Un participante en una protesta contra la brutalidad policial se enfrenta a un manifestante que participa en una contramanifestación en Miami, Florida (Joe Raedle via Getty Images)

Esta mirada académica crítica sobre cómo las instituciones son responsables de la persistencia del racismo en la sociedad estadounidense se ha convertido en la excusa conservadora para censurar la historia del país.

En Estados Unidos, el año académico comenzó a mediados de agosto y, aparte de las peleas por las vacunas y las mascarillas, hay otra guerra cultural en marcha, sobre la teoría crítica de la raza. Una guerra cultural por una teoría es indudablemente peculiar, pero los medios de derechas y la clase política han conseguido atemorizar a sus seguidores, fundamentalmente blancos, por lo que dicen que son unas ideas radicales que culpan a todas las personas blancas de ser racistas y opresoras y califican a todas las personas negras de víctimas. Aseguran que se está utilizando para adoctrinar a todo el mundo, desde niños en edad escolar hasta los trabajadores de los organismos federales. Esta reacción contra un marco legal académico tiene desconcertados a los estudiosos que llevan años trabajando con esta teoría un tanto abstrusa que aborda el racismo institucional. Es importante porque tiene consecuencias en la vida real: hay en todo EE UU consejos escolares y estados que han aprovechado la controversia para prohibir que se hable del racismo en sus aulas.

¿Qué es exactamente la teoría crítica de la raza? No es nada nuevo; es objeto de estudios académicos desde los 70, cuando los expertos legales empezaron a preguntarse por qué persistían las disparidades raciales a pesar de décadas de reformas para promover los derechos civiles. Posteriormente, un seminario en un retiro organizado por la profesora de Derecho de UCLA Kimberlé Williams Crenshaw, titulado “Nuevos avances en la teoría crítica de la raza”, la consolidó como campo académico. Cuando un periodista del diario The New York Times le pidió una definición de la teoría, Crenshaw destacó que “ha despertado interés ahora solo porque la derecha conservadora ha dicho que es una serie de ideas subversivas” y añadió que la cobertura informativa está convirtiendo el tema en un problema mayor de lo que era.

La teoría crítica de la raza procede de una larga corriente de la ciencia política y la sociología que arroja una mirada crítica sobre las instituciones y los sistemas que componen la democracia. Mari Matsuda, profesora de Derecho en la Universidad de Hawái, explica: “El problema no son las malas personas. El problema es un sistema que reproduce las malas acciones. Decir ‘Hemos hecho cosas que nos han perjudicado a todos y necesitamos encontrar una salida’ es compasivo e incluyente”.

En otras palabras, los que defienden la teoría crítica de la raza consideran a las instituciones establecidas responsables de la generalización y la persistencia del racismo en la sociedad estadounidense. Según esta teoría, a pesar de las reformas en materia de derechos civiles, siguen existiendo jerarquías raciales porque esas instituciones fueron creadas por y para los hombres blancos y, cuando una institución está arraigada, es muy difícil cambiarla. Las feministas plantean un argumento similar, que las instituciones que sostienen nuestra democracia no se crearon pensando en incluir a las mujeres.

No es un problema exclusivo de Estados Unidos, en absoluto. No hay más que ver quien creó cualquier sistema de gobierno actual en el mundo para ver, con toda probabilidad, quién sigue dominando ese sistema. El problema es que las instituciones suelen estar construidas de tal manera que hacen muy difícil cualquier cambio. Están rodeadas de leyes escritas y no escritas, a menudo culturales, ideas y mentalidades que son lo más difícil de transformar en cualquier sociedad.

Desde el punto de vista de alguien que ha investigado y enseñado mucha teoría, me resulta sorprendente ver que hay una que se ha incorporado al léxico general. La teoría académica no es precisamente algo que suela emocionar a nadie más que a los académicos, y es difícil e incluso imposible convertirla en el tipo de eslóganes que son tan eficaces para enardecer a una base de votantes. En cambio, son atajos que nos ayudan a explicar fenómenos políticos y sociales y, por tanto, muchas veces tienen fallos. Hay que pasearlas un poco, contratarlas con alguna prueba empírica y ver si se sostienen. Es inevitable que algunas pruebas las respalden y otras las refuten. Es un poco caótico, y una de las cosas que más a menudo digo en clase es: esto son ciencias sociales; no demostramos nada.

No obstante, el término teoría crítica de la raza se ha incrustado en la conciencia conservadora con una definición que tiene poco que ver con los estudios académicos en los que se basa. Después del asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco, el movimiento Black Lives Matter desató una conversación nacional sobre racismo que incomodó a algunas personas. El 1 de septiembre de 2020, el periodista e investigador del Manhattan Institute Christopher Rufo habló sobre la teoría crítica de la raza en Fox News y aseguró que sembraba las divisiones raciales cuando se utilizaba en la formación antiprejuicios obligatoria en los organismos federales. “Los conservadores tienen que abrir los ojos”, insistió. “Esta es una amenaza existencial contra EE UU”.

Y abrieron los ojos. Desde luego, el momento era muy oportuno, a solo un par de meses de las elecciones presidenciales de 2020, cuando el presidente Donald Trump iba mal en las encuestas y necesitaba algo que agitara a sus partidarios. Tres días después de la entrevista de Rufo en Fox el gobierno de Trump siguió su consejo y dictó esta orden ejecutiva: “Se ordena a todos los organismos que empiecen a identificar todos los contratos u otros gastos relacionados con cualquier formación sobre la teoría crítica de la raza’, el ‘privilegio blanco’ o cualquier otra formación o labor propagandística que enseñe o sugiera (1) que Estados Unidos es un país intrínsecamente racista o maligno o (2) que cualquier raza o etnia es intrínsecamente racista o maligna”.

