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Un cartel muestra a Abdelaziz Buteflika en Argel, Argelia. (Ludovic Marin/AFP/Getty Images)

Víctima de un ataque vascular cerebral en 2013 el jefe de Estado argelino ha visto mermadas sus capacidades para dirigir Argelia, arreciando las críticas sobre sus limitaciones y multiplicándose las cábalas, y nombres propios, para una eventual sucesión. No obstante, ante un panorama socioeconómico no exento de riesgos y en medio de no pocas maniobras, de unos y otros, todo apunta a que el octogenario presidente, en el poder desde 1999, tendrá la última palabra sobre su futuro.

El 26 de mayo un grupo de catorce figuras políticas e intelectuales dirigieron una misiva al presidente de la República, Abdelaziz Buteflika, emplazándolo a no postularse como candidato a las elecciones presidenciales previstas para abril de 2019. La carta era una respuesta al llamamiento hecho apenas unos días antes desde el otrora partido único, el Frente de Liberación Nacional (FLN), con su secretario general, Yamel Uld Abés, al frente, para que Buteflika se presente a un quinto mandato. La iniciativa se conforma, por tanto, como el primer hito de contestación organizada contra la muy plausible hipótesis de la persistencia en el poder de quien es inquilino del palacio de El Muradía, sede de la jefatura del Estado, ya desde 1999. “Lo menos que se puede decir sobre los resultados de la política operada bajo su mandato es que están lejos de las expectativas legítimas de los argelinos. Su largo reinado sobre el país ha terminado por conformar un régimen político incapaz de responder a las normas de un moderno Estado de derecho”, señala el texto.

El llamamiento ha sido firmado, entre otros, por Ahmed Benbitur, antiguo jefe de Gobierno y actualmente en la oposición, Sufián Yilali, líder del joven partido de oposición Yil Yadid (Nueva Generación), Amira Buraui, activista en el origen del movimiento Barakat (ya basta), surgido en 2014 para oponerse entonces ya a un cuarto mandato de Buteflika, el escritor Yasmina Jadra, la universitaria Fatija Benabú y el sociólogo Nacer Yabi. “Su avanzada edad y dramático estado de salud le dictan que usted ya no puede ocupar las muy pesadas cargas del Estado. Sin duda, otro mandato sería un calvario para usted y para todo el país”, sentencia la carta. Según los firmantes, “es la única condición para que Argelia se reconcilie con la esperanza, alejándose de tensiones fratricidas y derivas intolerables. (Solo entonces) el país podrá comprometerse a una transición para construir instituciones legítimas y sólidas, como antesala para erigir el Estado de derecho y la democracia, único objetivo capaz de asegurar la paz y prosperidad de las generaciones futuras”.

Yendo un paso más allá, los promotores de la “Carta abierta al presidente de la República” han puesto en marcha Muwatana (ciudadanía), una plataforma cuyo objetivo es “reunir el máximo de argelinos para provocar la salida de este régimen y preparar las auténticas condiciones de una transición pacífica”, precisa su portavoz, Zubida Asul, ex magistrada y presidenta de la Unión por el Cambio y el Progreso (UCP). Los promotores de Muwatana han invitado a los argelinos a “adoptar iniciativas, cada uno a su nivel, para expresar su opinión a través de todos los canales legales posibles”, precisándose que “la partida reclamada del presidente no significa por sí sola un cambio de sistema de gobernanza”, incidiendo en la necesidad de “reformas profundas”. No obstante, a pesar de este tipo de iniciativas, así como columnas y editoriales, llamando a un cambio al frente del Estado, a menos de un año de las presidenciales, en paralelo, las evocaciones a un quinto mandato no cesan de multiplicarse entre los partisanos del octogenario presidente quien aún no ha desvelado oficialmente sus intenciones.

