Pensionistas se manifiestan pidiendo un aumento de las pensiones y medidas contra el aumento de los costos de la energía en Atenas, Grecia, el 5 de octubre de 2022. (Kostis Ntantamis/Anadolu Agency via Getty Images)

El presente de Grecia no es esperanzador, pero puede tener oportunidades que vislumbren un futuro mejor. 

“La crisis continúa… El pueblo sobrevive heroicamente”. El epílogo de ‘Comportarse como adultos’, la película de Costa-Gavras que relata la visión del izquierdista Yannis Varoufakis durante las negociaciones con la Troika, sigue en vigor en Grecia. El país heleno encadena crisis: la que estalló en 2009 y provocó una reducción drástica en el gasto público y los salarios y la que, en el presente, de carácter global e inflacionista, incrementa el precio de los bienes de consumo básicos y la vivienda. Entre medias, además, una pandemia que conmocionó al mundo.

“Tenemos capacidad de resiliencia a las crisis. Primero perdimos un cuarto de nuestra economía, una situación propia de la guerra, luego irrumpió la pandemia del coronavirus, que afectó al sector turístico, expuesto a las crisis económicas y políticas, y ahora padecemos la crisis del sector energético. Unidas a la demográfica y a la climática, es un cóctel explosivo y las empresas no están preparadas para afrontar los desafíos, teniendo en cuenta la dramática situación del Estado griego, que no puede contribuir”, resume Yannis Eustathopoulos, coordinador del programa para el desarrollo sostenible y bienestar del Institute for Alternative Policies. “El déficit por cuenta corriente es el más alto de los últimos doce años. Era uno de los grandes problemas en 2010, antes del programa de la Troika, y de nuevo se manifiesta. Tenemos problemas crónicos de competitividad que se agudizaron con la entrada del euro y las medidas implementadas no están solucionando las carencias estructurales de la base productiva griega”, añade.

Tras más de una década de recortes y reformas neoliberales para atraer la inversión extranjera, desde el año pasado Grecia no es un país tutelado por los acreedores internacionales: aunque débil, porque los problemas estructurales persisten, su economía es estable. Sin embargo, esta estabilidad no se nota en la calle, al contrario, la sociedad protesta por los recortes y lamenta la alarmante pérdida de poder adquisitivo: el 29,5% de la población está en riesgo de pobreza o exclusión y el PIB per cápita heleno con respecto al índice de precios es el penúltimo de la Unión Europea (UE).

Entonces, tras tres lustros de privaciones que cuestionan el Estado del bienestar, ¿dónde está Grecia? ¿Qué futuro le espera? ¿Se acercará a los estándares del sur de Europa, de la que es génesis ideológica contemporánea, creará su propio camino o cederá ante el impulso geográfico y se asemejará a los Estados vecinos de los Balcanes?

El presente

Grecia inició su independencia del Imperio otomano en 1821, aunque las fronteras actuales son resultado de décadas de conflicto con los países vecinos y fueron refrendadas en el tratado de Lausana en 1924. Al centrar su economía en la guerra, primero en la de independencia y luego en la “Megali Idea”, que consistía en recuperar Asia Menor de los otomanos, los griegos no acometieron una verdadera revolución industrial. Además, sin apenas descanso, nuevos conflictos asolaron la región: la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil helena, en la que los comunistas fueron derrotados por militares nacionalistas apoyados por Winston Churchill. 

Sobrevivir fue extremadamente difícil hasta la década de 1980, cuando Grecia entró en la UE. Con la llegada del socialdemócrata Pasok de Andreas Papandreu, las ayudas comunitarias y el crédito fluyeron sin restricciones y, cuentan los helenos, nunca se vivió mejor en Grecia. El descontrol y las carencias estructurales allanaron el terreno para la crisis que estalló en el siglo XXI. Entonces los acreedores internacionales, conocidos como la Troika, obligaron al Gobierno a privatizar importantes activos de la economía griega y a reducir el gasto público entre 2009 y 2018 en un 32%. Servicios que funcionaban empezaron a ser disfuncionales, como la Sanidad, mientras languidecían otras infraestructuras desfasadas por décadas de olvido. El trágico accidente de trenes en Tempi, el de mayor mortalidad en la historia de Grecia, no hizo más que mostrar con crueldad el lamentable estado de las escasas infraestructuras: una red de trenes limitada, que no llega al Peloponeso, y que además carece de las mínimas condiciones de seguridad que se presuponen a un país de la Unión.