Unas semanas más tarde, Trump pronunció un discurso en el que anunció la creación de “una comisión nacional para apoyar la educación patriótica”, llamada la Comisión 1776. Calificó la teoría crítica de la raza como “propaganda tóxica” y también criticó el Proyecto 1619 de The New York Times, un intento de redefinir la historia de Estados Unidos con énfasis en “las consecuencias de la esclavitud y las contribuciones de los estadounidenses negros como base de lo que nos contamos a nosotros mismos sobre quiénes somos como país”.

La gente marcha cerca del Capitolio del Estado de Colorado para protestar por la muerte de Daunte Wright y Adam Toledo el 17 de abril de 2021 en Denver, Colorado (Michael Ciaglo via Getty Images)

Aunque el presidente Joe Biden revocó inmediatamente estos decretos, no puede evitar que la cuestión siga ocupando y preocupando a los conservadores, ni tampoco puede remediar la profunda discrepancia entre lo que ellos creen que es la teoría crítica de la raza y lo que es en realidad. Por eso no es extraño que, un año después, la guerra cultural por esta teoría continúe a nivel local y en los estados, donde han entrado en vigor leyes que limitan la enseñanza de la historia estadounidense con la esclavitud en primer plano, así como sus problemas actuales con el racismo.

Hasta ahora, los estados de Idaho, Oklahoma, Tennessee, Texas, Iowa, New Hampshire, Arizona y Carolina del Sur han aprobado leyes en este sentido, aunque solo Idaho menciona específicamente la teoría crítica de la raza. Las leyes aprobadas prohíben enseñar que EE UU es un país intrínsecamente racista y también son contrarias a las discusiones sobre prejuicios conscientes e inconscientes, privilegios, discriminación y opresión. Muchas veces, estas prohibiciones chocan con los criterios para elaborar planes de estudio, que se fijan en los estados y que en ningún caso mencionan el uso de la teoría crítica de la raza.

En junio, el podcast “What A Day” habló con dos profesoras de estados que han prohibido estos debates, una de Texas y otra de Carolina del Norte. Ninguna había oído hablar siquiera de la teoría crítica de la raza hasta que se convirtió en un tema de discusión de la derecha el año pasado, pero ambas dijeron que, sobre todo, su obligación es enseñar la verdad y atenerse al plan de estudios. No sabían en qué iban a cambiar las cosas estas leyes tan vagas, pero les preocupaba que pudiera empujar a algunos padres a plantear la cuestión en los colegios o en las juntas de distrito.

Kmele Foster, David French, Jason Stanley y Thomas Chatterton Williams, caracterizados por The New York Times como “un grupo transversal de pensadores”, escribieron un artículo titulado “Estamos en desacuerdo sobre muchas cosas. Menos sobre el peligro de las leyes contra la teoría crítica de la raza”. Su conclusión era: “Siempre habrá discrepancias sobre la historia de cualquier nación. Estados Unidos no es ninguna excepción. Si la historia considera que EE UU es un país excepcional, será porque acogemos esos desacuerdos en nuestros espacios públicos como parte de nuestros valores nacionales siempre en evolución. Recurrir al aparato del Estado para impedirlos es una violación de esta visión común de Estados Unidos como una nación de debate libre, enérgico y abierto”.

Censurar la enseñanza de la historia en las escuelas es un grave ataque a los valores democráticos del país, para no hablar de que es negar a los niños el derecho a una educación sólida y veraz. El sociólogo e investigador de Brookings Victor Ray tuiteó el que quizá es el mejor argumento contra estas prohibiciones: “Aprobar leyes que prohíben la teoría crítica de la raza confirma el argumento de que el racismo está incrustado en las leyes”. Y no olvidemos el discurso de Biden en Tulsa, Oklahoma, para conmemorar el centenario de la famosa matanza racista: “No podemos decidir qué vamos a aprender lo que queremos saber en vez de lo que debemos saber”.

Es imposible mantener un debate serio sobre el tema cuando se ha enardecido a una de las partes basándose en una versión tergiversada de la teoría crítica de la raza y su papel en la educación sobre la raza y la historia de Estados Unidos. A la hora de la verdad, da la impresión de que Rufo, Trump y los medios de derechas han conseguido transmitir el mensaje que querían. En marzo, Rufo presumió de su victoria con un tuit: “Hemos conseguido solidificar ese nombre —“teoría crítica de la raza”— en la conversación pública y que inspire cada vez más opiniones negativas. Acabaremos por lograr que sea un nombre tóxico, a medida que incluyamos en esa marca todas las distintas insensateces culturales”.

A pesar de las bravatas de Rufo, una encuesta de Reuters/Ipsos llevada a cabo a mediados de julio reveló que solo el 43 % de los estadounidenses había oído hablar de la teoría crítica de la raza y que “la mayoría de los ciudadanos está a favor de que se enseñen a los estudiantes de bachillerato las consecuencias de la esclavitud (78%) y el racismo (73%) en Estados Unidos”.

Todos los países tienen realidades dolorosas e incómodas en su historia, como el Holocausto en Alemania o el pasado colonial en España y otros países europeos. Todos tenemos una historia terrible que contar, pero su enseñanza está llena de controversias, malentendidos y sentimientos heridos. Tenemos que ser capaces de ver estas cuestiones históricas en su totalidad y no como una especie de agresión contra las personas que vivimos en el mundo actual. Hay mucho que ganar si aprendemos a examinar el desagradable pasado de nuestros Estados más de frente, a reconocer los errores y a corregirlos. Así se fortalecerán nuestras democracias y, sobre todo, se reforzarán nuestros vínculos con el resto del mundo y habrá una credibilidad y una confianza que son hoy muy necesarias.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.