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¿Cómo organizar la geopolítica de múltiples Metaversos?

El Metaverso generó mucho revuelo el año pasado, especialmente cuando Mark Zuckerberg llegó al punto de cambiar el nombre de su empresa, Facebook, por Meta, reconociendo la centralidad del Metaverso en sus planes para el futuro de la compañía. Gran parte de este entusiasmo se ha enfriado desde entonces, en cierto modo porque se empezó a tener conciencia de los desafíos tecnológicos que implica y por otro lado, por la falta de entusiasmo de los inversores de Meta hacia los costes en investigación relacionados con el Metaverso en un momento en que los ingresos por publicidad están en declive. El propio Zuckerberg parece haber reculado, pasando ahora a enfatizar la importancia de la Inteligencia Artificial (IA) en el futuro de Meta. Curiosamente, el entusiasmo por el Metaverso parece que sí se ha conservado en el campo de los estudios diplomáticos, particularmente entre aquellos centrados en la diplomacia pública. Abundan las especulaciones sobre cómo funcionará la diplomacia en el Metaverso y si los países deberían instalar embajadas allí. En mi opinión, esto no hace más que demostrar la falta de comprensión de la geopolítica del Metaverso y el proceso de su construcción. La diplomacia del Metaverso será necesaria mucho antes de que este llegue a existir. 

No debemos ignorar los retos técnicos de generar el Metaverso. Posiblemente, el más importante sea el relacionado con la capacidad computacional y cómo aplicarla a wearables prácticos que generen una experiencia “realista” de un mundo virtual. Este tipo de dispositivos requerirán una amplia variedad de materiales de tierras raras y consumirán enormes cantidades de energía, si es que se pueden desarrollar. Inevitablemente, esto hará que el acceso al Metaverso quede limitado a aquellos que cuenten con las fuentes energéticas y de computación necesarias. En su novela Snow Crash, Neal Stephenson imagina un Metaverso al que solo tiene acceso una pequeña proporción de la población mundial, e incluso entre ella hay distintos niveles de acceso dependiendo de la capacidad computacional disponible en el dispositivo de cada individuo. Este no será un mundo virtual universal, sino un club abierto a una élite privilegiada.

Y eso ni siquiera incluye los desafíos geopolíticos, que pueden resultar aún mayores. El Metaverso no llegará al mundo como lo hizo Internet, como un hecho consumado y unitario. Internet fue desarrollado en Estados Unidos por científicos e ingenieros que trabajaban con el Pentágono como un medio para comunicarse entre ellos. Cuando se presentó al mundo, todas sus características de diseño y protocolos ya se habían decidido. No había nada que debatir: lo aceptabas o lo rechazabas, pero no podías reinaugurarlo. Llegó en un momento geopolítico muy particular, lo que Hal Brands denomina el “momento unipolar”. La hegemonía estadounidense estaba en su apogeo, Rusia se encontraba débil y sumida en una crisis y China apenas acababa de comenzar su ascenso. La UE aún estaba descubriendo su vocación reguladora. Si Internet hubiera aparecido en la escena internacional una década antes o una década después, en entornos geopolíticos diferentes, es poco probable que hoy tuviéramos una Red única y unitaria. En la situación actual, cada vez existen más evidencias de una fragmentación de facto de Internet a medida que compiten diferentes modelos de gobernanza.

El Metaverso no llega “listo para usar”. La hegemonía estadounidense ya no es lo que era. La futura creación del Metaverso ha sido ampliamente anunciada con antelación. Empresas y gobiernos debatirán y competirán por su construcción. Diferentes modelos de gobierno también rivalizarán desde sus inicios, lo que dará como resultado la construcción de múltiples Metaversos compitiendo entre sí. Mientras que algunos se corresponderán con países físicos y su gobernanza reflejará la soberanía de esos países, otros tendrán los límites dados por las empresas o consorcios empresariales que los construyan. Estos Metaversos “no nacionales” tendrán que resolver sus propios problemas de gobernanza y sus relaciones entre ellos y con los Metaversos controlados por gobiernos. Sin duda, países como China buscarán crear el suyo propio a la vez que limitarán el acceso de sus ciudadanos a otros alternativos (y con empresas como Ten Cent estará bien posicionado para hacerlo). La Unión Europea puede ser menos insistente en contar con un solo Metaverso europeo, pero sí insistirá en una regulación estricta de cualquier al que sus ciudadanos tengan acceso. En otras palabras, existirán múltiples Metaversos que reflejarán diferentes intereses, modelos de gobernanza y lealtades nacionales que competirán y colaborarán entre sí, del mismo modo que ahora vemos países, empresas y ONG compitiendo y colaborando en el mundo físico. Ese mundo de Metaversos rivales también suscitará la posibilidad de tensiones y conflictos entre ellos.

Por lo tanto, lo interesante de la diplomacia del Metaverso no es si los países deberían abrir embajadas y conducir sus relaciones diplomáticas con otros países y organizaciones internacionales a través del Metaverso. Dado que es poco probable que haya uno solo, esto sería poco más que un truco publicitario, casi con el mismo impacto real que la Embajada de Suecia en Second Life (si es que alguien se acuerda aún de eso). La verdadera diplomacia del Metaverso será la de la propia construcción de éste y la de la competencia entre los distintos Metaversos. Si se pueden superar los desafíos técnicos (lo que no es para nada seguro), la construcción de distintos éstos  se basará en iniciativas de colaboración que reúnan a diferentes empresas, gobiernos y grupos de usuarios en complicados debates sobre el diseño, los protocolos y la gobernanza. Las habilidades diplomáticas y los diplomáticos que las desplieguen tendrán una gran demanda. Una vez que el multiverso de los Metaversos esté en pie (y qué lástima que la física cuántica ya haya cogido esa palabra que describe mucho mejor el desarrollo de mundos virtuales), el foco se desplazará a las relaciones entre ellos, y a la gestión de los intereses en conflicto, la competencia y la colaboración que son el pan de cada día de la vida diplomática. Lejos de convertir a los diplomáticos en avatares virtuales, es probable que el Metaverso, si llega a existir, aumente la demanda de diplomáticos reales para gestionar las controversias y disputas que genere. De manera muy similar a cómo el ciberespacio ya lo ha hecho.

El artículo original en inglés ha sido publicado aquí.  

Traducción de Natalia Rodríguez.