El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, es visto en la tribuna antes de un partido del Mundial de fútbol de 2022 en el estadio Al Bayt, en Al Khor, Catar. (Mohamed Farag/Getty Images)

He aquí el impacto nacional e internacional que están teniendo las reformas llevadas a cabo por el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman.

Un nuevo tribalismo cosmopolita está tomando forma en ciudades como Riad y Yeda donde se organizan festivales de música, cine y eventos deportivos como la Fórmula 1. La compra millonaria de jugadores de fútbol para impulsar la liga local, como Karim Benzema o Roberto Firmino, también es parte de la proyección saudí al exterior como un país que aspira a construir nuevos espacios públicos, una economía menos dependiente del petróleo y una nación con un renovado sentido de pertenencia ante la aparente insostenibilidad de un modelo económico basado en la renta petrolera y el inevitable cambio generacional.

Aunque las reformas que plantea la famosa Vision 2030 han llevado al príncipe heredero, Mohamed bin Salman, a aumentar su popularidad a escala nacional, estas maniobras también han recibido numerosas críticas tanto a nivel internacional, por su violación sistemática de derechos humanos, como dentro del país, por parte de la cúpula religiosa wahabí que ha visto en estos cambios un distanciamiento con la tradición, la religión y la moralidad islámica, aunado con una lucha interna entre facciones leales y contrarias a Bin Salman.

Estos cambios internos se han traducido a su vez en la política exterior del país ya que, después de la pandemia por la Covid-19, Arabia Saudí decidió diversificar sus relaciones con países como Rusia y China, ingresando en el grupo BRICS y reencontrándose con Irán, provocando varias preguntas sobre el estado de salud que guarda la alianza estratégica e histórica con Estados Unidos en el contexto del orden mundial emergente.

Un hombre sobre scooter pasa junto a un grafiti que alude a Visión 2030, el ambicioso programa de modernización para Arabia Saudí presentado por Mohammad Bin Salman en 2018. (Sean Gallup/Getty Images)

El nuevo proyecto saudí está orientado hacia los jóvenes. Un 63% de los ciudadanos saudíes tiene menos de 30 años y se trata de un grupo poblacional que ha roto una brecha generacional en temas tabú como las fetuas (decisión jurídica islámica), el ateísmo o la afiliación tribal. Sin embargo, la verdadera razón por la cual los jóvenes son una pieza central en la “Nueva Arabia” es que constituyen un sector que debe estar preparado para incorporarse a una economía diversificada, digitalizada y globalizada, basada en los servicios, la energía y el turismo, capaz de convertirse en una nueva fuerza legitimadora del urbanismo y el cambio social que propone el Estado.

Otro pilar fundamental para la legitimidad del régimen es el Ejército. En los últimos años, el gasto en defensa de Riad aumentó de 55.000 millones de dólares en 2019 a 69.100 millones de dólares en 2023, lo que refleja un compromiso de Bin Salman con la graduación de una nueva elite militar, mejor entrenada que sus antecesores, bien equipada y encargada de salvaguardar la seguridad de las rutas marítimas del Golfo Pérsico por donde navegan las exportaciones petroleras del reino, factor fundamental para una economía en proceso de diversificación. El papel del Ejército en la estabilidad de un régimen es un factor invaluable y el príncipe heredero ha apostado fuerte por convertir a sus fuerzas armadas en un instrumento importante de esta política al dotarlo de misiones en Yemen y prometerle el inicio de una industria armamentista interna que compita con otras parecidas en la región.

Ahora bien, si la juventud y el Ejército saudíes son estudiadas como fuerzas legitimadoras emergentes, entonces es comprensible notar cómo la identidad nacional del Estado se va moldeando con simbología patriótica y militarista y ya no sólo con marcadores religiosos. Si bien esta visión ha traído a la esfera pública el desencanto con algunos jeques tradicionales que consideran que la legitimidad del Estado debe provenir del consejo wahabí y no de otra fuente, lo cierto es que ahora esto es un debate abierto que, paradójicamente, ha llevado a millones de jóvenes no a alejarse del islam, sino a involucrarse en la lógica del mismo en su día a día, gracias a la opinión de otras autoridades religiosas leales al Estado como el caso del polémico jeque Mohammed al Arifi que cuenta con millones de seguidores en Twitter. Así, contrario a las tesis que prevén una descomposición inmediata entre los Al Saud y la elite wahabí, hay que decir que las nuevas relaciones Estado-sociedad no alteran esta alianza fundacional que dio origen al Estado moderno, y que más bien la coyuntura actual es útil para cultivar lealtades alrededor del príncipe heredero quien sigue instrumentalizando el islam a su favor con símbolos como la organización de la peregrinación anual de La Meca o la conectividad de dicha ciudad con el santuario del profeta Mahoma en Medina. En otras palabras, mientras haya un gobierno rico, habrá un establishment religioso bien acomodado.

Sin embargo, una Arabia más rica y moderna no implica un país más libre. Y es que, como el modelo chino lo ha mostrado desde hace un par de décadas, no todo proceso de liberalización implica uno de democratización. Si bien es cierto que la creación de urbes como Neom y The Line, así como la simplificación de los procesos burocráticos en las ciudades ya existentes son ideas populares entre los jóvenes, también es necesario pensar en el espacio que ocupa la disidencia en esta “nueva Arabia” y en las nuevas formas de control que el estado de vigilancia tiene para aquellos jeques, activistas o miembros de la propia familia que no respalden el proyecto de la visión 2030. Basta recordar no sólo el caso del periodista Yamal Khashoggi quien pugnaba por mayores canales de participación política o en los 30 miembros de la familia real que fueron privados de su libertad en el hotel Ritz-Carlton de Riad en 2017, sino también los casos de jeques disidentes que han criticado al reino saudí en el nombre del “verdadero islam” y que han sido encarcelados sin ningún tipo de juicio por levantar sus voces. El caso del movimiento al sahwa al islamiyya (el despertar islámico) constituyó un gran ejemplo cuando sus líderes, como Salman al Odah o Alí al Omari, combinaron posturas de la Hermandad Musulmana con wahabismo saudí y pugnaron por el aumento del papel de los eruditos religiosos en la política nacional, desafiando la hegemonía de la familia real quien les percibe como una amenaza real al nivel de la pesadilla del asedio a la Gran Mezquita de La Meca de 1979. Hoy en día, tanto activistas en favor de la democracia como aquellos grupos islamistas antirégimen son igualmente desafiados por técnicas de control autoritario que hacen pensar que una nación más rica no necesariamente significa un país más libre.

Mujeres saudíes asisten a un evento educativo de conducción, en Riad, Arabia Saudí. (Gehad Hamdy/dpa/Getty Images)

A pesar de esto, el Gobierno asegura que la mujer tendrá más libertades. No obstante, todo depende del contexto, ya que el papel del tutor sigue desempeñando un rol importante en las decisiones de las mujeres a su cargo. Hoy en día, aunque es habitual escuchar en los medios saudíes que el príncipe heredero ha liberado a las mujeres permitiéndoles conducir automóviles, duplicándoles su participación en el mercado laboral (30% del mercado es ocupado por ellas), permitiéndoles presentarse a un cargo en el gobierno o dejándoles asistir a ciertos espacios como los parques de diversiones o los cines, una mirada más crítica a la ley vigente permitirá observar que la gran mayoría de las saudíes, al vivir en familias conservadoras, siguen dependiendo de la voluntad de un tutor, quien todavía tiene el poder de decidir si su hija, esposa o hermana pueden acceder o no al espacio público. Además, mientras el Gobierno anuncia estos avances es difícil hablar de aquellas mujeres que lucharon durante años por el derecho a conducir y que aún están pagando penas en prisión al lado de otras que han sido encerradas por el intento de fundar una asociación de mujeres maltratadas y víctimas de violencia doméstica (como los casos documentados de Loujain al Hathloul, Eman al Nafjan, Aziza al Yusuf y Aisha al Mana), entre otras acusadas de “apoyar la disidencia”.

La diversificación también es económica y mucho se cuestiona si la nueva apertura afectará las históricas relaciones con Estados Unidos. La razón de esto es que el Gobierno saudí no sólo ha accedido a reencontrarse con Irán a través de un esfuerzo de mediación chino en 2023, sino que también ha recibido la invitación de incorporarse al grupo BRICS a partir de enero de 2024. Sin embargo, el discurso de la diversificación económica no es nuevo, pues se viene manejando desde los años 50, momento en que las críticas sobre la relación con Estados Unidos también emergieron en la esfera pública de la época. Incluso, es útil recordar que Arabia Saudí es miembro del Grupo de los 77 que, desde 1964, actúa como un grupo de países del Sur que se apoyan mutuamente ante fenómenos mundiales adversos y dicha membresía nunca fue un obstáculo para mantener una relación cercana con Washington. Lo que sucede es que es comprensible notar que el grado de vulnerabilidad de un país es mayor cuando éste está cambiando, por lo que la diversificación económica de Riad con Rusia, China, Irán y otros países “incómodos para Occidente” se ve como una amenaza hoy porque todos ellos en su conjunto desempeñan un papel enorme en la estabilidad del mercado petrolero el cual, a pesar del discurso de la necesidad de transitar hacia las energías verdes, sigue siendo el verdadero motor de las economías emergentes en gran parte del denominado “Sur global”.

Ahora bien, el ingreso de Riad a los BRICS y el reencuentro con Irán no necesariamente significa un corte de caja con Washington, sino simplemente la posibilidad de que Riad ya no dependa directamente del armamento que importa de EE UU y que haga de Washington no una necesidad, sino solamente un aliado más. A fin de cuentas, lo que es importante para Riad es seguir exportando la mayor cantidad de crudo posible para financiar sus proyectos de reforma y lograr que el porcentaje de exportaciones no petroleras pueda ser suficiente para hablar de una diversificación exitosa. Un dato interesante es que el porcentaje de exportaciones no relacionadas con el oro negro de Arabia Saudí llegó al  18% del total en el tercer bimestre de 2023.

El cobijo que Bin Salman ha encontrado en estos países le ha permitido reestructurar su poder en el interior del reino en un sistema mucho más autoritario y mucho más centralizado que le permite tomar decisiones más dinámicas y precisas con respecto a la exportación de petróleo y la búsqueda de más mercados e inversores para sus proyectos estrella. No obstante, el precio de esta modernización y diversificación es que está convirtiendo al Estado saudí en una especie de neopatrimonialismo que se traduce en un Estado más policial dentro del país y más moderno al exterior, tal como lo han sido otros como Egipto, Siria o Irak que, sin haber sido monarquías, han actuado de manera dictatorial la mayor parte de sus vidas como estados modernos. 

Así, el desafío actual para “la nueva Arabia” es saber cómo equilibrar sus iniciativas de modernización con el mantenimiento de las bases tradicionales de legitimidad, por un lado, y cómo lograr la coexistencia de múltiples procesos de liberalización social y económica con la falta de procesos de democratización que, tal como ha ocurrido en otros países de Asia, no han sido incluidos en estas reformas estructurales.