cinechina
Carteleras de un cine en Pekín muestran la película: "The Founding Of A Republic".(FREDERIC J. BROWN/AFP/Getty Images)

Historia del cine chino, de Ricard Planas, es un excelente libro introductorio que analiza la evolución de este arte y lo conecta con los cambios políticos y culturales que se dieron desde la convulsa China del siglo XX hasta la actualidad.

Historia del cine chino

Ricard Planasn

Editorial Almuzara, 2019

Historia del cine chino, de Ricard Planas, podría parecer un libro o lista de recomendaciones más. Ya existen varios así. Con el mismo ánimo que un artículo viral, enumeran los cincuenta filmes “imprescindibles” o las cien películas “esenciales” que un espectador debe ver para entender la filmografía de tal país o los grandes éxitos de tal corriente. El libro de Planas sigue este formato pero expulsa elegantemente todos sus defectos.

El libro enumera cientos de películas ordenadas cronólogicamente, sí, pero cada una de ellas tiene un sentido y aporta un contexto. A partir de un film, Planas explica —mediante una escritura clara y concisa— la contracultura pekinesa de los 90, las luchas de poder durante el turbulento maoísmo o el glamour decadente del Shanghai de los 30. El cine sirve, por tanto, para entender los cambios políticos y sociales que se están dando cuando se ruedan y estrenan estas películas. Nos acercan a dinámicas culturales que se transforman más allá de la pantalla. Incluso para alguien a quien no le vaya demasiado el cine, el libro sería interesante.

Que Planas explique la realidad china a través de este arte no significa que reduzca el cine a una mera ventana mediante la que observar a la sociedad. El autor está lejos de esos críticos que solo interpretan el cine chino en base a si es “disidente” o no, o si muestra de manera “realista” la sociedad china de cierta época. ¿Acaso trataríamos una película de un autor europeo o estadounidense solo bajo estos dos puntos de vista? Historia del cine chino analiza las películas en relación con su contexto, sí, pero también como obras artísticas en sí mismas. Las técnicas cinematográficas usadas, la solidez de la trama, la calidad de los actores, la música o los sentimientos que busca despertar en nosotros. Son características profundas que van más allá del tópico sobre si tal film ha sido (o no) “prohibido en China”.

Planas también logra algo importante, que es insertar el cine chino en una tradición, que es más lejana, plural y potente de lo que creemos. El autor desmonta dos tópicos. Primero, que todo el cine chino se parezca al de Zhang Yimou, al de Chen Kaige o al de Jia Zhangke —por poner tres ejemplos de directores conocidos y alabados internacionalmente—. Planas no desmerece a ninguno de ellos, pero amplía el foco para mostrar que hay muchos más directores chinos de alta calidad y que pueden estar rodando con estilos e intenciones muy distintas a las de estos tres. Tanto en el cine más independiente como en el más comercial tienen material de alta calidad.

El segundo tópico que desmonta Planas es que el buen cine chino haya empezado en los 80 y 90, es decir, cuando tuvo más difusión internacional. El autor recupera la tradición del cine cosmopolita de Shanghái de los 30, el de dura crítica posterior a la Segunda Guerra Mundial, o el de la variedad más propagandística —o también la más crítica— que se dio durante el maoísmo. Una serie de obras que son recuperadas por su calidad y que nos sirven para entender que el cine chino actual no ha nacido de la nada. El libro, eso sí, excluye el mundo cinematográfico de Hong Kong y Taiwán. Es lógico: eso daría para dos libros más.

El primer capítulo está dedicado a la etapa desde 1911, la fundación de la República de China, hasta 1937, la invasión japonesa del país. El gran tema que recorrerá los filmes de esta época es la confrontación entre la modernidad de ciudades como Shanghái y el mundo del campo tradicional. Shanghái, concretamente, será mostrada como una ciudad en donde la perversión y el capitalismo florecen, en contraste con un campo puro y confuciano. Pero, precisamente, en esta ciudad es donde se encuentran los grandes estudios del cine chino y también su público urbano, que acude de forma asidua al cine pero también a los cabarets, al club de jazz o a las salas de baile. Un mundo popular que creará un star-system en el que actrices como Ruan Lingyu (destacada en su papel en The Goddess, dirigida por Wu Yonggang) son muy famosas entre los habitantes de la ciudad. La misma Ruan, cuando se suicidó a los 24 años, atrajo un impresionante cortejo fúnebre de cien mil personas.

En esta época del cine mudo de Shanghái predominan las historias de la dura vida en la ciudad. La figura de la prostituta o la de los jóvenes pobres que buscan labrarse un futuro son recurrentes (en Street Angel de Yuan Muzhi o Crossroads de Shen Xiling, por ejemplo). Que en el cine se represente solamente “la realidad” es, en parte, cosa de las autoridades: en 1931, el Gobierno prohibió las películas fantásticas y de artes marciales del popular género wuxia, por considerarlas feudales, supersticiosas y eróticas, opuestas al camino modernizador, racional y científico que el nacionalismo chino quiere seguir. Como puede verse, la censura no empieza en la época de Mao.

