El nuevo presidente de Gambia, Adama Barrow, saludando. Marco Longari/AFP/Getty Images

La restauración de los derechos democráticos, las reformas en las instituciones, y mantener la cohesión nacional son solo algunos de los desafíos que tiene por delante el nuevo Gobierno de Gambia. Tras el fin del régimen autoritarismo, ha llegado el momento de trabajar por un país estable, democrático y próspero para todos.

Popular destino de turismo de playas, naturaleza y relaciones de conveniencia -para hombres y mujeres-, Gambia es el país más pequeño de África continental. Con una superficie similar a la región española de Murcia, esta antigua colonia británica (se independizó en 1965) tiene poco más de dos millones de habitantes (en 1994 tenía la mitad) y es uno de los países más densamente poblados (182 personas por kilómetro cuadrado) del continente negro.

Hablar de su historia reciente es hacerlo de su ex presidente, el coronel Yahya Jammeh, quien con tan solo 29 años (entonces teniente) llegó al poder en 1994 tras un incruento golpe militar. Tras 22 años en los que gobernó con puño de hierro fue derrotado, para su sorpresa (llegó a decir que solo Alá podía arrebatarle el poder) en las elecciones del 1 de diciembre de 2016. La  muerte de un opositor en abril de 2016 causada por una brutal paliza a manos de los servicios de seguridad fue la gota que colmó el vaso de la paciencia del pueblo; y que pecó de exceso de confianza en su maquinaria de fraude e intimidación electoral, que esta vez  no estuvo lo suficientemente engrasada. Tan solo tras la mediación de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, CEDEAO, con amenaza de intervención armada incluida, aceptó los resultados de los comicios. El 22 de enero de 2017 partió hacia el exilio en Guinea Ecuatorial, único Estado africano donde se siente a salvo de la justicia, ya que está regido por otro dictador.

Durante ese tiempo Jammeh, de etnicidad jola (la cuarta tribu de la nación, que representa un 10% de la población) hizo de Gambia, a la que declaró República Islámica, su  cortijo particular. Junto con su familia controlaba sectores claves de la economía a través del holding familiar Kanilai y despilfarraban mientras su gente seguía estancada en el paro estructural y la pobreza. Sus delirios de grandeza fueron a más (manifestó que gobernaría un billón de años si Alá así lo quería) al igual que su odio a la comunidad internacional. “No dejaremos la seguridad nacional de Gambia en manos de los perros”, llegó a comentar tras la muerte del opositor. En 2013 retiró a la nación de la Commonwealth a la que calificó de institución neocolonial y en 2016 de la Corte Penal Internacional, acusando al tribunal de “persecución y humillación de la gente de color, especialmente africanos”.

Bajo un régimen opresivo y asfixiante ejerció un férreo control y represión sobre la población y los medios de comunicación. Violó los derechos humanos de los periodistas llegando a torturarlos; otros desaparecieron. Lo mismo sucedió con quienes expresaron su oposición al régimen, persiguió con la misma inquina a los homosexuales a los que llamó “alimañas” y aseguró que su Gobierno se enfrentaría a ellos de la misma manera que combate a los mosquitos de la malaria. Mandó ejecutar prisioneros y recientemente se han descubierto fosas comunes cavadas durante su mandato.

Fue necesaria una coalición liderada por Adama Barrow, líder mandinka (tribu mayoritaria de la nación con un 42% de la población) del Partido Democrático Unido (UDP por sus siglas en inglés) para derrocarle con el 43,3% de los votos contra el 39,6% de Jammeh. El actual Presidente, que debido a la resistencia del candidato oficialista a dejar el poder tuvo que jurar su cargo en la Embajada en Senegal en enero, se comprometió a devolver al país a la Commonwealth y a la Corte Penal Internacional (ya ha revocado oficialmente la decisión de su predecesor), así como apoyar una justicia independiente, la libertad de prensa y la de la sociedad civil. Aunque la legislatura es de cinco años, será presidente los tres primeros, según lo acordado entre los partidos de esa coalición.

Las elecciones parlamentarias celebradas el 6 de abril, en las que el UDP ha arrasado obteniendo 31 de los 53 escaños en liza, han puesto de manifiesto divisiones tribales que bajo el régimen del terror no florecían pero eran latentes. También que los paupérrimos resultados obtenidos por la Alianza para la Reorientación y Construcción Patriótica (APRC por sus siglas en inglés) partido fundado por el ex presidente  lo aboca a su desaparición,  muestra con claridad el pavor que tenían los ciudadanos al régimen totalitario y el alivio que sienten ahora. Los cinco escaños que ha conseguido (38 menos que en 2012) proceden de los votos cosechados en la región de donde Jammeh es originario y a la que descaradamente favorecía.

A pesar de la baja participación (42,78%, mientras que en diciembre fue del 59,33%) la buena voluntad de los votantes, personas e instituciones envueltas en dichos comicios facilita la restauración de los más importantes derechos democráticos. Así también lo señala el informe preliminar de la Misión de observación electoral de la Unión Europea allí desplegada.

Pero la política sigue siendo política, y a Barrow le han llovido fundadas críticas de todos lados debido a su gira, que con la presunta  intención de agradecer el apoyo recibido en diciembre, se ha producido en plena campaña electoral. Alegan que lo que buscaba era, en nombre de la coalición (pero sin el consentimiento de los partidos integrantes) atraer votos para el UDP, al que dejó de pertenecer cuando asumió encabezar la alianza.

Estos resultados pueden asentar una estabilidad, de la que Gambia ha disfrutado de largos períodos desde su independencia, a diferencia de muchos de sus vecinos de África occidental. Sin embargo, estas dos décadas y cuarto de régimen dictatorial, aunque tranquilas en lo que a seguridad respecta (varios intentos de golpe de Estado han sido sofocados) no han servido para conseguir prosperidad económica. Carente de minerales importantes u otros recursos naturales, Gambia tiene una base agrícola limitada. El 75% de la población depende de los cultivos y el ganado para su sustento, más de la mitad de sus habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza y el 33% lo hace con menos de 0,90 euros al día. Prueba de su subdesarrollo y agarrotada economía es que a pesar de su pequeño tamaño y población, según ACNUR ocupa el quinto lugar entre los países africanos emisores de emigrantes a Europa en 2015. Además ocupa el puesto 173 de 188 en el ranking de países según el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas en 2016.

El progreso económico a corto plazo sigue siendo altamente dependiente de la ayuda extranjera y de la gestión económica responsable del Gobierno, tal y como ha transmitido la asistencia técnica y de asesoramiento del Fondo Monetario Internacional, que tras una visita en abril de este año ha dictaminado que el crecimiento económico en 2016 se estima en un 2,2%, menor que el 4,3% logrado en 2015. Alegan que se debe a la escasa disponibilidad de divisas, a la débil producción agrícola y al efecto del estancamiento político durante la temporada alta de turismo (cuyos ingresos suelen representar el 20% del PIB).

Gambianos piden justicia por el asesinato de estudiantes durante una manifestación en 2000. Seyllou/Getty Images

Dicha financiación foránea dejó de llegar en los últimos tiempos debido a los malos registros en materia de derechos humanos y a los malos hábitos de retirarse de las instituciones internacionales y expulsar a sus diplomáticos. Pero la ayuda extranjera vuelve desde la UE con el cambio de rumbo en forma de cooperación al desarrollo (que también incluye negociaciones para cortar el flujo de emigrantes). Con el reconocimiento de una sola China el nuevo Gobierno se asegura cooperación económica con quien es su mayor socio comercial tanto para exportaciones como para importaciones estos últimos años. Asimismo la vuelta a la Commonwealth traerá ayudas al país, sobre todo en educación, salud y seguridad.

Otro de los asuntos más urgentes a abordar es la garantía de la seguridad nacional, la estabilidad y la paz. El Presidente ha heredado una Agencia Nacional de Inteligencia y un equipo de seguridad leal a Jammeh. Debería llevar a cabo un examen exhaustivo de la fuerza y ​​composición del Ejército, con miras a hacerlo profesional. Asimismo la prolongación de la presencia del pequeño contingente de fuerzas de la CEDEAO continuaría siendo un disuasivo para cualquier amenaza potencial o planes desestabilizadores. De momento ya se han producido cambios en la jerarquía militar.

Un desafío importante que Barrow ha de afrontar es el de fomentar y mantener la cohesión nacional y el patriotismo, ya que es evidente que hay una profunda división étnica y política alimentada por Jammeh. La Comisión Nacional de Educación Cívica tiene un papel clave que desempeñar en el fomento de la comprensión y la unidad entre la población y debe implementar esta tarea sin demora con el fin de que la gente comprenda y apoye sus esfuerzos por reconstruir un país socialmente fracturado y económicamente en ruinas. Un sistema electoral más proporcional que el actual mayoritario podría ayudar a mitigar las tensiones tribales.

Indudablemente debe haber paz y justicia para que la unidad nacional brote. Para ello el gobernante ha prometido el establecimiento de una Comisión Nacional de la Verdad y la Reconciliación, imprescindible para permitir que se esclarezca lo acontecido en el reciente pasado y la justicia sane al pueblo. Esta institución no debe ser utilizada para realizar una caza de brujas, sino para curar las heridas infligidas por los excesos del régimen saliente.

Acometer la reforma en las instituciones gubernamentales para hacerlas más eficientes y responsables es otro reto en la agenda del máximo dirigente. Su antecesor dinamitó el sistema administrativo y las estructuras institucionales e inutilizó el gobierno y la justicia nominando a personas con mínimo o nulo conocimiento profesional o experiencia en puestos clave. Falta de liderazgo y exceso de funcionarios improductivos piden una auditoría que enderece su camino.

Por supuesto perennes reivindicaciones subsaharianas como mejoras en salud y educación (el analfabetismo se cifra en un 50%) no por antiguas son menos necesarias, sino todo lo contrario. Al igual que es preciso resolver el gran problema del suministro de electricidad, ya que hay lugares donde simplemente no hay y otros donde es irregular e impredecible y los cortes son repetidos, lo cual merma una añorada prosperidad.
La ruptura con el pasado y la apertura con el futuro y con el mundo es vital para el devenir de este joven Estado. Este compromiso no puede quedar en palabras y para su consecución es necesario el esfuerzo de los políticos y los actores más relevantes de la sociedad: el pueblo.