Monumento Moscú.
Monumento a las víctimas del totalitarismo en Moscú. (Spencer Platt/Getty Images)

Una obra contra el olvido que da voz al paso de las mujeres por el gulag. Se trata de la recopilación de nueve relatos de féminas que sobrevivieron a los campos soviéticos y se amarraron a la vida gracias a libros ocultos, cánticos silenciosos en la noche o cuentacuentos durante el helado trayecto al trabajo. Una historia de historias femeninas en el que la autora se limita a recoger sus palabras y sus silencios. También es un contraste entre las mayores miserias a las que puede enfrentarse una persona, y la amistad y la belleza como antídotos.

Vestidas para un baile en la nieve

Monika Zgustova

Galaxia Gutenberg, Barcelona 2017

En 1946, Víktor Kravchenko, un burócrata soviético que había huido a Estados Unidos, publicó Yo elegí la libertad, un libro en el que describía las purgas y las masacres de su país y en el que daba a conocer el terrible sistema de campos de concentración conocido como el gulag. La obra fue recibida con serias divisiones por una Europa todavía fascinada por el régimen de Moscú, flamante vencedor de la guerra. El caso es que para muchos lo que contaba Kravchenko no eran más que invenciones de los servicios secretos norteamericanos para tratar de desacreditar a Stalin.

Muy diferente fue la acogida, en 1973, de Archipiélago Gulag, la monumental obra de un Aleksandr Solzhenitsyn que poco antes había sido galardonado con el premio Nobel y que recoge más de 200 testimonios orales de aquella tragedia que se prolongó durante décadas.

Son solo dos de los numerosos esfuerzos por narrar los horrores, los límites del sufrimiento humano, pero también la lucha por la supervivencia y la camaradería en torno a los campos de trabajo y reeducación soviéticos. Pero como ocurre en tantos otros ámbitos, la literatura del gulag (que responde al acrónimo, en ruso, de Dirección General de Campos de Trabajo Correccional y Colonias) ha sido tradicionalmente contada por hombres.

Es un vacío que la escritora y periodista Monika Zgustova viene a llenar con Vestidas para un baile en la nieve. Se trata de la recopilación de nueve relatos de mujeres que sobrevivieron al gulag; mujeres de diferente condición y que fueron condenadas por motivos muy distintos, pero que, según cuentan, encontraron en la cultura, en la poesía, en la literatura y en la belleza los asideros para poder amarrarse a la vida.

Detrás siempre la arbitrariedad y el absurdo de un régimen que castigaba, sin motivo, a cualquiera que tuviera relación con los que consideraba “enemigos del pueblo”, o que hubiera vivido en lugares conquistados por los nazis, o que hubiera tenido alguna relación, algún contacto con un extranjero, o vivido fuera de la Unión Soviética, o simplemente que fuera científico, o artista… o judío.

Según narra la autora, accedió a sus protagonistas por medio, precisamente, de un hombre judío, un expreso del gulag que se había dedicado a recopilar los cuentos y los poemas que los condenados habían memorizado durante su estancia en los campos –no era fácil obtener papel y lápiz, y además solía estar prohibido escribir- y que cuando lograron salir transcribieron.

Tal vez ese origen sea el que marca el carácter literario de las nueve mujeres que cuentan sus historias, directamente al lector, rodeadas de libros en sus modestas casas de fabricación soviética en los barrios periféricos de las ciudades rusas de hoy; recordando su historia, pero también las historias que leían, escuchaban o creaban y que les permitieron seguir adelante.

Como aquella que tuvo que pasar una temporada en la enfermería, tras una brutal paliza, y allí encontró un ejemplar de Guerra y Paz que leía y releía a escondidas y que volvía a empezar en cuanto lo terminaba; o como otra, que cantaba bajito arias de ópera para soportar el trabajo extenuante en una mina; o como aquel grupo que se contaba cuentos en el trayecto a oscuras y helado hacia el lugar de trabajo para concentrarse en algo distinto a los perros amaestrados que corrían a su alrededor.

“Todo lo que luego logré en la vida se lo debo a los escasos libros que pude leer en el gulag”, afirma, Elena Korybut-Daszkiewicz, una de las protagonistas. “Nadie es capaz de imaginar lo que para los presos significaba un libro: ¡era la salvación! ¡La belleza, la libertad y la civilización en medio de la barbarie!”.

