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Un judío ultraortodoxo en el barrio de Ciudad Vieja, en Jerusalén. AHMAD GHARABLI / AFP /Getty Images

El próximo 9 de abril se celebran elecciones legislativas en Israel y los problemas que el país encara a medio y largo plazo están quedando relegados, incluso olvidados, en la campaña electoral.

El primer ministro Benjamín Netanyahu entra en su décimo año en el poder, rodeado por escándalos de corrupción (va a ser imputado por soborno, fraude y abuso de confianza) y por rivales políticos que antaño fueron sus subordinados o sus aliados. Benny Gantz, antiguo comandante en jefe del Ejército, ha conseguido articular una alianza de centro que aspira, de acuerdo con las encuestas, a acabar con el reinado de Netanyahu; esta alianza cuenta con el político centrista Yair Lapid y con otros dos antiguos comandantes en jefe del Ejército: Moshee Yaalon (exministro de Defensa con Netanyahu) y Gabi Ashkenazi.

Según apunta Naomi Chazan, antigua líder de Meretz y profesora emérita de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén, la campaña está centrada en el “todos contra Bibi”. Cuando el mismo rostro está tanto tiempo en el poder (Netanyahu, además, fue primer ministro entre 1996 y 1999) es habitual que el eje continuidad-cambio se adueñe de la campaña y de los debates. En este sentido, un 47% de los israelíes, según una encuesta de Haaretz realizada en el mes de febrero, no desean que Bibi repita como primer ministro; y el pasado 8 de marzo, el rotativo Israel Hayom, que siempre ha manifestado un apoyo indisimulado al primer ministro, publicó una encuesta en la que Azul y Blanco, la coalición liderada por Gantz, le sacaba 7 escaños de ventaja al Likud de Netanyahu. Aun así, Azul y Blanco tendría que formar coalición con el antaño hegemónico partido laborista, con el pacifista Meretz y con los partidos árabes (actualmente la tercera fuerza parlamentaria bajo la coalición Lista Unida, aunque en estos comicios concurren por separado). Azul y Blanco aboga por el fin de los privilegios de los ultraortodoxos y predica la igualdad de derechos para los árabes israelíes. Aunque en público Benny Gantz dice que no incluirá en su coalición a los partidos árabes. Por este motivo, los números se presentan complicados para la principal fuerza opositora.

De acuerdo con una encuesta elaborada por el Canal 13 el 11 de marzo, los números seguirían favoreciendo a la actual coalición de derechas liderada por Netanyahu. En esta línea, Natan Sachs, experto en Oriente Medio de la Brookings Institution avisa: “Bibi es un superviviente y no hay que darle por muerto”.

Más allá del combate electoral, asuntos y cuestiones importantes para el futuro de Israel brillan por su ausencia en la campaña. El país se enfrenta a grandes desafíos de futuro que deberían ser abordados por el próximo gobierno.

La bomba demográfica

En 2015, el presidente de Israel, Reuven Rivlin, pronunció un discurso llamado El nuevo orden israelí en el que hacía referencia directa al problema demográfico que afronta el país. Es cierto que su tasa de natalidad es la más alta de la OCDE (3,1 niños por mujer) y por tanto Israel se encuentra lejos del invierno demográfico al que están abocadas las sociedades occidentales. Pero el problema no es el reemplazo generacional, sino la estratificación de la sociedad en grandes grupos con diferentes derechos y privilegios.

Las proyecciones demográficas no son nada halagüeñas. En 2065, si atendemos a los ritmos actuales de crecimiento vegetativo, la mitad de la población de Israel estará formada por judíos ultraortodoxos y por árabes israelíes. Ambos colectivos, por distintas cuestiones, tienen la opción de no hacer el servicio militar y en términos generales no están alineados con la morfología del país. Políticos como Rivlin, junto a sociólogos, politólogos y filósofos israelíes advierten sobre el vuelco poblacional. Los ciudadanos tampoco son ajenos y entre ellos cuentan un chiste famoso que hoy día es una realidad: “un tercio de la población va al Ejército, un tercio de la población trabaja y un tercio de la población paga impuestos, y siempre es el mismo tercio”. Según datos recogidos por la OCDE, alrededor del 20% de los habitantes paga el 90% de lo que se recauda por impuesto de la renta. Esta cifra es llamativa porque, principalmente, los ultraortodoxos no trabajan.

