La película china La Tierra Errante nos permite, mediante la ciencia ficción, ver las diferencias y similitudes entre Occidente y este país a la hora de acercarnos a futuros posibles.

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Evento promocional de la película china de ciencia ficción Tierra errante en la provincia de Shandong, STR/AFP/Getty Images.

Especular sobre los futuros posibles, tanto los brillantes como los catastróficos, tiene tanto una vertiente cultural concreta como una humana y universal. Eso se puede observar perfectamente en la película china La Tierra Errante, el gran film asiático de este año. Se trata de la cinta de ciencia ficción más importante que se ha hecho en este país. Por ahora, ya se ha convertido en el segundo largometraje más visto de la historia de China (sólo por detrás de Wolf Warrior II, de la que ya hablamos aquí).

La Tierra Errante empieza con un planteamiento totalmente ajeno a los referentes occidentales de la ciencia ficción. La Tierra va a ser devorada por el sol, que está expandiéndose, y el mundo debe buscar una solución. ¿Qué pasaría en un filme occidental? Que se construirían muchas naves, se enviarían exploradores espaciales y la humanidad viajaría en busca de un nuevo planeta que poder colonizar y en el que empezar una nueva vida. La Tierra sería devorada por el sol sin remedio, pero los humanos tendrían la oportunidad de sobrevivir lanzándose a la exploración de otros mundos.

¿Pero qué decide hacer la humanidad en La Tierra Errante? No abandonar el planeta azul. En vez de crear grandes naves para buscar un nuevo hogar, usarán la propia Tierra como vehículo con el que poder moverse por el espacio en busca de un nuevo sistema solar. Colocando gigantescos propulsores en una cara de nuestro planeta, la humanidad se desplazará durante 2.500 años hasta las proximidades de otra estrella en la que poder asentarse.

Como puede verse, de ambos planteamientos se extraen dos relaciones muy distintas respecto a la tierra, respecto al espacio físico en el que vivimos. Cada una tiene sus propias implicaciones sobre aquello que llamamos “hogar”, es decir, sobre si abandonar la casa donde vivimos es realmente abandonar nuestra identidad.

La trama de La Tierra Errante sucede en una de las primeras etapas de este viaje espacial. Para conseguir una aceleración suficiente para escapar del sistema solar, la Tierra debe pasar muy cerca de Júpiter para usar la gravedad de este planeta e impulsarse. Las cosas se tuercen cuando parece que un impacto directo contra Júpiter es cada vez más probable.

Para solucionar este problema, los personajes deberán arreglar, manipular e interaccionar con los grandes protagonistas de esta película: las enormes y espectaculares infraestructuras que cubren el planeta Tierra, todas hechas con la finalidad de este decisivo viaje espacial. Como apuntaba Bruno Maçães en un artículo, es fácil crear paralelismos con la Nueva Ruta de la Seda china, el actual megaproyecto de infraestructuras e influencia mundial de Pekín. Los grandes héroes de La Tierra Errante, en consecuencia, son ingenieros, solucionadores de problemas ante la furia de la naturaleza espacial.

En la tradición china, este deseo de dominar la naturaleza ya aparece desde sus mitos fundadores —la historia del emperador Yu y su construcción de presas es el gran ejemplo—. En el caso de La Tierra Errante, además, esta tecnología es la que permite a los humanos sobrevivir durante el periplo galáctico: debido a la bajada absoluta de temperaturas, toda la tierra está congelada y sólo una parte de la humanidad —escogida por sorteo— ha podido refugiarse en múltiples ciudades subterráneas, mientras que el resto ha muerto. La amenaza definitiva del sol devorador va precedida de terremotos, tsunamis y sequías que ya habían hecho tambalearse a la Tierra —una referencia obvia al problema del cambio climático—. El daño infligido a la especie humana es irreversible, pero la técnica humana sirve para conservar la esperanza de la supervivencia.

Esto nos podría llevar a la conclusión de que La Tierra Errante es una epopeya tecnofílica. Podría parecer que, mediante la tecnología adecuada, cualquier problema se puede solucionar, o que toda invención es buena simplemente por ser nueva. El tópico de la sociedad china acrítica y entusiasta de cualquier tecnología se rompe en La Tierra Errante: precisamente, otro de los grandes retos que deben superar sus protagonistas es el de la inhumanidad de la inteligencia artificial. El sistema que controla la base espacial internacional —donde se encuentran los astronautas que guían a la Tierra en su viaje espacial— actúa bajo sus propios parámetros de racionalismo sin compasión, donde factores como la esperanza o la intuición son inexistentes. La batalla contra la máquina es otro de los grandes conflictos de la película: aunque sin ellas la humanidad está a merced de la implacable naturaleza, su dominio incontrolado puede llevar a resultados igualmente nefastos.