Según afirma la propia Zgustova, “la cultura ayudó a la gente a sobrevivir”.

Ese carácter cultural y literario se transmite también por la presencia a lo largo de toda la obra de algunas destacadas personalidades de la cultura rusa como Serguéi Prokófiev, cuya esposa, Lina, coincide en un campo con una de las mujeres entrevistadas o como Tatiana Okinévskaya, una reputada actriz que se hizo amiga en el gulag de otra de las protagonistas. Pero el autor que sobrevuela diversos capítulos es Boris Pasternak, el archifamoso autor de El doctor Zivago, que aparece de la mano de Irina Emeliánova, hija de la mujer que inspiró su personaje de Lara -el último amor del escritor- y también de la mano de Ela Markman, que coincidió con Ariadna Efrón, hija, a su vez, de Marina Tsvetáieva, poeta y amiga íntima del escritor.

En ocasiones se trata de un relato de relatos, en los que cada mujer cuenta la historia de otras mujeres que coincidieron con ella, multiplicando las experiencias y las vivencias y resaltando el valor de la otra gran protagonista del libro: la amistad. Sin ella, sin esos, a menudo, pequeños gestos de aliento en medio de un entorno totalmente hostil, la lucha por la supervivencia no habría sido posible.

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Campo soviético conocido como "la madre de los Gulag". (DMITRY KOSTYUKOV/AFP/Getty Images)

Son, en cualquier caso, relatos crudos, directos. La autora solo aparece para contar su primera impresión, para describir sucintamente el entorno actual en el que viven estos personajes con unas experiencias tan extraordinarias; a partir de ahí, deja a sus protagonistas hablar, a su ritmo. Recoge sus palabras, y sus silencios, con todo el respeto que merece la ocasión, en un pulcro y discreto trabajo de edición.

Y lo que cuentan es duro, muy duro. Hambre, sed, un frío inhumano, suciedad, miseria, enfermedades, crueldad, tortura, desprecio, violencia, violaciones, separación de los seres queridos, falta de información, ausencia de futuro… Todo un sistema al servicio del envilecimiento del ser humano, como refleja, entre muchos otros, el siguiente fragmento:

“-¿Cuál era el trabajo más duro de todos? -le pregunto a Elena-. ¿Podía haber algo más temible que pasar días y noches hambrienta, en una helada celda de castigo, sumida en la oscuridad y luego tener que salir a las minas o a construir la vía del ferrocarril?

-Sí -contesta-. Experimenté algo todavía más cruel, más refinadamente cruel. En pleno invierno, cuando no hay luz nunca y el sol no aparece ni por asomo, me enviaron junto con otros presos a construir un muro con piedras tan pesadas que costaba levantarlas. Un día nos obligaban a construirlo y al día siguiente nos ordenaban que destruyéramos lo erigido; y así una y otra vez. La mayor tortura de todas las que he vivido consistía en la inutilidad de un trabajo sobrehumano”.

En ese contraste entre las mayores miserias a las que puede enfrentarse una persona, y la amistad y la belleza como antídotos, reside buena parte de la fuerza del libro de Monika Zgustova.

Vestidas para un baile en la nieve recuerda inevitablemente el trabajo de la Nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévich, en esa construcción de un collage de personajes individuales que conforman el retrato de una sociedad, de una época. Recuerda sobre todo, claro, a La guerra no tiene rostro de mujer, en ese afán por visibilizar la historia siempre oculta de las mujeres.

Pero recuerda también la deliciosa obra de Esther Hautzig, La estepa infinita, el gulag visto a través de la mirada de una niña.

Han pasado 65 años de la muerte de Stalin y 27 años del desmoronamiento de la Unión Soviética. “En la Rusia de hoy encuentro mucha pomposidad, además de una injusticia galopante a todos los niveles, la misma arbitrariedad que antes y una hipocresía como no he visto en otras partes. Pero lo peor de todo es el olvido, la amnesia organizada desde arriba. Y muchos, la mayoría, aceptan obedientemente la obligación de olvidar”. Son palabras de Natalia Gorbanévskaya, una de las protagonistas del libro. Precisamente, luchar contra el olvido y dar voz al, hasta hace poco, invisible paso de las mujeres por el gulag es uno de los logros de Monika Zgustova con Vestidas para un baile en la nieve.