Soldado de la misión de paz de la UA en Somalia. (Simon Maina/AFP/Getty Images)

La elección del presidente Mohamed Abdullahi, Farmajo, fue recibida con estallidos de entusiasmo en la zona de habla somalí del Cuerno de África, pero, para resolver los males crónicos del país, tendrá que combatir la desconfianza existente en Etiopía y Kenia y obtener el respaldo de la Unión Africana.

La elección del nuevo presidente somalí, Mohamed Abdullahi, Farmajo, ofrece a los socios internacionales de Somalia una nueva oportunidad de redoblar los esfuerzos para promover la paz y la estabilidad en el país y en el Cuerno de África en general. Sin embargo, la esperanza de un futuro estable para esta nación desgarrada por la guerra puede durar poco si no se hace algo para calmar la tensa dinámica regional, en particular la desconfianza de las potencias de la zona, Etiopía y Kenia.

La abrumadora victoria de Farmajo el 8 de febrero no tiene precedentes. Aunque los estallidos de entusiasmo en la zona de habla somalí del Cuerno y la alegría de los ciudadanos y los soldados en Mogadiscio están dejando paso, como deben, a valoraciones más serias, será difícil no tener en cuenta que se ha producido un cambio trascendental.

Para garantizar que esta elección sea el preludio de una nueva era y que el capital político de Farmajo tenga buen destino, será necesario un nuevo compromiso diplomático de los socios en numerosos frentes, con el fin de respaldar las reformas nacionales y aplacar los ánimos regionales. La próxima Conferencia de Londres sobre Somalia, prevista para principios de mayo, constituye una oportunidad de hacerlo.

Un mandato popular

Muchos confían en que sea posible encauzar de forma productiva la credibilidad y el apoyo popular de Farmajo. Las negociaciones de reconciliación nacional, dirigidas a restañar las profundas heridas creadas por la guerra civil que se inició en 1991, están estancadas, y tal vez el sólido mandato de Farmajo sea lo que hace falta para resucitarlas.

Aunque todo el proceso electoral indirecto estuvo muy corrompido, los somalíes han conseguido culminar unos comicios relativamente creíbles y un traspaso de poder pacífico. El apoyo a Farmajo en muy diversos grupos —el más fuerte que ha tenido ningún presidente somalí— es una demostración de unidad poco frecuente en un país étnicamente homogéneo, pero con grandes divisiones entre clanes. Ese mandato es indispensable para hacer verdaderos avances en múltiples frentes, en especial para hacer realidad la reconciliación, poner fin a la corrupción y completar la Constitución.

Farmajo ha tenido a su favor varios factores que han contribuido a sellar su extraordinario triunfo. En primer lugar, explotó la creciente antipatía hacia la hegemonía de los abgal, un subclan de los hawiye del que salieron los dos últimos presidentes del país. También en otros clanes existía la frustración por el acuerdo implícito entre los abgal/hawiye y los majerteen/darod, que les permitía controlar y repartirse la presidencia y el puesto de primer ministro. Otro factor que contribuyó a la victoria de Farmajo fue la decisión del expresidente, Hassan Sheikh, de respaldar la reelección de Mohamed Osman Jawari, del clan digil/mirifle, como presidente de la Cámara, que le costó votos. Se trataba de un apoyo táctico cuyo propósito era hundir la campaña presidencial de Sharif Hassan Sheikh Adan, porque en el país impera la regla no escrita de que el presidente y el presidente de la Cámara no pueden pertenecer al mismo clan. La decisión provocó el resentimiento del clan digil/mirifle, que se unió para votar contra Hassan Sheikh.

En segundo lugar, Farmajo es muy popular entre los jóvenes y entre los somalíes que viven en el extranjero. Más de 125 de los 283 diputados y senadores somalíes proceden de la diáspora, y 165 son menores de 35 años. Además, aproximadamente el 30% de los diputados recién elegidos están afiliados a grupos de tendencia islamista, incluidos los movimientos salafistas y los Hermanos Musulmanes (excepto Damal Jadid, el grupo de Hassan Sheikh), que siempre se han manifestado en contra de la supuesta amistad del anterior presidente con Etiopía y la intromisión del país vecino en los asuntos políticos de Somalia.

En tercer lugar, a Farmajo le benefició una gran ola de fervor nacionalista y una percepción muy extendida de que podía ser la persona adecuada para construir un Ejército Nacional fuerte, acelerar la salida de la misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM en sus siglas en inglés). estabilizar la seguridad, impedir las intervenciones de los países vecinos y proteger la dignidad y la soberanía del país.

Carteles de los candidatos a la presidencia de Somalia. (Mohamed Abdiwahab/AFP/Getty Images)

Grandes expectativas

La tarea inmediata de Farmajo será administrar unas expectativas desmesuradas. Si no toma medidas inminentes para cumplir sus promesas de reconstruir las fuerzas de seguridad y las instituciones del Estado, hacer frente a la corrupción y unir al país, el descontento podría desencadenar una seria reacción popular.

Un gran impedimento directo para que Farmajo cumpla su programa es el que presentan las clases dirigentes. Los jefes de los clanes componen una especie de "Estado profundo" muy corrupto que suele actuar en contra de los intereses de la gente. Algunos creen que esta red fue la causante de que Farmajo tuviera que dejar de ser primer ministro en 2011. Será difícil hacer avances significativos si no se controla a estas facciones mediante una mezcla de cooptación y coacción.

Las elecciones pusieron también de relieve hasta qué punto la financiación extranjera encubierta de determinados políticos ha alimentado las acusaciones de clientelismo y ha sido un obstáculo para la transformación democrática de Somalia. Se ha acusado a los países de la región, y en particular a los Estados árabes del Golfo, de dar dinero a los cinco candidatos presidenciales más importantes. Gestionar los intereses extranjeros contrapuestos en futuras elecciones presidenciales y reducir la corrupción que provoca la financiación extranjera ilícita debe ser una prioridad para el Gobierno de Farmajo. Una posible solución institucional sería formalizar la Comisión de la Integridad, creada unos días antes de las elecciones presidenciales para acabar con los sobornos.

Desconfianza regional

En la esfera regional e internacional, la intención declarada por Farmajo de remodelar la política exterior de su país puede ser un reto formidable, entre otras cosas porque su victoria se debió, en parte, a su imagen de nacionalista acérrimo opuesto a la intromisión de otros países, en particular Etiopía y Kenia. Como jefe de Estado, tendrá que actuar con todas las cautelas para sortear la política regional y calmar las inquietudes de esos poderosos vecinos, que desconfían de sus políticas.

Las crecientes tensiones entre Egipto y Etiopía (por el agua del Nilo, la Gran Presa del Renacimiento y Sudán del Sur) podrían extenderse a Somalia y complicarle también las cosas a Farmajo. Es inevitable que la velocidad a la que El Cairo ha mostrado su satisfacción por el nuevo presidente de Somalia aumente la preocupación de Etiopía por el incremento de la influencia árabe en el país.

El resurgimiento del nacionalismo somalí que, en teoría, encarna Farmajo preocupa especialmente en Etiopía, y eso también podría ser un problema equiparable, o incluso mayor, para el presidente. Etiopía y Somalia son rivales históricos, y Addis Abeba ha intervenido repetidamente en su vecino del este desde que cayó el gobierno central, en los primeros años de la década de los 90. En 2006, Etiopía se apresuró a desplazar al popular gobierno islamista de la Unión de Tribunales Islámicos (UTI) que había conseguido restablecer la paz en Somalia en solo seis meses. Addis Abeba pensaba que la actitud antietíope de la UTI y la retórica nacionalista sobre una "gran Somalia" —con la incorporación de las zonas somalíes deshabitadas en países vecinos— eran una amenaza y actuó en consecuencia.

