El 16 de marzo de 2023, el cambio de 1 dólar estadounidense sigue pasando las 100.00 liras. Todavía sin presidente, y tras las protestas de 2019 y la explosión del puerto de Beirut, en 2020, la mala situación no deja de crecer. (Lucas Neves/NurPhoto via Getty Images)

El país se encuentra inmerso en una grave crisis económica y financiera desde 2019, sacudida, además, por la pandemia, la explosión del puerto de Beirut y un grave estancamiento político. Pero, ¿cuáles son los elementos que están afectando a la economía libanesa y qué impacto tienen en el ciudadano de a pie?

Una botella de gas butano para cocinar costaba hace un año en Líbano unas 200.000 libras libanesas (LBP). La misma botella vale hoy 1.500.000 LBP (unos 15$), siete veces más. “Hace unos días pagué lo equivalente a unos 75 dólares en el supermercado por solo cuatro productos muy básicos: agua, carne, papel de váter y leche”, expone Chloe Khoury, una ciudadana libanesa, consultora de comunicación y fotógrafa. 

El país se encuentra inmerso desde 2019 en “una de las peores crisis económicas a nivel mundial desde mediados del siglo XIX”, en palabras del Banco Mundial. El PIB de Líbano se ha desplomado un 58% desde el inicio del colapso. Los precios se han disparado —especialmente en productos de primera necesidad, gas y combustible—, con una inflación que se mantiene en tres dígitos, mientras que el valor de la moneda libanesa cae en picado, perdiendo más del 98% de su valor, y la escasez del dólar estadounidense se agudiza.

La situación está lejos de mejorar y, por el contrario, empeora cada día. Pero ¿cómo ha llegado Líbano a este punto? ¿Cómo se traduce en el día a día de los ciudadanos? ¿Y qué posibilidades hay en el futuro?

Dependencia del dinero extranjero

Después de la guerra civil (1975-1990), la economía libanesa se centró en los servicios y no prestó atención a los sectores productivos, como la industria o la agricultura. Por este motivo, los productos consumidos deben ser importados del exterior. Su principal puerta de entrada es el puerto de Beirut, gravemente perjudicado por la explosión del 4 de agosto de 2020, que dejó más de 200 muertos, y sigue aún sin una investigación pertinente. Un intercambio comercial que se realiza en dólares, una moneda que cohabita en el país con la libra libanesa —la moneda local—, aunque la mayoría de la población no tiene acceso a ellos.

La libra libanesa se hundió nuevamente a un mínimo histórico frente al dólar estadounidense en el mercado paralelo del país, en medio de un empeoramiento de la crisis económica y un punto muerto político, en Beirut, Líbano, el 14 de marzo de 2023.. (Fadel Itan/NurPhoto via Getty Images)

Hablar de servicios incluye comercio, turismo y finanzas, que suponen más del 94% del PIB del país, mientras que la agricultura y la industria contribuyen tan solo un 1,4% y un 1% al PIB, respectivamente. “Es un problema estructural desde el principio. Importar la mayoría de productos da lugar a un gran déficit en el balance comercial”, expone Elie El Khoury, economista libanés. Y, además, genera una alta dependencia de terceros países para obtener productos de primera necesidad, como evidencia la escasez de trigo como consecuencia de la guerra de Ucrania.

Este déficit comercial se ha ido compensando a través de las remesas, dinero procedente de bancos, inversores extranjeros o de la diáspora libanesa —que supone más del 25% del total de la población—. “La subida a escala mundial del precio de la gasolina en 2015, sin embargo, afectó a los libaneses en el exterior y empezaron a enviar menos dinero”, añade Elie El Khoury, lo que redujo la entrada de dólares en el país. Este es un motivo, pero también lo son la guerra en Siria en 2011 y la situación económica y financiera de Líbano, cada vez más debilitada, que ha reducido la confianza de inversiones extranjeras. 

Aun así, mientras el PIB cae y la inflación asciende, el dinero que llega desde el exterior se encarga de mantener el país en pie. En 2021, las remesas suponían el 20,9% del PIB, mientras que en 2018 eran el 12,7%. Un ingreso generado por una fuga de cerebros, como define el Banco Mundial, de población libanesa joven y cualificada, que emigra en busca de oportunidades laborales y académicas que su país no le puede brindar.

