Gran parte de los asuntos políticos y económico se desarrollan en líneas tribales en los países de la región, donde estas familias extensas, que se han adaptado a los cambios experimentados por los Estados del Golfo a lo largo de la Historia, suelen funcionar como grupos de presión y canales de comunicación.

Golfo_tribus
Dos hombres saudíes en la provincia de Jizan, Arabia Saudí, 2018. Eric Lafforgue/Art in All of Us/Corbis via Getty Images

En septiembre de 2018, una delegación de la tribu de los Al Ghufran se desplazó hasta Ginebra para formular una queja sobre el trato que recibían por parte de las autoridades qataríes. Afirmaban que desde 1996 había sufrido “discriminación racial, desplazamiento forzado, denegación del derecho a regresar a su tierra natal, encarcelamiento y actos de tortura”, apelando a una respuesta por parte de la comunidad internacional.

Cuestiones como esta son relativamente frecuentes en el Golfo Pérsico, y demuestran que una parte importante de los asuntos políticos se desarrollan en líneas tribales. Los Al Ghufran, que a su vez forman parte de una confederación más grande, los Al Murrah, tienen presencia en todo el Golfo Pérsico, pero la mayoría de ellos viven en el sur de la península qatarí o en la región saudí de Al Hasa, ambas próximas a la frontera entre los dos países.

Las tribus del Golfo, o qabilas en árabe, son grupos a nivel social y político que se remontan a un origen común, ficticio o real, y cuyos miembros mantienen relaciones de parentesco, de patronaje, y alianzas políticas y económicas. Las tribus son, en esencia, familias extensas que funcionan casi como un grupo de presión y cuyos integrantes tienen intereses comunes. Sirven además como canal de comunicación entre gobernantes y gobernados: los líderes de las tribus suelen tener cercanía con las familias gobernantes o con las estructuras de decisión de los países a los que pertenecen, que suelen participar en reuniones de periodicidad semanal conocidas como majlis (o diwaniyya, en Kuwait) donde se debaten temas de todo tipo y que a menudo sirven como canal de transmisión de información entre este tejido social.

A nadie se le escapa, en todo caso, que los países del Golfo son Estados autoritarios (salvo quizá el caso de Kuwait), donde no se celebran elecciones o se hacen con un alcance limitado, y donde la población inmigrante, que sobrepasa con creces a los ciudadanos en todos los países del Consejo de Cooperación del Golfo, tiene sus libertades y derechos muy limitados. El petróleo y el gas natural, por otro lado, recursos con los que se asocia al Golfo Pérsico, han sido fundamentales para financiar el espectacular crecimiento que estos países han visto en las últimas décadas.

Las tribus a menudo se tratan como instituciones rígidas, de otro tiempo, incapaces de cambiar, adaptarse a las circunstancias y contrarias a fuerzas de la modernidad como la idea del Estado-nación, el individualismo o la globalización. La realidad es que las tribus cambian y se adaptan a contextos en transformación de la misma manera que lo hace cualquier otra institución social. La estructura tribal presente en el Golfo hoy no es igual a la que ha habido en otros momentos de la historia de la región.

Así, por ejemplo, la llegada del Imperio británico durante el siglo XIX, para quienes el Golfo suponía un enclave fundamental en la ruta hacia India, o la industria de la perla, que fue uno de los principales motores de la región hasta las primeras décadas del siglo XX, llevaron a que acelerara un proceso de centralización que preconfiguró los actuales Estados del Golfo con sus respectivas familias gobernantes. La mayor parte de ellas se asentaron durante el siglo XVIII, como los Al Nahyan de Abu Dhabi o los Al Sabah de Kuwait, tras una época de gran movilidad. Otros, como los Al Qassemi, fueron un objetivo fundamental para el Imperio británico y la Compañía Británica de las Indias Orientales por su relevancia en el comercio informal de la zona, algo que los llevó a ser calificados como piratas para justificar operaciones militares.

Otro de los lugares comunes relacionados con la estructura tribal de las sociedades del Golfo es que son un mero mecanismo de clientelismo a través del cual las familias gobernantes distribuyen la riqueza derivada del petróleo y el gas a cambio de mantener el statu quo. Esta perspectiva revisa la teoría rentista clásica simplificando las características del Golfo, e ignora que estos Estados ya estaban experimentando un proceso de modernización previo a la explotación de los recursos fósiles; no explica la variedad de formas de estado que se dan en el Golfo ni tampoco su desempeño económico o sus distintas estrategias en cuanto a política exterior. Además, también olvida que durante los años 50 y 60 del siglo XX hubo en el Golfo algunos movimientos que, aunque finalmente no triunfaron, promovieron modelos de estado basados en el socialismo y el panarabismo.

Todo ello indica que las tribus se han desarrollado y adaptado a los distintos sistemas políticos que han ido evolucionando de forma independiente en los distintos países del Golfo. En el caso de Kuwait, donde se celebran elecciones a la Asamblea Nacional, las tribus son uno de los canales fundamentales de participación de la ciudadanía. De hecho, cuando se llevan a cabo comicios son habituales las primarias tribales, que debido al sistema electoral permiten aglutinar votos al elegir a un candidato y por ello tener más posibilidades de obtener representación. Estas primarias tribales en teoría no están permitidas, se realizan de manera informal, e incluyen numerosas visitas por parte de los candidatos a las diwaniyyat de las distintas tribus para pedir el voto de sus miembros.