 

Riesgos del status quo

Víctima de un ataque vascular cerebral en 2013, el jefe del Estado se encuentra postrado en una silla de ruedas, lastrado para poder ejercer una actividad normal. Las escasas imágenes vertidas por la televisión pública muestran a un presidente casi inerte, incapaz de hablar e interactuar con su entorno, la mayoría de las veces un dirigente internacional que cumple con el trámite de la visita a El Muradía. Aun así, entre mayo y abril, hemos asistido a situaciones inusuales, a saber, dos actividades públicas del presidente, en las que los vecinos de la capital han podido ver a Abdelaziz Buteflika en coche por las calles de Argel y presidiendo varios actos públicos; aunque, eso sí, siempre desde su silla de ruedas, inmóvil, limitando sus gestos al máximo. “A la luz del aluvión de críticas y de la multiplicación de quinielas sobre la sucesión del líder, la idea tras esta deriva sería la de mostrar que el jefe de Estado, más allá de sus evidentes limitaciones físicas, sigue siendo capaz, al menos intelectualmente, de manejar los destinos del país”, enfatiza el politólogo Mohamed Henad.

Las elecciones legislativas del 4 de mayo de 2017 evidenciaron que el FLN es el partido que sigue controlando el juego político en Argelia, amoldándose a nuevas realidades, pero sin ceder un ápice de su poder. Tal y como afirma Mohamed Benchicou, director de Le Matin d’Algérie, quien cumplió pena de cárcel por sus críticas a Buteflika en 2004, “el escrutinio mostró la persistencia de un régimen incapaz de renovarse, en manos de los mismos clanes que se suceden al frente de los gobiernos y en los principales sectores económicos del país. Un bloque inmovilista, autista, indiferente a las necesidades y expectativas de la población”. Y como mostró la abstención récord del 64,63% de los inscritos en las listas electorales, un poder que se ha quedado solo. “Ya crea en Dios o en Buteflika, el argelino vive con compasión o admiración, pero siempre con ansiedad, el espectáculo de su presidente discapacitado, conduciendo a un pueblo en silla de ruedas hacia un destino desconocido”, se puede leer en la introducción del último libro de Benchicou, Le mystère Bouteflika, haciendo hincapié en la incertidumbre y riesgos que el status quo implica. Y la parálisis política equivale a inmovilismo económico, posponiéndose una y otra vez, sine die, las reformas que el país necesita en aras de una diversificación de sus fuentes de ingresos y modos de vida, siempre dependiente de los hidrocarburos, que suponen el 60% de ingresos públicos y el 98% de las exportaciones.

El hundimiento del curso del petróleo en 2014 hizo disminuir los ingresos de Argelia a la mitad, pasando de 60.000 millones de dólares a apenas 20.000 millones en 2017, y acrecentando, de paso, el déficit comercial. Para garantizar la paz social, todo lo que es esencial está subvencionado. El Estado invierte más de un 13% del PIB en ayudas sociales, viviendo a día de hoy muy por encima de sus posibilidades. El Fondo Monetario Internacional ha impelido a Argel a implementar “reformas estructurales ambiciosas”. Según los expertos de la institución financiera, “el enfoque adoptado podría ofrecer un respiro a la economía en el corto plazo, pero introduciendo riesgos considerables sobre las perspectivas económicas”, reteniendo las amenazas sobre las cuentas públicas, la deuda exterior, la inflación y la aceleración de la disminución de las reservas de cambio, agravando la inestabilidad financiera y limitando el crecimiento. Pero, ¿cómo pedir a los argelinos que se aprieten el cinturón cuando el coste de la vida se ha disparado y las oportunidades reducido, cuando el anunciado despegue económico no acaba de llegar y se ven minadas sus expectativas, siendo cada vez más frecuentes los episodios de contestación y violencia? Del combustible, que hay que refinar en el extranjero, siendo su coste de readquisición mucho más elevado que el de venta pública en las gasolineras de la estatal Naftal; a los medicamentos, pasando por el aceite y la leche o el pan, todo aquello que es esencial se encuentra subvencionado. Cualquier modificación en este estado de cosas podría redundar en estallidos sociales, en una mayor inestabilidad.

 

Escenarios para una sucesión

Un escenario de ruptura no parece el orden del día. Es cierto que la inestabilidad es la tónica, que se multiplican las movilizaciones, que se han registrado incidentes durante las últimas manifestaciones y represión por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, es un hecho que la tensión es patente, pero esta es la tónica del país desde hace casi tres décadas. La desorganización y falta de coordinación de las disidencias, muy localizadas, tanto geográfica como ideológicamente, unido al factor emocional, al trauma de la década negra, que hace primar el conservadurismo político entre una población que no quiere revivir dramas no tan lejanos, así como el control absoluto que la institución militar y diferentes servicios del poder ejercen a lo largo y ancho del país, parecen no hacer viable un escenario de ruptura, al menos a gran escala. El auge y creciente estructuración del malestar social, a partir de determinados sectores y regiones, sí podría ser un factor de desestabilización, pero a medio y largo plazo, no en lo inmediato.

