El Partido Democrático del Kurdistán (PDK) ha salido muy reforzado de las elecciones parlamentarias, pero su avaricia y su sed de venganza con la oposición ponen en riesgo los equilibrios de poder regionales. Su posición de debilidad frente a Bagdad y las crisis internas son lo único que frena su ambición.

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Kurdos con banderas y en el medio la foto del líder del Partido Democrático del Kurdistán , Massud Barzani, en Erbil, 2018. SAFIN HAMED/AFP/Getty Images

Poniendo punto y final al ciclo electoral que arrancó con los comicios de Irak en mayo, el Kurdistán iraquí tuvo el pasado 30 de septiembre una nueva cita con las urnas para renovar su Parlamento regional. Tal y como estaba previsto, los resultados otorgaron una victoria clara para los dos partidos que han controlado la zona durante los últimos 26 años –el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK)– mientras que la oposición a su duopolio cayó en picado.

Sin haber apenas digerido la votación, algunos de los más altos cargos de estos dos partidos se desplazaron hasta Bagdad, donde tan solo dos días después el Parlamento iraquí se reunió para nominar al nuevo Presidente del país como parte del proceso –aún en marcha– de renovar instituciones tras los comicios celebrados en mayo. Desde 2005, este cargo se ha reservado a un kurdo siguiendo la distribución de poder realizada entre los tres grandes grupos étnico-sectarios de Irak, por la cual un árabe chií será, a su vez, Primer Ministro, y un árabe suní Presidente del Parlamento. Los kurdos, como parte de un pacto tácito entre los dos grandes partidos de la región, siempre han concedido el puesto a una figura de la UPK, a cambio de que el PDK ostentase la Presidencia regional en el Kurdistán.

Pero a diferencia de anteriores ocasiones, la concurrencia de dos factores en el transcurso de estos dos ordinarios procesos ha sentado las bases para que se desate una nueva lucha de poder en la región.

Por un lado, el modesto 57% de participación registrado en las elecciones kurdas dejó vía libre para que las formaciones con la maquinaria más engrasada arrasaran. Y aquí el PDK no tiene competencia. Con unas fuerzas de seguridad a su fiel servicio, una nutrida red de patronazgo y una implantación territorial en la mitad oeste de la región que no entiende de abstención, el PDK ha conseguido, a falta de que la Comisión Electoral anuncie los resultados oficiales, 45 escaños de un total de 111, lo que le sitúa cerca de la mayoría absoluta en el Parlamento. La UPK, a su vez, también movilizó a los suyos de una forma similar para recuperar la oposición, pero su cuestionada hegemonía en el este del Kurdistán ha dejado a esta formación con solo 21 diputados, muy lejos de su histórico rival y a merced de estos últimos para influir, o incluso participar, en la próxima legislatura.

Por otro lado, tomando como excusa su buena actuación en los comicios iraquíes, en los que le sacó 7 escaños de diferencia a la UPK, el PDK osó cuestionar la legitimidad de sus rivales para ostentar la Presidencia en Irak. Pero a pesar de sus intentos para apuntalar a Fuad Hussein al cargo, Barham Salih, histórico de la UPK y con crédito entre los centros de poder en Bagdad, Teherán y Washington, se impuso en una votación no exenta de polémica. Una derrota que Masud Barzani, líder del PDK y la figura más poderosa de Kurdistán, no dudó en criticar, y que podría llevar a los suyos a tensar aún más su relación con la UPK en casa, donde su poder es incontestable.

A pesar de que la rivalidad entre ambos se remonta a los 70, la actual crisis se gestó con las discrepancias sobre la celebración del referéndum de independencia en Kurdistán en 2017 y, más importante aún, con sus demoledoras consecuencias. En el centro de estas se encuentra la acusación de traición contra la UPK por pactar a escondidas con Bagdad (bajo la fuerte presión de Irán, principal aliado internacional de la UPK) la retirada de algunos territorios en disputa con Erbil como la codiciada Kirkuk, que los kurdos controlaban desde la guerra contra el autoproclamado Estado Islámico. Un movimiento que generó un enorme recelo en el PDK, y que ahora podrían hacerles pagar.

 

El PDK se desata

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Una mujer kurda votando en las elecciones, Región Autónoma del Kurdistán, septiembre. SAFIN HAMED/AFP/Getty Images

La primera oportunidad de los partidos kurdos para tomar el pulso a los suyos tras el referéndum fueron las elecciones de mayo en Irak, cuya baja participación, fraude y dificultades de la oposición para articularse tenían todos los números de repetirse en unos comicios en Kurdistán. Un escenario ideal para un PDK que no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de arrasar y a la vez hundir a la oposición, como finalmente ocurrió.

Liderando esta caída se ha situado el movimiento Gorran, que, a pesar de haberse erigido en los últimos años como la gran alternativa al PDK y la UPK desde su feudo en Suleimania, en esta ocasión ha conseguido cosechar la mitad de escaños que en 2013, pasando de los 24 que le aseguraron entonces el segundo puesto a tan solo 12.

El resto de la oposición, entre los que figuran Nueva Generación, la Coalición para la Democracia y la Justicia y los islamistas, han corrido la misma suerte, y se han escudado en el fraude para justificar su caída. Pero tal y como apunta Komal Chomani, investigador en el Instituto Tahrir para la Política de Oriente Medio (TIMEP), en un artículo sobre los partidos de la oposición en Kurdistán, su crisis es más bien el reflejo de “su falta de visión y liderazgo sólido, luchas internas y el rechazo a llevar a cabo reformas”. Una batería de problemas que, de no resolver a corto plazo, podrían traducirse “en el fin” de la oposición tal y como la hemos visto hasta ahora, lo que acarrearía profundas consecuencias para la región: “Los objetivos de democratización y transformación social se retrasarían, el sistema de gobierno rentista, corrupto y cleptocrático se mantendría, el PDK y la UPK consolidarían aún más su poder y fortalecerían sus imperios económicos y las fuerzas de sus milicias, y el sueño del cambio democrático [se vería] una vez más diferido”.

Lo que por ahora es ya incontestable dados los resultados es que el PDK no va a encontrar rival en el próximo Parlamento, puesto que, aunque la aritmética no le permitirá llevar a cabo todo lo que desee, sí que le garantiza poder bloquear iniciativas de la oposición. Una influencia que la formación podrá aprovechar cuando cuestiones centrales para definir el futuro de la región se lleven a debate, como la nueva Constitución y el destino del cargo de la Presidencia, y sobre los que el PDK no esconde que ya está trabajando por su cuenta.

Aunque la crisis que atraviesan los mencionados partidos de la oposición ha sido inicialmente bien recibida por una UPK que ha recuperado su tradicional segundo puesto, esta puede convertírsele pronto en toda una pesadilla. Así, el hecho de que el PDK solo necesite 11 escaños para superar la mayoría absoluta y poder formar gobierno le coloca en una posición de fuerza frente a la fragmentada oposición, que no podrá exigirle grandes demandas a cambio de sus votos.

Por este motivo, la formación del ejecutivo en Kurdistán acapara ahora todas las miradas, ya que si la fuerte avaricia del PDK le lleva a querer castigar a su histórico rival dejándole fuera del gabinete (una opción que la UPK teme), añadirían aún más gasolina al fuego.

Y es que, a pesar de existir instituciones nacionales como el Gobierno y el Parlamento, el Kurdistán iraquí se encuentra en la práctica dividido entre dos grandes áreas de influencia: la del PDK, que controla las gobernaciones de Erbil y Duhok al oeste de la región, y la de la UPK, que domina en Suleimania, Halabja y Kirkuk (cuando lo hubo) al este. Una división que en el pasado ya se tradujo en dos administraciones separadas que nunca se han integrado del todo, y que el analista Joel Wing advierte en Musings on Iraq que “podría revertirse” en caso de que “el PDK mantenga su amenaza”.

 

El freno lo pone Bagdad

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Un kurdo iraquí en un mitin del Partido Democrático del Kurdistán en Erbil. SAFIN HAMED/AFP/Getty Images

Esta lucha de poder entre los grandes bloques kurdos, sin embargo, fue en Bagdad más modesta hasta la polémica alrededor de la Presidencia. Allí, PDK y UPK parten de una posición de debilidad, lo que les ha llevado a mantener una alianza para reivindicar al unísono los derechos de los kurdos recogidos en la Constitución, a sabiendas de que las crisis que asolan la región no les deja otra alternativa que volver a la mesa de negociación.

En este sentido, el Kurdistán se encuentra sumido desde 2014 en una profunda crisis económica que aún supone su mayor desafío. Según el economista Ahmed Tabaqchali, el Kurdistán iraquí solo conseguirá salir de la actual crisis económica si apuesta por la “estabilidad política y económica”, y como añade en su estudio sobre el estado económico de la región, “dada la mayor capacidad del Kurdistán para recuperarse [en comparación con Irak]”, una futura expansión económica le daría a la región “un respiro significativo para estabilizarse y comenzar a abordar los desafíos [internos] de forma adecuada”.

Además, ambas partes tienen también otras áreas en las que una mayor cooperación será ineludible. Así, aunque Bagdad se hizo con el control de los territorios en disputa con el Kurdistán, los incidentes en estas zonas se han disparado desde entonces y es allí donde el Estado Islámico está siendo capaz de vertebrarse de nuevo. Al mismo tiempo, los kurdos se han mostrado incapaces de controlar de forma efectiva la frontera con Irán y Turquía, lo que ha dado lugar a importantes incidentes que Erbil no puede contener en solitario.

Para hacer posible la cooperación en este terreno, sin embargo, la Directora del Instituto de Estudios Regionales e Internacionales de la Universidad Americana de Suleimania (AUIS), Christine van den Toorn, asegura en un artículo sobre los territorios en disputa que ambos bandos deberán abandonar su “mentalidad de suma cero”, que solo “ha exacerbado disputas locales y creado fisuras económicas, sociales y políticas”.

Para realizar este giro, las nuevas figuras que cojan los mandos en Bagdad serán claves, y en este sentido, Barham Salih y Abdul Mahdi (quien todo apunta que se convertirá en el Primer Ministro iraquí en los próximos días tras haber recibido, por parte de Salih, el encargo de hacer una propuesta de gobierno ante el Parlamento, que deberá ratificarlo), responden a un perfil conciliador cuya capacidad para intentar recoser las fracturas intrairaquíes ha generado expectativas.

Para los kurdos, pactar con Bagdad es un paso inevitable para reconducir sus crisis internas, en particular la económica y diplomática, dada su debilidad comparativa con Irak; y para Bagdad, que cuando aún no había tenido tiempo ni de empezar a recomponerse de la guerra contra el Estado Islámico ya le comenzaron a estallar crisis de norte a sur, establecer puentes con el Kurdistán, su región más próspera gracias a su seguridad, su estabilidad y a los recursos de los que dispone, constituye también un paso necesario.

En este proceso, el PDK es ahora un actor aún más central –tal y como ellos planificaron antes de querer sentarse a negociar nada–, pero una actitud demasiado ambiciosa tanto en Kurdistán con la oposición, como en Bagdad amenazando con volver a plantear la independencia en cualquier momento, seguiría complicando la empresa.