En 2065, los ultraortodoxos y los árabes israelíes deben tener los mismos derechos y obligaciones que el resto de sus conciudadanos; de lo contrario, Israel colapsará o será otro país completamente distinto.

No podrá mantener ni su actual democracia de corte europeo ni su modelo de innovación tecnológica con estos cambios demográficos que se avecinan inexorables, como advierten constantemente expertos como Dan Ben David, economista de la Universidad de Tel Aviv y fundador del Shoresh Institute for Socioeconomic Research. Otros más optimistas, opinan lo contrario. Según el periodista de Haaretz, Nir Hasson, el aislamiento de los ultraortodoxos del resto de la sociedad decrecerá. Para tal afirmación se basa en el incremento del acceso de las mujeres de este colectivo a la educación superior y a trabajos más cualificados, así como al aumento de ultraortodoxos que se enrolan en el Ejército; pero esta tendencia indica lo contrario. Un 57% de los israelíes, según la Liga Antidifamación, opina que su país estará “dividido” o “muy dividido” en treinta años.

Netanyahu inició en 2013 el fin de los privilegios de los ultraortodoxos, pero en 2015 integró a los partidos religiosos en el Gobierno y echó marcha atrás en las reformas. Como sabe que la única forma de seguir en el sillón del poder será aliarse con estos partidos, Bibi no habla de ello. Azul y Blanco, como se ha comentado más arriba, mantiene una posición ambigua respecto a los ultraortodoxos y respecto a los árabes israelíes debido a que, lo más probable, es que deba pactar con alguno de los dos bloques.

Estos dos colectivos seguirán siendo endogámicos electoralmente. La población ultraortodoxa tiene dos partidos a los que votará en masa, Judaísmo Unido de la Torá y Shas, ya que la base electoral de estos partidos ha entendido muy bien que el poder de ser bisagras les ha beneficiado y por tanto dichos partidos seguirán defendiendo sus privilegios. Los árabes israelíes, por su parte, destinarán la mayoría de sus votos a dos listas, Ra’am- Balad y Hadash-Ta’al  aunque en las pasadas elecciones unieron fuerzas y llegaron a ser el tercer grupo parlamentario. Uno de los caballos de batalla de los partidos árabes es la lucha contra la discriminación y, en concreto, contra la Ley de Estado-nación, que, entre otras cosas, acaba con la cooficialidad de la lengua árabe.

La situación estratégica

En los últimos diez años Oriente Medio ha experimentado cambios dramáticos y profundos. Las fronteras establecidas en el Acuerdo Sykes-Picot y la hegemonía del petróleo tienden a una página de la historia pasada. La región se define ahora por un enfrentamiento entre suníes y chiíes en donde Rusia es el nuevo árbitro. En la reordenación del tablero, Israel y los países suníes, especialmente los del Golfo, han decidido colaborar contra su enemigo común: Irán.

A este respecto, la expansión de los iraníes ha llevado a que la Guardia Revolucionaria haya establecido bases en el sur de Siria y a que el grupo libanés Hezbolá, aliado de Irán, tenga 150.000 misiles apuntando a Israel desde el sur de Líbano, de acuerdo con el análisis de Eitan Azani y Ely Kamon, publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos. Si la situación en Oriente Medio se deteriora, Israel podría verse en un conflicto simultáneo en varios frentes (Hamás en Gaza, Hezbolá en el sur de Líbano y las fuerzas iraníes desde los Altos del Golán) que abocaría a una guerra que desgastaría al país y a su sociedad. Hasta ahora, la estrategia israelí ha sido la reacción militar, los ataques quirúrgicos con el beneplácito de Moscú.

El primer ministro presume por su parte de su fluida relación con el presidente ruso Vladímir Putin, y de que gracias a su intensa campaña, EE UU salió finalmente del acuerdo nuclear con Irán, reconoció la capitalidad de Jerusalén y retiró las ayudas económicas a la UNRWA (Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos). Rusia por su parte, es el árbitro actual de la región, y pese a su apoyo existencial al régimen de Bashar al Assad, permite que Israel bombardee objetivos en Siria. Con la retirada de Washington de la zona, Netanyahu ha buscado una colaboración con el Kremlin para seguir con su agenda estratégica: evitar las fábricas de misiles en Líbano y transportes de armas a Hezbolá.

Azul y Blanco, en lo referente a Irán y a Hezbolá, apoya sin fisuras la política y la retórica de Netanyahu. Gantz, a este respecto, declaró a mediados de febrero que: “Estoy hombro con hombro con el primer ministro Netanyahu en la lucha contra la agresión de Irán. Estoy seguro de que hará lo mismo cuando [yo] sea el primer ministro de Israel”. Pocas enmiendas ponen a ello el partido laborista y las agrupaciones religiosas; los partidos árabes, por su parte, se alejan de esta línea e incluso condenan que Hezbolá sea catalogado como grupo terrorista.

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Dos carteles electorales a la afueras de Tel Aviv. Por un lado, el partido Azul y Blanco, y por otro, la formación del primer ministro Benjamin Netanyahu. JACK GUEZ / AFP / Getty Images

Pero más allá de la pura reacción y autodefensa, ¿existe una estrategia a largo plazo para garantizar el bienestar de Israel en un futuro y dentro de un entorno tan volátil? Si ningún político habla de ello será probablemente porque ninguno tiene la respuesta.

El conflicto con los palestinos

En otras citas electorales, el conflicto con los palestinos ha sido central y ahora es un asunto menor en la campaña. Una encuesta publicada a principios de marzo por Times of Israel mostraba las preocupaciones de los israelíes con motivo de las elecciones: para el 47% la prioridad eran los temas económicos, para el 21% la seguridad, para un 17% la democracia, imperio de la ley y la corrupción y solamente para un 11% el conflicto con los palestinos. Este descenso de prioridad sobre el conflicto es una tendencia que ya se apreció en los comicios de 2015 cuando, a tenor de las encuestas, los israelíes no tenían confianza en que el conflicto fuera a resolverse, independientemente del resultado electoral, y centraban sus preocupaciones en el alto coste de la vida. A este respecto, la última encuesta elaborada por el Peace Index (julio de 2018) sobre el asunto, sólo un 21,7% opinaba que unas negociaciones entre israelíes y palestinos llevarían a un acuerdo de paz.

Y es que Israel tiene uno de los costes de vida más altos del mundo desarrollado según el informe State of the Nation 2018 elaborado por el Taub Center. En el índice de coste de vida por países de la base de datos global Numbeo, Israel ocupa el puesto número 13. Al mismo tiempo, según el informe del Instituto Nacional de Seguros, publicado en diciembre de 2018, un 21,2% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.

El conflicto y la ocupación militar definen a Israel ante el mundo y en sus relaciones internacionales. Si la solución no llega e Israel se anexiona Cisjordania ¿qué van a hacer con los millones de palestinos que viven allí? ¿Les otorgarán ciudadanía? De lo contrario, ¿cómo podrán defenderse ante las acusaciones de apartheid? Fue Peter Beinart, columnista de Haaretz y colaborador habitual de The Atlantic y CNN, quien escribió que Israel, dentro de las fronteras anteriores a 1967, era una democracia vibrante y genuina y más allá de dichas fronteras era una etnocracia. La opinión de Beinart puede convertirse en una realidad incontestable.

Aunque la ocupación militar deba terminar tarde o temprano, Azul y Blanco habla de separación total con los palestinos y propone eliminar desconexiones unilaterales (como la de Gaza en 2005), cualquier otra concesión a los palestinos sin referéndum o una gran mayoría parlamentaria. En su programa, no mencionan al Estado palestino y defienden la presencia militar en el valle del Jordán, la unidad de Jerusalén, la permanencia de los principales bloques de asentamientos y la anexión de los Altos del Golán; muy parecido al programa del Likud de Netanyahu en tal sentido, que también habla sobre la “paz económica” con los palestinos. El partido laborista, Meretz y los partidos árabes son los únicos que siguen defendiendo la solución de dos Estados para acabar con el conflicto.

Más allá de estas elecciones, el futuro de Israel depende de estas cuestiones. Los próximos líderes políticos del país las están dejando de lado. La continuidad de Netanyahu o la economía son asuntos importantes y actuales y es lógico que estén en el centro de la campaña electoral, pero el vuelco demográfico, la situación estratégica o el conflicto con los palestinos son asuntos centrales que el futuro primer ministro y su gobierno deberán abordar.