El presidente de Somalia, Mohamed Abdullahi, ‘Farmajo’, tras ganar las elecciones. (Mustafa Haji Abdinur/AFP/Getty Images)

Si Farmajo adopta esa misma postura antagónica —como exigen sus bases populares "nacionalistas"—, Etiopía tomará rápidas medidas para debilitar al nuevo Gobierno de Mogadiscio, independientemente de lo que se haya progresado en los problemas internos del país. Farmajo tendrá que actuar con precaución respecto a Etiopía y Kenia —que comparte muchas de las preocupaciones etíopes sobre el nacionalismo de Somalia, dado el gran número de somalíes que viven allí— y tratar de destacar que tanto a él como a los dos grandes vecinos les interesa una Somalia estable.

El nuevo presidente parece ser sensible a estas preocupaciones y ha enviado emisarios a Nairobi y Addis Abeba con mensajes tranquilizadores y de buena voluntad. Ese es un paso muy positivo, que la comunidad internacional debe apoyar y respaldar.

No obstante, existen indicios de un posible empeoramiento de las tensiones regionales. Los activistas partidarios de Farmajo en las redes sociales han hecho pública la fotografía de un alto funcionario etíope en una sede electoral con un pie que decía "Etiopía destrozada por los resultados de las elecciones". Estas bravuconadas se difundieron ampliamente por todas las zonas de habla somalí del Cuerno y entre la diáspora. No parece que la gran popularidad interna de Farmajo le pueda proteger frente a la fragilidad de las relaciones de Somalia con sus vecinos, y, si Etiopía tiene la sensación de que sus intereses y su influencia están en peligro, es casi indudable que tratará de desbaratar el programa de reformas del presidente.

El papel de la Unión Africana

Las recientes elecciones en Somalia representan otro hito importante en el país: el décimo aniversario de la presencia de AMISOM, la fuerza regional de paz. En este periodo, la misión internacional ha ayudado a las fuerzas del Estado a luchar contra los militantes de Al Shabab, ha proporcionado ayuda humanitaria y ha entrenado a las fuerzas de seguridad somalíes.

Sin embargo, los problemas de recursos y funcionamiento de la misión no están resueltos, y eso disminuye su capacidad de mantener la paz. La Unión Africana (UA) debe abordar esas disfunciones, las rivalidades nacionales y las fricciones entre los países que aportan tropas: Uganda, Burundi, Kenia, Etiopía y Yibuti. Esas tensiones reducen la eficacia militar de AMISOM en la lucha contra Al Shabab y hacen que sea más incoherente hablar de la salida de la misión de Somalia, que está previsto que empiece en 2018. Un abandono precipitado sería catastrófico para el país y la región.

Desde el despliegue de AMISOM, Al Shabab está mucho más debilitada, pero sigue siendo una fuerza letal con capacidad para seguir desestabilizando el país durante años. Cuando Farmajo era primer ministro, Al Shabab perdió gran cantidad de territorio y tuvo que acabar retirándose de la capital. Con un gobierno estable encabezado por él, será posible hacer más esfuerzos para garantizar la coordinación entre las fuerzas de paz regionales y las de seguridad nacional para intensificar la campaña contra las milicias islamistas, sobre todo desde que un grupo local, que proclamó su lealtad a Daesh, se apoderó de una franja de la costa somalí a finales del año pasado.

Desde las elecciones, existen motivos para un optimismo moderado; la semana pasada, varias fuentes somalíes hicieron circular la información de que una importante facción disidente de Al Shabab, dirigida por Mukhtar Robow Abu Mansur, estaba pensando en rendirse al nuevo Gobierno somalí, como reconocimiento de la inmensa popularidad de Farmajo. Ese sería un gran impulso para la nueva Administración, y deben hacerse todos los esfuerzos posibles para ayudarla a identificar a los miembros de las milicias que estarían dispuestos a llegar a un acuerdo. Al mismo tiempo, la UA y otros socios internacionales deben empujar al presidente a que dé prioridad a la reconciliación nacional.

 

El artículo original ha sido publicado en International Crisis Group

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia