El primer ministro Benjamín Netanyahu durante un discurso en el Congreso de Estados Unidos, 3 marzo 2015. (Alex Wong/Getty Images)
El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu durante un discurso en el Congreso de Estados Unidos, 3 marzo 2015. (Alex Wong/Getty Images)

Los apoyos extranjeros a los candidatos presidenciales son muy normales, hacerlo en Estados Unidos pueden proporcionar titulares curiosos, pero no influyen de forma decisiva en las campañas. Netanyahu ha hecho gala de su sentido de la oportunidad en el Congreso estadounidense. 

En las campañas políticas, el sentido de la oportunidad lo es todo. El discurso del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, durante una sesión conjunta del Congreso estadounidense es un ejemplo de perfecto sentido de la oportunidad. No solo lo pronunció dos semanas antes de los comicios, sino que lo hizo a las 11 de la mañana, hora de la costa Este de Estados Unidos.

En EE UU, los discursos importantes suelen pronunciarse a las 9 de la noche, hora de la costa Este, para llegar en hora de máxima audiencia a todas las zonas horarias del país. Pero a esa hora habrían sido las 4 de la madrugada en Israel, cuando todos están durmiendo. De modo que habló a las 11, con menos público norteamericano pero el máximo posible en su país, donde eran las 6 de la tarde. Se transmitió en directo, con solo un bucle de cinco minutos para comprobar que no había nada que infringiera la ley electoral, y no se censuró nada. El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, proporcionó un instante mediático a Netanyahu cuando le invitó a hablar ante el Congreso y a convertirse en el foco de una gran atención en un momento muy oportuno.

Aparte de la preocupación inmediata sobre la repercusión negativa o no que el discurso haya podido tener en las negociaciones nucleares con Irán, una pregunta secundaria pero más general es: ¿está bien que los políticos de un país den respaldo público a los candidatos de otro? En el caso de Netanyahu, la inminente votación fue precisamente el motivo por el que el presidente Obama no se entrevistó con él en esta visita, para que no pareciera que estaba tratando de influir en las elecciones del 17 de marzo.

Barack Obama lo dejó muy claro en una entrevista con Fareed Zakaria en CNN, el 28 de enero: “no quiero reunirme con él sencillamente porque nuestra política general es que no nos reunimos con ningún líder mundial dos semanas antes de su elección. Creo que es inapropiado, y eso vale incluso para algunos de nuestros más esterchos aliados”. Después explicó que David Cameron había visitado Washington a instancias del Gobierno norteamericano para que hubiera un espacio de tiempo suficiente entre el encuentro y las elecciones británicas, que se celebrarán el 7 de mayo. La Administración Obama quería evitar la impresión de injerencia en los asuntos de Reino Unido.

Los estadounidenses, desde luego, no son los únicos a quienes molesta la idea de que los extranjeros interfieran en las elecciones nacionales; pese a ello, ha habido muchos que han manifestado sus preferencias de modo formal e informal a lo largo de los años. El expresidente Zapatero fue uno de los numerosos dirigentes extranjeros que expresaron públicamente su apoyo a la campaña de Obama en 2008, y estuvo bien acompañado: hay una larga lista de dirigentes extranjeros que le apoyaron, y no solo procedentes de la izquierda. En 2008, el entonces primer ministro británico, el laborista Gordon Brown, respaldó a Obama, como era de esperar, pero en 2012 le apoyó también el primer ministro del Partido Conservador, David Cameron, para indignación de los conservadores norteamericanos.

Las declaraciones de apoyo pueden ser peligrosas: si Romney hubiera ganado en 2012, Cameron se las habría visto y deseado para reparar la relación especial. Israel también goza de una relación especial con Estados Unidos, que siempre ha dependido del apoyo de los dos partidos. El líder del Partido Unión Sionista, Isaac Herzog, que es el rival de Netanyahu, dijo que el discurso había sido “un duro golpe para las relaciones entre Estados Unidos e Israel”.

