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Graffiti antigubernamental en una barricada que bloquea la entrada al edificio del parlamento. (Chris McGrath/Getty Images)

El descontento social por la crisis económica castiga a la intocable élite gobernante en estas elecciones parlamentarias.

A pesar de los pronósticos fatalistas sobre la cancelación o aplazamiento de las elecciones parlamentarias en Líbano, debido a las múltiples crisis que asolan el país, los libaneses decidieron por su futuro el pasado 15 de mayo. Las elecciones transcurrieron en un momento decisivo para este país cansado tras años de inestabilidad política y protestas contra la corrupción sistémica, que comenzaron en 2019 con la llamada Revolución de Octubre.

Desde entonces, la situación solo ha ido deteriorándose debido a una serie de sucesos calamitosos, como la pandemia de COVID-19, el colapso total de la libra libanesa y la tremenda explosión del puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020, que devastó la capital. A esta situación se suman las consecuencias económicas que sufre por la guerra en Ucrania, principalmente en la subida de precios de alimentos como el pan, ya que depende en un 66% de las importaciones de trigo ucraniano. Esto ha llevado a que el pan, que es el alimento de los pobres, haya subido de precio desde marzo en un 20%.

La otra gran preocupación es la subida del precio del diésel por la invasión rusa de Ucrania, teniendo en cuenta que los libaneses dependen de generadores privados para tener electricidad, ya que el gobierno solo suministra de 3 a 4 horas de luz. Desde marzo, las interrupciones a las importaciones de gas y petróleo desde Rusia han aumentado un 30% el precio de la gasolina, lo que ha producido largas colas en las gasolineras ante el temor a ese incremento.

Bajo este clima de desaliento ante la devastadora crisis económica, que ha llevado a más del 80% de la población libanesa a vivir bajo el umbral de la pobreza; sumado a la falta de acceso a las necesidades básicas como combustible, electricidad y medicamentos, una parte del electorado, hartos de su situación, decidió castigar a la élite política gobernante dando su voto a nuevos candidatos independientes, salidos del descontento social. Por primera vez en la historia contemporánea del Líbano, el Parlamento estará representado en un 10% del total de los 128 escaños por fuerzas de la oposición independientes con mentalidad reformista.

Como explica a esglobal Micheline Abukhater, portavoz de comunicación de “Sawa Li Lubnan”, un movimiento no sectario, que nació en las protestas nacionales de 2019, “necesitamos gente honesta. Que pueda convencer no solo al electorado libanés sino a la comunidad internacional de que Líbano está preparado para un cambio democrático”.

Precisamente, las reformas económicas son uno de los requisitos fundamentales para que el Fondo Monetario Internacional (FMI) pueda ayudar al Líbano a salir de la que es una de las tres peores crisis financieras del mundo.  El FMI acordó en abril dar al país el equivalente de alrededor de 3.000 millones de dólares, pero solo si implementaba una serie de importantes reformas, incluida la reestructuración del sector financiero. Hasta la fecha no se han cumplido, a pesar de las reiteradas promesas de los políticos libaneses. Llevan sin tomar estas medidas desde 2018, aún cuando Francia acogió una conferencia internacional para ayudar al Líbano.

“Desgraciadamente, son demasiados años de clientelismo político. Nuestros políticos están acostumbrados a comprar votos, prometiendo a sus seguidores ayudas económicas durante la campaña”, lamenta Abukhater, antes de agregar: “pero ya no nos engañan. La revolución [de 2019] nos ha enseñado que es posible el cambio”.

Hay que tener en cuenta que el porcentaje del electorado que busca reformas son los jóvenes y muchos de ellos han tenido que emigrar al extranjero en busca de oportunidades, ya que no hay futuro para ellos en el Líbano. Las cifras de la emigración libanesa son alarmantes. Según el Observatorio de Crisis de la Universidad Americana de Beirut (AUB) más del 70% de los jóvenes libanes ha emigrado o lo que es lo mismo 300.000 personas de entre 20 y 40 años. Se trata de la tercera mayor ola de emigración de libaneses desde la guerra civil (1975-1990). Lamentablemente, todo aquel que tiene la oportunidad de irse se va, dejado a una población mayor y conservadora, de la que las facciones políticas tradicionales sacan partido gracias a las lealtades sectarias. Como resultado, la mayoría de los asientos parlamentarios siguen estando ocupados por los partidos tradicionales sectarios.

Sin embargo, la entrada de diputados independientes representa un desafío para la elite política que ha gobernado este país desde hace más de 30 años. Aún así, teniendo en cuenta que el sistema político libanés es confesional, donde cada secta tiene una cuota de poder, los nuevos diputados sin afiliación sectaria tendrán que acabar haciendo concesiones y pactar con el bloque con más poder en el hemiciclo.

En teoría, el sistema confesional libanés tiene como objetivo garantizar que todas las comunidades religiosas estén representadas en el Parlamento. Sin embargo, en la práctica, este sistema ha sido explotado para la supervivencia de los partidos sectarios y la protección de sus privilegios.

Tradicionalmente, en el Parlamento libanés, la balanza de poder se inclina hacia la Alianza del 8 de Marzo o hacia la del 14 de Marzo. El primero defiende a ultranza los intereses de Irán, mientras que el segundo se acerca más a las aspiraciones de Occidente y los intereses de Arabia Saudí.  En el bloque del 8 de Marzo se alinean los dos partidos chiíes Hezbolá y Amal, su socio cristiano, la Corriente Patriótica Libre, del presidente Michel Aoun y su yerno Gibran Bassil, con una serie de formaciones multisectarias que han encontrado cobijo en este bloque. El 14 de Marzo lo conformaban, hasta ahora, el Movimiento Futuro (suní) del exprimer ministro Saad Hariri y los partidos cristianos de las Fuerzas Libanesas y la Falange Libanesa. Con la retirada de Hariri de la vida política el pasado mes de marzo y el boicot electoral del Movimiento Futuro, las fuerzas del 14 de Marzo han perdido a un peso pesado de la política, pero han ganado a otro, con la victoria de Samir Geagea, líder de las Fuerzas Libanesas. Con su feroz campaña electoral anti Hezbolá y contra su arsenal de armas, Geagea ha recuperado el control de la minoría cristiana, con 19 escaños, arrebatándole parte de los votos cristianos a su rival, la Corriente Patriótica Libre del presidente Aoun, que ha conseguido 17.  Esto ha hecho que la coalición de Hezbolá pierda en total 10 escaños, por la caída de su aliado cristiano y de otros partidos menores afiliados a este grupo dejando de ser el mayor bloque político en el Parlamento. No ha llegado a los 65 asientos necesarios para tener mayoría. No obstante, el partido Hezbolá ha ganado un escaño más que en 2018 posicionándose con 13 diputados, lo que demuestra que sigue siendo el partido chií más poderoso del Líbano.

Un hombre pasa junto a varios carteles de candidatos parlamentarios. (Marwan Naamani/Getty Images)

El resultado electoral no debe medirse por los votos que ganaron ese domingo los candidatos de partidos políticos sino por cómo se dividirá el hemiciclo, ahora aún más polarizado, con las futuras alianzas entre los dos bloques parlamentarios.

Algunos analistas temen que la polarización pueda socavar de nuevo los intentos de llevar a cabo reformas estructurales para la recuperación económica del país. “En cualquier otro país que todas las fuerzas políticas estén representadas es algo positivo, pero, lamentablemente, no en Líbano”, señala Jad al Ajaui, periodista y analista político.

“Cuando Hezbolá no es la primera fuerza del Parlamento, se convierte en un poder en la sombra, ya que mantiene su autonomía respecto al poder del Estado”, advierte Ajaui. Con ello, se refiere a que históricamente Hezbolá ha bloqueado cualquier decisión que pueda ir en su contra como la elección del nuevo primer ministro, la formación de gobierno o la elección del presidente, lo que podría conducir de nuevo al país a un estancamiento político.

“El país vuelve a estar en una encrucijada”, dice Ajaui con tono pesimista. Cuando los recién elegidos parlamentarios tomen posesión deberán asumir la tarea de decidir el nuevo jefe de gobierno, una labor que se presenta complicada. El país del cedro llegó a estar un año sin gobierno desde la dimisión de Hasan Diab, tras la tragedia de la explosión del puerto de Beirut en agosto de 2020. Podría experimentar más inestabilidad, lo que provocaría enormes pérdidas en la diezmada economía libanesa.

No todo es un panorama oscuro. La pérdida de la mayoría de Hezbolá podría, sin embargo, abrir nuevos horizontes antes inimaginables, como una retirada política del movimiento chií, tal y como ha hecho su rival político el Movimiento Futuro de Hariri ante la perdida de popularidad por su gestión de la crisis económica.

Para Salem Zahran, analista partidario de Hezbolá, el partido milicia chií podría aprovechar su “respectiva derrota” parlamentaria para establecer una distancia política ante la crisis en espiral sobre el Líbano, lo que podría ayudar a Hezbolá a reforzar su popularidad. “Su retirada política podría facilitar el proceso de formación de gobierno y evitar nuevas turbulencias, lo que concedería al país algo de tiempo para poder recuperarse económicamente”, señala.

De cualquier manera, las implicaciones más importantes de la votación son claras: el resultado electoral se ve como un castigo a la corrupta élite política, que incluye tanto a la coalición de Hezbolá como a sus rivales tradicionales, a la que los libaneses acusan de haber conducido al país a la quiebra total. Es el momento en el que los políticos libaneses deberían abordar este asunto y cambiar el rumbo para sacar del abismo al país.