El segundo capítulo está dedicado al período que va desde la ocupación japonesa hasta 1949, cuando los comunistas llegan al poder y se instaura la República Popular. Con la invasión japonesa, parte del sistema cinematográfico se marchará al exilio, mientras que otros seguirán trabajando bajo la ocupación de Shanghái. La propaganda japonesa intentará mostrar su superioridad rodando filmes simbólicos en los que hermosos oficiales japoneses seducen a jóvenes chinas. Pasada la Segunda Guerra Mundial, el estado de ánimo general en Shanghái es más desencantado y cínico, diferente al optimismo modernizador y cosmopolita de los 30. Algunas obras intentarán recuperar la nostalgia de esos tiempos, de una cierta clase media-alta abierta al mundo, como las guionizadas por la famosa escritora Eileen Chang (Long Live the Missus, de Sang Hu). Pero la tendencia es más bien la contraria, crítica y agresiva. La denuncia de la situación y del modelo imperante proliferan en estas películas. Existe una sensación tambaleante en el país.

Con la llegada de Mao al poder en 1949 se abre el tercer capítulo. Ahora la crítica se transformará en fervor revolucionario. El arte se deberá guiar por las tesis que Mao formuló en Yan’an, enfocando la producción hacia el campesinado, en contraposición al público urbano del cine anterior. Será un “realismo socialista como ética y estética”, en el que la lucha de clases será la motivación de los personajes —principalmente campesinos, obreros o soldados—. La introspección o los sentimientos son una losa burguesa. Pero eso no significa que el cine de la época sea homogéneo o aburrido.

Precisamente, como apunta Planas, la competición con otros filmes de alta calidad que venían de países como la URSS, India, Rumanía o Albania, hicieron que el cine chino socialista se tuviera que poner las pilas para atraer la atención del público. Una de las maneras será integrar la ópera tradicional con el cine. El motivo es claro: antes de la época maoísta, la mayoría de campesinos nunca habían visto una pantalla. El medio y código al que estaban acostumbrados era el teatro. Si el cine maoísta quiere llegar a todos, deberá crear un género mixto con el que los campesinos sientan cierta afinidad.

La censura y control no serán uniformes durante este período. Habrá etapas, como la posterior al desastre del Gran Salto Adelante, cuando Mao pierde poder frente a moderados como Deng Xiaoping o Liu Shaoqi, en las que se permitirán ciertas críticas y filmes de carácter humanista, como Early Spring in February, de Xie Tieli. Los géneros, durante la época de Mao, tampoco serán uniformes: existirán desde interesantes filmes bélicos como Reconnaisance Across the Yangtze de Tang Xiaodan o Red Detachment of Women de Xie Jin, hasta un “cine de deportes” que exaltará la forma física en oposición al estereotipo del asiático débil (Woman Basketball Player N. 5, de Xie Jin), pasando por thrillers dirigidos por antiguos espías (Eternal Wave, de Wang Ping) o filmes que muestran —y exotizan— la vida de las minorías del país (Five Golden Flowers, de Wang Jiayi).

La Revolución Cultural será uno de los hechos que más golpeará el sistema cinematográfico chino. Multitud de actores y directores serán apaleados, torturados o asesinados durante esta etapa. Una de las ejecutoras de esta cruel campaña será Jiang Qing, cuarta esposa de Mao y siniestra exactriz que no triunfó en la época dorada de Shanghái. Durante estos años, enfocará su furia contra sus antiguos compañeros del mundo del espectáculo.

 La etapa que se abrirá con la muerte de Mao es la más importante en cuanto a producción de cine chino y la que alcanzará más reconocimiento internacional. Historia del cine chino analiza, lógicamente, a grandes directores que han aparecido desde entonces, como Jia Zhangke, Zhang Yimou, Chen Kaige, Tian Zhuangzhuang o Jiang Wen. Pero Planas también da espacio a géneros, propuestas y temáticas diferentes a las que más han calado en Occidente. Es interesante, por ejemplo, todo el mundo undergroundperformances, bandas de rock— que se formará en Pekín antes y después de la represión de Tiananmén, y cómo este hecho afectará a los ánimos de los intelectuales más rompedores del mundo del cine.

Será un momento, también, en el que el wuxia —el cine fantástico de artes marciales— vuelva a ser “legalizado”, después de su censura, que se inició en los 30 y continuó con Mao. El wuxia se convertirá, en parte, en un orgullo patrio mediante el cual el nacionalismo chino querrá mostrar la superioridad de su tradición, en combate contra los extranjeros. Pero aparte de este popular género florecerán multitud de propuestas: desde películas que miran de tú a tú a las minorías del país (como Mountain Patrol, de Lu Chuan), a polémicos filmes que tratan la homosexualidad, la violencia y el poder (East Palace, West Palace de Zhang Yuan), a perspectivas complejas y humanistas sobre las guerras que ha vivido China (City of Life and Death, de Lu Chuan), o documentales que muestran a los dejados atrás por el capitalismo y la modernización del país (West of the Tracks, de Wang Bing).

Si una cosa nos muestra el libro de Planas es lo poco que conocemos el cine chino. Su buena introducción, por suerte, nos incita y nos da herramientas rigurosas para que podamos adentrarnos en este mundo fascinante.