Soldados alemanes de la Misión de Formación de la Unión Europea en Malí (EUTM). (Kay Nietfeld/dpa/Getty Images)

Tras el fin de la operación de paz desplegada por la comunidad internacional toca hacer balance de los éxitos y fracaso de la misión: ¿por qué ha generado tanto rechazo entre la ciudadanía maliense? ¿Ha servido para estabilizar el país?

La suspensión de la Misión multidimensional para la estabilización de Malí (MINUSMA), que se aprobó en el Consejo de Seguridad de la ONU en abril de 2013, ha levantado una marea de críticas dentro y fuera de África. Esta misión fue desplegada tras la operación militar Serval (rebautizada Berkán), liderada por Francia tras el estallido de una nueva insurgencia yihadista y secesionista en el norte de Malí (Azawad) en 2012, que cambió el paradigma de la seguridad en la región del Sahel. La misión de la ONU tenía como propósito la protección de los civiles, además de acompañar un proceso de paz entre los grupos armados y el Estado maliense. Ninguno de los dos objetivos se han cumplido, lo que ilustra la crítica de medio siglo a la efectividad real de las operaciones de mantenimiento de la paz en zonas de conflicto desplegadas por la comunidad internacional. 

Más de 12.600 cascos azules fueron enviados a este país del Sahel procedentes de Estados europeos, como Alemania o Francia, y también africanos, como Níger o Gambia. Sobre el terreno, las limitaciones de la MINUSMA han sido muchas, especialmente cuando en 2016 y 2017 tuvieron lugar en Macinas (centro de Malí) los ataques intracomunitarios más graves de la historia del país. En aquel momento, la población pidió en vano la intervención de los cascos azules para garantizar la protección de una ciudadanía que, desde entonces, ha sido extremadamente reacia a su presencia en suelo maliense. 

Esta operación para el mantenimiento de la paz ha supuesto en el escenario de Malí un modelo de negocio para la población local, la instalación de juegos de poder geopolíticos de actores regionales e internacionales y, sobre todo, la prolongación de una narrativa de construcción de paz que ha servido a los grupos armados de oposición al Estado maliense para consolidarse en las zonas que ya controlaban de facto (el norte y el centro del país). En este sentido, la percepción de los actores estatales y de la ciudadanía es que la presencia de la MINUSMA abonó el terreno para que los grupos armados reclamasen un estado independiente para Azawad, contribuyendo así a la pérdida de soberanía territorial del Estado maliense. El descontento de la administración central fue tal que comenzó a proyectar hacia la opinión pública un discurso en contra de la mala gestión del conflicto por parte de la comunidad internacional que, en vez de mantener la paz a través de una diplomacia preventiva o la mediación y de acompañar la necesaria reforma del sector de la seguridad, ha sido un instrumento de poder para la insurgencia armada. 

La misión internacional se convirtió también en un modelo de negocio para las poblaciones locales, ya que generó cientos de empleos para los excombatientes y otros trabajos en el sector público y privado. Las organizaciones internacionales y los Estados que desarrollan este tipo de misiones tienen que desplegar, además de unidades militares, otra serie de elementos vinculados tanto al sector público como al privado, en este caso, de forma voluntaria (y, en muchas ocasiones, por iniciativa propia y de manera independiente, sin coordinación previa o sobre el terreno con la administración central, algo que no siempre resulta positivo). De esta manera, es posible ver a contingentes militares desarrollar sus actividades propias u otras de seguridad para proporcionar un entorno estable, trabajando al lado de unidades policiales, personal sanitario, expertos civiles en construcción, educación, justicia o gobierno con el fin de reconstruir las instituciones o las infraestructuras, así como cimentar la paz y favorecer el desarrollo. El trasfondo de todo esto es, una vez más, el desarrollo de un modelo de negocio mediante la creación de cientos de puestos de trabajo en un país golpeado por la violencia independentista y yihadista. Con la salida de la MINUSMA, ¿cómo logrará el régimen militar recuperar tanto empleo destruido?

