El gran desafío de revertir el declive demográfico en un país marcado por la frágil institucionalidad, la polarización política e ideológica y la desigualdad social producto de una aguda crisis económica.

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Un hombre iraní besa a su hija en Teherán, 2020. Morteza Nikoubazl/NurPhoto via Getty Images

De acuerdo con los censos de población más recientes realizados por el Centro de Estadística de Irán (Markaz-e Amar-e Iran), la tasa de fertilidad nacional ha descendido de un promedio de 7 hijos por mujer en 1979 a uno de 2 hijos por mujer en 2020. Entre los países con población de mayoría musulmana, solo Albania tiene una tasa de fertilidad menor. Esta situación ha provocado que la República Islámica de Irán se encuentre en un proceso de transición demográfica donde cada generación que se jubila en el país está corriendo el riesgo de no ser reemplazada por una nueva fuerza laboral. Esto implica que en el futuro cercano los recursos del Gobierno se agoten y se ejerza aún más presión sobre la fuerza laboral ya existente, que, de hecho, presenta condiciones marcadas por la explotación, la precariedad, los bajos salarios, las desventajas de la subcontratación y la dependencia cada vez mayor de una economía informal en expansión.

En el sentido de que las tasas de natalidad en el mundo tienden a subir o bajar en función del optimismo económico que proyecte la gente, una sociedad iraní joven pero precarizada, que no se plantea el matrimonio o que tarda más en consumarlo, y que piensa en tener menos hijos o de plano en no tenerlos, reduce sustancialmente la tasa de formación de hogares, lo que significa que las personas gasten menos dinero debido al alto grado de incertidumbre. Este fenómeno es revelador en tanto que se estima que la edad mediana poblacional iraní se situará en los 40 años de edad en las próximas dos décadas, lo que significa que de los 80 millones de habitantes registrados en el último censo del país (2016), 1 de cada 5 iraníes superará los 65 años de edad en 2050. Así, con proyecciones que muestran un consumo interno limitado, altas tasas de inflación y una economía nacional mermada tanto por las sanciones internacionales como por la corrupción a escala doméstica, Irán se enfrenta a uno de los retos más grandes de su historia moderna, que consiste en revertir esta tendencia demográfica en un contexto marcado por la frágil institucionalidad nacional, una evidente polarización política e ideológica y una desigualdad social producto de la aguda crisis económica.

 

Algunos factores explicativos

Expertos iraníes como Marie Ladier-Fouladi citan algunas causas inmediatas de la baja tasa de natalidad. En primer lugar, se encuentra la necesidad que tuvo el Gobierno de frenar el crecimiento poblacional provocado por las políticas pronatalistas de la época de la guerra con Irak, en un periodo que se caracterizó por una escasa comprensión de la demografía como ciencia social donde era común pensar que una población numerosa obstaculizaba los planes de desarrollo nacional. En aquel momento, Irán frenó deliberadamente la tasa de fertilidad a través de un rígido programa de salud reproductiva que implicó la construcción de clínicas de control de nacimientos, la implementación de vasectomías y el uso de métodos anticonceptivos de manera generalizada. En segundo lugar, puede citarse la campaña de planificación familiar que promovió eslóganes como “menos niños, mejor vida” y "con dos niños es suficiente”, la cual fue tan exitosa que para 2000 Irán hizo posible la disminución de la fecundidad más rápida de la historia donde el 74% de las mujeres casadas de entre 15 y 49 años usaban algún método de control del embarazo. De esta forma, la reducción del promedio de 7 a 2 hijos por mujer en tan sólo 20 años superó el declive que tuvieron otros países incluso como China que, mediante el uso de métodos coercitivos bajo la entonces “política del hijo único”, se planteó objetivos similares. Fue tan acelerado este proceso, que el ministro de Salud en ese momento, Alireza Marandi, recibió el Premio de Población de las Naciones Unidas de 1999 por estos esfuerzos.

Estas políticas se implementaron en zonas urbanas,  particularmente en las dos provincias más pobladas del país, Teherán e Isfahan, cuya contribución al crecimiento de la población siempre ha sido sustancial. De acuerdo con el autor Mohammad Jalal Abbasi-Shavazi, ambas disfrutan de características socioeconómicas elevadas y que se consideran áreas desarrolladas, hospedan a una sociedad multicultural que acoge a un gran número de inmigrantes de todo el país, por lo que sus tendencias y patrones del cuidado de la fertilidad tendieron a replicarse en otras partes a medida que los planes de urbanización nacional se fueron extendiendo. Hoy en día, el 75% de la población iraní vive en ciudades y, aunque cada provincia se identifica con una cultura particular en Irán, incluso aquellas agrícolas como Gilan, ubicada en el norte, han llegado a registrar tasas de fertilidad muy parecidas al promedio nacional del 2%. Hacia el año 2000, algunas excepciones lo habían constituido provincias de población altamente religiosa como Qom o Kerman, e incluso aquellas con población separatista como Baluchistán, Juzestán o las zonas kurdas del norte que generalmente tenían tasas de fertilidad más altas, que oscilaban entre el 2,5% y el 3,2%.

Unido a lo anterior, algunas encuestas argumentan que la disminución de las tasas de natalidad en Irán también se relaciona con el hecho de que más mujeres han logrado entrar en la universidad en la última década donde, según datos de 2020, más del 53% de la matrícula universitaria en el país ya está constituida por mujeres). De acuerdo con una interesante encuesta realizada en 2014, el 82% de las parejas en Irán llevaban a cabo el coito interrumpido (33%) y el uso de condones (21%), además de la esterilización femenina (9%), el DIU (7%) y la píldora (7%) para evitar el embarazo, siendo las personas con niveles de educación superior aquellas que figuraban mayormente en esta estadística. Estos datos implican que, en combinación con factores como el aumento de la tasa de alfabetización, la disminución de la mortalidad infantil, el aumento de la tasa de divorcios en el país (la mayoría de los cuales se manifiesta durante el primer año de matrimonio) y el alto coste de criar hijos, la baja tasa de fecundidad en Irán persistiera no solo porque se había aceptado la norma de vivir en familias pequeñas, sino también por la compleja situación económica que comenzó a experimentar una juventud muy bien prepara pero desempleada, alejada de la posibilidad de adquirir una vivienda propia y afectada continuamente por las decisiones políticas de un Gobierno que, si bien intentaría revertir la situación, ante los ojos de su ciudadanía acumulaba una pésima reputación debido al gasto en el ámbito militar, la corrupción y el clientelismo.

 

Las medidas estatales para revertir la situación

Aunque una de las primeras figuras políticas en señalar este fenómeno como un problema económico fue el ex presidente Mahmoud Ahmadineyad (cuando se manifestó contra el eslogan “con dos hijos es suficiente” en 2006), fueron las políticas generales sobre población del Rahbar Alí Jameneí lo que activó el debate nacional sobre la conveniencia de aumentar el crecimiento de la población. En un documento publicado en 2014, el Líder iraní llamó a una “yihad demográfica” que se planteó como meta el aumento de la población a 150 millones de habitantes para 2050. También, en el mismo sentido, reformó el programa de planificación familiar en el Ministerio de Salud y aumentó el apoyo público a las parejas jóvenes, a las nuevas madres y a las familias numerosas. En los medios de comunicación nacionales se incentivó la necesidad de “desalentar la difusión del estilo de vida occidental” debido al reconocimiento implícito de que la norma de la familia pequeña se había arraigado profundamente entre la clase media iraní. A nivel discursivo, también se reconoció el papel de la población en el progreso del país, eliminando los obstáculos al matrimonio, facilitando un seguro de parto, ofreciendo tratamientos para la infertilidad de hombres y mujeres, y apoyando a las ONG a cargo de esos asuntos.

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Una anciana hospitalizada por la covid en un hospital de Teherán, Irán, 2020.

