujeres, el sexo- para escalar posiciones y conseguir más dinero y poder.

Y es que, con el objetivo de desarrollar Explotia, todo está permitido: desde robar mercancías del Gobierno central hasta convertir el pueblo en un macroburdel. Todo se subordina al objetivo de construir más rascacielos y hacer la ciudad más grande y rica. Es una sátira del acuerdo tácito entre Pekín y los gobiernos locales que se produjo en la etapa aperturista del régimen: mientras se consiga un crecimiento alto, se atraigan inversiones extranjeras y aumenten las estadísticas nacionales, da igual los métodos que se usen para conseguirlo. Eso implicó, por ejemplo, grandes dosis de corrupción que estimularan la atracción de capital y de favores políticos. La actual campaña anticorrupción del presidente Xi Jinping es, en buena parte, un intento de remediar la manga ancha de esa época, y el daño que ha hecho a la imagen del Partido.

Pero, ¿es la novela de Yan un retrato realista de esta época? ¿Es una especie de “reportaje de ficción” de este período? Por supuesto que no. El gran mérito de Crónica de una explosión no es el tema que trata, sino su calidad literaria. Yan se aparta del realismo de otros autores chinos como Yu Hua o Qiu Xiaolong, y apuesta por un género que denomina “realismo espiritual”, que bebe de autores como Kafka o Gabriel García Márquez. En palabras del propio Yan: “La China actual pretende superar apresuradamente, en el espacio de tiempo más breve posible, los avances que Europa y Estados Unidos han logrado en doscientos años de historia. (…) Mientras el planeta entero contempla boquiabierto los extraños sucesos que acaecen a diario en China, las plumas y teclados de todos los escritores chinos se muestran impotentes al enfrentarse a estas realidades que van más allá de la experiencia histórica del ser humano. Todas las corrientes, ismos y técnicas de la literatura universal suspiran y se lamentan frente a las singulares historias chinas. La realidad china exige una nueva escritura”.

Pese a este lamento de Yan (que, en parte, implica un autoelogio a su “nueva escritura”, es decir, al “realismo espiritual”), sí se han escrito buenas novelas sobre el boom económico chino que ahondan en el problema ético de sustituir la ideología comunista por el lucro individualista. Un gran ejemplo es Brothers, de Yu Hua, o, en el caso del propio Yan, su novela Los besos de Lenin. También hay excelentes trabajos periodísticos que permiten entender los cambios sociales de esta época, como Factory Girls, de Leslie T. Chang. Aunque, repito: que el tema se haya tratado no desmerece para nada la buena novela que supone Crónica de una explosión, que agarra al lector con su estilo directo, humorístico y despiadado. El uso que Yan hace del “realismo espiritual”, donde suceden constantemente hechos mágicos en los escenarios donde se mueven los personajes, crea un ambiente absorbente y escenas memorables. Aunque, en mi opinión, el uso de esta realidad sobrenatural funciona mejor en otra de sus novelas, Los cuatro libros, ya que reserva estos hechos mágicos para momentos más concretos, que suelen afectar directamente al desarrollo de la trama y, por tanto, tienen más potencia narrativa.

El “realismo espiritual” en Crónica de una explosión funciona, mayoritariamente, a través de la simbología de la naturaleza, los animales y las flores, y cómo estas están bajo el dominio de los hombres y su estatus social: por ejemplo, uno de los protagonistas es capaz de revivir una planta mustia al agitar delante de ella unos importantes documentos oficiales. La tumba de un padre pasa de estar yerma y seca a cubierta de flores y abejas en unos instantes, según el favor que consigue su hija del alcalde local. El aumento de poder y patrimonio de los personajes no sólo hace que la gente los trate de manera absolutamente diferente, sino que el propio mundo físico se embellezca o se marchite bajo sus pies. El poder del dinero no sólo afecta a las leyes de los hombres, también a las leyes de la naturaleza.

Crónica de una explosión es la narración de un sentimiento de cambio de época, que el propio Yan -de sesenta años- ha padecido en sus carnes. Es el desconcierto ante el nihilismo que impone el libre mercado y la libre sexualidad, en contraste al colectivismo y puritanismo de la época anterior. Pero, ¿acaso es esta la única cosmovisión que impera en el país? ¿A todos los chinos les mueve únicamente el dinero? Yan muestra, en uno de los personajes, otra ideología contemporánea que puede sustituir al individualismo egoísta -aunque no menos deprimente-: el nacionalismo chino. Una ideología antiamericana y militarista que convive, paradójicamente, con una admiración a veces desmesurada e infantil hacia lo occidental. Un repudio a lo estadounidense a la vez que se hace todo lo posible por atraer a empresas de este país.

Los valores democráticos podrían ser otra salida a esta época desconcertante, pero Yan también los destruye en su novela. Cuando en Explotia se hace una especie de elecciones entre dos candidatos escogidos por el Partido, la compra descarada de votos, el chantaje y el juego sucio -con el beneplácito de casi toda la población- no ofrece demasiadas esperanzas para esta opción. Incluso el resultado final es comprado por el perdedor de las elecciones.

Leyendo Crónica de una explosión, uno puede acordarse del padre de la literatura china moderna, Lu Xun. El único personaje de la novela de Yan que se comporta de manera más o menos ética y humilde -pide que le llamen por su nombre y no por su cargo; renuncia a un alto puesto para dedicarse a su madre enferma- es tratado como si fuera un loco por los habitantes de Explotia. Es un paralelismo claro con Diario de un demente, quizá el relato más famoso de Lu Xun, donde el protagonista tampoco quiere formar parte del sistema (feudal) imperante. Que Yan Lianke y Lu Xun traten problemas similares significa que todavía perviven en la sociedad china, a pesar de haber transcurrido casi un siglo.

¿Y por cuál opción apuesta el único personaje bueno de la novela? Por la reclusión, el ritual y la lectura al margen de la sociedad, por el retorno a las virtudes tradicionales de la larga tradición china. Una especie de viaje al pasado espiritual, a una supuesta época donde los valores éticos eran fuertes y arraigados. No es algo tan diferente a lo que propone actualmente el Partido Comunista, una especie de vuelta a los preceptos confucianos en su vertiente conservadora. Pero, aunque parta de una preocupación similar, la libertad con la que escribe Yan Lianke no encaja con esta visión autoritaria. No hay una única forma de interpretar la tradición china: quizá una de las grandes preguntas del futuro es sobre qué valores -progresistas, conservadores, autoritarios, democráticos, laicos, religiosos- se asentará la sociedad, una vez haya desaparecido la nube de polvo que supone esta gran explosión económica, en la que muchos chinos -después de haber conseguido tener la barriga llena- están buscando una respuesta ética a cómo guiar sus vidas.