La lectura política de La Tierra Errante es otro de los puntos interesantes del film. En diversos medios de comunicación estadounidenses se ha presentado la película como una especie de propaganda prochina que promovería el dominio de Pekín a escala mundial, elogiando la tecnocracia y el colectivismo asiático. Es una crítica tópica y facilona, si uno mira en detalle este largometraje.

Por un lado, porque el organismo que toma la decisión de enviar la Tierra a otro sistema solar no es ningún país hegemónico, sino un gobierno mundial formado por todos los Estados. Parece más bien un gobierno efectivo de la ONU que una conspiración china en la sombra. De nuevo, los paralelismos con el cambio climático son claros: ante un problema de una magnitud tan elevada, toda la humanidad debe unirse para combatirlo.

Sí que se puede establecer una relación, en cambio, con un concepto que el Gobierno chino está intentando promover a nivel internacional: el de una “comunidad de destino común”, un término abstracto mediante el que entender los retos globales, entre ellos el del medio ambiente, la proliferación nuclear o la paz mundial. Este concepto está constantemente en los discursos sobre política exterior de los dirigentes chinos y podría equipararse al término “humanidad” usado en Occidente, aunque desde una perspectiva más relativista que no busca la desaparición de las naciones y sus diferencias, sino cierta armonía en el rumbo global.

La crítica de que esta película promueve una tecnocracia al estilo chino tampoco se sostiene. Precisamente, durante todo el film, las decisiones individuales son las que pueden ayudar a salvar a la humanidad en momentos desesperados. Las personas concretas y no las instituciones abstractas son las que tienen esperanza. Los grandes protagonistas del film, por otro lado, son todos rebeldes, cada uno a su manera. Las acciones más importantes y trascendentes que realizan, muchas veces, pasan por romper las normas y desobedecer órdenes que consideran injustas. En la película las autoridades son secundarias frente al heroísmo de los individuos. Eso rompe el tópico de la masa colectivista y pasiva asiática —a decir verdad, si uno conoce la historia china, hay una inmensidad de casos que la desmienten—.

Realmente, si uno quiere ver La Tierra Errante como un elogio a la superpotencia china sólo lo puede hacer teniendo en cuenta la nacionalidad de sus protagonistas, que son casi todos chinos —aunque también hay un ruso que tiene un papel importante—. Sí, los héroes de esta película de ciencia ficción china son chinos. Como son estadounidenses los héroes de la películas de ciencia ficción estadounidenses. Casi no aparecen americanos en la película, como casi no aparecen chinos en las otras. No tiene más secreto que eso.

Además, centrarse sólo en este ángulo nos restringe la visión para entender lo común que puede haber más allá de las nacionalidades. Si algo tiene la ciencia ficción es esa universalidad de la curiosidad, la excitación y el miedo por el futuro. Obviamente la ciencia ficción china tiene sus particularidades, pero si leemos a sus grandes escritores actuales, veremos que los temas que tratan y las preguntas que plantean nos son mucho más cercanas de lo que esperaríamos. Y que trazar una brusca división entre Occidente y Oriente ante un panorama de tantas influencias cruzadas y de problemáticas y miedos comunes es una actitud bastante miope.

El gran ejemplo de ello es Liu Cixin, autor del relato en que se ha basado La Tierra Errante. Liu es el autor de ciencia ficción más importante de la historia de China. Lo ha recomendado desde Mark Zuckerberg hasta Barack Obama. Como ha explicado en varias ocasiones, dos de sus influencias y referentes son Arthur C. Clarke y George Orwell. Aunque sus historias sucedan mayoritariamente en China, lo que nos transmite Liu no es algo únicamente de su país, porque el futuro es algo que todos compartimos. Aunque parte del background sobre el que construye sus historias es distinto al nuestro —cosa que puede estimular nuestra curiosidad ante lo diferente— comparte un humanismo común a la ciencia ficción de nuestra tradición occidental.

Si miramos La Tierra Errante de esta manera, sin trazar una frontera que nos separe totalmente, pero tampoco esperando una copia de lo nuestro, podremos imaginar retos y miedos de nuestro futuro común, desde una nueva perspectiva china.