Al tiempo que se establecieron estas políticas, el Gobierno también incentivó la responsabilidad de trabajar en una cultura de respeto hacia los ancianos, ya que una de las consecuencias de la baja tasa de natalidad es el envejecimiento acelerado del país. De hecho, Irán cuenta con una proyección donde las personas mayores de 65 años pueden constituir el 23% de la población en 2050 si la baja natalidad no se revierte. Esto puede representar cargas insostenibles para las pensiones públicas y para los sistemas de salud, que pondrían en riesgo a la población ante situaciones de alta vulnerabilidad como la que ha constituido la reciente pandemia de la COVID-19. De hecho, la crisis sanitaria global afectó estrepitosamente a la población mayor de 65 años de países como Italia donde ésta representa el 22% del país. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Teherán en 2020, si una nación como Italia hubiera tenido la estructura de población que tiene Irán en la actualidad, sus tasas de mortalidad en la pandemia hubieran sido cinco veces más bajas. Esto significa que si en las próximas tres décadas Irán llega a tener la pirámide poblacional que tiene Italia hoy, y sin condiciones mínimas de acceso a salud pública, la República islámica puede estar en condiciones de alta vulnerabilidad ante este tipo de sucesos y vivir escenarios mucho peores a los experimentados en 2020. Así, la pandemia de coronavirus también está enseñando a las sociedades que envejecen rápidamente que deben instar a sus gobiernos a la acción lo antes posible para evitar que las población de edad avanzada llegue a la vejez en condiciones de vulnerabilidad y que el aumento de la tasa de fertilidad que se busca encuentre un equilibrio entre las necesidades económicas del Estado, la consecución de un nivel de vida digno en la juventud y la urgente producción de recursos materiales tales como camas de hospital y sanatorios, así como la graduación de recursos humanos en el sector de la salud, particularmente especializados en medicina geriátrica que, en realidad, escasean no sólo en Irán sino a escala mundial.

Otra medida que se ha gestionado en las esferas gubernamentales fue la redistribución ambiental y geográfica de la población, preservando a los habitantes de las aldeas y zonas fronterizas escasamente pobladas al tiempo que se crean nuevos centros urbanos en las áreas aledañas a las islas del Golfo Pérsico y el Mar de Omán. Esta estrategia, parecida a lo implementado por otros Estados árabes del Golfo, se imaginó en función de una dinámica económica donde el dinero de la renta petrolera se invirtiera en la construcción de ciudades cosmopolitas que atrajeran inversión privada e inversión extranjera directa. En Irán, los casos de las islas de Kish y Qeshm son ejemplos de centros de inversiones y de zonas económicas especiales, respectivamente, aunque es necesario decir que el proceso de asentamiento en estas localidades no se realizó en el tiempo previsto y tuvo consecuencias que no se previeron en los planes iniciales. Por ejemplo, la creación de estas zonas económicas ha supuesto un detrimento paulatino de la población khaliyie y otras minorías de origen afroiraní que históricamente han habitado las costas de la provincia de Hormozgan, las cuales han visto caer no solo su tasa de fertilidad, sino también sus propias culturas, lenguas y prácticas religiosas a merced de la proliferación de paraísos fiscales y zonas residenciales exclusivas para millonarios.

 

Desafíos ante un futuro incierto

Una de los retos que tiene Irán para revertir su actual crisis demográfica radica en el desafío de mejorar su débil situación económica. No hay manera de separar ambas crisis, pues las dos son caras de la misma moneda. La renta per cápita iraní no es como la de sus vecinos árabes del Golfo, de los cuales países como Qatar, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos se ubican entre las primeras 30 naciones con la renta per cápita más alta del mundo (con poblaciones que, juntas, no rebasan los veinte millones). Irán, por su parte, se ubica en el lugar 96 de un total de 187 países con 80 millones de personas y una deflación constante. Este indicador es importante porque el ingreso suele constituir un aliciente para el crecimiento demográfico, ya que sin él es muy difícil que las nuevas generaciones de iraníes cambien su comportamiento en relación al matrimonio y mucho menos respecto a la idea de concebir a los hijos como “nuevos defensores de la revolución”. Los problemas que persisten ante una economía iraní estancada, afectada por el impacto de la COVID-19, en plena propensión de conflicto dadas las fricciones con Estados Unidos e Israel y, sobre todo, amenazada constantemente por la corrupción estatal, promueven el desencanto de la sociedad civil y la falta de confianza en promesas gubernamentales, tal como lo demostró el abstencionismo en las elecciones presidenciales del pasado 18 de junio de 2021 donde solo el 48% del padrón electoral manifestó su voto y donde casi 4 millones de personas anularon su voto intencionalmente.

Esta situación ha provocado a su vez que la gente comience a buscar formas de progreso menos asistencialistas que se amparan en procesos que prefieren la escolarización y la búsqueda de superación profesional e, incluso, la opción de migrar en forma de fuga de cerebros, como opciones prioritarias antes de concebir hijos para formar una nueva familia. Con respecto a este último fenómeno, hay que considerar que, después de países en conflicto como Siria, Afganistán e Irak, Irán reportó en 2020 la tasa más alta de fuga de cerebros en todo el Oriente Medio.

Con la situación demográfica actual, la clase gobernante iraní debe resolver lo antes posible el dilema de cómo comenzar a invertir productivamente en grandes contingentes de jóvenes descontentos en lugar de seguir gastando enormes cantidades de recursos en el apoyo a grupos no estatales en Siria, Irak, Yemen o Líbano, tal como ha sucedido estos últimos años. De hecho, la injerencia de la República islámica en las guerras del mundo árabe, particularmente a partir de sus políticas de asentamiento de población chií en los poblados de Zabadani y Madaya en Damasco, ha sido objeto de fuertes críticas y protestas populares dentro de Teherán en tanto un amplio sector precarizado ha denunciado las formas en las que el Gobierno apoya las transferencias de población a la capital siria mientras se olvida de los ciudadanos iraníes que se empobrecen paulatinamente en asentamientos informales de barrios populares de Teherán. Un ejemplo de esto último lo ha constituido el caso de Farahzad, un poblado del norte de la capital que evidencia el fracaso de programas de vivienda como el Mehr Housing, que aspiraba a incentivar la industria de la construcción, pero que después de ocho años de existencia fue denunciado por entregar viviendas de baja calidad y por fomentar una economía inestable que instaba a cualquier persona con poco dinero a invertir en una construcción rápida y barata, ignorando la necesidad de fomentar procesos productivos de empoderamiento económico y transformación del entorno socio-económico.

Finalmente, cabe destacar que debido al cambio significativo de mentalidad en millones de mujeres iraníes a raíz de su incorporación al sector educativo del país, la formación de familias numerosas en este nuevo contexto sociodemográfico va a costar mucho trabajo si el Gobierno no aplica una perspectiva de género que atienda la nueva realidad, lo que implica romper con ciertas tendencias patriarcales de elites políticas acostumbradas a usar la interpretación del Corán como forma de control social, sexual y política que había determinado el papel de los intelectuales y juristas religiosos por años. Esta situación implica que, mientras el régimen decide la mejor forma de resolver el dilema antes planteado, la presión demográfica que recae sobre el mercado laboral juvenil, incluso en su condición de alta competitividad y de baja remuneración económica, sólo se aliviará de manera considerable si los mercados laborales aumentan la oferta de trabajo para las mujeres, si se incrementa el salario mínimo, si se constituyen posibilidades reales de constituir organizaciones sindicales independientes, si se promueve la transparencia y la rendición de cuentas y, muy importante, si la redistribución de la riqueza se contabiliza en programas sostenibles que no traten la situación socioeconómica de la juventud iraní como una cuestión de ayuda humanitaria, sino como un problema de justicia social que se encuentra pendiente de resolver desde la época de la revolución de 1979.

Si bien el Irán posrevolucionario logró disminuir la pobreza extrema considerablemente desde el inicio de la Revolución hasta ahora, es importante decir que una clave para salir de la crisis demográfica actual radica en lograr que dicha disminución de la pobreza se traduzca en una reducción de la desigualdad, del clasismo, de la precarización de la clase obrera y de la brecha que existe entre el sector público y el privado en la generación de empleos dignos para todo el país. Una visión integral que no solo se base en lograr la tan anhelada fertilidad de reemplazo, sino que contemple objetivos humanistas y desarrollistas con los cuales se enfrente de manera más eficiente los altos niveles de demanda de servicios y bienes públicos por los que atraviesa un país rico en recursos energéticos pero que ahora tiene al 75% de su población viviendo en centros urbanos que narra sus aspiraciones económicas truncadas a través del espacio cibercultural.