En Qatar, en cambio, solo se realizan elecciones municipales, en un sistema en el que las circunscripciones están definidas en líneas tribales y que, por tanto, llevan a que los representantes elegidos en un distrito en el que una tribu es predominante sea, precisamente, perteneciente a esa comunidad. A escala nacional, las relaciones tribales funcionan de modo más informal, a través del reparto de puestos ministeriales, de asociaciones público-privadas, o de matrimonios entre familias destacadas en el ámbito político o económico. No obstante, el emir Tamim ha anunciado recientemente que va a celebrar elecciones para la Asamblea Consultiva, su cámara legislativa, en 2021, aunque está por ver cómo este proceso opera en relación a las tribus.

A nivel interno, los casos de Kuwait y Qatar demuestran que las estructuras y afinidades tribales no mantienen el autoritarismo, sino que operan en función del sistema político en el que participan. En el caso emiratí, el aún mayor control que ejerce Abu Dabi en los asuntos públicos gracias a su mayor riqueza ha hecho que las demás tribus de los siete emiratos no estén vinculadas a la cosa pública más allá de las redes de patronazgo que fomentan los Al Nahyan de Abu Dhabi. Desde el punto de vista externo, la distribución transnacional de la mayoría de tribus da lugar a lealtades entre unidades que forman parte de distintos Estados a veces enfrentados y que puede llevar a dificultades.

Volviendo al caso de los Al Ghufran/Al Murrah mencionado antes, basta recordar el bloqueo de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto sobre Qatar para entender que los vaivenes políticos han hecho que la frontera entre Qatar y Arabia Saudí es un territorio propenso al conflicto. Una de las medidas que han tomado las autoridades qataríes de manera recurrente ha sido retirar la ciudadanía de algunos de los miembros de la tribu, alegando que las leyes qataríes no permiten la doble nacionalidad y que los afectados eran también ciudadanos saudíes. Sin embargo, la ciudadanía se ha devuelto de manera igualmente recurrente cuando las relaciones entre Doha y Riad han mejorado.

El contexto político de esta situación se encuentra en el cambio de rumbo que tomó Qatar a partir de 1995 con el ascenso del emir Hamad tras un golpe de Estado incruento contra su padre, Khalifa, que se encontraba en Ginebra. Hamad propuso un rumbo más independiente para Qatar frente a la cercanía a Arabia Saudí que había caracterizado los años de Khalifa y que llevó a planificar una asonada golpista contra Hamad en 1996 que no tuvo lugar. Algunos Al Murrah fueron acusados de apoyar dicho golpe.

Más recientemente, el ascenso de Mohammed bin Salman (MbS) al puesto de príncipe heredero ha cuestionado el orden tribal que imperaba en Arabia Saudí, el país más grande y heterogéneo a nivel cultural, social y político del Golfo. Desde la ira que ha despertado entre las tribus de la costa del Mar Rojo por el megaproyecto de NEOM o las maniobras que ha llevado a cabo entre las élites del país para salvaguardar su puesto, hasta el hecho de que MbS sería el primer heredero al trono que no pertenecería al grupo de los siete Sudairis, los hijos predilectos del fundador del Estado moderno saudí, el rey Abdulaziz, que han gobernado desde su muerte en 1953. Por otro lado, el control de MbS del estamento religioso, que tradicionalmente se había encontrado en manos de los Al Sheikh, descendientes del fundador del wahabismo Mohammed Ibn Abd el Wahhab, también ha supuesto un cambio notable en el consenso que imperaba en el país. Las reformas de carácter liberalizador que ha impulsado, aunque muy populares entre gran parte de la población joven del país, inquietan a los sectores conservadores.

Así, la relación de los líderes y las sociedades de los países del Golfo con el tribalismo ha ido variando desde sus independencias. Los años 70 y 80 fueron testigo de cómo se fomentó un discurso nacional que dotara de identidad a los nuevos Estados. Durante los 90, sin embargo, la ausencia de una serie de reformas que permitieran la participación política de los ciudadanos llevó a que encontraran en las tribus un canal para tal participación.

Las familias gobernantes parecen haber incorporado este nuevo tribalismo en su visión del estado, y su intención parece que pretende incorporar las lealtades tribales en su base de legitimidad política. En último término, la forma en que dichas familias han concentrado el poder en sus respectivos países ha sido gracias a las tribus y a sus numerosas transformaciones a lo largo de la historia. Desde la intervención británica durante el siglo XIX, que aceleró la centralización de los Estados, hasta la incorporación de instituciones consultivas como el majlis o diwaniyya como forma de participación en la esfera pública, las tribus demuestran ser una institución fundamental y adaptable en la versión de la modernidad propia de los países del Golfo, y parece difícil pensar que su importancia vaya a remitir en el futuro.

Este artículo está basado en la investigación publicada en el documento La actualidad del Consejo de Cooperación del Golfo: dinámicas domésticas, transnacionales e internacionales de Fundación Alternativas.