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El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, durante una reunión con los líderes africanos en la sede de la Unión Africana en Addis Abeba. (EDUARDO SOTERAS/AFP/Getty Images)

En menos de un año desde su toma de posesión como primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed se ha convertido ya en un símbolo de progreso para parte de una sociedad que lo idolatra y para una opinión pública internacional embelesada con su agenda feminista y la paz con Eritrea. Pero hay todavía demasiados retos que abordar: casi un millón y medio de personas han tenido que dejar sus casas en estos meses a causa de una tensión étnica que amenaza con balcanizar el país y otros 22 millones siguen viviendo por debajo del umbral de la pobreza pese al crecimiento macroeconómico impulsado por las aportaciones chinas.

Hijo de madre ortodoxa amhara y padre musulmán oromo, Abiy Ahmed es un devoto cristiano pentecostal. Militar responsable de la ciberseguridad de un país conocido por censurar la conexión a Internet en cada protesta es hoy la gran esperanza democrática de Etiopía. Un oxímoron que ha marcado su trayectoria política hasta el punto de ser nombrado primer ministro por la minoría dominante tigray por su condición de oromo.

Su partido, el Oromo People’s Democratic Front, había ejercido durante años como oposición interna dentro de la coalición de cuatro partidos, la Ethiopian People’s Revolutionary Democratic Front (EPRDF), que maneja los 547 asientos del Parlamento desde hace casi tres décadas. Así que cuando la represión se reveló insuficiente para contener el desencanto social disparado tras conocerse los planes del Gobierno de extender el desarrollo urbanístico de la capital a las tierras de campesinos oromo, la minoría tigray recurrió a Abiy. Solo así pudieron frenar la revuelta encabezada por el movimiento Qeerroo.

Un año después de la renuncia de Hailemariam Desalegn, Etiopía es un país mejor. “Todos coincidimos en que estamos en una posición mejor a la que estábamos en enero de 2018”, subraya el periodista y comentarista político Zecharias Zelalem. El estado de emergencia fue levantado y miles de prisioneros políticos liberados, ha mejorado la libertad de prensa e Internet no es bloqueado con cada nueva protesta. Importantes oficiales y líderes militares han sido arrestados por abusos contra los derechos humanos y corrupción, al tiempo que el propio primer ministro ha pedido perdón por las atrocidades y excesos cometidos en el pasado.

El nuevo Ejecutivo ha alentado el retorno de figuras como Feyisa Lilesa, exiliada tras celebrar su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro con los brazos en alto, cruzados a la altura de las muñecas con los puños cerrados, un gesto vinculado a las protestas oromo, o las cúpulas del Frente de Liberación de Oromo (OLF en inglés) y el Ginbot 7, organizaciones consideradas hasta entonces como ‘terroristas’. Asimismo, Birtukan Mideksa, una importante líder opositora exiliada en Estados Unidos durante siete años, ha sido nombrada máxima responsable del Comité Electoral que dirigirá el proceso democrático hasta los próximos comicios, previstos para 2020. “Durante 20 años, pertenecer al OLF era un delito. Bastaba con tener una fotografía relacionada con el movimiento para que ser arrestado, así que el hecho de que una organización como esta regrese a Etiopía significa que creen firmemente que la Etiopía del 91-2017 -la dirigida con mano de hierro por el EPRDF- ya no existe. Otra evidencia del cambio de perspectiva por parte de la diáspora es la actividad de las embajadas”. Antes de 2017, continúa Zelalem, “las embajadas de Etiopía en Occidente no podían organizar eventos o consultas sin que estallaran las protestas. Ahora no solo los han celebrado sin incidentes, sino que han puesto en marcha un fondo fiduciario para recaudar fondos del exterior -individuos y organizaciones de la diáspora- para ayudar al desarrollo económico del país”.

Sin duda, el primer gran éxito de Abiy en estos meses ha sido poner fin a más de dos décadas de conflicto con Eritrea y la reapertura de las relaciones diplomáticas y comerciales con el país vecino. Su papel como mediador en el precario acuerdo de paz en Sudán del Sur y su contribución de tropas a la misión internacional en Somalia han sido bien recibidas por la comunidad internacional, quien siempre ha tolerado los excesos y brutalidades de los ejecutivos etíopes por su papel clave para la estabilidad regional. La llegada de Abiy solo puede ser entendida como un “soplo de esperanza para el Cuerno de África”, declaró el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, tras la firma del acuerdo de paz.

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La presidenta de Etiopía, Sahle-Work Zewde, junto al primer ministro del país, Abiy Ahmed, en Addis Abeba. (EDUARDO SOTERAS/AFP/Getty Images)

La elección de la veterana diplomática Sahle-Work Zewde como presidenta del país, la única mujer con este rango en el continente tras la reciente jubilación de la liberiana, Ellen Johnson-Sirleaf, fue otro tanto de Abiy ante una comunidad internacional entusiasmada con su agenda feminista. Un Gabinete paritario, con mujeres en puestos clave en Defensa, y el nombramiento de la abogada Meaza Ashenafi al frente del Tribunal Supremo habían cosechado ya anteriormente una oleada de elogios en Occidente.

“El nuevo presidente ha subrayado la importancia de la participación de las mujeres y los jóvenes en la construcción de una cultura democrática. El nombramiento de Sahle-Work brinda a las mujeres la oportunidad de influir en la agenda política de una manera que refleje sus necesidades y aspiraciones”, señalaba el investigador del Institute for Security Studies, Tsion Tadesse Abebe, en su último informe. Al igual que el despliegue de un contingente de mujeres indias en la misión de paz en Liberia ayudó a incrementar un 11% en nueve años la presencia de mujeres en los cuerpos policiales del país, Abiy espera que Sahle-Work sea un ejemplo que contribuya a multiplicar la participación política de las mujeres, “que catapulte su rol al siguiente nivel. Hay una oportunidad para que un grupo de mujeres líderes desarrollen su carrera, lo que [concluye Tadesse Abebe], ayudará a crear una sociedad más inclusiva”.

 

No es un populista, pero sí un medemer

La imagen de Abiy Ahmed es omnipresente hoy en Etiopía. Ocupa informativos, paredes de edificios y las conversaciones diarias. Es capaz de convocar a más de 20.000 personas en un mitin para reconocer que ni la administración ni el sistema judicial han estado hasta ahora al servicio de la gente y semanas después acudir al centro del poder tigray, la ciudad de Mekelle, y reconocer, en un discurso en lengua tigrinya, que ellos son “el motor de economía”.

No son pocas las voces que han tildado de Abiy de “populista”. La reputada periodista Michela Wrong lo ha comparado con los presidentes de Rusia y Turquía, Vladímir Putin o Recep Tayyip Erdogan, mientras que Alemayehu Weldemariam, uno de los intelectuales más conocidos de la diáspora norteamericana, lo ha definido como un “oportunista compitiendo por el poder a través de una plataforma democratizadora” . Su agenda feminista, según sus críticos, no sería más que una estrategia para ganar el apoyo de Occidente.

Etiopía contaba ya antes de la llegada de Abiy con una de legislación lo suficientemente avanzada como para promover la igualdad de género, pero incapaz de sustituir la ideología patriarcal que maneja la sociedad y frenar los abusos y agresiones sexuales en un país donde el 20% de las mujeres casadas entre 15 y 49 años han sufrido algún tipo de violencia por parte de sus parejas en el último año. Pero para atajar la raíz del problema no bastan los nombramientos. “Aunque es importante que tengamos un Gabinete con igualdad de género, uno de los pocos en el mundo, con una presidenta y una presidenta de la Corte Suprema, la representación por sí sola no es suficiente. Esperamos cambios en políticas, así como la actualización de las leyes existentes y de la creación de otras nuevas”, señala Sehin Teferra, integrante del movimiento feminista Setaweet y, pese a todo, firme defensor de Abiy Ahmed.

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Desplazados gedeo en West Guji, Etiopia. (MAHEDER HAILESELASSIE TADESE/AFP/Getty Images)

Probablemente, la palabra que mejor defina al nuevo líder etíope es medemer, un término amharico -la lengua mayoritaria del país- que alude a la unidad y a la capacidad de sumar y que resume uno de los guiños que incluye habitualmente en sus discursos: “Construye puentes, derriba muros”.

 

La revancha del antiguo régimen y la pobreza macroeconómica

A diferencia de sus predecesores, Abiy Ahmed cuenta con un importante apoyo popular que, si bien se no puede traducir en cifras, sí tiene su particular eslogan: la “Abiymania” que ha conquistado las redes sociales y las portadas de la prensa internacional. Pero el respaldo ciudadano, mayoritario entre la comunidad oromo, no esconde la fragilidad de su liderazgo. De ahí que haya tenido que medir sus decisiones, obviando hasta el momento pronunciarse sobre las reclamaciones más controvertidas del colectivo oromo, como el reconocimiento de la capital, Addis Abeba, como territorio propio de la Oromía, o la reforma agraria. El proceso de paz con el Ogaden National Liberation Front (ONLF), histórico rival de los oromo, que desde 1984 lleva reclamando la independencia de esta región rica en gas y otros recursos naturales, tampoco ha gustado entre sus seguidores. De hecho, algunas facciones radicales de la minoría oromo ya han empezado a criticar al primer ministro, quien debe hacer equilibrios para no soliviantar al resto de comunidades.

En un país con más de 80 grupos étnicos, las tensiones entre minorías son constantes. A los irob, el acuerdo de paz con Eritrea les ha puesto en alerta ante la posibilidad de que su comunidad resulte partida en dos. Mas es la comunidad tigray, que apenas representa el 6% de los casi 100 millones de habitantes del país, la que más condiciona el futuro de Etiopía, que llevan controlando desde que derrotaron al Derg comunista en 1991.