Analistas y expertos evocan la posibilidad de una “salida a la cubana”. Es a través de su “consejero especial”, Said Buteflika, el menor de la saga, por el que el presidente se comunica con el exterior. Este gestiona la agenda presidencial, filtra los mensajes, transmite instrucciones a unos y a otros, habiéndose convertido, además, en el interlocutor entre clanes del régimen e incluso con mandatarios extranjeros, erigiéndose para muchos en el líder de facto de Argelia. Encabeza la lista de aquellos que estarían predestinados a suceder a su hermano, al igual que ocurrió con Raúl Castro cuando sustituyó a su hermano Fidel en Cuba. Otros invocan un “escenario a la tunecina”. Nuredín Bukrú, ministro de Asuntos Económicos entre 1999 y 2005, época en la que era un cercano colaborador de Buteflika, no cesa de poner énfasis en los riegos inherentes al estado de “salud mental” del presidente. Sufián Yilali, presidente de Yil Yadid también ha emprendido una campaña para reclamar la aplicación del artículo 102 de la Constitución, que precisa las condiciones en las que el jefe de Estado puede ser destituido, entre las que se incluye una “enfermedad grave y durable”. Al igual que ocurrió con Habib Burguiba en Túnez el 7 de noviembre de 1987, cuando Zine el Abidine Ben Alí provocó su destitución en lo que se tildó de “golpe de Estado médico”, algunos no cesan de invocar la carta de la maltrecha salud del presidente para desalojarlo del poder y abrir la vía a su sucesión. Algunos incluso no descartan un “escenario a la egipcia”, a través de la figura del general y jefe del Estado Mayor, y ministro de Defensa, Ahmed Gaïd Salah, en quien ven una suerte de mariscal Abdel Fatá al Sisi argelino, identificado como quien logró salvar a su país de la dictadura de los Hermanos Musulmanes.

De todos los escenarios posibles el más plausible es el de una “sucesión pactada”, que se llegue a un acuerdo en las altas esferas del poder para mantener el status quo y que todos, y cada uno, sigan gozando de sus privilegios en el seno del actual régimen. Un pacto entre familias para continuar como hasta ahora, una eventualidad que históricamente ha mostrado su validez en Argelia, incluso en momentos en que las posiciones de unos y otros estaban más alejadas, y los enfrentamientos eran más enconados, y virulentos. A pesar de los intentos de golpe de Estado contra Ahmed Ben Bela y Juari Bumedién, o incluso tras el asesinato de Mohamed Budiaf, en 1992, el poder siempre ha logrado concluir acuerdos para sucederse a sí mismo. Además, como destaca un informe de agosto de 2017 del Instituto Montaigne, “un enfrentamiento entre pilares del régimen podría desestabilizar al sistema en su conjunto”. Ante esta tesitura cobra fuerza la figura de Said Buteflika, quizás el único que, a día de hoy, se hallaría en condiciones de arbitrar una sucesión pactada susceptible de garantizar el equilibrio entre los diferentes clanes y familias del régimen, y la perennidad de sus ventajas tras la marcha de Abdelaziz Buteflika.

 

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Ali Benflis, posible sucesor, durante un mitin en 2014 en Argel (Argelia) cuando fue candidato a las elecciones presidenciales. (Farouk Batiche/AFP/Getty Images)

Nombres propios para una sucesión pactada

Entre los personajes del régimen no pertenecientes al clan Buteflika, sigue teniendo vigencia la opción de Alí Benflis, aunque diferentes fuentes estiman que éste habría perdido su oportunidad.  Primer ministro entre los años 2000 y 2003, fue cesado del gobierno por haber manifestado de forma demasiado ostensible su voluntad de, un día, acceder a la presidencia. Dos veces ya candidato a la elección presidencial, en 2004 y 2014, este jurista de 73 años de edad y próximo a sectores “críticos” del Ejército, creó en 2015 su propia formación, Talaie El Juriat (Vanguardia de las Libertades). Juzga la situación “preocupante” y se presenta ante los argelinos como un “ciudadano responsable”, inquieto por la deriva del país. Benflis aboga por un diálogo nacional que reúna a actores políticos de todo tipo y perfil, allanando así el paso a una transición ordenada y consensual, siempre bajo la égida del Ejército, como pivote central del régimen.

Otro candidato exógeno al clan Buteflika es Mulud Hamruche, quien goza del respeto de los argelinos y de amplios sectores del régimen. Fue primer ministro entre 1989 y 1991, y candidato a las elecciones presidenciales en 1999. Se presenta como una alternativa de garantías en caso de una crisis grave, evocando, aunque sin decirlo, el deceso del actual jefe de Estado. Hombre discreto, íntegro, destacado intelectualmente, alejado, al menos de fachada, de las intrigas más abyectas y oscuras por el poder, los argelinos tienen, en general, una muy buena imagen de Hamruche. Le reconocen, entre otros, el hecho de haber impulsado la Constitución de 1989 que instauró el multipartidismo, así como la libertad de prensa. No obstante, parece que, a día de hoy, Hamruche se encuentra demasiado aislado. La posibilidad de un “candidato inesperado” no se descarta. Nada podría impedir, al menos a priori, que un desconocido personaje se abra camino entre los favoritos con el beneplácito de las diferentes familias del régimen. Este personaje garantizaría a estos clanes sus ventajas y, con la bendición de la institución castrense, gobernaría el país, mientras los resortes del régimen se mantienen inalterados.

En las quinielas aparecen dos nombres propios que se han acercado al clan Buteflika durante los últimos tiempos pero que mantienen nexos con otras familias del poder, a saber, el general Ahmed Gaid Salaj y el actual primer ministro, Ahmed Uyajia. A sus 76 años, Gaid Salaj se ha ganado los favores del clan Buteflika, hasta el punto de haber incrementado su influencia y poder, sin por ello renunciar a sus orígenes y lealtades militares. Si bien, poco a poco, habría conseguido alcanzar unas elevadas dosis de independencia en el seno de la institución castrense, aumentando su capacidad y ascendiente militar, que se ha visto confortada con el cese del histórico jefe de los servicios secretos, el todopoderoso general Mohamed Medién, alias Taufik, y el desmantelamiento del Departamento de Inteligencia y Seguridad (DRS, en sus siglas en francés).  A pesar de que en todas y cada una de sus apariciones públicas hace muestra de adhesión al presidente, manifestando su lealtad incondicional, la tentación de la presidencia está ahí, no cesando de colocar en puestos estratégicos del Ejército a personas de su confianza. Otro candidato potencial es Uyajia, de 65 años de edad. Su hándicap principal es su déficit de popularidad. Ya en los 90 fue él quien puso en marcha los ajustes estructurales exigidos por el FMI, que se tradujeron en el cierre de empresas públicas y en cientos de miles de despidos. Fiel ejecutante de las directrices de Buteflika, bajo la dirección de Uyajia también se adoptó la revisión del código penal para incluir “delitos de prensa”. Tras una travesía del desierto, se volvió a aupar al frente del Ejecutivo en agosto de 2017, lo cual lo sitúa en buen lugar para la carrera sucesoria. Pero, además de su impopularidad, no hay que olvidar que Uyajia es originario de Cabilia, región rebelde a la que nunca antes Argel ha confiado el poder.

De entre las personalidades del clan Buteflika susceptibles de suceder al actual presidente destacan Abdelasis Belkadem, Abdelmalek Selal y Chakib Jelil. En agosto de 2014, Belkadem, un fiel entre los fieles de Buteflika, quien dirigió sus gobiernos ente 2006 a 2008, cayó en desgracia por su participación en un encuentro con opositores. Cesado como ministro de Estado y de sus funciones de consejero especial de la presidencia, se le proscribió cualquier tipo de actividad pública, hasta el punto de convertirse en un “indeseable” en el FLN, partido que dirigió entre 2005 y 2013 y del que ostentaba el cargo de presidente honorífico. Casi cuatro años después de haber sufrido estas medidas drásticas, y humillantes, Belkadem, de 72 años de edad y simpatizante del “islamismo moderado”, parece haber recobrado, al menos en parte, su fuerza. También aparece en las quinielas Abdelmalek Selal, primer ministro entre 2012 y 2017. Hombre de terreno, afable, de acceso fácil, ha servido lealmente al presidente y en ningún momento se le han podido atribuir ambiciones más allá de las responsabilidades que se le habían encomendado. Selal, de 69 años, podría gozar de los favores del clan presidencial, llegado el momento, al considerarlo una opción a considerar para mediar entre los intereses de unos y otros, llegando a acuerdos con otros ejes del sistema político, como Ejército, prohombres del FLN y hombres de negocios.

Aunque controvertido, el elegido también podría ser Chakib Jelil, ministro de Energía y Minas entre 1999 y 2010, y presidente de la Organización de Países Exportadores de Petróleo en dos ocasiones. De 78 años de edad, es sospechoso de orquestar una densa trama de corrupción en el país, que condujo a prisión a uno de sus más próximos colaboradores, Mohamed Mezián, presidente director general de Sonatrach, empresa pública de hidrocarburos, refugiándose Jelil en Estados Unidos tras ser objeto de una orden de arresto internacional, en agosto de 2013. Fue toda una sorpresa cuando en marzo de 2016 éste regresó a Argelia, habiendo cesado la persecución, súbitamente, el magistrado que había emitido la orden de detención. Jelil es un amigo de infancia de Buteflika, ambos originarios de Uxda, localidad marroquí fronteriza con Argelia. Desde su regreso, Jelil no cesa de recorrer el país, encontrándose con dirigentes religiosos, líderes de cofradías, del islam tradicional que estructura la religión en el país, como si ya se encontrase en plena campaña electoral. Lastrado por los asuntos de corrupción, su imagen entre la opinión pública y medios de comunicación es paupérrima.

 

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Isad Rebrab, posible candidato, durante el Foro de Negocios UE-África. (Issouf Sanogo/AFP/Getty Images)

De Rebrab a Buteflika

Un outsider con peso específico es Isad Rebrab. El hombre más rico de Argelia y del Magreb, patrón del grupo Cevital, con una fortuna estimada en casi cuatro mil millones de dólares, podría ser el único obstáculo de calado a una sucesión tranquila, a un arreglo entre familias del régimen. Rebrab se encuentra en conflicto abierto con el poder desde 2015 y, de forma particular, con elementos del clan Buteflika, como los hermanos Kuninef, una rica familia que quiere hacerse un hueco en el sector agroalimentario dominado por Cevital y que no ha cesado de maniobrar para desestabilizar al hombre de negocios. En 2016, lo que en principio era un conflicto económico y comercial adopta una dimensión política. Rebrab se opone entonces al propio Estado, a los poderes públicos, que habían anulado su proyecto de compra del grupo El Jabar, principal grupo de medios de comunicación argelino y baluarte de la oposición a Buteflika. Rebrab politiza su cuestión y evoca su oposición al régimen más allá de las fronteras argelinas. El Muradía intenta amenazarlo de forma directa y en mayo de 2016 el entonces secretario general del FLN, Amar Sadani, le lanza una advertencia: “si haces política, pierdes tu fortuna”. Amigo de los generales Medién y Nezar, artífice del proceso electoral de 1991, o incluso del general Tuati, cabeza pensante de la élite castrense, Rebrab conoce bien los resortes de la política argelina y ser candidato a las presidenciales de 2019 es una idea a tener muy en cuenta para conseguir que el régimen deje de presionar a su imperio económico.

No obstante, a pesar de su decrépito estado de salud, Buteflika sigue controlando la marcha del país, asentando su ascendiente sobre los principales resortes del poder. Desde su regreso a la política, en 1999, el que fuera ministro de Asuntos Exteriores del general Juari Bumedién se ha convertido en un “hombre providencial”, habiendo cogido las riendas del poder en un momento ciertamente delicado, en las postrimerías de la “década negra”, y no cesando de consolidar su posición. Buteflika no ha dudado en deshacerse de todo aquel que pudiera hacerle sombra. Hitos de esta política han sido el desmantelamiento del DRS, el todopoderoso servicio de inteligencia argelino, o la implementación de una reforma constitucional para suprimir la limitación de mandatos y reconcentrar los poderes en manos de la jefatura del Estado, es decir, entre las suyas. Para la oposición, los ceses en cadena, sucesivos cambios de personas y de reglas, reflejan la febrilidad de un poder en crisis. Así las cosas y a pesar de sus evidentes limitaciones físicas, la hipótesis para la candidatura de Buteflika para un quinto mandato debe ser tomada muy en serio.

 

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores 

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