El presidente Joe Biden y la primera dama, Jill Biden, llegan a un mitin en Washington DC después de las elecciones de mitad de período. (Nathan Posner/Anadolu Agency via Getty Images)

Así es como el pulso ideológico en asuntos como el aborto, los derechos LGTBI y las políticas climáticas, entre otros, han sido clave para evitar la anunciada ola roja republicana.

Las elecciones legislativas de medio mandato del pasado 8 de noviembre no consistieron sólo en la renovación de las dos cámaras del Congreso o la elección de 36 gobernadores y otros cargos estatales de relevancia. En el clima de polarización máxima en el que vive el país desde hace más de una década, los estadounidenses acudieron a las urnas también para, de manera más o menos directa, según los casos, pronunciarse sobre diversos asuntos de la llamada guerra cultural, un pulso ideológico que tiene su traslado en la batalla política y electoral. Si se analizan los datos de lo votado, el Partido Demócrata ha ganado con creces la partida en ese sentido y, quizás por eso, la formación de Joe Biden acabó salvando los muebles y evitando la ola roja que habían anunciado los republicanos.

Por primera vez en la historia, unas elecciones de medio mandato no solo iban a ser un referéndum contra el presidente en ejercicio y su partido, sino también contra el (casi) autoproclamado líder de la formación rival, el expresidente Donald Trump. Así que cada voto tenía dos caras: una, para dirimir esta cuestión, y la otra, más de fondo, la posición del votante, expresada de forma directa (en los referéndums celebrados en diversos estados) o indirecta, sobre candidatos o programas vinculados a asuntos clave de esa guerra cultural tales como la inclusividad social y diversidad cultural, cuestiones morales como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo o el papel de la religión en la vida social, el cambio climático o el rol del estado en la vida pública (especialmente en cuanto a la subida de impuestos a los ricos o la aprobación de políticas sociales).

Se trata de cuestiones ideológicas o morales donde tanto el Partido Demócrata como el Republicano llevan años centrando buena parte de su pugna por el poder, especialmente desde 2009, con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y con la creación ese mismo año del Tea Party.

A los comicios se llegó aún con la onda expansiva del puñetazo sobre la mesa de los republicanos precisamente en el terreno de la guerra cultural: la sentencia de junio del Tribunal Supremo que derogó el derecho al aborto en EE UU. El dictamen dejaba su regulación y, por lo tanto, su posible prohibición en manos de los estados.

Esto supuso poner sobre la mesa un eje nuevo para unas elecciones de medio mandato. Según una encuesta de la CNN realizada a pie de urna en la noche electoral, de entre todos los temas que llevaban a los estadounidenses a votar, el primero fue la preocupación por la economía, en especial, por la inflación, con el 31%, pero seguido de muy cerca por el aborto, con el 27%.

El ascenso de este tema en la escala de preocupación social se explica también por el hecho de que la sentencia del aborto no versó solo sobre la interrupción voluntaria del embarazo. En su dictamen, además, la corte dejó claro que esto no era un tema jurídico técnico, sino vinculado con la guerra cultural: los jueces conservadores incluyeron comentarios (sobre todo el magistrado Clarence Thomas) en los que se sugería que otros derechos similares del ámbito de la moralidad privada podrían ser revisables en la misma línea, como el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, un derecho, precisamente, que el Supremo validó en una sentencia de 2015 (el caso Obergefell versus Hodges), cuando Barack Obama era presidente. 

Otras sentencias del Supremo se sumaron después a la interpretación de la guerra cultural, como una de julio en la que el alto tribunal limitaba el papel del gobierno federal en la lucha contra el cambio climático y otra del mismo mes en la que dictó en contra de la separación entre Iglesia y estado.

La ola que sí emergió fue la ‘ola arcoíris’

Así que en las elecciones de medio mandato los estadounidenses se pronunciaron, de un modo u otro, sobre esto, y el vencedor fue, de largo, el Partido Demócrata. Por un lado, esto explica, al menos en parte, que con un presidente con un bajo índice de aprobación como Joe Biden (un 40%, el más bajo desde George W. Bush en 2006 y, antes que eso, el más bajo desde Harry Truman en 1950) y con la inflación más elevada en 40 años, la anunciada ola roja republicana no hiciera acto de presencia: los demócratas han logrado mantener el Senado (donde empataron a escaños con los republicanos) y, salvo sorpresa final, todo apunta a que perderán el control de la Cámara de los Representantes pero por un margen muy estrecho (menos de 20 escaños, cuando los voceros de la ola roja hablaban de hasta 60 de diferencia).

Pero hubo indicadores específicos y menos dados a la hermenéutica. Uno de ellos es la aparición de la verdadera ola que ha emergido sotto voce en estas elecciones, la ola arcoíris.

Electores observan los resultados de las elecciones que dan la victoria a la demócrata Tina Kotek como gobernadora de Oregon. (Mathieu Lewis-Rolland/Getty Images)

Según el Fondo para la Victoria LGTBI, una organización que trabaja con el objetivo de elegir a más personas de este colectivo para cargos públicos, un total de 340 candidatos abiertamente LGBTI que se presentaron a estos comicios lograron ganar, una cifra que supone un récord absoluto en la historia de Estados Unidos.

La presidenta de esta asociación, Annise Parker, fue precisamente quien calificó estas cifras de “ola arcoíris” y la vinculó a un rechazo social claro a las acciones tomadas por los políticos conservadores estatales y federales para restringir los derechos de las personas LGBTQ, en particular los jóvenes transgénero.

“Con tanto en juego en estas elecciones, desde el futuro de la igualdad matrimonial hasta el aborto, el valor de los candidatos LGBTI y el excepcional apoyo de las bases han dado dando sus frutos”, dijo en un comunicado.

De entre los muchos candidatos LGTBI que vencieron en la noche electoral destacan los de las demócratas Tina Kotek y Maura Healey, que se han convertido en las dos primeras gobernadoras lesbianas del país, la primera por Oregón y la segunda por Massachusetts. De tal envergadura fue la ola arcoíris que ahora mismo solo dos de los 48 estados del país, Luisiana y Misisipi, son ya los únicos que no han tenido nunca un diputado LGTBI en sus congresos estatales.

Es una señal clara del rechazo social a las presuntas intenciones del Supremo de revisar los derechos adquiridos en relación a la comunidad LGTBI, según se sugería en la sentencia del aborto. Pero es que este asunto, la prohibición del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, también recibió un serio varapalo.

Los demócratas ganan los cinco referéndums sobre el aborto

Se celebraron cinco referéndums estatales sobre la cuestión y en los cinco salió refrendado que se garantice este derecho. Tres estaban planteados en positivo: se le preguntaba al ciudadano sobre si daba su voto a incorporar ese derecho a la constitución estatal. Así se planteó en los estados demócratas y muy progresistas de California y Vermont y en el más dual Michigan, si bien gobernado por una demócrata, Gretchen Whitmer.

Más destacable para los demócratas fue el resultado de los referéndums en estados conservadores como Kentucky o Montana, donde se planteó la cuestión a la inversa: si el ciudadano quería restringir el derecho al aborto. En ambos, el no venció por algo más del 52% de los sufragios. Estos datos no son nuevos: son una reedición del resultado del referéndum en la conservadora Kansas de principios de agosto, que había sido planteado en la misma línea.

Voluntarios a favor de la Propuesta 3, sobre el aborto, se reunen en un colegio electoral de Dearborn, Michigan. (Brandon Bell/Getty Images)

En Michigan, además, hubo elecciones a gobernador. La actual gobernadora Whitmer se señaló particularmente haciendo campaña en defensa de este derecho. Resultado: aumentó la ventaja sobre su rival republicano respecto a hace cuatro años. Venció en casi 11 puntos en esta ocasión, mientras que en las anteriores elecciones estatales lo había hecho por 9,5 puntos. Otro ejemplo más de que la polarización y la guerra cultural (como elemento clave en dicha polarización) se le volvió en contra al Partido Republicano y fue vital en formar el dique de resistencia de los demócratas.

Elecciones a gobernador en 36 estados

En los comicios a gobernador, los candidatos demócratas llevaban las políticas sociales y lucha contra el cambio climático como dos de sus temas clave, en consonancia con el partido a nivel federal y con las políticas impulsadas por Joe Biden desde la Casa Blanca (especialmente, la Ley de Reducción de la Inflación, o Inflation Reduction Act, aprobada en agosto y que incluye inversiones climáticas por valor de 369.000 millones de dólares).

Los demócratas han conseguido levantar un estado a los republicanos, de modo que, a falta de los resultados de Nevada (previsiblemente demócrata) y Alaska (que caerá del lado republicano), ambos partidos han recortado las diferencias en este terreno: el partido de Biden tiene 23 estados y los republicanos 25.

Sobre el cambio climático ha habido dos referéndums, uno en Nueva York y otro en California, aunque estaban vinculados ambos a los impuestos. Aquí el resultado ha sido dispar: el neoyorkino salió adelante, pero no el californiano. El primero fue aprobado por 35 puntos: se preguntaba si el elector autorizaba al estado a vender bonos para recaudar fondos con los que financiar proyectos climáticos por valor de hasta 4.200 millones de dólares. En California, se preguntaba al votante si aprobaba instaurar un impuesto del 1,75% sobre los ingresos superiores a dos millones de dólares para financiar los vehículos eléctricos, construir estaciones de carga y contratar bomberos para los incendios forestales. El 60% de los votantes rechazaron la propuesta.

Sin embargo, la clave en este fracaso fue que el propio gobernador, el demócrata Gavin Newsom, quien ganó ampliamente su reelección, había hecho campaña en contra. La propuesta había sido respaldada por la empresa Lyft y, según Newson, la medida acabaría siendo una excepción corporativa a esa compañía, que se enfrenta a un mandato estatal que obliga a que el 90% de los vehículos de transporte compartido sean eléctricos para 2030. Por lo tanto, el rechazo no se ha debido a posturas anticlimáticas de la población de California, mayoritariamente demócrata. El clima, de hecho, es uno de los grandes temas de este partido.

Biden: “Quiero agradecer especialmente a los jóvenes”

El miércoles por la tarde, Biden, en una comparecencia ante los medios en la Casa Blanca, sacó pecho de los resultados de su partido en estos comicios y señaló que no iba a cambiar el rumbo de sus políticas sino, todo lo contrario, a seguir ahondando en ellas.

La ola roja no apareció y estos resultados, argumentó, refrendaban sus políticas. El presidente, de hecho, señaló directamente a temas como el cambio climático y a un sector muy concreto de la población, los jóvenes: “Quiero agradecer especialmente a los jóvenes de esta nación que han vuelto a votar en cifras históricas, como lo hicieron hace dos años. Votaron para seguir abordando la crisis climática, la violencia con armas de fuego, sus derechos y libertades personales y el alivio de la deuda estudiantil”, dijo el presidente.

Precisamente, en el sector joven, una generación que es más activista que las franjas mayores, es donde los demócratas están ganando más ampliamente la guerra cultural. El voto de la juventud ha sido fundamentalmente demócrata en estos comicios. Alrededor del 27% de los votantes de entre 18 y 29 años votaron en las elecciones de mitad de período de este año, según una estimación del Centro de Información e Investigación sobre el Aprendizaje y el Compromiso Cívico (CIRCLE, en inglés) de la Universidad de Tufts. Los comicios de 2022 tuvieron la segunda mayor participación entre los votantes menores de 30 años en al menos las últimas tres décadas. 

De este modo, los votantes jóvenes también tuvieron una influencia significativa en los resultados de los comicios en algunas de las carreras clave en esos estados disputados. Según este estudio, este sector de la población prefirió a los candidatos demócratas por un margen de 28 puntos. Los jóvenes “han mantenido las elecciones realmente reñidas y en algunos casos creemos que han decido el resultado de las mismas”, señaló Kei Kawashima-Ginsberg, director del sondeo, en un comunicado.

Ante esto, Biden señaló en su comparecencia que su administración seguiría trabajando en reforzar las políticas sociales, como la mejora de los seguros públicos de salud o la rebaja de la deuda estudiantil (que implican, desde el punto de vista de la guerra cultural, una mayor presencia del estado en los asuntos públicos, frente a la privatización preconizada por los republicanos), la lucha contra el cambio climático y el intento de aprobar una ley federal para proteger el derecho al aborto. De hecho, preguntado sobre si en los dos últimos años de su mandato daría una dirección diferente a sus políticas, fue rotundo: “En lo fundamental, no voy a cambiar nada”.

La Florida de DeSantis, la excepción, pero…

Los votos le dan la razón a Biden y en el panorama de la guerra cultural los demócratas han vencido esta batalla de las elecciones de medio mandato. La única excepción a esta regla fue la arrasadora victoria del conservador Ron DeSantis en Florida.

El gobernador, promotor en ese estado de las llamadas leyes Don’t Say Gay Act y Stop WOKE Act durante la pasada legislatura, venció a su rival demócrata por casi 20 puntos de margen y 1,5 millones de votos, cuando hace cuatro años ganó por apenas 40.000 papeletas. DeSantis celebró su victoria apelando a un tema clave la guerra cultural, la lucha contra lo que los republicanos denominan la “ideología woke”: “Hemos respetado a nuestros contribuyentes y rechazamos la ideología woke. Luchamos contra lo woke en la legislatura, luchamos contra lo woke en las escuelas, luchamos contra lo woke en las empresas. Nunca, jamás, nos rendiremos ante la mafia woke. Florida es el lugar donde lo woke va a morir”.

El gobernador de Florida, Ron DeSantis, da un discurso de victoria después de derrotar al candidato demócrata. (Octavio Jones/Getty Images)

A pesar de todo, la victoria de DeSantis se debió también a su rol de líder emergente y de rival de Trump dentro del Partido Republicano. Su victoria fue una llamada de atención de los votantes de ese estado sobre Trump, cuya residencia privada de Mar-a-Lago está, de hecho, en Florida. Si en algún sitio hubo un referéndum especial sobre el ex presidente el 8 de noviembre, ese lugar fue Florida. La victoria de DeSantis significa sobre todo que EE UU quiere pasar la página de Donald Trump.

Ésa es la reflexión general que cada vez más está calando en el sector político republicano e incluso en el mediático: las críticas a Trump y el anuncio del fin de su época se ha producido desde medios tan poco sospechosos como Fox News, The York Post o The Wall Street Journal, que mencionan ya al expresidente como una herencia negativa, como un nombre que resta, como agua pasada, como un cadáver político.

Acaso la ola roja que nunca llegó y la caída en desgracia de Donald Trump para su propio partido son los mejores indicadores de que en estas elecciones los demócratas se han declarado victoriosos en la guerra cultural.