Inestabilidad financiera y política

Además, hay un problema de liquidez y solvencia de las entidades bancarias. “Cuando se redujeron las remesas, el Banque du Liban hizo lo que denominamos ‘ingeniería financiera’, ofreciendo elevadas tasas de interés a los depositantes de cuentas en dólares. Funcionó durante un tiempo, pero luego empezaron las ‘estafas financieras’ que mancharon la confianza de la economía libanesa. Ahora hay un problema de liquidez”, añade el economista. Este dinero —mayoritariamente procedente del extranjero— se utilizó para financiar proyectos, muchos de ellos insostenibles o con ingresos insuficientes para pagar los préstamos bancarios. Como resultado, y junto con la escasez de dólares, los bancos se endeudaron, perdiendo la capacidad de pagar a los depositantes. Las consecuencias, de nuevo, salpican a los ciudadanos: ante la imposibilidad de retirar sus ahorros de cuentas congeladas, muchos viven situaciones desesperadas, como el hombre que el verano pasado exigió armado retirar su dinero del banco para pagar el tratamiento médico de su padre. 

Soldados retirados y empleados públicos caminan hacia la sede del palacio de gobierno con banderas libanesas durante la protesta contra el alto costo de vida y los bajos salarios en Beirut, Líbano, el 30 de marzo de 2023.(Houssam Shbaro/Anadolu Agency via Getty Images)

A toda esta inseguridad económica se suma que las finanzas del estado son deficitarias y requieren reformas urgentes, con servicios mínimos o casi inexistentes para la población. Los cortes de electricidad del país sobrepasan las 20 horas diarias fruto de décadas de corrupción del sector eléctrico. La población que puede permitírselo debe recurrir a generadores privados, que representan un promedio del 44% de los ingresos mensuales de un hogar en el Líbano, según una encuesta de la ONG Human Rights Watch, ascendiendo en algunos casos hasta el 88%. La electricidad es solo para aquellos que puedan pagarla, como también lo es la sanidad o la educación.

Otro de los grandes problemas es el sistema político sectario por el que se rige el país, disfuncional y con altos niveles de corrupción. El pasado mes de mayo, Líbano acogió las primeras elecciones parlamentarias desde el inicio de la crisis y las protestas masivas de octubre de 2019, pero lo que parecía un respiro de aire fresco —13 candidatos independientes con ideas reformistas obtuvieron escaños— ha quedado en nada. El país sigue aún hoy sin presidente, después que el pasado 31 de octubre expirase el mandato de Michel Aoun, y con una población cada vez más privada de servicios básicos. El statu quo sigue sin cambios y, por contra, el descontento social es cada vez mayor.

Ante este escenario, Líbano necesita dólares estadounidenses para pagar la deuda pública, que se mantiene por los aires, con riesgo inminente de bancarrota. Según datos del Fondo Monetario Internacional, en 2020 esta era de más del 150% del PIB, y se estima que seguirá incrementándose hasta rondar el 185% en 2024. Una deuda ascendente mientras también caen en picado las reservas, de los 52.210 millones de 2019 a 35.240 millones en 2021. 

La lucha por sobrevivir

Como resultado, sobrevivir en Líbano es cada día más difícil. La inflación se sitúa en un 154,8% —en 2019 era del 3%—. Según apunta el Banco Mundial, basándose en datos del propio Gobierno, el precio de los alimentos aumentó un 483% en enero de 2022 respecto al año anterior, y se mantuvo en un 332% en junio del mismo año. Lo mismo pasó con la electricidad, el agua y el gas, cuyos precios se incrementaron un 595% entre junio de 2021 y 2022. 

La gente compra en un supermercado después de la dolarización de los precios de los productos el 31 de marzo de 2023 en Beirut, Líbano. (Marwan Tahtah/Getty Images)

Hace tiempo que el país camina hacia un proceso de dolarización, ante la imposibilidad de persistir con una moneda local que no deja de caer con cambios continuos, incluso con horas de diferencia. En las últimas semanas, el valor de la moneda local alcanzó un nuevo récord, de 140.000 LBP por USD. El pasado julio, el tipo de cambio era de 34.000 LBP por USD. 

Desde finales de los 90, el tipo de cambio oficial estaba fijado en 1 507,5 LBP. En febrero de este mismo año, el Banco Central decidió cambiarlo oficialmente a 15. 000 por USD, pero la realidad del país sigue estando a años luz. Desde el pasado marzo, los precios de los productos en los supermercados están en dólares, sin un tipo de cambio oficial. Hasta ahora, se hacía en libras libanesas. 

“Los precios suben y cambian todos los días, pero cuando el tipo de cambio vuelve a bajar, los precios no disminuyen. Los salarios tampoco han aumentado e incluso algunas empresas han bajado el sueldo justificando que ‘al menos están pagando en dólares’”, expone la ciudadana libanesa Chloe Khoury.