Las reformas de la Troika no han podido solucionar los problemas estructurales de Grecia. Bruselas ha mostrado su preocupación por la alta deuda pública; el elevado número de “non-performing loans”, o NPL, los préstamos con nula o escasa probabilidad de ser devueltos; el déficit comercial; el desempleo y el bajo potencial de crecimiento. 

Grecia avanza, pero lo hace corroída, sin cimientos sólidos para el desarrollo sostenible. Las medidas liberales han ayudado a atraer la inversión extranjera, pero ésta carece de valor añadido y está condicionada por la falta de infraestructuras y el extendido clientelismo, representado en las sagas políticas de los Papandreu, Mitsotakis o Karamanlis. De momento, la inversión proviene del sector inmobiliario y de multinacionales como Telepeformance, que emplea a más de 10.000 trabajadores griegos e internacionales en sus servicios de atención al cliente por un salario neto de 850 euros y sin apenas derechos: contratos temporales con varias compañías asociadas, impedimentos para elegir las vacaciones, obligatoriedad de trabajar los días festivos… Pese a ello, es reconocida como una de las mejores empresas en Grecia.

“Hemos pasado de una ley que protegía al trabajador a una versión neoliberal impuesta por el FMI para devaluar los salarios y cumplir con las obligaciones del memorando […]. Desde 2019, con Nueva Democracia, los cambios no han sido dramáticos, pero, en clara línea neoliberal, han entregado flexibilidad al empleador”, explica Ioannis Katsaroumpas, experto en Derecho Laboral de la Universidad de Sussex. “En términos de acuerdos laborales colectivos y sistema de prestaciones sociales estábamos cerca de los países del sur de Europa; tuvimos dictaduras o gobiernos autoritarios y, tras ellos, redactamos constituciones que reflejaban las aspiraciones democráticas. El mercado no era flexible, pero el trabajador estaba protegido. El gran contraste se da con los países del norte de Europa: Suecia, Finlandia, Dinamarca y Noruega, donde el Estado no interviene en las relaciones industriales, pero cuenta con un sistema de prestaciones sociales que permite la flexibilidad laboral”, añade, para mostrar la falta de protección del trabajador heleno en un mercado sin flexibilidad, una combinación de los posibles defectos de los sistemas del norte y el sur de Europa.

Tras tibias subidas, se estima que casi la mitad de las trabajadoras percibe entre 700 y 1.000 euros brutos mensuales, menos que en 2008, pese a que la inflación ha reducido el poder adquisitivo en un 7,4% en 2022. Por eso no extraña que una de las promesas electorales sea precisamente subir el salario: el liberal Kyriakos Mitsotakis pretende hacerlo en un 25%; otra cuestión es cuánto costará una barra de pan.

Oportunidades

El presente de Grecia no es esperanzador, pero eso no quiere decir que no haya oportunidades. “Hemos tenido problemas sistémicos que han conducido a Grecia al lugar en el que está ahora, pero, si mantenemos el talento, existen oportunidades para ir en la buena dirección”, dice Stella Kasdagli, cofundadora de Women On Top, organización que asesora a mujeres y que es parte del programa para la igualdad de género del Consejo del Gobierno. “No sé si podremos detener la fuga de cerebros, pero hemos visto a personas que han regresado después de la pandemia; tenemos que crear un ecosistema para que esas personas vuelvan”, insiste.

Más de 590.000 personas, muchas de ellas preparadas, han abandonado Grecia desde 2010, de las que 340.000 han regresado. Atraer a esas mentes que emigraron es vital para un desarrollo con valor añadido, pero antes es necesario desarrollar el país, dotarlo de infraestructuras y de centros económicos independientes de las grandes ciudades. "Las desigualdades regionales son muy importantes, toda la economía está concentrada en Atenas y Tesalónica y las oportunidades no se encuentran aquí. Tenemos que deslocalizar la actividad económica, invertir en infraestructuras y en ciudades sostenibles", considera Yannis Eustathopoulos. "Es necesaria una política pública que apoye el cambio. Se necesitan escuelas, hospitales. En Eubea, de donde es mi mujer, tienen que conducir dos horas, hasta Halkida, para hacer gestiones públicas. Y las infraestructuras no son solo para los griegos, sino para los jubilados extranjeros que quieran vivir aquí", añade.

Este experto reclama inversión pública y apunta a las oportunidades helenas con las energías renovables; la agricultura, que puede proveer de productos de calidad para la exportación y el turismo, lo que limitaría el impacto medioambiental y ayudaría a la autosuficiencia; y, por supuesto, el turismo, que aporta el 25% del PIB y necesita una reforma. “Tal y como está desarrollado, el turismo no es sostenible. Atenas padece un problema social por la vivienda [el precio de los alquileres en zonas concurridas ha subido hasta en un 42% desde 2018] y estamos discutiendo si limitar Airbnb e invertir en vivienda pública; y en las zonas turísticas la saturación tiene consecuencias sociales y también medioambientales”, explica Eustathopoulos. “Por las características de Grecia, la mujer tiene más posibilidades de establecer un negocio en el sector turístico y, según nuestros estudios, su conciencia medioambiental es superior a la del hombre", subraya Kasdagli que, sin embargo, lamenta que la mujer no pueda encabezar el cambio por los obstáculos que afronta para acceder a los puestos de liderazgo en Grecia.

El primer ministro Kyriakos Mitsotakis después de un discurso preelectoral que pronunció en el Zappeion Megaron, el 3 de mayo de 2023, en Atenas, Grecia. (Maria Chourdari/NurPhoto via Getty Images)

Conscientes de esta realidad, todos los partidos políticos que concurren a las elecciones del 21 de mayo prometen una mejor sanidad, unos salarios más altos y nuevas infraestructuras, es decir, recuperar estándares anteriores a la crisis.

Los comicios refrendarán la línea liberal de Kyriakos Mitsotakis, el actual primer ministro, o marcarán un giro a la izquierda, con Syriza, en el que el Estado recobre importancia en la gestión y regulación de los servicios, además de rebajar la criminalización de los colectivos marginalizados, principalmente migrantes. Secundado por Frontex, el Gobierno se ha caracterizado por violar los derechos de las personas migrantes e impedir el trabajo de las organizaciones y el personal humanitario: por ejemplo, un fotoperiodista fue  condenado a 14 meses de prisión por dar agua a un refugiado, aunque luego fuera absuelto, y otros y otras cooperantes esperan sentencias por socorrer a migrantes, y es representativo el caso de los cooperantes Sean Binder y Sarah Mardini.

Las encuestas apuntan a Kyriakos Mitsotakis o a Alexis Tsipras, líder de Syriza, que tendría que atraer al Pasok del socialdemócrata Nikos Androulakis, aunque, debido a las posiciones encontradas, es probable que los comicios tengan que repetirse. En esta segunda cita, entra en vigor una reforma electoral que prima con entre 20 y 50 diputados a la primera fuerza política y, según los analistas, el favorito sería Mitsotakis: la polarizada izquierda tendría que unirse en torno a Tsipras, cuyo progresivo acercamiento al centro es un obstáculo.

Las disputas internas, protagonizadas en el último año por el escándalo de espionaje político con el software Predator, contrastan con la cohesión en materia de política exterior. Los aspirantes mantienen una posición proeuropea, lo cual tranquiliza a Bruselas, y coinciden en la firme postura contra las alegaciones anexionistas turcas en el mar Egeo. Este contubernio enfrenta a dos miembros de la OTAN que quieren aprovechar los recursos energéticos del mar Mediterráneo para convertirse en "hub" de tránsito energético, es decir, que las infraestructuras, las plantas de regasificación o los gaseoductos, atraviesen sus países. Funambulistas, las grandes potencias mantienen relaciones de pulso quirúrgico hasta que, los acontecimientos de un mundo multipolar y cambiante, les obliguen a posicionarse con mayor determinación con uno de estos actores de incalculable valor geoestratégico: Grecia posee 2.000 islas que permiten dominar el Mediterráneo oriental y Turquía es la puerta entre Europa y Asia.