El país contado por sus escritores.

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Arif Ali/AFP/Getty Images

Desde el 11-S la importancia geoestratégica de Pakistán para Estados Unidos, y por ende Occidente, aumentó a la misma velocidad con la que se desplomaron las Torres Gemelas. Los titulares de los periódicos internacionales sobre el país abundan en explosiones de bombas de manos de los talibán, la tensión nuclear con India, las víctimas colaterales de los drones estadounidenses, la porosa frontera pastún con un país en guerra desde hace más de veinte años: Afganistán.

Pero una nueva generación de escritores pakistaníes, la mayoría de ellos con un pie en el Oeste y otro en el Este, no se ha amilanado a la hora de escribir sobre la turbulenta realidad de Pakistán durante la última década. La literatura se ha dado de frente con la geopolítica. Ya sea desde el humor ácido, la observación aguda o el suspense, el llamado boom literario pakistaní ha retratado la complejidad de su país más allá de las bombas y los yihadistas. Al mismo tiempo no han podido evitar una lectura profundamente ideológica de sus obras. La prestigiosa revista literaria británica Granta les dedicó su número de otoño en 2010, el más vendido hasta la fecha. También les han llovido muchos de los principales premios literarios de la literatura anglosajona.

Autores como Mohsin Hamid, Mohamed Hanif, Nadeem Aslam o Daniyal Mueenudin han hecho de mediadores con Occidente al narrar poderosamente en sus libros la fragilidad, las contradicciones y las injusticias que experimentan sus compatriotas en un Estado nación que ya nació con una identidad convulsa tras la Partición de India durante la independencia del Imperio británico y a la que acontecimientos globales como la guerra contra el terror y las crisis económicas no han hecho más que acentuar el drama de la vida diaria.

Aunque Hanif, autor de La explosión de los mangos publicado en España por Salamandra, no coincide con la idea de la existencia de un boom literario. “Hay escritores en todas las generaciones y en la nuestra, también. Hemos ido a colegios en inglés, hemos empezado a escribir en inglés, nos han publicado en el extranjero y de ahí que nos hayamos convertido en literatura internacional”, escribe Hanif.

Esta generación está en el punto de mira tanto de Oriente como de Occidente. En Pakistán son cuestionados por escribir en inglés, la lengua minoritaria de la élite, y su perspectiva liberal. Mientras que en Occidente se enfrentan a los prejuicios contra el Islam y su país.

Conocen de cerca ambos mundos. Vivir en el extranjero les ha permitido analizar Pakistán desde lejos. “La distancia ayuda a imaginar las cosas más vívidamente”, admite Hanif. Hamid estudió en Princeton y Harvard pero decidió volver a Lahore, la ciudad con más tradición cultural del país; Daniyal Mueenuddin nació en Los Angeles de madre americana y padre pakistaní, se graduó en Yale y también retornó a la región del Punjab a hacerse cargo de la granja de su padre tras ejercer la abogacía; Hanif, responsable del servicio en urdu de la BBC, regresó a la caótica y violenta ciudad de Karachi en 2008 tras doce años viviendo en Londres; Nadeem Aslam es el único que continúa viviendo en Reino Unido y aprendió inglés cuando llegó al país de adolescente.

Hay quien cuestiona si Pakistán es un Estado fallido. Con un promedio de un atentado suicida a la semana, más de 35.000 pakistaníes han muerto por causas violentas desde el 11-S. La crisis de la electricidad ha tocado fondo. Mientras que las principales ciudades del país pueden sufrir hasta diez horas de cortes de electricidad al día, en las zonas rurales pueden ascender hasta veintidós.

Los médicos hacen huelga porque no tienen agua limpia en los hospitales y se ven obligados a interrumpir las operaciones por los cortes de luz. De hecho, la enfermera cristiana protagonista de la novela Our Lady of Alice Bhatti (Nuestra Señora de Alice Bhatti) de Hanif muestra con crudeza el peligro de ingresar en un hospital de Karachi. La ciudad portuaria aparece reflejada con toda la crueldad de su violencia étnica y religiosa y la opresión a la que son sometidas las mujeres.

A diferencia del boom narrativo indio, que lanzó a principios de la década de los 80 Salman Rushdie, la nueva generación de escritores pakistaníes no se deleita en sagas familiares empapadas bajo los monzones y con aroma a mango. Sus equivalentes en Pakistán han abandonado el principal género narrativo del Sur de Asia y Oriente Medio hasta entrados los años 80, la tradicional poesía lírica, por una novela oscura, ambigua y dura. Aunque Mueenudin también hace uso de la delicadeza y el detalle en los cuentos de El cuaderno invisible (Lumen), que revela las injusticias sociales en las zonas rurales del país y es frecuentemente comparado con Chejov.

“No creo que nadie se ponga a escribir con la idea de ayudar a Occidente a entender algo. Creo que básicamente escribes para tratar de darle sentido al mundo que te rodea”, añade Hanif. Pero el mundo que les rodea está poblado por extremistas religiosos, como retrata Hamid en El fundamentalista reticente (Tusquets), llevado también a la gran pantalla por la directora de cine india Mira Nair; el fanatismo islamista del dictador Zia ul Haq y el Ejército omnipresente en La explosión de los mangos; o el impacto en Pakistán de la guerra en el país vecino, Afganistán, en el último libro de Aslam, El jardín de un hombre ciego (Mondadori).

La incógnita por la influencia en Afganistán ante la inminente retirada de las tropas estadounidenses del país está tensando la cuerda entre India y Pakistán y la frontera con Cachemira ha vuelto a ser el escenario de nuevos altercados. Nawaz Sharif, el primer ministro recientemente elegido por tercera vez en las urnas, ha prometido electricidad, paz con la India y diálogo con los talibán. Objetivos muy ambiciosos para este político conservador de vuelta de su exilio en Arabia Saudí. La nueva generación de escritores pakistaníes seguirá teniendo más historias que contar.

 

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