Según la Organización Internacional del Trabajo (ILO), el 29,6% de la población del país no tiene trabajo —aunque el propio presidente libanés llegó a situar la tasa de desempleo alrededor del 46% en 2018, antes del estallido de la crisis—. De la población activa, la mayoría recibe su sueldo en LBPs, sin adaptaciones a las variaciones del tipo de cambio. Es el caso de Tarek —nombre ficticio, pues prefiere mantener su identidad bajo anonimato—, un joven libanés de 26 años que cobra un sueldo equivalente a unos 100 dólares al mes, trabajando ocho horas, seis días a la semana en hostelería. “Es la primera vez que me siento tan arruinado”, reconoce. 

Como Tarek, 1 de cada 10 hogares en Líbano reciben menos de 100 dólares al mes, según una encuesta realizada por Human Rights Watch, y más del 70% de los hogares reconocen tener dificultades para llegar a fin de mes. 

¿Esperanza en el futuro?

En 2022, Líbano y el FMI alcanzaron un acuerdo preliminar para inyectar unos 3.000 millones de dólares. Estos deberían servir para hacer frente a la crisis económica a cambio de una reestructuración de la deuda pública externa libanesa y reformas económicas y fiscales para restablecer la viabilidad de los bancos, evitar la corrupción en las empresas públicas —en especial las del sector energético— y establecer un sistema de cambio transparente. Sin embargo, la pasividad política no solo evita sacar a Líbano de la ruina, sino que ahuyenta a los inversores y hunde, cada vez más, a su población.

El país necesita contar con el apoyo internacional, a través de asistencia financiera y técnica para aplicar reformas, pero para ello necesita recuperar su confianza. Y también la de sus propios ciudadanos. 

El primer paso —y también el más difícil— viene por una reforma política integral —más allá de la designación de un presidente—, basada en la transparencia y la responsabilidad de los recursos públicos para fortalecer el Estado de derecho y reducir la brecha entre los ciudadanos y las élites políticas. De hecho, parte de la población atribuye la inacción política a la situación actual. “Si hubiese habido alguna intervención real al inicio de la crisis, no habríamos llegado a este caos. Las soluciones las conocemos, porque es una receta que se ha ido implementando en otros lugares, pero el problema aquí es que no hay voluntad política de hacer ningún cambio”, opina el economista Elie El Khoury. 

Además, para reducir su dependencia del dólar, Líbano debe desarrollar una moneda local fuerte, mediante la estabilización de la economía, el control de la inflación y la implementación de políticas monetarias efectivas. Además, es necesario diversificar la economía, invirtiendo en sectores no relacionados con el turismo y la banca, como la agricultura, la industria, la tecnología o las energías renovables. Fomentar la producción propia reduciría la importación del exterior —y consecuentemente la dependencia— y aumentaría los puestos de trabajo para la población libanesa. 

Una apuesta que debe ir acompañada de la voluntad de fomentar la inversión extranjera, mediante la implementación de políticas atractivas para los inversores, como incentivos fiscales y regulatorios, y de fortalecer las relaciones comerciales con países vecinos. Para recuperar la confianza, Líbano requiere una reforma fiscal para aumentar los ingresos y reducir el déficit, junto a una reforma del sistema bancario basada en la transparencia y la responsabilidad, que deje atrás las críticas por opacidad y lavado de dinero. Y, por supuesto, implementar medidas de austeridad para reducir el gasto público, destinarlo a mejorar el bienestar de la población, y equilibrar su presupuesto.

Sin embargo, la falta de confianza también se traslada al futuro, y la población libanesa parece no confiar en una solución a corto plazo. “La gente siempre dice ‘hamdella’ (con la Gracia de Dios) después de mencionar lo mal que está la situación, pero se cree que este es solo el comienzo y que la situación empeorará. El 2% de la clase media-alta aún puede vivir bien y el resto ya no sale a la calle. Se ha perdido la esperanza”, expone Chloe Khoury. Y es que la mayoría de expertos parecen coincidir en que la situación seguirá empeorando antes de mejorar, con estimaciones de entre 15 y 20 años para volver a la situación de antes de la crisis una vez se inicie el giro de recuperación.

Si no se establece una hoja de ruta y se empiezan a aplicar reformas desde la raíz, las consecuencias a corto y largo plazo pueden ser devastadoras, con una mayor inflación y depreciación de la moneda, índices más elevados de desempleo y pobreza y un porcentaje aún más alto de población joven y cualificada emigrando. Sin embargo, Elie El Khoury insiste en que “hay una ventana abierta a reformas”. Como dice la población libanesa: Hamdella.

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura