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Un hombre lee en Dubai la edición emiratí del The National que anuncia en la portada el acuerdo alcanzado entre Emiratos Árabes Unidos e Israel. (GIUSEPPE CACACE/AFP via Getty Images)

Cuáles son las claves para entender el acuerdo y qué implicaciones y reacciones tendrá en la región.

La reciente normalización de relaciones entre Israel y Emiratos Árabes Unidos es ciertamente un logro diplomático en la región, pero para nada uno que vaya a traer más paz, y sobre todo más justicia y equidad; principalmente para la población palestina. Tras varios días de comunicados, entrevistas y declaraciones de numerosas figuras políticas involucradas directa o indirectamente en la decisión tomada, se pueden establecer algunas conclusiones.

En primer lugar, y lo más evidente hasta el momento, la consideración de “acuerdo de paz” dado al acuerdo no corresponde con la realidad, ya que no solo no había una guerra ni conflicto previo entre los dos países, sino que existían desde hace mucho tiempo relaciones no oficiales entre ambos, de la misma manera que las hay con los otros Estados que conforman el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Cabe recordar la sorpresiva visita del premier israelí Benjamín Netanyahu a Omán en octubre de 2018 que preludiaba cambios en la relación de Israel con este grupo de países. Si bien en ese momento no se llegó a la normalización, se esperaba que tarde o temprano, y a partir de la presión ejercida por la Administración de Donald Trump y su “acuerdo del siglo” para Oriente Medio, algún país del Golfo diera el primer paso. Por lo tanto, la normalización no resulta una sorpresa en absoluto, sino el blanqueamiento de una situación de facto prexistente y que muy probablemente sea seguida de otros nuevos acuerdos en el futuro cercano.

En segundo lugar, esta decisión, justificada a partir de la paralización de las anexiones israelíes en Cisjordania como moneda de cambio para la normalización, fue tomada a espaldas de los principales afectados, y en ningún caso favorece los intereses palestinos como entidad, ni menos todavía a la población de Gaza y Cisjordania. Más aún, la posibilidad de que esa paralización parece estar muy lejos de la realidad. El propio primer ministro israelí declaraba tras el anuncio conjunto con Emiratos que “no hay cambio en mi plan de extender la soberanía, nuestra soberanía, en Judea y Samaria, en coordinación con Estados Unidos”, reconociendo que sólo se había hablado de “postergación” en las mismas.

Por otra parte, y después de que la periodista Christinane Amapour en CNN le preguntara sobre el tema, el propio Ministro de Asuntos Exteriores emiratí, Anwar Garghash, respondía con un escueto “nada es para siempre”, dando a entender tácitamente que el acuerdo no paralizaba, sino simplemente era una condición temporal para la firma de los acuerdos con su país, y a pesar de decir previamente “que se había quitado la anexión de la mesa”.

En tercer lugar, este acuerdo es un gran logro de la Administración Trump. Tras la firma de los acuerdos de Camp David en 1979 y los acuerdos de Oslo en 1994, sólo dos Estados árabes mantenían relaciones diplomáticas con Israel, Egipto y Jordania. A pesar de todos los intentos de las administraciones estadounidenses de George Bush hijo y Barack Obama, ningún otro país árabe cruzó esa línea. Una victoria diplomática que sin duda cuenta para la pretendida imagen negociadora (y ganadora) que el presidente estadounidense ha querido imponer desde que llegó al poder. También reactiva la maltrecha imagen de Netanyahu, afectada por numerosos escándalos políticos y económicos, a pesar del rechazo al acuerdo por parte de los partidos de derecha israelíes. Lograr la normalización y la ampliación de los Estados con los que comerciar es fundamental para la economía israelí.

En cuarto lugar, Emiratos Árabes Unidos sale reforzado en su relación privilegiada con Estados Unidos, de cara no solo a su principal amenaza regional, Irán, sino frente a su otrora aliado dentro del Consejo de Cooperación del Golfo, Qatar, e incluso ante su más estrecho socio, Arabia Saudí. Ser el primer Estado de este grupo en normalizar con Israel será, sin duda, un elemento de presión fundamental para que los otros miembros sigan sus pasos para no perder el tren de las inversiones de Estados Unidos, y ciertamente también de Europa. Dentro de los beneficios esperados por parte de Emiratos se incluye una colaboración estrecha en materia de defensa, seguridad, inteligencia y transferencia de tecnología (lo que suscita la pregunta de si estará incluida la nuclear). Los primeros acuerdos en materia de investigación relacionada con la COVID19 ya han sido firmados, lo que preludia una serie de convenios en las próximas semanas.

 

La reacción en los países del Golfo

La reacción en el seno de los países del Consejo de Cooperación del Golfo ha estado dentro de lo esperado. Omán, primer país en recibir a Netanyahu, y Bahréin, emitieron sendos comunicados felicitando a ambos países por haber avanzado en la agenda de la paz en la región. Hasta el momento, ni Arabia Saudí, Kuwait o Qatar han emitido comunicado alguno, ni se espera a corto plazo que lo haya. En este sentido, la mayoría de los analistas coincide en que serán Omán y Bahréin los primeros estados en seguir los pasos de Emiratos en la normalización, y que los otros tres tardarán más, o incluso no llegarán a formalizar un el reconocimiento de Israel por las complicaciones que la decisión traería interna en internacionalmente a sus gobiernos.

Qatar, que mantiene conversaciones informales con Israel para coordinar el suministro de bienes y ayuda financiera a la Franja de Gaza, se ve ahora forzado a mover ficha frente al repentino acercamiento de Emiratos a Estados Unidos tras la firma del acuerdo. Sin embargo, no puede arriesgarse a enemistarse con sus dos principales valedores regionales tras el inicio del bloqueo en 2017, Irán y Turquía, y reconocer a Israel estableciendo relaciones diplomáticas plenas. Ambos Estados han reaccionado muy airadamente en contra de la decisión emiratí, Ankara incluso ha amenazando con romper relaciones diplomáticas, algo que algunas fuentes consultadas consideran simplemente un farol de cara a su propia población. No obstante, Turquía ofrecería un modelo alternativo tanto a Qatar como a otros Estados de la región, que es reconocer a Israel, incluso mantener relaciones comerciales, pero manteniendo una dura crítica a la ocupación y a las políticas anexionistas de Netanyahu.

Arabia Saudí por su parte es el Estado que más preocupación tiene en relación a emitir un comunicado o seguir a Emiratos por las repercusiones internas. Con una historia reciente de insurgencias por decisiones tomadas por el Gobierno en relación a su política exterior, los grupos salafistas podrían movilizar a parte de la población por la traición que esta decisión representa para la causa palestina, árabe y musulmana. Ejemplos de estas insurgencias son la violenta ocupación de la Meca en 1979 por 500 hombres armados liderados por Juhayman al Otaybi, que culminó con una masacre; la rebelión global liderada por Osama bin Laden a partir de 1991 tras la liberación de Kuwait por tropas estadounidenses estacionadas en Arabia Saudí; o incluso la propia revuelta de los Ikhwan, conformada por grupos de las tribus he Otaiba, Mutayr y Ajman en 1927, en contra de la autoridad de los Saud. Todas ellas criticaban la desviación del gobierno saudí del camino recto del islam.

Por otra parte, grupos políticos, de la sociedad civil e intelectuales en países del CCG se han mostrado particularmente activos frente a la decisión emiratí, dejando claro que no siempre sus acciones de gobierno son aceptadas sin crítica. En Kuwait once agrupaciones políticas, principalmente liberales, islamistas y nacionalistas, la mayoría de ellas con representación parlamentaria, condenaron duramente la decisión. También asociaciones de estudiantes y sindicatos, que en Kuwait han tenido más ascendencia social que en resto del CCG, emitieron comunicados críticos. En Bahréin, siete asociaciones políticas exigían al gobierno retractarse de su comunicado. También agrupaciones del Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) en Omán, Qatar y Kuwait han exigido una respuesta conjunta frente a la normalización y de cara a evitar que más Estados de la zona sigan los pasos emiratíes. Incluso figuras religiosas como el muftí de Omán recordaban el deber sagrado que representa aún la liberación de la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén.

La pauta del descontento interno que está generando la normalización entre la población del Golfo está dada por tuit del 15 de agosto de la Procuraduría General de Emiratos Árabes Unidos, que recordaba la existencia de una aplicación de móvil para informar de acciones contra la sociedad (y el gobierno) por parte de individuos. Si bien esta aplicación entró en vigor a partir de las leyes anticrimen cibernético de 2014, los debates en las redes de los últimos días hacen hincapié en la advertencia que el gobierno emite para aquellos que se atrevan a discutir en redes sociales la decisión gubernamental. En los mismos debates se recuerdan medidas similares, incluyendo multas y penas de cárcel, para aquellos que mostraran simpatía con Qatar o no fueran fieles con su país tras el inicio del bloqueo en contra de aquel país en junio de 2017.

 

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Donald Trump junto a su equipo: su yerno Jared Kushner, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, el asesor de Seguridad Nacional, Robert O’Brien, en el despacho Oval tras conocer la noticia del acuerdo alcanzado por Emiratos Árabes Unidos e Israel. (BRENDAN SMIALOWSKI/AFP via Getty Images)

¿Qué esperar?

Las especulaciones a partir de ahora se centran en elucidar cuál país del Consejo de Cooperación del Golfo o de la Liga de Estados Árabes seguirán los pasos emiratíes. Es inevitable que con las elecciones en Estados Unidos tan cerca el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el enviado especial (y yerno del presidente), Jared Kushner, muevan toda su influencia para que, al menos, alguno de ellos lo haga antes de noviembre y capitalizar así la cuestión para la campaña electoral. Según algunos, también para favorecer el propio nombramiento de Trump al Nobel de la Paz, al parecer una obsesión personal desde que Obama lo obtuviera en 2009 y sin ni siquiera haber conseguido grandes avances en la cuestión palestina.

Con el conflicto aún abierto en Yemen, es, sin embargo, difícil prever que Salman bin Saud y su hijo Mohamad bin Salman se arriesguen a dar semejante paso, aunque esto ayude a mejorar la imagen del reino saudí en Estados Unidos y en Europa, en general favorable a una resolución pacífica del conflicto palestino. Esto último a pesar de que, como se mencionó al principio, la normalización con Israel no represente ningún avance en los derechos palestinos ni en su catastrófica situación económica, social y humanitaria.

Aunque repentina, la normalización era esperada y no sorprendió a muchos en el Golfo. Lo que sí ha hecho es acelerar los tiempos y poner a los cinco miembros restantes del CCG ante una disyuntiva muy complicada y urgente de cara a sus aliados y socios internacionales y regionales, y ante sus propias poblaciones. Pero aún con los coletazos del tremendo impacto económico que la pandemia de la COVID19 ha tenido en la región por la caída del consumo de petróleo, todo parece indicar que las restantes monarquías de la zona evaluarán con cautela el impacto que este acuerdo ha tenido en la región antes de tomar una decisión similar.