Aunque teóricamente la prevención, la estabilización y la construcción de la paz son los pilares fundamentales de la labor de los cuerpos de seguridad y de mantenimiento de la paz, la MINUSMA no ha logrado responder a las aspiraciones de la población de hallar mayores espacios de estabilidad. Por el contrario, el país ha debido enfrentarse a numerosos ciclos de violencia durante la última década y a una deriva inédita de las organizaciones armadas que no se circunscriben únicamente al escenario maliense, ya que actúan también en las fronteras con Níger y Burkina Faso (Liptako Gourma). 

General Assimi Goita, Presidente de Malí.(Michael Kappeler/dpa/Getty Images)

Si ponemos el adjetivo de "humana" a la seguridad, ésta debe entenderse teniendo en cuenta los campos económico, alimentario, sanitario, medioambiental, personal, comunitario y político. No es posible cumplir ninguno de esos objetivos en un país con grandes zonas fallidas que han terminado bajo soberanía de las organizaciones armadas, salvo que la soberanía sea compartida entre Bamako y los grupos que han empuñado las armas y que, a partir de 2015, cuando se inició el proceso de paz aún en curso, se han impuesto como entidades políticas. El fracaso de la MINUSMA sobre el terreno, así como de la operación Berkán liderada por Francia, a quien se acusa de provocar un auge de la inseguridad en el Sahel, contribuyó al aumento de la popularidad del presidente Assimi Goïta, que terminó por hacerse con la silla presidencial en 2020 mediante un golpe de Estado militar respaldado por la ciudadanía. 

La alianza Malí-Rusia 

Para iniciar el cambio en la agenda geopolítica de Malí, resultó fundamental el apoyo popular que se le dio al régimen militar de Goïta, quien pidió la retirada de las tropas francesas del país, una revisión de los acuerdos con el Estado galo en otros ámbitos y una diversificación de la asociación estratégica con un nuevo actor internacional: Rusia, presente ya en República Centroafricana y Burkina Faso. Según fuentes oficiales, París no ha respetado la decisión de Malí de conservar y desarrollar otras alianzas estratégicas con Moscú, que empieza a reemplazar a Francia en el campo de seguridad mediante el envío de los mercenarios del grupo Wagner. 

El cambio de estrategia de Goïta, aceptando una implicación dura de Rusia, ha impactado en el escenario maliense en varias dimensiones: por un lado, ha contribuido a que numerosos jóvenes de etnia peul se arrimen a las filas de una de las katibas armadas de naturaleza yihadista que operan en las fronteras de Liptako Gourma (entre el norte de Malí, el este de Níger y el norte de Burkina Faso), por otro lado, ha sembrado el terror entre los ciudadanos peuls desvinculados de la violencia y que han sido víctimas de ataques arbitrarios por parte de los paramilitares rusos. Finalmente, Moscú empieza a recoger una cosecha interesante en términos económicos, porque el volumen de comercio entre Rusia y este país del Sahel ha aumentado notablemente, según fuentes oficiales malienses. 
La estrategia del régimen militar en Bamako obedece teóricamente al fracaso militar de Berkán y al colapso de otros servicios esenciales del país que han provocado un rechazo de la ciudadanía a Francia (con un fuerte pasado colonial en Malí). La retirada de la MINUSMA entronca con la nueva dinámica estratégica de apoyarse en “nuevos” actores que han declarado “fidelidad a la soberanía de Malí”, según las mismas fuentes. La duda surge cuando se plantea si la intervención rusa en este país busca como objetivo final recuperar a través de la fuerza el norte y centro de Malí, en manos de los grupos armados, lo que supondría futuros ciclos de extrema violencia. O, por el contrario, se plantea la continuidad del diálogo con los grupos armados que forman parte de la mesa negociadora y el mantenimiento del statu quo de las regiones de Azawad y Macinas, al mismo tiempo que se debilita a los grupos yihadistas.