Pese al nombramiento de Abiy, los tigray siguen manteniendo puestos decisivos dentro del Gobierno, los negocios y las fuerzas de seguridad. Y no todos ven con buenos ojos sus decisiones, especialmente después de que el pasado mes de noviembre altos cargos tigray fueran detenidos acusados de violaciones de los derechos humanos y su caso exhibido en las televisiones estatales. El líder de la facción tigray en la coalición de Gobierno, Debretsion Gebremichael, ya ha acusado a Abiy de buscar “arrodillar a la población tigray”  y ha advertido sobre las tensiones étnicas que esto está provocando. La respuesta del primer ministro, aludiendo a “hienas” y “fuerzas saboteadoras” que intentan frenar las reformas, no ha hecho más que escalar la retórica de conflicto.

De hecho, analistas como Florian Bieber o Wondemagegn Tadesse Goshu alertaron recientemente en un artículo en Foreign Policy del “riesgo de balcanización” al que se enfrenta Etiopía. “Cuando Abiy habla de saboteadores en sus discursos, está claro que se refiere a aquellos que prosperaron bajo la administración anterior, un círculo vinculado a la élite tigray. El proceso reformista tiene el objetivo de descentralizar el poder y hacer que el Gobierno y el liderazgo sean mucho más inclusivos de lo que lo fue entre 1991-2018. Para ello, las élites de tigrayan tendrán que perder las ventajas y el dominio que han disfrutado durante casi tres décadas, lo que no se han tomado a bien y han intentado sabotear”, concluye Zelalem.

En menos de un año como líder del país, Abiy ha tenido que hacer frente a un intento de asesinato con el lanzamiento de granadas durante un mitin el pasado mes de julio y a varias insubordinaciones militares. Aunque hay informaciones contradictorias, la acusación de la Fiscalía responsabiliza al OLF de estar detrás del atentado terrorista, pocos son los que dudan del rol de los antiguos mandos tigray en la ofensiva contra el primer ministro. “El reto para 2019”, continúa el analista política, “es ver si será capaz de navegar en esta tormenta provocada por los antiguos autócratas” y que se tradujo en la primera mitad de 2018 en 1,4 millones de nuevos desplazados internos, la mayor cifra del mundo provocada por conflictos en el mundo. El conflicto en las zonas fronterizas de la Región de las Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur (SNNPR) entre los guji, una tribu oromo y los gedeo están detrás de buena parte de estas cifras.

Más allá de la violencia, la otra gran amenazada para el futuro de Etiopía es la pobreza. Más de 22 millones de personas continúan viviendo por debajo del umbral de la pobreza pese al crecimiento macroeconómico continuado de las últimas décadas, de un 8,5% en 2018. China se ha convertido en el gran adalid del crecimiento etíope, no solo como inversor, sino como principal socio comercial. Las aportaciones chinas han permitido desarrollar una nueva red de autopistas, el importante tren a Yibuti, así como el desarrollo de nuevos proyectos hidroeléctricos y de telecomunicaciones. Aunque quizás lo más llamativo para quien se acerca a Etiopía por primera vez es la construcción de un nuevo aeropuerto con financiación china.

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Un grupo de jóves celebra la vuelta del Oromo Liberation Front, como parte de una reforma llevada a cabo por el primer ministro de Etiopia. (YONAS TADESSE/AFP/Getty Images)

La política económica de Abiy, encaminada hacia la liberalización de sectores claves hasta ahora controlados por el Gobierno, con la privatización de la emblemática Ethiopian Airlines como símbolo de los nuevos tiempos, permitirá probablemente seguir abrillantando las cifras macroeconómicas, pero hace falta que se traduzca en una mejora efectiva en la vida de la gente. Y hasta ahora no lo ha hecho.

“Etiopía tiene una de las economías que más ha crecido en la última década, pero esto no ha supuesto prácticamente nada por la vida de quienes languidecen en las capas más bajas de la sociedad. El principal desafío del Gobierno de Etiopía será garantizar que los beneficios económicos puedan llegar a los que se encuentran sumidos en la pobreza”, resume Zelalem. Por el momento, Abiy ha confiado también su política social a la cooperación china, impulsando las becas para estudiar en el gigante asiático o la puesta en marcha de programas de asistencia médica, agricultura o desarrollo industrial. Ahora solo queda esperar para comprobar los resultados.

Aunque en una sociedad en la que alrededor del 70% de la población es menor de 30 años, estos no pueden tardar demasiado. Los jóvenes demandan un futuro. Empezando por un empleo. Las cifras oficiales dicen que el desempleo juvenil apenas supera el 7,5%, cuando en 2013 reconocían que sobrepasaba el 50%. En las calles no entienden de cifras. Pero sí de futuro. Por eso han pasado por alto algunos tics autoritarios del nuevo líder etíope, como el arresto el pasado septiembre de 3.000 jóvenes acusados de incitar la criminalidad o sus injerencias en un sistema judicial politizado, pero si el cambio que ansían no se consuma, pronto volverán a salir para reclamarlo. Los mismos jóvenes que auparon a Abiy Ahmed podrían hacerlo caer. Ya lo hicieron con su predecesor.

 

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