Otro factor que complica las cosas es que los partidos políticos de Estados Unidos no siempre equivalen exactamente a sus homólogos. La Internacional Socialista agrupa a 152 partidos socialdemócratas, socialistas y laboristas de todo el mundo. Por supuesto, los candidatos de toda esta red se apoyan mutuamente, como hemos presenciado en diversas elecciones, sobre todo en Europa. Sin embargo, el Partido Demócrata estadounidense, que es de izquierdas, no pertenece a la Internacional (sí son miembros los Socialistas Demócratas de América). Además, “socialista” no es un adjetivo que resulte muy atractivo en la política norteamericana, y eso hace que cualquier manifestación de apoyo de un socialista extranjero sea problemática: a los republicanos les encanta acusar a los demócratas de que son amigos de socialistas de otros países. El líder venezolano Hugo Chávez apoyó a Obama en 2012 y los republicanos difudieron la noticia con entusiasmo.

La Unión Demócrata Internacional (UDI) agrupa a partidos conservadores de todo el mundo, entre ellos el Partido Republicano de EE UU y el Partido Popular español. Pero eso no garantiza ningún respaldo internacional: como decíamos antes, David Cameron no apoyó al candidato presidencial republicano Mitt Romney en 2012, ni tampoco lo hizo el expresidente francés Nicolas Sarkozy, pese a que ambos pertenecen a partidos que son miembros de la UDI. Si bien los representantes del PSOE solo asistieron a la Convención Demócrata y respaldaron inequívocamente a Obama, los representantes del PP asistieron tanto a la Convención Demócrata como a la Republicana y dijeron que estaban deseando trabajar con quienquiera que llegase a la Casa Blanca.

Los apoyos extranjeros a los candidatos presidenciales en Estados Unidos pueden proporcionar titulares curiosos, pero no influyen de forma decisiva en las campañas. Sin embargo, para muchos dirigentes y aspirantes en todo el mundo, salir en la foto durante un viaje oficial a Washington es una oportunidad muy deseada. Una imagen con el presidente de Estados Unidos o pronunciando un discurso ante una sesión conjunta del Congreso es una manera infalible de obtener gravitas, credibilidad en política exterior y estatura presidencial tanto para los dirigentes que se presentan a la reelección como para los que aspiran a vencerles.

Hay otro aspecto más que es el de los asesores de campaña procedentes de otros países. Los demócratas han acusado a los republicanos de colaborar en la campaña de Netanyahu, pero los republicanos han respondido que el antiguo director de campo de las campañas de Obama, Jeremy Bird, ha asesorado al grupo V15, una organización israelí que que no respalda a ningún candidato concreto sino que trabaja para derrotar al Gobierno actual. Los asesores políticos estadounidenses tienen un largo historial de trabajo en campañas extranjeras, sobre todo durante los periodos en los que no tienen sus propias campañas nacionales. Del mismo modo, muchos españoles trabajan como asesores políticos y de campaña en Latinoamérica. La actividad de los consultores políticos es cada vez más internacional y las mejores tácticas se difunden por todo el mundo.

Aunque los consultores políticos tienden a asesorar a clientes con quienes tienen una afinidad ideológica, a la hora de la verdad, van a donde les digan los que pagan. Otra cosa muy distinta son los cargos electos, que ocupan su puesto escogidos y remunerados por los ciudadanos para que representen a sus países. Los intentos de influir en elecciones o provocar cambios de régimen con la excusa de promover la democracia son un elemento habitual en la política exterior de la mayoría de los países, empezando por Estados Unidos.

Al fin y al cabo, esta es una cuestión que produce aprensión porque está relacionada con el principio fundamental de la democracia: en quién reside la soberanía. Los ciudadanos deben vigilar hasta qué punto es apropiado que sus dirigentes hagan política en escenarios internacionales a base de colaborar con las campañas de sus aliados e influir en elecciones de otros países. Y, sobre todo, deben estar muy atentos a cualquier influencia extranjera que pueda deslizarse en sus propias elecciones.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia